La Constitución de 1980 y el Inicio de la Redemocratización

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La Constitución de 1980 y el Inicio
de la Redemocratización en Chile
J. Samuel Valenzuela
Working Paper #242 – September 1997
J. Samuel Valenzuela es Profesor de Sociología y miembro del Kellogg Institute en la
Universidad de Notre Dame. Anteriormente integró el cuerpo de profesores en las Universidades
de Harvard y Yale y ha sido Profesor Visitante y Profesor Asociado en el St. Antony’s College de
la Universidad de Oxford. Ha recibido becas del National Endowment for the Humanities (el fondo
nacional para las humanidades del gobierno de los Estados Unidos) y de la fundación John Simon
Guggenheim. Es autor de Democratización vía reforma: La expansión del sufragio en Chile y, con
Erika Maza Valenzuela, de Religion, Class and Gender: Constructing Electoral Institutions in Party
Politics in Chile (que será editado próximamente por University of Notre Dame Press y Macmillan).
Ha editado o coeditado cuatro libros (uno de ellos de próxima aparición) y escrito más de tres
docenas de artículos para revistas especializadas y libros acerca de las intersecciones entre
fuerza de trabajo y política, democratización en el Siglo XIX, salidas de regímenes autoritarios
contemporáneos y cambio social.
Este trabajo fue escrito en St. Antony’s College, Oxford University. Agradezco a Alan Angell y al
Latin American Centre de St. Antony’s por su gentil acogida. Agradezco también a Raimundo
Valenzuela sus comentarios y sus recortes de diarios.
Abstract
It is unusual for an authoritarian regime to write a constitution which then becomes, against the
ruler’s wishes, the vehicle for a transition to democracy. And yet this is precisely what occurred in
Chile. This paper examines in some detail the origins of the Constitution of 1980 which was
enacted by General Augusto Pinochet at the height of his power, and the for him unexpected
changes that it underwent subsequently. It also discusses the reasons why the opposition to the
dictatorship changed its position from denouncing the constitution as illegitimate to supporting it
as the medium for the change of regime. The paper argues that although the Constitution of
1980 continues to be the basic charter for Chile’s refound democracy, this apparent continuity is
in fact a trompe l’oeuil which both supporters and opponents of the former military regime hold to
for reasons of symbolic politics. The text of the constitution has undergone many fundamental
changes since 1980.
And noting the difference between the constitutional text and
constitutional practices, the paper argues that past practices from the Chilean constitutional
tradition inform the interpretation of the current text.
Resumen
No es usual que un régimen autoritario escriba una constitución que luego se convierte, contra
los deseos del dictador, en el medio para la transición democrática, pero es precisamente lo que
ocurrió en Chile. Este ensayo examina con cierto detalle los orígenes de la Constitución de
1980, que fue promulgada por el General Pinochet cuando estaba en lo más álgido de su poder,
y los cambios posteriores y para él inesperados que ésta tuvo. Discute las razones por las cuales
la oposición a la dictadura cambió su actitud desde denunciar la constitución por ilegítima a
apoyarla por permitir el cambio de régimen. El artículo indica que aunque la Constitución de 1980
sigue siendo la ley básica para la recreación de la democracia en Chile, esta continuidad aparente
es de hecho un trompe l’oeuil que tanto los que apoyaron como los que se opusieron al régimen
militar anterior mantienen for razones de política simbólica. El texto de la constitución ya ha sido
cambiado en muchos aspectos fundamentales desde 1980. E indicando la diferencia entre texto
y prácticas constitucionales, el artículo sostiene que las prácticas legadas de la tradición
constitucional chilena informan la interpretación del texto actual.
No es usual que una constitución dictada por un gobierno autoritario se convierta en el
medio para que la oposición lo obligue a entregar el poder y en el marco legal fundamental para el
nuevo gobierno democrático, aunque ésto es precisamente lo que ha ocurrido en el caso
chileno. El plebiscito de octubre de 1988 que derrotó al General Augusto Pinochet e inició el
tránsito hacia la democracia fue convocado para cumplir con un requisito de la Constitución de
1980, dictada por el propio Pinochet, la cual sigue vigente. Esta peculiaridad de la transición
chilena es especialmente paradójica dada la estrechez y dureza del régimen autoritario de
Pinochet, el que se caracterizó durante los dieciséis años y medio que duró por una extraordinaria
concentración del poder en su persona, y no es de esperar que este tipo de régimen tan
unipersonal e impermeable a toda influencia genere una constitución que después sirva para
constituir un gobierno de transición a la democracia.
¿Cómo se explica esta característica
aparentemente tan anómala de la situación chilena?
El análisis de este aspecto de la transición chilena debe partir de la constatación que el
texto de la Constitución de 1980 contiene, en un sentido estricto, no una sino dos
constituciones distintas: la transitoria y la permanente. Además, la permanente debiera dividirse
en dos: aquélla que el General Pinochet y sus colaboradores tenían en mente al promulgar el
texto, y la que se ha ido formando a través del proceso de transición y que aún no puede
considerarse totalmente configurada. En consecuencia, en lo que sigue distinguiré tres cartas
fundamentales: la Constitución Transitoria (CT), la Constitución Permanente de la Democracia
Protegida (CPDP), y la Constitución Democrática (CD), a pesar de que todas se refieren a la
Constitución de 1980. Así, en el fondo la continuidad constitucional entre el período autoritario y
la transición a la democracia es—o habrá sido una vez que acabe el proceso que lleva a la tercera
constitución, siempre y cuando ésto efectivamente ocurra—en gran medida un trompe l'oeil
creado por las circunstancias políticas.
La Constitución Democrática comenzó a forjarse después de la victoria de la oposición al
General Pinochet en el plebiscito de 1988, por razones que examinaré más adelante.
Las
anteriores, la CT y la CPDP, tuvieron su origen en dos dinámicas distintas, aunque eventualmente
convergentes, dentro del gobierno autoritario. La primera obedecía al intento de Pinochet de
acumular el máximo de poder en sus manos a despecho de sus colegas en la Junta Militar. Para
ello le era importante atribuirse la designación de “Presidente de la República,” aunque de tal
forma que pudiera adquirir los poderes del cargo sin ninguna de sus limitantes; la culminación de
este intento que comenzó poco después del golpe militar se manifestó finalmente en la
redacción de la CT, ya que Pinochet usó la aprobación y entrada en vigencia de la Constitución de
1980 para finalizar su consagración en la Presidencia de la República. La segunda dinámica, que
llevó a la CPDP, se desprendió del proyecto de refundar el Estado de derecho en Chile con un
nuevo ordenamiento constitucional, presidencialista y “democrático,” pero con ciertos
resguardos que impidieran el uso de la presidencia para desarrollar políticas populistas y que
pusieran fuera de la ley a las fuerzas de la izquierda marxista.
En este segundo proyecto
participaron connotadas figuras de la derecha chilena, en especial, el ex Presidente Jorge
Alessandri. La intervención de Pinochet y de sus colaboradores más cercanos en la redacción
final de la Constitución de 1980 hizo que ambas constituciones se plasmaran en un solo texto; de
ahí su convergencia.
No cabe duda que Pinochet pensaba además ocupar la presidencia
durante dos períodos presidenciales después de aprobada la Constitución de 1980, uno regido
por la CT y el otro por la CPDP. Por lo tanto, moldeó la CPDP de tal forma que el poder efectivo en
manos del Jefe de Estado bajo ella aumenta mucho si éste es a la vez Presidente y Comandante
en Jefe del Ejército. Pinochet no pudo ejercer la presidencia bajo la CPDP dada su derrota en el
plebiscito, de modo que sus últimos ocho años de gobierno se rigieron básicamente sólo por la
CT. La principal excepción a ésto fueron las normas que rigieron el plebiscito mismo, las que se
basaron en la reglamentación preparada para la CPDP, lo cual fue una de las razones importantes
por las cuáles ganó el “no,” como veremos en la discusión que sigue.
Orígenes de la Constitución de 1980 y la organización del plebiscito
Al tomar el poder en 1973 los militares definieron la crisis chilena como una de régimen, y
no sólo de gobierno. Dado en buena medida el acendrado legalismo en la cultura política chilena,
esta definición se manifestó en un rechazo a la Constitución de 1925, vigente hasta entonces.
Las nuevas autoridades pensaron que la profunda alteración que deseaban producir en la vida
política chilena requería de un cambio total en sus leyes fundamentales.
En su opinión, la
Constitución de 1925 no había servido para “proteger” la democracia chilena del marxismo y de
los políticos populistas.
Cabe hacer notar que en la Constitución de 1925 apenas había
menciones tangenciales a los militares, las que ocurrían en las secciones que establecían los
controles que el presidente y el congreso tenían sobre ellos. Es indudable que los militares
veían también esta carencia como un defecto. Por lo tanto, la nueva Junta Militar el 25 de octubre
de 1973 nombró una comisión de juristas encargándoles la tarea de preparar el borrador de la
nueva constitución. Mientras se preparaba este nuevo texto, la Junta Militar se constituyó en un
poder constituyente permanente pero implícito, ya que un decreto-ley del 4 de diciembre de
1973 estipuló sencillamente que si alguna de sus iniciativas legales violase la Constitución de
1925 ésta se consideraría enmendada automáticamente. La Junta comenzó así a rearticular
formalmente la institucionalidad de gobierno a la medida de su propio régimen de excepción.
Sin embargo, muy pronto se hizo evidente que las nociones constitucionales chilenas
(es decir, las concepciones predominantes en el país respecto a cómo deben organizarse las
instituciones de gobierno, concepciones basadas en el presidencialismo consagrado en las dos
principales constituciones anteriores) afectaban la forma en que se fue perfilando la organización
institucional del gobierno militar, y ello en beneficio de una acumulación de poder en manos del
General Pinochet. Este, por ser el jefe de la rama más antigua de las fuerzas armadas, se convirtió
desde el comienzo en el “Presidente de la Junta de Gobierno,” y a pesar de que esta presidencia
debía rotar cada año, según los planes originales, entre los distintos comandantes, Pinochet
comenzó a actuar cada vez más como el titular del poder ejecutivo, es decir, como el Presidente
de la República. Al mismo tiempo, empezó a establecer la idea de que la Junta de Gobierno
constituía el poder legislativo, a pesar de que el propio Pinochet era uno de los miembros de
dicho poder y que éste sólo podía tomar decisiones si había unanimidad entre ellos. Pinochet
quedaba así en una situación única:
un integrante indispensable del legislativo, y simultá-
neamente la cabeza del ejecutivo.
Para formalizar esta división de poderes—desechando la idea de una rotación en la
presidencia de la junta—a fines de junio de 1974 el gobierno militar adoptó siguiendo una
iniciativa de Pinochet el llamado “Estatuto Jurídico de la Junta de Gobierno.” Fue redactado por
un subgrupo de los juristas que integraban la comisión encargada de preparar la nueva
constitución, cuyas labores originales se habían empantanado por disensos entre sus miembros.
El Estatuto tuvo el carácter de una virtual constitución provisoria; con él Pinochet lograba
establecer de jure la definición que había impuesto de facto de la separación de poderes en la
Junta Militar como una forma de consolidar su ejercicio exclusivo de la presidencia. Como dice él
mismo en sus memorias, con el Estatuto “la situación de responsabilidades en la cúpula se iba
aclarando.”1 El Estatuto le confirió a Pinochet el título de “Jefe Supremo de la Nación,” pero no
satisfecho con ésto (tal como lo indica el ambiguo “se iba aclarando”) a mediados de diciembre de
1974 un nuevo Decreto-Ley le dio además el título explícito de “Presidente de la República de
Chile.” Con ello Pinochet trató de situar claramente su propia persona como la única sucedánea
de la ya larga nómina de presidentes chilenos, dejando de paso en claro que cada referencia en la
legislación existente al presidente se refería a un poder suyo y no a uno compartido por los
demás miembros de la Junta. Usó, por lo tanto, la tradición constitucional presidencialista del país
para ensalzar sus propias atribuciones y para relegar a sus colegas militares a un poder subalterno,
es decir, a un poder legislativo muy aminorado por la presencia en su medio del propio titular del
ejecutivo con derecho a veto inmediato sobre todas las decisiones.2
1
Augusto Pinochet Ugarte, Camino Recorrido: Memorias de un Soldado (Santiago: Instituto
Geográfico Militar de Chile, 1991), vol. 2, 53.
