A espiritualidade dos salmos na obra de Alonso

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¿Por qué la admiración?
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Prof. Dr. Jayme Paviani2
¿Qué es la admiración? ¿Por qué la admiración? ¿Cómo explicar la pérdida de la
capacidad de admirarse? Estas preguntas, formuladas desde los primeros filósofos griegos
hasta los días de hoy, reciben diferentes respuestas. Sin embargo, como algo propio de la
naturaleza de la filosofía, toda pregunta continúa indagando aún cuando aparentemente
silenciada por una respuesta. Además, la pregunta que indaga que es la admiración busca
una respuesta satisfactoria o una explicación del fenómeno de la admiración, pero, en
realidad, pretende mucho más, pues quiere saber algo a respecto del propio ser humano.
Inicialmente, bajo el punto de vista del lenguaje común, la admiración indica la
acción o el efecto de admirar en la medida en que consiste en un fuerte sentimiento de
placer delante de alguien o de algo que no se considera común o algo extraordinario.
También se puede añadir que la admiración es una disposición emocional que traduce
respeto, consideración, veneración por persona u obra, por ciertos aspectos de la
personalidad humana. En el último sentido, es posible traducir la admiración como un
sentimiento que exprime espanto, sorpresa, pasmo, delante de algo que no se espera.
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La primera versión del presente texto fue presentada en el “Proyecto Café y Debate: Conexión Razón-FeVida”, en la Paulus Librería de Caxias do Sul, bajo la coordinación del Prof. Dr. Paulo César Nodari, el día 12 de
abril de 2008.
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Profesor de Filosofía y coordinador del Programa de Posgrado en Educación, curso de Maestría, de la
Universidad de Caxias do Sul.
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Estas nociones o características de la admiración en la historia de la filosofía y de la
ciencia ganan nuevos desdoblamientos conceptuales. Por eso, desde este enfoque teórico, es
posible mostrar la relevancia del fenómeno de la admiración en relación, por ejemplo, al
conocimiento filosófico y a la comprensión del ser humano, del mundo y de los otros. En
esta perspectiva, podemos reconstituir una historia del concepto “admiración” y sus
orígenes, como en muchos otros fenómenos, se pueden localizar en Platón y Aristóteles.
Fueron ellos, en sus escritos, los primeros que apuntaron las relaciones entre el fenómeno
de la admiración y el origen del filosofar.
La admiración en Platón
Platón, en el Teeteto, diálogo sobre el conocimiento, al exponer la teoría de
Protágoras, apoyada en el pensamiento de Heráclito, de que “el hombre es la medida de
todas las cosas, de la existencia de las que existen y de la no existencia de las que no
existen” (152 a), después de examinar las objeciones a la tesis sobre el saber como
sensación, en un determinado momento de la conversación, bajo la influencia de los
argumentos de Sócrates, declara: “¡Por los dioses, Sócrates! me causa gran admiración lo
que todo esto pueda ser, y sólo de considerarlo llego a sentir vértigo” (155, c, d).
Sócrates, entonces, frente a esta declaración de Teeteto, comenta: “Estoy viendo,
amigo, que Teodoro no ajuició equivocadamente tu naturaleza, pues la admiración es la
verdadera característica del filósofo. No existe otro origen para la filosofía. Por lo que
parece, no fue mal genealogista quien dijo que Iris era hija de Taumante (Admiración)”
(Teeteto, 155 d).
El amor de la sabiduría y de la filosofía es suscitado por el acto de admirarse. Pero es
propio del estilo de Platón jugar con las palabras. Él saca provecho del término griego
taumasein, o taumante, que Hesíodo, en la Teogonía, verso 265, dice ser padre de Iris,
mensajera de los dioses entre los hombres. Ocurre que Iris también es identificada con la
filosofía. Así, en la visión de Hesíodo, Iris, hija de Taumante, es símbolo de la filosofía que
nace de la admiración.