2
Para un tratamiento suscinto de la forma en que Pinochet desplazó a los demás jefes militares
y asumió los poderes de la presidencia, véanse Genaro Arriagada Herrera, “The Legal and
Institutional Framework of the Armed Forces in Chile,” en J. Samuel Valenzuela y Arturo
Valenzuela, eds., Military Rule in Chile: Dictatorship and Oppositions (Baltimore: Johns Hopkins
No cabe duda que esta era una versión muy tergiversada de las nociones constitucionales chilenas, versión que permitía una concentración enorme de poder en la persona del
General Pinochet. Dada esta concentración, Pinochet pudo, usando sus propios textos legales
en forma cuestionable, eliminar al General Gustavo Leigh, Comandante en Jefe de la Fuerza
Aérea, de la Junta en 1978, y hacer lo mismo con el Contralor General de la República. Ambos se
opusieron al llamado a plebiscito que hizo Pinochet para que la ciudadanía expresara su “apoyo al
Presidente Pinochet,” como decía la pregunta que fue plebiscitada, frente a las críticas
internacionales de que era objeto el gobierno dadas las violaciones a los derechos humanos. Por
la vía del plebiscito, Pinochet apeló así al voto de la ciudadanía para ratificar indirectamente su
designación presidencial, siendo éste otro paso más en su intento por presentarse como el
ocupante legítimo del sillón de O'Higgins.
Este uso tergiversado y parcial de las nociones constitucionales chilenas constituía un
intento para justificar una organización del gobierno dictatorial totalmente reñida con las prácticas
constitucionales (i. e., la forma en que se organizan y relacionan entre si de hecho los poderes
establecidos en la constitución) que existían anteriormente en el país. La concentración del
poder en manos de Pinochet llevó a la creación de un régimen extraordinariamente restringido en
cuanto al número de personas que intervenían en las decisiones de política. Este se limitaba a
los asesores directos de Pinochet y a sus ministros, quienes fueron seleccionados por él entre
personas que—incluídos muchos militares—generalmente no tenían figuración política anterior.
Incluía también un número limitado de asesores de los miembros de la Junta, cuya capacidad de
alterar las decisiones tomadas por el ejecutivo era muy reducida. El régimen militar llevó, por lo
tanto, a un cambio inclusive mucho más radical en las formas de hacer política que lo que se
desprendería de la suspensión de las elecciones, del Congreso, y de las autoridades municipales
electas. Los partidos, que constituían un eje fundamental del sistema político democrático, no
pudieron ejercer influencia alguna en el nuevo régimen. Asimismo, las organizaciones sociales
de todo tipo, incluídas las empresariales, nunca encontraron canales sustitutivos eficaces a
aquéllos que tenían en democracia a través de los partidos, del parlamento, y de sus propios
medios de presión para hacer sentir sus opiniones frente a las políticas que se adoptaban. Los
contactos oficiales infrecuentes con personeros de gobierno se convertían en ocasiones para
que éstos les informaran respecto a las medidas que se contemplaban o, más comúnmente, las
que ya se habían tomado. Al iniciarse el proceso de democratización lós partidos recuperaron su
rol estelar en la política chilena, y bajo el nuevo gobierno democrático las organizaciones sociales
han vuelto a tener una participación importante en las discusiones públicas; el contraste con la
University Press, 1986), y Arturo Valenzuela, “The Military in Power: The Consolidation of OneMan Rule,” en Paul Drake e Iván Jaksic, eds., The Struggle for Democracy in Chile, 1982–1990
(Lincoln, NB: Nebraska University Press, 1991). La discusión anterior se basa en estas fuentes,
estrechez del régimen de Pinochet (que fue mayor que la que suelen tener los autoritarismos) ha
ayudado a magnificar la percepción generalizada de que ha habido una ruptura entre uno y otro
régimen.
Sin embargo, el hecho que Pinochet empleara, aunque en forma tergiversada, las
nociones constitucionales chilenas significó que continuaron siendo el modelo básico de
referencia aún bajo el gobierno militar. Al conservarse así el presidencialismo chileno, ello impidió
que surgiera un gobierno colegiado de los jefes militares (de la Junta y del cuerpo de generales),
lo cual a su vez contribuyó a prevenir una faccionalización y politización de la oficialidad militar.
Aunque muchos militares asumieron puestos de gobierno, lo hicieron obedeciendo las órdenes
de sus superiores jerárquicos dentro de la administración pública, fueran ellos civiles o militares.
En ningún momento hubo un intento de parte de la oficialidad en las fuerzas armadas de imponer
designaciones o políticas al General Pinochet; en efecto, ésto habría sido inconcebible.
Al
asumir la “presidencia” Pinochet se asignó un nuevo nivel de superioridad jerárquica sobre el
Ejército (además de la Comandancia en Jefe) y—especialmente—sobre las otras ramas de las
fuerzas armadas y sus Comandantes en Jefe (además de la superioridad implícita en el hecho se
ser el Ejército la rama más antigua). La presidencia convirtió a Pinochet en el jefe supremo de
todos los militares, heredando así la tradicional subordinación de los militares a los presidentes de
la democracia chilena. La estabilidad del régimen militar durante los dieciséis años y medio del
gobierno de Pinochet se debió por lo tanto, en cierta medida, a su capacidad de presentarse ante
los militare como su superior en la jerarquía puramente militar, y como supuestamente legítimo
ocupante del sillón presidencial. Esto ayudó a conservar la noción de la subordinación militar no
solamente a las comandancias militares, sino también a la presidencia, lo cual sería posteriormente
una ventaja para la redemocratización.
Además, cada paso dado en la organización interna del gobierno militar se hizo sobre la
base de un texto legal. Con ello se trataba de mantener una correspondencia bastante estricta
entre las prácticas y los textos legales, correspondencia que fue siempre un ingrediente
importante en la legitimidad del poder en Chile. Este legalismo le permitía al gobierno militar
gobernar a través de toda suerte de normas que la administración pública, el poder judicial, y la
contraloría seguirían cumpliendo, como les era usual.
En este sentido cambió poco el
funcionamiento burocrático del Estado chileno bajo el gobierno militar, a pesar del drástico cambio
de régimen. 3 Puede decirse que el régimen militar tuvo por todas estas razones una cierta
continuidad con aspectos importantes del pasado democrático chileno, los cuales aprovechó
especialmente la primera.
3
La distinción entre régimen y Estado y sus consecuencias para analizar las transiciones
políticas ha sido desarrollada por Robert Fishman, “Rethinking State and Regime: Southern
Europe’s Transition to Democracy.” World Politics, vol. 42, no. 3 (April 1990), 422–40.
para establecerse y lograr un grado de estabilidad a prueba de las presiones internacionales y de
la oposición interna.
Pero lo que constituyó un puntal fundamental y bastante original de esta construcción
política, es decir, la apropiación por una dictadura dirigida por el Comandante en Jefe del Ejército
de las tradiciones constitucionales presidencialistas de un pasado democrático y de su legitimidad
basada en un cuerpo legal altamente formalizado, fue a la larga también su mayor debilidad. No se
podía asumir la “presidencia” sin hacerlo por un período presidencial, y ello no se avenía con la
insistencia de Pinochet durante los primeros años en el hecho que su gobierno tenía “metas”
pero no “plazos.”
Además, no se podía ser verdaderamente “presidente” sin tener una
constitución completamente en regla, ni se podía proyectar el régimen hacia el futuro con leyes
fundamentales concebidas solamente para un período excepcional, como lo eran el Estatuto de
la Junta de Gobierno y unas posteriores Actas Constitucionales.
Es decir, nuevamente, el
esfuerzo por asumir en forma totalmente legitimada la Presidencia de la República bajo un marco
legal que sirviera por un futuro indefinido para el gobierno de Chile impulsó eventualmente al
General Pinochet a reactivar el proyecto de redacción de una nueva constitución. Así, el 9 de
julio de 1977, en su discurso llamado “de Chacarillas” por el cerro en que fue pronunciado,
Pinochet habló por primera vez de plazos para su régimen, y llamó a crear una “democracia que
sea autoritaria [un contrasentido evidente], protegida, integradora, tecnificada y de auténtica
participación social” siguiendo un cierto itinerario de transición.4 Posteriormente ese mismo año,
el Consejo de Estado, un organismo asesor del ejecutivo creado por Pinochet en Enero de 1976
a través de la llamada Primera Acta Constitucional y presidido por el ex Presidente Jorge
Alessandri, le recomendó encarecidamente a Pinochet que reemplazase el Estatuto y las Actas
Constitucionales por una constitución completa.
Para Alessandri y otras personalidades de
derecha ésta era una forma de asegurar en un futuro relativamente cercano una transición suave
desde el régimen excepcional a uno permanente que tuviera, esencialmente, características
similares a las de la democracia chilena del pasado, aunque con ciertos resguardos contra la
influencia marxista. Pinochet aceptó o pareció aceptar la sugerencia, con lo cual Alessandri diría
algunos años más tarde que él fue el que inició el proceso que llevó a la redacción de la
Constitución de 1980.5
Pinochet encomendó esta tarea a la llamada Comisión de Estudio de la Nueva
Constitución Política del Estado. Esta comisión era básicamente la misma que, con el nombre de
“Comisión Constituyente,” había sido establecida a fines de octubre de 1973, aunque ella no
había avanzado mucho por las divergencias entre sus miembros, cambios en su membrecía, y la
4
Pinochet, 146.
Véase Sergio Carrasco Delgado, Alessandri: su pensamiento constitucional. Reseña de su
vida pública (Santiago: Editorial Jurídical Andrés Bello, 1987), 119–20.
5
aparente falta de interés y premura del gobierno. El 10 de noviembre de 1977 Pinochet le envió
un largo memorándum a la Comisión pidiéndole que incorporase ciertas ideas al proyecto. Estas
se apartaban en aspectos importantes de lo que habían sido tanto las prácticas como las nociones
de la constitucionalidad democrática chilena. Junto con reforzar el poder del Presidente frente al
Congreso, sometía el poder presidencial a mayores controles “especialmente en el ámbito
contencioso-administrativo,” y pedía la creación de “un ‘Poder de Seguridad’ que contemplara el
papel de las Fuerzas Armadas en su deber de contribuir a garantizar la supervivencia del Estado,
los principios básicos de la institucionalidad y los grandes y permanentes objetivos de la Nación.”
Exigía además la “proscripción legal de la difusión y acción de las doctrinas, grupos y personas de
inspiración totalitaria;” la “superación de la huelga como instrumento válido para enfrentar los
conflictos laborales;” la creación de una “instancia técnica e independiente, que podría radicarse
en el Banco Central” para controlar la emisión monetaria; un sistema electoral que impidiera que
“los partidos políticos se conviertan en conductos monopólicos de la participación ciudadana;”
medidas para evitar la “irresponsabilidad parlamentaria;” la composición de un Congreso (tal vez
unicameral) que tuviera, además de representates elegidos por las regiones, miembros por
“derecho propio” y por “designación presidencial,” e integrantes expertos en sus comisiones
legislativas; la creación de “medios institucionalmente legitimados” para que los “cuerpos
intermedios” (en los cuales los partidos no deben tener ingerencia) pudieran “comunicarse con el
poder político;” y el fortalecimiento de la “libertad” y el “derecho a la propiedad privada,” evitando
“la férula de un estatismo avasallador.”6 De una forma u otra, la mayoría de estas ideas en el
memorándum se vieron reflejadas en el texto que fue finalmente plebiscitado, aunque algunas de
un modo bastante matizado.
La Comisión de Estudio preparó un proyecto que en octubre de 1978 fue enviado al
Consejo de Estado. Este desarrolló numerosas consultas con distintos personeros y sectores de
opinión generalmente favorables al régimen, y le entregó su versión del proyecto constitucional a
Pinochet a comienzos de Julio de 1979.
El proyecto del Consejo de Estado alteró
significativamente el preparado por la Comisión de Estudio, de modo que se mantenía más de lo
esperado dentro de los parámetros de la tradición constitucional chilena, cosa que al parecer
disgustó a Pinochet. Junto con un grupo de asesores, volvió a modificar el texto reponiendo
muchos de los elementos contenidos en el proyecto original de la Comisión de Estudio que
reflejaban el contenido de su propio memorándum a ella, y que el Consejo de Estado había
desechado. Así, le dio mayores atribuciones a funcionarios estatales cuyos cargos no estuviera
sujetos a elección popular, tales como los jefes militares y los Jueces de la jueces de la Corte
Suprema, y volvió a extender el período presidencial a ocho años, es decir un período
excepcionalmente largo, que el Consejo de Estado había reducido al sexenio estipulado en la
Constitución de 1925.7
Pero lo que más le desagradó a Pinochet en el proyecto del Consejo de Estado fueron
las normas transitorias. Contemplaban un período de transición de cinco años que finalizaría con
elecciones presidenciales libres. Durante este período de transición, Pinochet seguiría como
presidente, pero compartiría las funciones legislativas con un congreso cuyos miembros serían
inicialmente designados.8 Con ello, el régimen militar habría dejado de ser el régimen estrecho y
6
Las partes relevantes de este extenso memorandum pueden consultarse en Luis Maira, La
Constitución de 1980 y la ruptura democrática (Santiago: Editorial Emisión, 1988), 29–31.
7
Carrasco Delgado, 128–34 contiene un resumen de las enmiendas hechas por el Consejo de
Estado al proyecto de la Comisión de Estudio; y las 147–223 comparan sistemáticamente los
textos del proyecto del Consejo de Estado con el texto de la Constitución que fue finalmente
aprobada. El ex Presidente Jorge Alessandri renunció al Consejo de Estado en protesta por los
cambios que Pinochet introdujo a la constitución.
8
Carrasco Delgado, 134–38 reseña las propuestas del Consejo de Estado para el período de
transición.
en gran medida unipersonal (aunque burocrático y basado en textos legales) que era hasta
entonces. Por lo tanto, Pinochet y sus asesores cambiaron extensamente la normativa transitoria
para recrear en su esencia, con algunas modificaciones menores, el régimen que ya tenían.9
La resultante CT—como la he llamado aquí—quedó consignada en 29 artículos que
suspendieron la aplicación de prácticamente todos los artículos permanentes de la constitución,
incluída la elección de un congreso, hasta el inicio de un segundo período presidencial después
de su entrada en vigencia. Uno de los artículos transitorios nombraba a Pinochet “Presidente de
la República” durante el primer período presidencial de ocho años a iniciarse el 11 de marzo de
1981, y otros le conferían el poder legislativo a la Junta militar. Al parecer Pinochet quería que el
primer período presidencial de transición—es decir, el reglamentado con los 29 artículos de la CT
y bajo su presidencia contínua—fuera excepcionalmente de dieciséis años, pero sus asesores lo
convencieron que un lapso tan largo sería muy mal visto tanto dentro como fuera del país. Por lo
tanto, trataron de encontrar una fórmula que le permitiera a Pinochet quedar en la presidencia por
dieciséis años, pero con una “renovación de su mandato” al cabo del primer período de ocho
años. De ahí surgió la idea de realizar un plebiscito: al finalizar el primer período presidencial de
transición, los Comandantes en Jefe de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas (incluído por lo
tanto el propio Pinochet) seleccionarían a través de un voto que debía ser unánime (dándole
poder de veto a Pinochet) a un candidato para el próximo período de ocho años, nombre que
sería plebiscitado.10 No había razones para suponer que Pinochet no fuera la persona que
consiguiera el nombramiento, tal como efectivamente sucedió.11 Si el candidato propuesto por
los Comandantes en Jefe perdía el plebiscito, se llamaría a elecciones presidenciales y
parlamentarias dentro de un año. Aunque Pinochet perdió el plebiscito, a mediados de 1979,
9
Los principales asesores de Pinochet en la redacción de los artículos transitorios fueron
Pablo Rodríguez Grez, cuyas preferencias políticas se inclinan por el autoritarismo corporatista, y
Hugo Rosende, quien fue Ministro de Justicia bajo Pinochet. Ambos eran vistos como los más
“duros” en los círculos del gobierno militar. Sergio Fernández, Ministro del Interior, también
participó en el proceso. Jaime Guzmán fue uno de los principales redactores de los artículos
permanentes. Véase Arturo Fontaine Talavera, “Sobre el pecado original de la transformación
capitalista chilena,” manuscrito, 16.
10
Arturo Valenzuela, “The Military in Power,” 52, cuenta estos entretelones de la decisión de
“renovar el mandato” de Pinochet a través del plebiscito.
De no haber una decisión unánime respecto al candidato a ser plebiscitado, la selección
debía hacerla el Consejo de Seguridad Nacional, presidido por Pinochet, por mayoría absoluta de
sus miembros.
11
En una entrevista televisada con el ex Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, Fernando
Matthei, la periodista Patricia Politzer le preguntó por qué él había apoyado la candidatura del
General Pinochet para el plebiscito de 1988, siendo que el General Matthei hubiera preferido
nombrar a otro. Su respuesta fue que no designar a Pinochet en ese momento hubiera
comprometido la unidad de las Fuerzas Armadas. En sus palabras, “ninguno de nosotros
estábamos dispuestos a dividir por ninguna causa a las Fuerzas Armadas.” Es decir que Pinochet
se impuso a los demás Jefes. El Mercurio, 1 de agosto de 1991, C 3.
cuando se ideó el procedimiento para la sucesión presidencial, no había razones para pensar
que, no siendo un proceso plenamente libre, Pinochet no pudiera repetir lo que ya había
probado en 1978, i. e., que podía “ganar” un plebiscito.
Esta capacidad fue demostrada nuevamente en el plebiscito del 11 de septiembre de
1980 que “aprobó” la nueva constitución, tanto en sus artículos transitorios como los
permanentes, aunque la oposición no tuvo problemas para encontrar toda clase de deficiencias
que le restaban validez también a este acto. En todo caso, la transformación constitucional le dio
varias ventajas a Pinochet. Le permitió, como ya indiqué, recrear el régimen estrecho y centrado
en su persona que ya tenía, aunque esta vez con una nueva ley fundamental que le daba la
designación de “Presidente de la República” por un período presidencial que recién se iniciaría el
11 de marzo de 1981, es decir, casi ocho años después de haber asumido el poder. Pinochet
podía decir también que esta designación había sido legitimada por los votos favorables de la
ciudadanía que ratificó la nueva constitución, ya que uno de los artículos transitorios lo nombraba
explícitamente en el cargo. La Junta de Gobierno durante el período transitorio permanecía
como el único poder legislativo, debiendo Pinochet ceder su lugar como miembro titular de la
Junta al Vice Comandande en Jefe del Ejército, aunque podría reemplazarlo a su arbitrio “en
cualquier momento” por el oficial mayor siguiente.12 Los artículos permanentes de la nueva
constitución se suponían vigentes en la medida que fueran, como lo dijo el propio Pinochet el 10
de agosto de 1980, “compatibles con la subsistencia del Gobierno militar,” es decir con su
régimen estrecho.13 Esto significaba que Pinochet ratificaba su supremacía sobre las otras ramas
de las fuerzas armadas, ya que los artículos permanentes le permitían ejercer las atribuciones
presidenciales sobre ellas, lo cual era más que “compatible” con su régimen.
Hay, sin embargo, un aspecto en que la CPDP entró en vigencia a partir de 1981 dándole
una mayor complejidad al régimen militar.
Dos instituciones, el Tribunal Constitucional y el
Consejo de Seguridad Nacional, comenzaron a operar desde el comienzo del primer “período
presidencial” de Pinochet. Dada su composición, el Consejo de Seguridad Nacional—en el que
Pinochet y los miembros de la Junta tenían mayoría— no tuvo mayor efecto sobre el curso de los
acontecimientos entre 1981 y 1989. En cambio, el Tribunal Constitucional tuvo una intervención
importante ya que debía velar por la consistencia entre las leyes que eran aprobadas y el
andamiaje constitucional.
Como la constitución exijía que se dictasen leyes orgánicas
constitucionales para especificar el funcionamiento de toda una serie de instituciones de la
CPDP, y éstas debían dictarse antes que entrase a funcionar plenamente el articulado
permanente, ello significó que cada una de estas leyes debía ser aprobada no solamente por
Pinochet y la Junta sino que también por el Tribunal, aunque a éste le correspondiera atenerse a
12
Constitución de 1980, artículo transitorio 14, inciso 3.
velar por la consistencia entre la letra de las leyes y la de la constitución. Es más, al haber alguna
duda respecto a la constitucionalidad e interpretación (en la medida que afectase su
constitucionalidad) de cualquier decreto-ley o ley, ordinaria o constitucional, el Tribunal
Constitucional podía ser convocado para zanjar las diferencias, y sus fallos eran inapelables.14
Esta atribución del Tribunal Constitucional resultó ser muy importante al tratarse de las normas
que regirían para el plebiscito de 1989, como indicaré más adelante. Hubo además una limitación
importante en cuanto al poder constituyente de la Junta de Gobierno que se integró al articulado
transitorio.
Cualquier nuevo cambio constitucional antes de entrar en vigencia plena la
Constitución, es decir, antes de iniciado el segundo período presidencial, debía ser aprobado
por una mayoría del electorado en un plebiscito que tendría que ser convocado por el Presidente
para ese efecto. Nuevamente, este cambio tuvo un efecto de gran importancia sobre el curso de
los acontecimientos después de la derrota de Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988,
tal como quedará explicado más adelante.
Dadas las irregularidades que rodearon la celebración de los plebiscitos de 1978 y 1980,
realizados—entre otras deficiencias—sin que hubiera un registro electoral de la ciudadanía, sin
que la oposición tuviera acceso a la televisión, y sin que se pudiese establecer un monitoreo
eficaz de la votación y del recuento de los votos, la victoria del gobierno en ellos resultó ser de
una credibilidad dudosa. Los líderes de la oposición no escatimaron las oportunidades para
cuestionar la legitimidad de los resultados, lo cual causó cada vez una irritación considerable en
los círculos de gobierno; después de todo, lo que se impugnaba era nada menos que la
presidencia de Pinochet y la validez de la Constitución de 1980. Es por ello que el propio
Pinochet, los voceros del régimen, y los líderes de la derecha hicieron hincapié repetidamente en
la “constitucionalidad” del gobierno y la legitimidad de la Constitución dado el apoyo mayoritario
que recibió en el plebiscito de 1980.
Eventualmente, lograr la adhesión a la Constitución de 1980 se convirtió en la pieza
maestra del programa político del régimen militar. Esta noción sustituyó el énfasis anterior en la
meta por cierto mucho más ambiciosa de cambiar el espectro partidario y de opiniones políticas de
los chilenos a través de las “modernizaciones” de la economía y la sociedad. Dichas metas habían
sido anunciadas en la Declaración de Principios de la Junta de Gobierno de 1974 y en los
discursos de Pinochet (especialmente en el “Discurso de Chacarillas”), y formaban parte del
programa político de Jaime Guzmán (principal redactor de esos documentos) y de los Chicago
Boys, quienes caían en un economicismo ingenuo al tratarse de las adhesiones políticas de la
13
Pinochet, 256.
Para un análisis de las atribuciones del Tribunal Constitucional a la luz de sus primeros 59
fallos véase Teodoro Ribera, “El Tribunal Constitucional y su aporte al desarrollo del derecho,” en
Estudios Públicos, no. 34 (otoño 1989), 195–228.
14
ciudadanía. Nadie cuestionó estas metas en los círculos del gobierno y de la derecha a fines de
los setenta y comienzos de los ochenta,15 años de recuperación económica y de la puesta en
marcha de las reformas laborales y previsionales, pero parecían difíciles de lograr después de la
profunda crisis de 1982–83 (con un descenso de un 15% del PGB) y del comienzo a partir del 11
de mayo de 1983 de la larga serie de manifestaciones o “protestas” en contra del régimen.16 En
ese contexto de movilización opositora y de constantes llamados a la dimisión del gobierno,
Pinochet hizo que la defensa de la “institucionalidad” (es decir de la Constitución de 1980) se
transformase en una de las misiones fundamentales de las Fuerzas Armadas, y la derecha
moderada, haciendo eco a esta postura a pesar de sus críticas ocasionales al régimen militar,
insistió que la oposición tenía que aceptar, al menos en lo más fundamental, el andamiaje
constitucional.
Desde fines de 1986 y comienzos de 1987, la oposición bajo el impulso de Patricio
Aylwin comenzó a examinar la posibilidad de derrotar al régimen militar a través del plebiscito que
debía ocurrir al finalizar el primer período presidencial de Pinochet. Hubo un intento de tratar de
forzar al gobierno a cambiar la legislación para permitir una elección presidencial directa, pero no
prosperó dada la inflexibilidad con la cual el gobierno insistió en mantener el itinerario trazado en
los artículos transitorios de la constitución. La oposición insistió, por lo tanto, que el nuevo
plebiscito tenía que celebrarse con todas las garantías necesarias para que reflejara verazmente la
opinión ciudadana.
Para ello el Tribunal Constitucional fue de gran ayuda. En una decisión trascendental,
señaló que las normas contenidas en las leyes que se preparaban para la nueva institucionalidad
política sobre registros electorales, partidos políticos, y organización de procesos electorales
15
En un artículo escrito en 1980, uno de los años más triunfalistas del régimen militar, Arturo
Valenzuela y yo criticamos las bases intelectuales de este programa político basado en las
“modernizaciones,” y predijimos que no resultaría. Véase Arturo Valenzuela y J. Samuel
Valenzuela, “Partidos de oposición bajo el régimen autoritario chileno,” en Revista Mexicana de
Sociología, vol 44, # 2 (Abril-Junio 1982), 599–648. Una versión más depurada fue publicada en
inglés en como “Party Oppositions to the Chilean Military Regime” en J. Samuel Valenzuela y
Arturo Valenzuela, Mitlitary Rule in Chile: Dictatorship and Oppositions (Baltimore: Johns Hopkins
University Press, 1986).
16
Jaime Guzmán, convencido siempre en su economicismo político, insistió después de la
crisis de 1982–83 que debían mantenerse los plazos largos fijados en la CT, ya que el programa
básico del régimen llegaría a cumplirse. Otros líderes de derecha, en especial del núcleo
aglutinado después de 1983 en Renovación Nacional y liderado por Andrés Allamand, no
compartió esa idea. Iniciaron un acercamiento a los sectores moderados de la oposición, con los
cuáles firmaron el llamado Acuerdo Nacional en 1986. Pero Pinochet no accedió a negociación
alguna en cuánto a sus itinerarios políticos. Véase Arturo Fontaine Talavera, 28–29. La división
de la derecha chilena en la Unión Demócrata Independiente, dirigida por Guzmán, y en
Renovación Nacional surgió de estas diferencias. En todo caso, los líderes de Renovación
Nacional concordaban con el gobierno en mantener la CPDP y (salvo excepciones) se plegaron
posteriormente al “sí” en el plebiscito de 1988.
debían ser aplicadas al plebiscito de 1988, ya que este acto debía quedar sometido a la tutela del
Tribunal Calificador de Elecciones (compuesto básicamente por miembros elegidos por la Corte
Suprema) como si fuera una elección que se realiza bajo la institucionalidad correspondiente a la
CPDP. 17 Después de todo, el plebiscito se refería al período presidencial en el cual entraba en
plena vigencia el articulado permanente de la Constitución de 1980. Dada esta decisión, el
plebiscito se realizó con un nuevo empadronamiento electoral de la ciudadanía (el anterior fue
quemado poco después del golpe militar), con acceso de la oposición a la televisión en espacios
17
Véase Arturo Fontaine Talavera, 30.
gratuitos, y con el derecho de todos los partidos legalmente inscritos de nombrar vocales en cada
mesa receptora y de recuento de sufragios, quedando un tribunal electoral formalmente
independiente del gobierno a cargo del recuento definitivo de los mismos y de resolver cualquier
reclamo por irregularidades que se presentase. El gobierno militar, a través del Ministro de
Justicia Hugo Rosende, sostuvo ante el Tribunal Constitucional una opinión contraria al fallo, es
decir, que la legislación electoral y de partidos debía regir solamente después de iniciado el
segundo período presidencial, lo cual hubiera permitido repetir las modalidades plebiscitarias
anteriores con todos sus vicios. Después de todo, el plebiscito ideado para renovar el mandato
de Pinochet era un mecanismo definido en los artículos transitorios.18
Este fallo del Tribunal Constitucional fue sin duda el de mayor impacto político de todos
los que hizo durante el gobierno militar. Fue también una decisión que mostró por primera vez la
importancia de las normas que el gobierno militar con sus asesores legales había comenzado a
desarrollar—principiando con la ley de partidos políticos de enero de 1987—para implementar la
CPDP. Con el fallo resultaba evidente que bajo esta nueva normativa Pinochet no iba a tener el
mismo poder que tenía con el régimen estrecho basado en la CT. Su intento de asumir la
presidencia con una constitución que trascendiera su gobierno significaba que al entrar ésta y sus
leyes en vigencia su propio régimen sufriría una transformación cualitativamente importante. La
nueva normativa reestablecía un aspecto importante de un Estado de derecho, es decir, el hecho
que el jefe de Estado está sujeto a reglas que no puede alterar en un plazo breve a su gusto y
conveniencia. Los regímenes autoritarios se basan, finalmente, en la arbitrariedad, y se socavan a
sí mismos al tratar de regirse por normas legales que establecen claramente límites a sus
acciones, y derechos y garantías a los ciudadanos.
El gobierno militar no esperaba que el Tribunal Constitucional fuera a acelerar la vigencia
de las leyes preparadas para la entrada en vigencia de la CPDP al aplicarlas al plebiscito definido
en la CT. Sin embargo, difícilmente podía desconocer el fallo del tribunal, cuyas decisiones son
inapelables, ya que hacerlo hubiera sido ir en contra de una institución clave de la nueva
constitución. En todo caso, había muchas formas de manipular el proceso plebiscitario sin
contravenir las normas legales. El gobierno podía establecer la fecha de la consulta, con lo cual
podía, por ejemplo, cerrar el proceso de inscripción electoral antes que se hubiera inscrito toda la
población en edad de votar, acrecentando así el número de votos favorables a Pinochet dada la
reticencia de amplios sectores del electorado de oposición por inscribirse.
A pesar de los
representantes de los partidos de oposición en los locales de votación y del Tribunal Calificador
18
El Ministro Eugenio Valenzuela, nombrado para el Tribunal Constitucional nada menos que
por el Consejo de Seguridad Nacional, fue quien más influyó en la adopción de una posición
contraria a la de Hugo Rosende. Según dijo después, “argüimos que para ser constitucional, el
plebiscito tenía que ser transparente.” En Pamela Constable y Arturo Valenzuela, A Nation of
de Elecciones como árbitro supremo del proceso, el gobierno seguía controlando el primer
Enemies: Chile under Pinochet (New York: Norton, 1991), 303.
recuento de los votos a nivel regional y nacional, y aunque hubiera sido difícil manipular los votos
y las actas de tal forma que resultasen totales creíbles frente al examen del Tribunal, no era
imposible alterar los resultados en esos niveles. Además, si bien el gobierno debía concederle
por ley un espacio gratuito de quince minutos todos los días a la oposición en la televisión desde
un mes antes del plebiscito, el espacio podía otorgarse a una hora muy tardía, y el gobierno podía
disponer de la pantalla chica todo el resto del tiempo para su propaganda, con varios meses de
antelación.
El fallo del Tribunal Constitucional fue, por lo tanto, un factor importante para crear las
condiciones para un plebiscito limpio, pero no suficiente. La oposición examinó detalladamente
todas las formas en que el gobierno podría manipular el proceso y cometer fraude, y preparó
cuidadosamente las medidas necesarias para contrarrestarlas.19 Esta tarea se facilitó dada la
existencia de fuertes presiones políticas provenientes de otros sectores que también querían
que se realizara un plebiscito plenamente correcto. El gobierno norteamericano, a través de su
embajador Harry Barnes, instó repetidamente a las autoridades a realizar el plebiscito con plenas
garantías para la oposición, y sólo una vez que la gran mayoría de la población mayor de dieciocho
años se hubiera inscrito, para que el electorado reflejase la opinión del conjunto del país y no
solamente la de los partidarios del gobierno que se inscribieran primero.20 Cabe indicar que la
inscripción electoral era voluntaria, aunque el votar era obligatorio para quienes se inscribiesen. Y
así fue: el registro no se cerró hasta no haber una inscripción equivalente a alrededor de un 90%
de la población en edad de votar, tras largos esfuerzos realizados por la oposición para convencer
a la población que se inscribiera. Los sectores de la derecha moderada e incluso al parecer los
propios miembros de la Junta, preocupados por la legitimidad del gobierno militar, veían que el
plebiscito ofrecía un medio conveniente para demostrar ya sea que Pinochet tenía verdadero
apoyo popular, o para hacer un tránsito suave a la democracia. Por lo tanto, para ellos hacer un
plebiscito que no diera lugar a dudas en cuanto a su validez era también muy importante.
Asimismo, el Consejo Episcopal de la Iglesia instó al gobierno a realizar un plebiscito justo.
Finalmente, el propio Pinochet, tal vez deseoso de demostrar más allá de toda duda su apoyo
popular y con una confianza excesiva en sus posibilidades de triunfo, permitió que el plebiscito se
19
El estudio de las formas de manipular elecciones incluyó sesiones de trabajo con un experto
sobre los procesos electorales mexicanos. Agradezco a Juan Gabriel Valdés esta información.
20
Agradezco al Embajador Barnes el haberme contado los detalles de su actuación en Chile en
una conversación sostenida el 15 de mayo de 1989. El embajador dialogó con los miembros de la
Junta Militar, pero no con Pinochet, y con Ricardo García, jefe del Servicio Electoral, quien
preparó la reglamentación legal del proceso electoral, para hacerles ver que el gobierno de
Estados Unidos estimaba conveniente que el plebiscito de 1988 se realizara con plenas garantías
de limpieza. Barnes quedó con una excelente impresión de la seriedad con la cual García preparó
la reglamentación electoral y condujo el proceso. Cabe notar que le era difícil al gobierno de
Reagan asumir una postura tan activamente contraria a los Sandinistas en Nicaragua en nombre
realizara con las garantías exigidas por la oposición, aunque el uso de la televisión por el
de la democracia sin estar también en favor de la democracia en Chile.
gobierno para sus fines propagandísticos no tuvo límites. Pinochet no esperaba un resultado
adverso; la economía estaba en pleno crecimiento con tasas bajas de inflación, y las encuestas
patrocinadas por el gobierno hacían presagiar su victoria.
Fue así como en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 renacieron prácticas electorales
anteriores a 1973. El acto se realizó con un nivel de participación que sobrepasó el 90% de la
población inscrita en registros fidedignos.
La franja diaria de la oposición, a pesar de ser
transmitida a las once de la noche, tuvo un gran éxito en su realización y su sintonía. La oposición
pudo disponer sus monitores del proceso de votación y del recuento de los votos en cada mesa.
Con dichos representantes, la oposición pudo organizar varios (uno oficial y dos de emergencia)
sistemas de cómputo de los totales regionales y nacionales de votos, paralelos a los del gobierno,
basados en los resultados de cada mesa, pudiendo comprobar la validez de las cifras oficiales. En
este esfuerzo la campaña por el “no” demostró tener una capacidad impresionante de movilizar y
organizar a miles de voluntarios a lo largo del país. El equipamiento necesario contó en parte con
ayuda financiera del National Endowment for Democracy del gobierno norteamericano.21
De todas maneras, la tarde y noche del 5 de octubre fueron de gran tensión. Después de
todo, no era cualquier gobierno el que la oposición desafiaba, sino un régimen autoritario con un
largo historial de violaciones a los derechos humanos cuyo apoyo militar era sólido, al menos por
parte del Ejército. Poco después de cerrar las primeras mesas, el gobierno comenzó a difundir los
resultados, los cuales mostraban una victoria del “sí.” Sin embargo, al avanzar el proceso de
cómputo comenzó a ser evidente que se estaba produciendo una victoria de la oposición, frente
a lo cual el gobierno dejó de difundir informaciones oficiales y algunos funcionarios comenzaron a
buscar la forma de producir un total con más de un millón de votos que mostrase aún una victoria
del “sí.” La oposición vió con alarma como los resultados de sus propios cómputos daban una
mayoría para el “no” pero la población sólo tenía informaciones de que ganaba el “sí,” las que se
seguían difundiendo muy parcialmente por la televisión, con lo cual había indicios de que
manifestantes favorables al gobierno saldrían a las calles. Ello podría producir una respuesta de
los partidarios del “no,” y al generarse disturbios el gobierno podría aprovechar una caótica
21
Para una colección de artículos y comentarios sobre las campañas del plebiscito y de la
elección presidencial escritos por uno de los principales organizadores de la franja televisiva y de
la publicidad de la oposición véase Eugenio Tironi, La invisible victoria (Santiago: Ediciones Sur,
1990). Alan Angell, “International Support for the Chilean Opposition 1973–1989: Political
Parties and the Role of Exiles,” trabajo inédito, dice que la oposición chilena recibió unos 5
millones de dólares de fuentes estadounidenses en los dos años inmediatamente anteriores al
plebiscito, 34. Este dinero, además del que provino de fuentes nacionales, se usó para realizar
encuestas, estudios de opinión con grupos focalizados, campañas para fomentar la inscripción
electoral, la preparación y filmación de la franja televisiva, las máquinas fax repartidas a lo largo del
país para comunicar los resultados de cada mesa a las tres centrales, y los computadores para
calcular los totales. Cabe notar que había planes para hacer todo el conteo de votos a mano en
caso de fallas eléctricas y cortes de líneas telefónicas.
situación para suspender el cómputo, declarar estado de sitio, y movilizar las tropas.
En
consecuencia, a eso de las nueve de la noche el jefe de la campaña del “no,” Genaro Arriagada,
decidió difundir públicamente los resultados parciales recopilados por la oposición, a pesar de
que se había comprometido con el gobierno a no hacerlo hasta no tener medio millón de votos
contados.
La situación siguió tensa y confusa por varias horas más, aunque el anuncio de Arriagada,
confirmado tentativamente por dirigentes de Renovación Nacional, retuvo las celebraciones de
los partidarios del “sí.” Pasada la medianoche, los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas
y de Carabineros llegaron a la sede del gobierno a una reunión convocada por Pinochet. Al entrar
al palacio presidencial, una periodista pudo hablar con el Jefe de la Fuerza Aérea, Fernando
Matthei, quien dijo sin lugar a dudas que los resultados entregados por la oposición eran
correctos, y que ganaba el “no.”
Su admisión, difundida instantáneamente por todo Chile,
impidió definitivamente que el gobierno siguiera en su frenético intento de generar y difundir
resultados parciales favorables al “sí.” Al llegar a la reunión con Pinochet, los Comandantes en
Jefe se encontraron con que el Ministro del Interior, junto con afirmar que el “no” había sacado
una mayoría de los votos, enfatizaba la “victoria” que significaba el hecho que el “sí” tuviera tanto
apoyo popular después de quince años de gobierno militar. Además, el ministerio había preparado un documento o un decreto dándole plenos poderes a Pinochet para disponer de todas
las fuerzas armadas, sellando así su “unidad” antes de entablar él ciertas negociaciones no
especificadas con la oposición. Los Comandantes dijeron que no firmarían nada, que no era
necesario, y que lo importante era seguir lo indicado en la Constitución. Y así fue. Después de la
reunión con los jefes militares, el Vice Comandante del Ejército entró a decirle a Pinochet que el
Ejército estaba “listo” y que le diera sus instrucciones; Pinochet le respondió lacónicamente que
“la Constitución se cumple.”22
Pasadas las dos de la mañana el gobierno reconoció oficialmente la victoria del “no.”
Mientras tanto, los dirigentes de la oposición le pidieron a sus partidarios que no salieran a la calle
a celebrar su victoria; la noche terminó con una tranquilidad sepulcral en Santiago y en las
22
Toda esta descripción de los acontecimientos de la tarde y noche del 5 de octubre de 1988
está basada en Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, “La historia oculta del
régimen militar: 5 de octubre,” apartado Nª 53 publicado por La Epoca, 29 de noviembre de 1988.
Esta fuente dice que el ministerio había preparado un “decreto,” pero una nota al margen se
refiere a otras fuentes que hablan sencillamente de un “documento” para darle plenos poderes a
Pinochet. La cita textual a Pinochet aparece en la 7. A pesar de que los autores aseguran
basarse en testimonios de primera mano, esta versión puede no ser enteramente fidedigna al
tratar lo que se discutió en el despacho de Pinochet. En todo caso, muestra que la transición
chilena estuvo a punto de naufragar esa noche, o por lo menos de cambiar enteramente de cariz,
de no mediar la actitud decidida de los Jefes de la Marina, la Aviación, y Carabineros.
principales ciudades del país. El cómputo final de los votos dio 54.7% por el “no,” y 43% por el
“sí.”
Los grandes consensos de la transición,
y los primeros pasos hacia la Constitución Democrática
No fue fácil, en los años anteriores al plebiscito, generar el consenso necesario entre las
diversas vertientes de oposición al régimen militar que permitieran, al final, el acuerdo para formar
la Concertación de Partidos por el “No.” Después de todo, sus componentes centrales, la
Democracia Cristiana y los diversos grupos Socialistas, se habían enfrentado duramente durante
el gobierno de la Unidad Popular, y la Concertación contó en su última expresión con 17 partidos
integrantes.
Tampoco fue fácil forjar posteriormente los acuerdos necesarios entre los
componentes de la Concertación para llevar una candidatura común a la Presidencia de la
República, y una sola lista básica para las elecciones parlamentarias.
Fueron numerosas las
personalidades políticas que tuvieron que renunciar a presentarse como candidatos. Pero frente
al nuevo desafío electoral principal, el de la presidencia, la oposición optó explícitamente por no
repetir la división entre los dos Kims en Corea del Sur que llevó a la elección del candidato del
gobierno militar, Roh Tae Woo, y la candidatura única a la presidencia debía ir acompañada, tanto
para darle mayor credibilidad como por razones de cálculo electoral, por una sola lista principal en
las parlamentarias. La historia de estos acuerdos, que no analizaré aquí, forma parte de toda una
suma creciente de pequeños consensos que a la larga facilitaron la transición a la democracia en
Chile y le dieron muchas de sus características distintivas.
Lo que no había ocurrido aún hasta el plebiscito era lo que puede llamarse los grandes
consensos de la transición, es decir, acuerdos entre la oposición y el gobierno militar y sus
partidarios sobre el curso de la democratización.
Habían habido muchas discusiones entre
intelectuales de los distintos sectores, y algunos líderes connotados de Renovación Nacional
llegaron a suscribir, con la oposición moderada, el llamado Acuerdo Nacional de 1986; no cabe
duda, como lo señala Arturo Fontaine Talavera, que estos contactos facilitaron el camino a las
negociaciones y consensos posteriores.23 En todo caso, estas experiencias involucraron a
sectores circunscritos de la derecha, quedando el gobierno militar mismo y muchos de sus
partidarios ligados a la Unión Democrática Independiente (UDI), el partido de derecha más cercano
al régimen militar, al margen de todas ellas, y no tuvieron un efecto directo sobre la forma en que
se realizó la transición.
Un paso absolutamente fundamental que significó crear un primer consenso político
general sin que mediara negociación alguna (y por ende, sin que hubiese un pacto formal al
respecto) fue la concesión por parte de la oposición de que aceptaría la Constitución de 1980
como la base legal para el tránsito a la democracia, concesión contenida en el hecho de
23
Fontaine Talavera, 26–30.
participar—y luego ganar—el plebiscito. Este paso fue motivado, inicialmente, por la falta de otras
alternativas para poner fin al régimen autoritario, y una vez ganado el plebiscito, por la necesidad
ineludible de mantenerse dentro de la legalidad so pena de que, en nombre de las violaciones de
la oposición a la constitución, el gobierno militar desconociera su derrota en las urnas y pusiera fin
a la transición. El aceptar la constitución le abrió a la oposición las puertas de la democratización, y
la adhesión a ella se convirtió en un medio para defender su curso.
El segundo gran consenso de la transición chilena, que sí fue objeto de negociaciones y
acuerdos formales (o pactos) entre las partes, se produjo en torno a un paquete de reformas a la
constitución. La oposición siempre sostuvo que era necesario hacer algunas alteraciones a la
constitución para “democratizarla,” de modo que el cambio de actitud en torno a este tema
provino, esta vez, de la derecha y del gobierno militar. La derrota de Pinochet en el plebiscito
llevó a la derecha y al gobierno a hacer una nueva lectura del texto que habían presentado por
años como la pieza central del legado institucional del gobierno militar.
Esta lectura estaba
condicionada, dados los porcentajes de votos a favor del “no” y del “sí,” por la expectativa casi
segura de que la oposición al gobierno militar—si se mantenía unida—iba a ganar al año siguiente
la elección presidencial, una mayoría en la Cámara Baja y una mayoría de los escaños sujetos a
elección popular en el Senado.
Esta expectativa le daba un cariz enteramente distinto al
fortalecimiento de los poderes presidenciales en la constitución y, en especial, convertía el largo
período presidencial de ocho años, aparentemente tan certero al tratarse de Pinochet, en una
estipulación altamente desatinada al tener que entregarle la presidencia a la oposición. Por lo
tanto, el gobierno militar y la derecha pensaron que convenía al menos reducir el período
presidencial a la mitad, y para ello había que reformar la constitución. Pero la CT, válida aún, había
dejado establecido claramente que cualquier cambio constitucional requería no solamente de un
acuerdo entre el presidente y la junta, sino también de un nuevo plebiscito. ¿Pero podrían el
gobierno militar y sus partidarios obtener el voto conforme del electorado para una reforma a la
constitución que no tuviera el visto bueno de los líderes de la oposición? Lo más probable era
que se repitiera el resultado ya visto, con el agravante, desde el punto de vista del gobierno y de
la derecha, de producir no sólo una nueva derrota política del gobierno sino que también un voto
de rechazo a la Constitución, abriéndose así la posibilidad de redactar una totalmente nueva. No
había, en suma, forma alguna de cambiar la constitución sin negociar algún acuerdo con la
oposición. Es por ello que la exigencia introducida al comenzar a aplicarse la CT, como indiqué
arriba, de que cualquier cambio constitucional requería no sólo el voto de la Junta como poder
constituyente, sino también un plebiscito, se convirtió en una innovación fundamental para la
democratización chilena.
A la derecha, especialmente a la más moderada representada por Renovación Nacional,
le preocupaba también lo que veía como errores y omisiones en la constitución.
Los más
significativos, dada la nueva correlación de fuerzas políticas, se encontraban en el Capítulo XIV
sobre reformas a la propia constitución. Aunque para aprobar reformas a la constitución se
requería el voto conforme ya sea de tres quintos o dos tercios—dependiendo de lo que se
estuviera reformando—de los senadores y diputados en sus respectivas cámaras, el presidente
podía (usando un nuevo e importante poder anteriormente desconocido en la legislación chilena)
hacer vetos sustitutivos y/o aditivos a artículos específicos del proyecto, los que, al ser discutidos
por el congreso, ¡sólo requerirían para ser aprobados de una mayoría simple en ambas cámaras!
(art. 117, inciso quinto). Dados los votos de los nueve senadores que serían designados por
Pinochet, la Corte Suprema, y el Consejo de Seguridad Nacional, era casi seguro (proyectando
nuevamente el porcentaje a favor del “no” a las parlamentarias) que la Concertación no iba a tener,
a pesar de que tal vez alcanzase la mayoría simple, los tres quintos (y menos los dos tercios) de
los votos necesarios en el Senado para aprobar proyectos de reforma constitucional o de cambio
a las leyes orgánicas constitucionales sin el consentimiento de la derecha. Pero esto significaba
que la derecha moderada tenía que oponerse a hacer todo cambio a la constitución, ya que
desde el momento en que daba su consentimiento en principio a algún proyecto de reforma,
perdería el control sobre el proceso final de aprobación del contenido de la misma: el nuevo
presidente podría hacer vetos aditivos y/o sustitutivos y modificar el proyecto en forma
significativa con la mayoría simple. Para la derecha moderada ésta era una gran desventaja,
porque en el contexto post-plebiscitario tenía que competir políticamente proyectando una
imagen pro-democrática, distanciándose incluso de las posiciones del gobierno militar, con lo cual
no le convenía asumir una posición a todo costa contraria a todo cambio constitucional; pero por
otro lado no podía aceptar ser cómplice con sus votos de un proceso legislativo que le diera todo
el poder de determinación final del contenido de las reformas, que con toda seguridad serían
propuestas, a la Concertación.
El segundo error notable en el Capítulo XIV era que exigía el voto favorable de la
legislatura electa inmediatamente después de aquélla que aprobó inicialmente alguna reforma al
tratarse de materias fundamentales—lo cual correspondía
a la intención
de dificultar
enormemente cualquier cambio significativo—pero esta estipulación no incluía al propio Capítulo
XIV entre aquellas materias fundamentales. En otras palabras, la Concertación podría aprobar
todas las reformas que quisiese con la primera legislatura entrante después de haber cambiado,
antes que nada, el propio Capítulo XIV. Era entonces previsible que la primera batalla legislativa
una vez iniciado el gobierno de la Concertación iba a ser sobre el mecanismo de reformas a la
constitución. Esto significaba que la derecha moderada tendría que oponerse a este cambio
inicial, bloqueando lo que podría ser presentado por el nuevo gobierno electo como una traba
formal al inicio de un proceso de democratización, ya que no hacerlo podía significar que la
Concertación, en un posterior trámite legislativo después de hechos los vetos aditivos y/o
sustitutivos a los artículos correspondientes, podría incluso cambiar totalmente los quórum de
votos requeridos para cambiar todo el texto constitucional, estableciendo la mayoría simple para
las reformas siguientes. La derecha quedaría así en una situación de total impotencia legislativa.
Por ende, sus dirigentes tomaron la iniciativa de convocar a la Concertación a un diálogo amplio
sobre reformas antes del inicio del nuevo gobierno que saldría de las elecciones presidenciales y
parlamentarias convocadas para fines de 1989.
El diálogo en torno a las reformas comenzó formalmente entre Renovación Nacional y la
Concertación a comienzos de abril de 1989.24 Sus dirigentes crearon de común acuerdo y sin
intervención del gobierno las llamadas Comisiones Técnicas para encausar las discusiones.
Posteriormente, el Ministro del Interior Carlos Cáceres, nombrado por Pinochet para hacerse
cargo de dirigir el proceso político que se abría luego su derrota en el plebiscito, convocó a los
líderes políticos a una rueda de negociaciones en torno a reformas constitucionales.
Tuvo
reuniones separadas con los representantes de la Concertación y de Renovación Nacional, pero
éstos a su vez compartieron la información que cada uno obtenía de Cáceres y tomaron
posiciones de común acuerdo frente al gobierno.25
Los líderes de la Concertación no quisieron producir un juego de suma-cero con la
derecha sobre temas tan fundamentales como eran las reformas constitucionales.
Hubieran
podido, tal como insistían algunos dirigentes del sector de izquierda en la Concertación misma,
usar los vacíos en el texto constitucional para lograr las reformas que quisiesen siguiendo los
procedimientos descritos arriba.
Otros dirigentes
se mostraron mucho más cautos,
argumentando que no había que volver a usar “resquicios legales,” tal como ocurrió durante el
gobierno de la Unidad Popular, para forzar el curso de los acontecimientos. Hubo al final acuerdo
en que emplear esa estrategia hubiera significado llevar al país a un clima de inestabilidad que
había que evitar a toda costa, según la estrategia diseñada especialmente por Patricio Aylwin, ya
que podría ser aprovechado por los sectores más extremos de la derecha para propiciar una
renovada intervención militar (y de la izquierda más intransigente para exigir una larga serie de
alteraciones que en el fondo sólo podrían servir de pretexto para las acciones anti-democráticas
de la extrema derecha).
Asimismo, no convenía por ningún motivo crear situaciones que
empujaran a la derecha más moderada hacia posiciones duras dado su temor de perder todo
control sobre el proceso de cambios. Siguiendo este mismo razonamiento, la Concertación se
24
Véase La Epoca, 6 de abril de 1989, 10.
Me baso en parte para el análisis que presento aquí de los antecedentes de la negociación
de las reformas constitucionales de mediados de 1989 en José Antonio Viera-Gallo, “El acuerdo
constitucional: negociación y efectos políticos,” presentación al libro de Francisco Geisse y José
Antonio Ramírez Arrayas, La reforma constitucional (Santiago: CESOC, 1989), 15–19. VieraGallo, posteriormente diputado socialista, participó en la Comisión Técnica de la Concertación que
negoció las reformas.
25
mostró dispuesta a aumentar las mayorías necesarias para aprobar los vetos aditivos o sustitutivos
del presidente en casos de reforma constitucional a las mismas que se necesitarían para aprobar
el proyecto de reforma en primera instancia. En todo caso, dado que la situación política había
acorralado al gobierno y a la derecha en una posición tal que necesitaban del acuerdo de la
Concertación para realizar los cambios que deseaban, la Concertación podía a su vez exigir que
se hicieran una lista considerable de cambios “democratizantes” en la constitución. Por su parte
la derecha moderada veía con buenos ojos la mayoría de los cambios propuestos por la
Concertación, especialmente ya que ésta aceptó modificar lo que Renovación Nacional más
temía—los mecanismos de reforma de la Constitución. La nueva situación creada por la derrota
de Pinochet y por las negociaciones le daba a la derecha moderada la iniciativa política
prácticamente por primera vez durante una dictadura militar sobre la cual tuvo poca influencia.
Para Renovación Nacional era por ende fundamental coronar con el éxito las discusiones, so
pena de perder nuevamente la iniciativa y de no aprovechar cabalmente la oportunidad para
proyectarse políticamente como el principal partido de derecha.
No era del todo claro que Pinochet y sus asesores más duros quisiesen realizar
negociación alguna para cambiar la Constitución. Ciertamente, necesitaban el acuerdo de la
Concertación para acortar el próximo período presidencial a cuatro años, dado el plebiscito
necesario para hacer este cambio, pero no querían aceptar ninguna reforma propuesta por la
Concertación. Podrían, en consecuencia, haber seguido otra estrategia, la que no requeriría
negociación alguna aunque hubiera dejado inalterados los ocho años del período presidencial
entrante. Podrían haber tratado de constreñir al máximo todo cambio constitucional con leyes
orgánicas constitucionales, a pesar de lo fácil que, inadvertidamente, resultaría cambiar la
constitución del modo ya indicado al iniciarse el futuro gobierno de la Concertación. Sin embargo,
al tratar éste de hacer los cambios constitucionales los militares y sus aliados podrían argüir que
éstos vulnerarían gravemente el sentido de la institucionalidad vigente—dadas las nuevas leyes
orgánicas—provocando así una crisis política.
En ese momento se podría esperar que la
izquierda insistiera en realizar los cambios, y se podría alinear por consiguiente a todos los
sectores de derecha en un plano de resistencia a ellos. Este contexto político generaría una
crisis de confianza entre los inversionistas, con lo cual se pasaría rápidamente a un deterioro de la
situación económica generando incertidumbre y manifestaciones; en suma, una situación
proclive para efectuar un nuevo golpe militar que restableciese el régimen bajo el liderazgo de
Pinochet.
Sin embargo, esta estrategia era riesgosa porque el Tribunal Constitucional podría
oponerse a una redacción de las leyes orgánicas que excediese su función especificadora de
aspectos de la constitución, con lo cual el gobierno entrante no estaría tan atado de manos.
Además, la estrategia requería de una férrea unidad de todos los sectores militares para oponerse
a cualquier negociación de cambio constitucional, ya que estaba supeditada a la idea de provocar
una situación de crisis frente a la cual la unidad de los militares era indispensable. Y esta unidad
no existía. La noche misma del plebiscito los jefes militares no quisieron darle carta blanca a
Pinochet para enfrentar solo, con respaldo militar total, una negociación con la oposición, tal como
señalé arriba.
Esta actitud subsistiría posteriormente.
En un momento clave de las
negociaciones constitucionales, habiéndose ya iniciado el diálogo con el gobierno a través del
Ministro Cáceres, éste renunció a su cargo el 26 de abril porque Pinochet y sus asesores más
cerrados rechazaron los acuerdos que Cáceres había aceptado.26 Ello provocó la amenaza de
renuncia de varios otros ministros aperturistas, con lo cual se generaba una crisis en el centro
mismo del gobierno militar.27 Convocada una reunión de los Comandantes en Jefe para discutir la
situación, éstos le insistieron a Pinochet que se debía llegar a acuerdos sobre reformas
constitucionales con la oposición. Es probable que los propios altos oficiales del Ejército hayan
presionado en el mismo sentido. En esas circunstancias, a Pinochet no le quedó otra alternativa
más que reconfirmar a Cáceres en su puesto, darle su autorización para concretar el acuerdo que
ya tenía casi listo, y presentarlo al país en un nuevo plebiscito.28 Antes de finalizar el acuerdo, sin
embargo, Cáceres exigió no sólo la reducción del período presidencial a cuatro años, cosa que
quedó consignada en un nuevo inciso agregado al artículo 29 de la CT,29 sino que también que
el gobierno pudiese redactar posteriormente una nueva ley orgánica constitucional referida a la
carrera militar y a las fuerzas armadas. Esta última exigencia muestra que un aspecto de la
estrategia confrontacional recién mencionada fue adoptada por el gobierno, cosa que se
ampliaría posteriormente con las llamadas “leyes de amarre” y la ley electoral.
Los acuerdos fueron llevados a un plebiscito en Julio de 1989, siendo aprobados por
una abrumadora mayoría de votos al llamar tanto la Concertación como la derecha a marcar el “sí.”
Con ese plebiscito, la derecha y el gobierno militar podían decir que la Constitución de 1980
había sido aprobada por una grandísima mayoría de los chilenos en un acto libre, siendo por lo
tanto plenamente legítima.30
26
Como estas negociaciones concluyeron en serie de cambios
Véase La Epoca, 27 de abril de 1989, 8. Para una discusión de las percepciones de la
derecha más dura sobre las negociaciones véase la “Bitácora” de Ascanio Cavallo, en La Epoca, 7
de mayo 1989, 7.
27
Véase APSI, no. 302, 1–7 de mayo de 1989, 7.
28
La historia de los entretelones de las negociaciones constitucionales de abril a junio de 1989
aún no se ha escrito cabalmente. Agradezco a Arturo Valenzuela el haberme facilitado apuntes
de sus entrevistas con algunos de los participantes en las negociaciones y con asesores del
gobierno militar, apuntes que complementaron la información disponible en la prensa.
29
¿Pensaba Pinochet que podría volver a ocupar la presidencia después de cuatro años? Esto
es posible, especialmente dado que después del plebiscito hizo referencias al cónsul romano
Cincinato, de quien se dice—en lo que es más leyenda que historia—que fue llamado a volver a
ocupar la jefatura del Estado después de haberse retirado a cultivar la tierra. Cabe señalar que en
los círculos del gobierno no había ninguna confianza en la capacidad de la Concertación de
gobernar el país sin generar grandes crisis.
30
El argumento que la Constitución de 1980 es legítima dada la votación en el plebiscito de julio
de 1989 puede verse en las siguientes palabras de la Senadora Designada (por la Corte
Suprema) Olga Feliú. Al preguntarle un periodista si ella no consideraba que el mecanismo de la
designación de senadores era un procedimiento antidemocrático, ella respondió: “No comparto
esa opinión. Sería antidemocrático si estuviera más allá de la voluntad del pueblo. Pero la
designación de senadores fue aprobada en forma mayoritaria, indiscutible, en el plebiscito sobre
reformas constitucionales realizado el año pasado, por más de 7 millones de chilenos.” El
Mercurio, Edición Internacional, 22–28 de febrero de 1990, 6. Naturalmente, el plebiscito no se
hizo precisamente sobre los senadores designados, sino sobre las reformas a la constitución,
que incluían un aumento de los senadores electos con el propósito de reducir la proporción de
bastante importantes a la Constitución de 1980, puede decirse que la CPDP que salió del
despacho de Pinochet diez años antes nunca entró plenamente en vigencia, y que con estas
modificaciones se inició el proceso aún no acabado de crear lo que he llamado aquí la Constitución Democrática de 1980 (CD).
Fuera de la ya mencionada reducción a cuatro años sin reelección del siguiente período
presidencial, el asumido por Patricio Aylwin, y el cambio al Capítulo XIV para fortalecer el poder del
congreso frente a los vetos aditivos o sustitutivos del presidente en los proyectos de reforma
constitucionales, las revisiones más importantes al texto original de la CPDP fueron las siguientes:
1. Al tratarse de reformas constitucionales, se eliminó la necesidad de contar con la
aprobación sin discusión ni alteraciones de una segunda legislatura electa
después de la que aprobó el proyecto. Esto hacía posible cambiar la constitución
desde el primer período de gobierno democrático.
2. Se agregó al Presidente del Senado al Consejo de Seguridad Nacional, con
derecho a voz y voto, con lo cual el número de integrantes con derecho a voto en
el mismo pasó de siete a ocho. El Consejo dejó así de tener una mayoría de
militar, ya que incluye a los cuatro Jefes de las Fuerzas Armadas y de Orden. El
Presidente del Senado es, además, una autoridad sujeta, primero, a elección
popular, y luego a la elección interna del Senado, con lo cual su cargo tiene
legitimación democrática.
3. Una nueva redacción de las atribuciones del Consejo de Seguridad Nacional
limitó la posibilidad que se atribuya un poder tutelar sobre las autoridades
públicas. La redacción original le permitía al Consejo “representar” a toda
autoridad su opinión sobre cualquier materia, lo cual era especialmente grave al
haber una mayoría de militares en el Consejo. La noción de “representar” se usa
en la jerga legal chilena para referirse a los poderes de la Contraloría General de
obligar a una autoridad pública a dar cuentas (en este caso principalmente
financiero-legales) de su gestión. El uso de esta expresión se entendía
relacionada a la facultad de las Fuerzas Armadas de ser “garantes” del order
constitucional, de modo que podía prestarse, en casos extremos, para
interpretaciones que le dieran prácticamente un poder de intervención a los
militares en las decisiones de las autoridades de gobierno. En la nueva redacción
el término “representar” se sustituyó por “hacer presente,” y en vez de a
“cualquier autoridad,” se indica que sólo será al Presidente, al Congreso, y al
Tribunal Constitucional. 31
4. El artículo 8 que dejaba fuera de la ley a quienes propagasen doctrinas
“totalitarias” o de “lucha de clases” fue eliminado, aunque se mantuvieron las
proscripciones a quienes tengan conductas que sean anti-democráticas, que
inciten a la violencia, o “procuren el establecimiento de un sistema totalitario” (art.
19, número 15, inciso 6). Con este cambio, ninguno de los partidos chilenos
los designados.
31
Véanse Andrade Geywitz, 234, y Geisse y Ramírez Arrayas, 133–34. Una nueva propuesta
de reforma constitucional presentada por el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle con acuerdo de
la directiva de Renovación Nacional a comienzos de 1996 eliminaría toda votación en el Consejo
de Seguridad Nacional.
quedaba fuera de la ley, incluído el Partido Comunista, y la prohibición que afectó
al Movimiento Democrático Popular (creado en 1984 para aglutinar a socialistas
de izquierda y a comunistas) se levantó.
5. El número de senadores elegidos aumentó de 26 a 38 para reducir la proporción
de los 9 que son designados por el Presidente, el Consejo de Seguridad
Nacional y la Corte Suprema. Este cambio aumentó además la representación de
las regiones más pobladas del país, las que de todas formas siguieron siendo
desfavorecidas.
6. Se eliminaron una serie de inhabilidades que impedían que dirigentes gremiales
fueran candidatos a cargos parlamentarios.
Esto hacía que dirigentes
importantes de la oposición no pudiesen ser candidatos, pero afectaba también a
algunas figuras de la derecha.
7. A insistencia del gobierno militar, como vimos arriba, se estipuló que una ley
orgánica constitucional establecería la normativa para los ascensos y retiros de las
Fuerzas Armadas.
8. Se redujeron ciertas atribuciones del Presidente de la República, como la
facultad de disolver la Cámara de Diputados y llamar a nuevas elecciones, y sus
poderes en caso de declararse el estado de sitio.
9. Y se estableció que los tratados internacionales suscritos por Chile tendrían
fuerza legal internamente, noción que los defensores de los derechos humanos
recibieron como un avance importante por ser Chile signatario de la convención
de Ginebra sobre derechos humanos.32
Estas reformas, tal como lo dijeron los voceros de la Concertación, aún no bastaban para
darle a Chile una constitución plenamente democrática. La Concertación señaló como defectos
el que se mantuvieran los senadores designados (aunque fuera con un peso numérico menor); el
dejar exclusivamente en manos del gobierno militar la preparación y promulgación de una ley
orgánica constitucional sobre la carrera militar; el que la redacción del número 15 agregado al
artículo 19 en sustituto del derogado artículo 8 (que proscribe a quienes propaguen doctrinas
totalitarias o de lucha de clases) fuera aún demasiado estricta; el que el Consejo de Seguridad
Nacional siguiera con poderes demasiado amplios aún, ya que debiera ser solamente un
organismo asesor del Presidente de la República; y el que no se hubiera tocado el problema que
representaban la falta de democracia en los gobiernos municipales y regionales, la composición
del Tribunal Constitucional que debiera tener más representantes escogidos por los poderes
sujetos a elección popular, y las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso para darle mayores
atribuciones a éste último.33
32
El texto de las modificaciones aprobadas en las negociaciones aparece como separata de La
Epoca, 2 de junio de 1989.
33
Véase La Epoca, 2 de junio de 1989, 8, que contiene la declaración de la Concertación sobre
los avances y carencias de las reformas constitucionales; y Viera-Gallo, 18.
Las postrimerías del gobierno militar y las “leyes de amarre”
No le era fácil al gobierno militar entregar las riendas del Ejecutivo a una coalición que
incluía a representantes de los partidos de izquierda que poco tiempo antes había considerado
no sólo sus adversarios sino sus enemigos.
Temía que el nuevo gobierno iniciase
investigaciones y juicios sobre los actos y personeros del régimen saliente, y no sólo por las
violaciones a los derechos humanos. También dudaba sobre la capacidad de la oposición de
administrar el país y de no quedar presa de las presiones de los grupos sociales, especialmente
populares, que la apoyaban.
En consecuencia, concluído el plebiscito, las declaraciones de los militares subieron de
tono. Ante comentarios públicos de los líderes de la oposición, entre ellos Patricio Aylwin, con
respecto a la conveniencia de que Pinochet renunciara a la comandancia en jefe del Ejército a
pesar de que, según la CT, podía continuar hasta 1997, el Cuerpo de Generales del Ejército
emitió una declaración diciendo que haría respetar la constitución “ya sea por la vía de la
representación o de las armas.” 34 Posteriormente, el propio Pinochet se encargó de definir, en
su discurso anual conmemorando su acceso a la jefatura del Ejército, el lugar que tendrían los
militares en la nueva situación política, dejando claro que éstos debían ejercer un rol tutelar sobre
el conjunto del Estado. Conviene citarlo directamente para que pueda apreciarse el tenor del
momento, y cuán cerca estaba de asumir las posiciones confrontativas que tensarán el proceso
de transición.
Pinochet aseguró que los militares “nunca han mirado el desarrollo de la vida nacional
como quien observa desde fuera un proceso ajeno y lejano;” que es “¡un profundo error!” decir
que las fuerzas armadas tienen por “única misión la defensa de nuestro soberano territorio;” que
es por ello que en la nueva constitución se reconoce explícitamente “la natural función de la
Fuerzas Armadas y de Carabineros en su condición de garantes del orden institucional de la
República;” que la misión militar “no se confunde ni se agota en una acción o período
gubernativo, porque las Fuerzas Armadas trascienden gobiernos, grupos y personas,” siendo
“¡ellas...instituciones permanentes y esenciales de la nación chilena!;” y que “con justicia
podemos exigir que quienes nos sucedan en el poder político actúen con estricta sujeción al
espíritu de la Carta Fundamental y a sus valores trascendentes.”
En consecuencia, más
concretamente, el nuevo gobierno debe “impulsar y desarrollar las acciones...necesarias para
34
El Mercurio, edición internacional, 22–28 de junio de 1989, 1. El vicecomandante del
Ejército ya había asegurado a comienzos de junio, ante una pregunta periodística respecto a la
actitud del Ejército frente a un quiebre de la “institucionalidad” que “ya lo vieron el 11 de
septiembre de 1973.” La Epoca, 7 de junio de 1989, p.13.
evitar la propagación de la 'lucha de clases,' en cualquiera de sus formas;” “aplicar las normas
legales que impidan el desarrollo de conductas terroristas, así como sancionar su realización...;” y
“respetar las opiniones y solicitudes de informes que emanen del Consejo de Seguridad
Nacional...” El discurso también dejó en claro que las fuerzas armadas mismas e incluso la
“definición y aplicación de la política de Defensa [sic], en particular en lo que se refiere a materias
de exclusiva competencia profesional de las FF.AA.,” eran un dominio reservado en el cual no
debe intervernir el gobierno, hecho que se desprende también del respeto por la constitución y
las leyes. 35 Así, el futuro gobierno debe respetar “la inamovilidad de los actuales comandantes
en jefe de las FF.AA., y del general director de Carabineros;” “velar por el prestigio de las Fuerzas
Armadas, de Orden y Seguridad Pública, e impedir los intentos de represalias hacia sus miembros
por razones de orden política,” manteniendo “la plena vigencia de la ley general de amnistía” de
1978.
También debe dejar exclusivamente en manos militares “la modernización y el
perfeccionamiento...de la capacidad defensiva-disuasiva del país;” “la estructura del mando y la
organización interna de las respectivas instituciones, incluyendo las políticas de personal;” “...la
independencia en sus planes orgánicos de instrucción y de docencia;” “los sistemas de ingreso,
ascensos y retiros del personal militar;” “la planificación de guerra y las políticas de carácter
logístico;” “la definición de sus necesidades y los requerimientos de orden presupuestarios...;” y
debe asimismo “respetar la competencia de la judicatura militar.”
Pinochet aclaró que las
relaciones cívico-militares serían “mejores” sólo “a partir de la total aceptación de las materias
señaladas,” y que había una “monolítica unidad de las instituciones armadas en torno a ellas.”
Finalizó caracterizando a los partidos de la Concertación como unos que “quieren retornar...a los
funestos días de la mal llamada Unidad Popular, con los trágicos efectos que ello tendría para los
chilenos.” Por lo mismo, las nuevas autoridades que asuman el gobierno deben darle “todos los
recursos” a las FF. AA. para que puedan cumplir sus “funciones,” y que ante” ¡...una patria
amenazada no titubearán en hacer uso de sus legítimas atribuciones!”36
Dado el contexto,
huelga decir que dicha amenaza no provendría del exterior.
Este discurso muestra muy bien la enorme desconfianza que le tenía Pinochet a la
Concertación. Los hechos mostrarían posteriormente que el gobierno de Aylwin y los líderes
políticos de su coalición (e incluso muchos de la derecha) no harían caso a la mayoría de estas
advertencias. El presupuesto militar ha sido objeto de amplias discusiones parlamentarias y de
algunas reducciones. La política seguida por el gobierno en cuanto a los derechos humanos no
ha cerrado la posibilidad de hacer juicios a los militares, muchos aún en servicio activo.
Las
promociones de los militares, que a pesar de ser propuestas por los comandantes en jefe deben
ser aprobadas por el gobierno, el cual, en consecuencia, ha tenido en cuenta su actuación en
casos de violaciones a los derechos humanos. Se ha reformado el sistema judicial con el fin de
reducir la potestad de los tribunales militares sólo a quienes tiene fuero militar, restableciendo las
atribuciones de la justicia civil sobre las causas seguidas a los civiles. Y el Consejo de Seguridad
35
Para una discusión del concepto de “dominio reservado” y de su importancia para el estudio
de la consolidación democrática, véase J. Samuel Valenzuela, “Democratic Consolidation in PostTransitional Settings: Notion, Process, and Facilitating Conditions,” en Scott Mainwaring,
Guillermo O’Donnell and J. Samuel Valenzuela, eds., Issues in Democratic Consolidation: The
New South American Democracies in Comparative Perspective (Notre Dame, IN: Notre Dame
University Press, 1992).
36
La Epoca, 24 de agosto de 1989, 13. He alterado un tanto la secuencia de las aseveraciones
Nacional, convocado varias veces por el Presidente Aylwin para discutir materias tales como el
narcotráfico y la delincuencia, y una vez por el Presidente de la Corte Suprema y el General
Pinochet, no ha sido fuente de dificultades políticas.
La desconfianza de Pinochet y la Junta hacia la Concertación se manifestó en la
aprobación de una serie de leyes a través de las cuales trataron de limitar lo más posible su
representación parlamentaria y los poderes del Ejecutivo y del Congreso entrantes en áreas que
consideraban críticas. Estas leyes, discutidas mayormente en secreto durante su preparación,
popularmente fueron llamadas “de amarre,” ya que dejaban “todo bien amarrado” para que el
nuevo gobierno no pudiera abrir ciertos aspectos de política o tuviera una autoridad limitada sobre
ellos.
Las leyes de “amarre” más importantes (que siendo “orgánico-constitucionales” no
pueden alterarse sin un voto conforme de las cuatro séptimas partes de los diputados y
senadores en ejercicio) reglamentaron los aspectos siguientes:
1. Una ley del Congreso estableció como medida transitoria y excepcional que se
suspendía la facultad constitucional de la Cámara de Diputados para investigar y fiscalizar
los actos de todos los miembros y funcionarios del régimen militar. Ello impediría incluso
aclarar casos de corrupción. Creó también la planta de funcionarios del Congreso, y fijó
su sede en Valparaíso.37
2. Una ley sobre los funcionarios públicos le dio permanencia en sus cargos a casi todos
quienes trabajaban en las oficinas del Estado, fijando las plantas de los ministerios y
servicios, con lo cual la capacidad de nombramiento de nuevos funcionarios por parte del
nuevo gobierno quedó limitada a unas 400 personas siendo que bajo la reglamentación
creada durante el gobierno militar había unos 30.000 funcionarios de exclusiva confianza
del Presidente de la República. 38
3. Una ley sobre el Banco Central especificó lo contenido en la constitución sobre su
autonomía con respecto al Poder Ejecutivo, dejándolo a cargo de la política monetaria,
incluída la cambiaria y crediticia tanto interna como externa, aunque el Ministro de
Hacienda puede vetar sus decisiones.39 Los nombramientos para el Consejo Directivo
del Banco Central fueron hechos en consulta con la oposición, lo cual fue excepcional.
4. Leyes sobre las Municipalidades y los llamados Codecos y Coredes (Consejos de
Desarrollo Comunal o Regional compuestos por representantes de organizaciones
sociales que debían actuar como una especie de poder legislativo para los gobiernos
locales y provinciales) dejaron en manos del futuro Presidente de la República el
nombramiento de sólo 15 de los 325 alcaldes del país. El resto sería nombrado por los
en el discurso, pero sin cambiar su sentido o tono.
37
Véanse La Epoca, 7 de octubre 1989, p.12; La Epoca, 8 de octubre 1989, 13; y La Epoca, 9
de octubre 1989, 8, para un resumen de los puntos principales de la ley y comentarios en favor y
en contra.
38
Hoy, # 637 del 2 al 8 de octubre de 1989, 21. Trabajaban unas 300.000 personas para el
Estado en Chile, excluyendo el personal de minas e industrias estatales.
39
Hoy, #631, 21–27 de agosto 1989, 10.
Codecos, los cuales a su vez debían ser nombrados por Pinochet antes de dejar el
poder.40 Pinochet nombró por sí solo a todos los alcaldes del país durante su régimen.
5. Una ley del Poder Judicial para regular la carrera judicial y el funcionamiento y atribuciones
de los tribunales; otras medidas concernientes a la Corte Suprema le permitieron a los
jueces de la Corte Suprema acogerse a la jubilación con una indemnización considerable,
con lo cual Pinochet pudo nombrar a nueve nuevos jueces, una mayoría de los miembros
de la corte, antes de dejar el gobierno.41 Cabe recordar que según la Constitución de
1980 los jueces de la Corte Suprema intervienen en el nombramiento de cuatro de cinco
miembros del Tribunal Calificador de Elecciones, tres de siete miembros del Tribunal
Constitucional, tres de los nueve senadores designados, y su Presidente es miembro del
Consejo de Seguridad Nacional.
6. Leyes sobre las Fuerzas Armadas y Carabineros, limitando grandemente las facultades
del futuro Presidente de la República sobre los militares. A pesar de que la Constitución
de 1980 (arts. 32, # 18–20; 90–94) establece formalmente la dependencia de las FF.AA.
del Presidente y el Ministerio de Defensa, nociones reiteradas en la ley orgánica
respectiva, el Presidente debe designar a los Comandantes en Jefe de entre los cinco
oficiales de mayor antigüedad por cuatro años. Estos son inamovibles durante ese
período de no mediar el voto favorable, en casos calificados, del Consejo de Seguridad
Nacional. Estas normas, obviamente, sólo entran en vigencia una vez terminado los ocho
años adicionales que la CT daba a los comandantes en ejercicio, incluído Pinochet.42
Además, la facultad constitucional del Presidente de “disponer los nombramientos,
ascensos y retiros de los Oficiales” queda altamente coartada por el artículo 7 de la ley
orgánica. El Presidente sólo puede disponerlo en cada caso siguiendo la proposición del
Comandante en Jefe de la rama respectiva. Aunque esto significa que en principio no
puede remover a ningún oficial sin que medie dicha proposición, de hecho puede
hacerlo al vetar una proposición de ascenso (o no dar curso al decreto ministerial
correspondiente, en cuyo caso el oficial pasa a retiro siempre que haya, o una vez que
haya, cumplido el tiempo máximo en el grado). La facultad presidencial de “organizar y
distribuir” las fuerzas a lo largo del territorio, y el asumir “la jefatura suprema” (sin
mayúsculas) en casos de guerra, expresiones contenidas en la constitución, también se
limitan frente a los poderes del Comandante en Jefe según la ley orgánica. El
Comandante en Jefe es quien propone a través del Ministerio de Defensa la “disposición,
organización y distribución” de las fuerzas, aunque el Presidente decide; además, el
Comandante en Jefe puede “formular las doctrinas que permitan la unidad de criterio en
el ejercicio del mando,” poder que no está limitado en ningún modo. La ley también
establece que las fuerzas armadas deben recibir cada año del presupuesto nacional al
menos tanto como obtuvieron, en términos reales, en el presupuesto de 1989, y un 10%
de las ventas totales de cobre de Codelco, la compañía estatal. La ley también permite
que la inteligencia militar quede completamente en manos de los Comandantes en Jefe,
que los programas de entrenamiento y el currículum de las escuelas militares queden en
manos castrenses, y que los tribunales militares tengan potestad sobre causas que
involucraran al personal adscrito al fuero militar.43
40
El Mercurio, edición internacional, 18–24 de enero de 1990, 1.
Véanse Genaro Arriagada Herrera, “¡Vencerán...pero no gobernarán!” en La Epoca, 11 de
octubre de 1989, 8; Hoy, #637, 2–8 de octubre de 1989, 22.
42
Sin embargo, los jefes de la Armada y de la Aviación ofrecieron sus renuncias al Presidente
Aylwin.
43
Véase El Mercurio, edición internacional, 11–17 de enero de 1990, 1 y siguientes. Algunos
de los principales artículos de la ley aparecen en La Epoca, 16 de enero de 1990, 12. Las
reacciones discrepantes de los partidos de la Concertación aparecen en La Epoca, 17 de enero
41
7. Una ley electoral que estableció un sistema único—binominal por distrito electoral, y bimayoritario por lista—en los anales electorales. Se eligen dos representantes por cada
distrito, y cada lista partidaria debe presentar un máximo de dos candidatos en cada
distrito. Para determinar quienes son electos (suponiendo en esta discusión que todas
las listas presentan dos candidatos y no uno) se suman primero los votos totales
obtenidos por cada lista, y si la primera lista ganadora tiene más que el doble de los votos
de la segunda entonces elige a los dos representantes. Si los votos de la primera lista
ganadora no duplican el total de la segunda, ésta elige solamente a uno de sus
candidatos, el que obtuviera más votos, y la segunda lista elige al que haya sido más
votado entre los suyos. Con este sistema, la segunda lista puede elegir a la mitad de los
representantes con una minoría de la votación, minoría que tendría que equivaler a un
poco más de un tercio si se presentan dos listas pero que podría ser menos
dependiendo del número de listas que se presenten y de la distribución de los votos
entre ellas. Obviamente, el sistema fue creado pensando que la derecha unida obtendría
un resultado similar al del plebiscito, es decir, que sería la segunda fuerza pero que
obtendría más de un tercio de los votos; con ese tercio podría aspirar a elegir la mitad de
los escaños parlamentarios sujetos a elección popular. Esta ley fue acompañada de una
sobre distritos electorales, la que—al darle representación a todas las secciones del
territorio nacional—permite que las partes menos pobladas (y más conservadoras) elijan
más parlamentarios que las grandes ciudades.
La ley electoral era una pieza clave en todo el aparataje legal mediante el cual el gobierno
militar trataba de limitar el poder del gobierno entrante. Con ella, se trataba de impedir que la
Concertación tuviera las mayorías necesarias para cambiar todas estas leyes orgánicas y la propia
constitución; esta intención obstaculizadora se había dificultado con la reforma constitucional de
julio de 1989 ya que ella había ampliado el número de senadores electos disminuyendo así la
proporción de los escaños que la constitución convertía en dominios reservados a senadores
designados.
El sistema electoral ideado por el gobierno militar funcionó tal como éste quiso en las
eleccciones parlamentarias de fines de 1989, es decir, magnificando al máximo posible la
representación de la derecha en las dos cámaras del congreso. Dado el mecanismo empleado,
es matemáticamente posible que un candidato de la lista que obtiene la segunda mayoría sea
1990, 8. Cabe señalar que algunos aspectos importantes incluídos en el ante-proyecto de la ley
que fue dada a conocer antes de su aprobación final fueron eliminados en favor de las
atribuciones presidenciales. Así, se eliminó la Junta de Comandantes en Jefe, institución que no
existía antes de 1973 pero que el nuevo proyecto de ley creaba; se precisó que las FF.AA.
dependerían del Ministerio de Defensa; se eliminó la exigencia en el proyecto que los
subsecretarios del Ministerio de Defensa fueran oficiales en servicio activo, dejándole libertad al
Presidente para nombrar a quienes quisiera (aunque en la práctica el Presidente Aylwin debió
retirar un nombramiento por la oposición militar); y se estableció que las FF.AA. debían estar
sujetas a las normas administrativas del Estado en cuanto a la “administración, adquisición, y
enajenación de bienes.” El Mercurio, op. cit., 1. Estos cambios fueron sin duda muy importantes
en disminuir el impacto de una ley que de todas formas estableció una autonomía excesiva de los
militares con respecto al poder civil. La ley, con no. 18.948, aparece en Constitución política de la
República de Chile. Actualización del Apéndice (Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1990),
5–35.
electo a pesar de tener menos votos individuales que los que obtiene el candidato que pierde en
la lista que saca la primera mayoría. El ejemplo más dramático de ésto fue la elección senatorial de
Jaime Guzmán, quien obtuvo 224.302 votos, sobre Ricardo Lagos, quien obtuvo 407.890 votos.
En este caso la lista de la Concertación por la Democracia, en la cual figuraba Lagos, obtuvo
58,9% de la votación total, lo cual es menos que el doble del 30,9% obtenido por la lista
Democracia y Progreso (la coalición de RN con la UDI) de la cual era candidato Guzmán.44 Lo
mismo ocurrió en nueve distritos senatoriales en favor de la derecha (incluída la elección de
Guzmán), y en dos en favor de los partidos de la Concertación; la derecha obtuvo, por lo tanto,
siete senadurías más que las que hubiera obtenido si el sistema fuera mayoritario-individual en
vez de mayoritario por lista. Con ello, eligió a 16 senadores en vez de a 9, y los partidos de la
Concertación eligieron a 22 senadores en vez de a 29. Como puede verse, de todas formas la
Concertación ganó una mayoría de los senadores electos; es solamente al agregarse los 9
senadores designados que la derecha obtuvo la mayoría de 25 contra 22 (24 contra 22 después
de la muerte de un senador designado que no fue reemplazado de común acuerdo entre el
gobierno y la oposición). En la Cámara de Diputados la Concertación perdió 14 escaños en favor
de la derecha por el efecto del sistema de recuento de los votos, sin ganar ninguno.45 De todas
maneras, los partidos de la Concertación, junto a los diputados electos por un pacto paralelo
formado por grupos de izquierda, obtuvieron una mayoría de 72 contra los 48 diputados elegidos
por el pacto de RN con la UDI. Esta mayoría bastaba para reformar las leyes orgánicas constitucionales, para lo cual se requiere el voto favorable de cuatro séptimos de los miembros de cada
cámara (68 diputados), y bastaba para reformar algunos aspectos de la constitución que requieren
el asentimiento de tres quintos (72 diputados). Pero no alcanzaba a los 80, o los dos tercios, que
se requieren para reformar la mayor parte de la constitución, cosa que la Concertación hubiera
obtenido con creces si la ley electoral fuera mayoritaria individual en vez de por lista ya que habría
elegido a 86 diputados. En suma, la ley electoral aminoró la representación parlamentaria de la
oposición al gobierno militar a pesar de su apoyo electoral claramente mayoritario, a tal punto que
con los senadores designados la derecha incluso quedó con el poder de bloquear todas las
iniciativas legales del futuro gobierno.
Fue bajo estas condiciones, aparentemente poco auspiciosas, que se inició el gobierno
electo de Patricio Aylwin. A pesar de los cambios logrados a la constitución, ésta y las leyes
orgánicas constitucionales aún limitaban excesivamente su poder, especialmente en relación con
el ejército, que seguía en manos del ex-dictador. Aylwin además debía enfrentarse a una mayoría
hostil en el Senado compuesta casi totalmente por figuras que habían formado parte de o habían
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Estos resultados electorales aparecen en La segunda, 15 de diciembre de 1990, 13.
La lista de los senadores y diputados elegidos a pesar de tener la tercera mayoría de votos
aparece en La Epoca, 18 de diciembre de 1989, 10.
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apoyado al gobierno militar. Esta no parecía ser la mejor de las circunstancias para iniciar una
transición a la democracia.
Concluído ya el gobierno de Aylwin y elegido su sucesor, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, los
resultados han sido más positivos que los esperados. La democratización ha avanzado con el
apoyo de la derecha en lo referente a crear un poder municipal electo por la ciudadanía, y a limitar
la potestad de los tribunales militares en los procesos seguidos a los civiles. La política ideada por
Aylwin para enfrentar el problema de las violaciones a los derechos humanos ha permitido
compensaciones estatales a los deudos de las víctimas. Es más, una veintena de militares y
carabineros se encuentran condenados por las causas que se les ha seguido, incluído el jefe del
ex servicio de inteligencia del gobierno militar, y los tribunales ventilan aún más de doscientos
juicios en causas de detenidos desaparecidos.
Sin embargo, aún no termina el proceso de reformas para configurar plenamente la CD
del tronco original plasmado en la CPDP. La derecha en el parlamento se ha opuesto a eliminar
los escaños de los senadores designados, a alterar la composición del Tribunal Constitucional, y a
modificar el modus operandi del Consejo de Seguridad Nacional para limitar su impacto políticosimbólico, a pesar de que el gobierno ha presentado proyectos para realizar estas modificaciones
después de largas discusiones con los dirigentes de Renovación Nacional. Por otra parte, aún no
se discuten en forma seria las modificaciones a la ley orgánica militar que permitan que el
Presidente de la República llame a retiro a los oficiales de las Fuerzas Armadas, incluídos los
Comandantes en Jefe de cada rama, y determinar la doctrina militar. Sin esta capacidad de llamar a
retiro no puede ponerse fin a la intervención de los militares en la política contingente, y sin un
mayor control sobre la doctrina, los planes de estudio, y las adquisiciones militares el gobierno
electo no controla un aspecto fundamental de la política del Estado, es decir la disposición de las
Fuerzas Armadas y su misión, y no existe en forma clara la subordinación del poder militar al poder
civil. En tanto no se realicen estas reformas, quedan incertidumbres respecto al futuro político del
país al operar con un marco constitucional que en el fondo contiene elementos que no se
avienen con la legitimidad democrático-legal.
Sobre estos temas fundamentales de la
organización del Estado y del gobierno perduran hondas diferencias entre las élites dirigentes,
tanto civiles como militares, que no dejan de ser inquietantes. Una democracia estable requiere
de un consenso sólido entre sus actores principales sobre las instituciones básicas, y ello aún no
se ha logrado en Chile.
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