Sócrates observa que Teeteto descubre la relación entre todo lo que se dice y la
proposición que es atribuida a Protágoras. Esta capacidad de percepción causa admiración.
Él se admira al descubrir las relaciones entre el devenir de Heráclito y el relativismo de
Protágoras.
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La admiración en Aristóteles
Aristóteles escribe que la admiración motivó a los primeros filósofos a pensar. En la
Metafísica, libro I, 2, 10-20, escribe:
De hecho, los hombres comenzaron a filosofar, ahora como en el origen, por causa de la
admiración, en la medida en que, inicialmente, se quedaban perplejos frente a las dificultades
más sencillas; después, progresando poco a poco, llegaron a enfrentar problemas siempre
mayores, por ejemplo los problemas relativos a los fenómenos de la luna y, del sol y de los
astros, o los problemas relacionados a la generación de todo el universo. Ahora bien, quien
experimenta una sensación de duda y de admiración reconoce que no sabe; y es por esto que
también aquel que ama el mito es, de cierto modo, filósofo: el mito, en efecto, se constituye
de un conjunto de cosas admirables. De modo que los hombres filosofaron para liberarse de
la ignorancia, es evidente que buscaban el conocimiento únicamente en vista del saber y no
por alguna utilidad práctica. Y el modo como las cosas se desarrollaron así lo demuestra:
cuando ya poseía prácticamente todo lo que necesitaba para la vida y también para la
comodidad y para el bienestar, entonces el ser humano comenzó a buscar esta forma de
conocimiento. Es evidente, por lo tanto, que no la buscamos por ninguna ventaja que le sea
extraña; y, más aún, es evidente que, como llamamos libre el hombre que es fin para sí
mismo y no está sometido a otros, así sólo esta ciencia, dentro de todas las otras, es llamada
libre, pues sólo ella es fin para sí misma.
La admiración en Descartes
Descartes, en Las Pasiones del alma, en la segunda parte, art. 53, afirma lo siguiente
sobre la admiración:
Cuando el primer contacto con algún objeto nos sorprende, y cuando lo juzgamos nuevo o
muy diferente de lo que hasta entonces conocíamos o de lo que suponíamos que debería ser,
esto nos lleva a admirarlo y a espantarnos con él; y como esto puede acontecer antes de que
sepamos de algún modo si este objeto nos es conveniente o no, parece que la admiración es la
primera de todas las pasiones; y ella no tiene contrario, pues si el objeto que se presenta nada
tiene en sí que nos sorprenda, no somos de manera alguna afectados por él y lo consideramos
sin pasión.
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En la primera parte de Las pasiones del alma, Descartes define la pasión: “[...] todo
cuanto se hace o acontece de nuevo es generalmente llamado por los filósofos una pasión
con relación al sujeto a quien acontece, y una acción con respecto a aquel que hace con que
acontezca”.
Descartes, al enumerar las pasiones, después de la admiración, menciona la estima o
el desprecio, la generosidad o el orgullo y la humildad o la bajeza. Continúa relacionando la
veneración y el desdén, el amor y el odio, el deseo, la esperanza, el temor, el celo, la
seguridad y el desespero; la indecisión, el coraje, la osadía, la emulación, la cobardía y el
pavor; el remordimiento; la alegría y la tristeza, la broma, la envidia, la piedad; la
satisfacción de sí mismo y el arrepentimiento, y otras más. Finalmente, en el art. 70 define
y apunta la causa de la admiración. Dice:
La admiración es una repentina sorpresa del alma, que la lleva a considerar con atención los
objetos que le parecen raros y extraordinarios. Así, es causada en primer lugar por la
impresión que se tiene en el cerebro, que representa el objeto como raro y por consiguiente
digno de ser muy considerado; en seguida, por el movimiento de los espíritus, que están
dispuestos por esta presión para tender con gran fuerza al lugar del cerebro donde ella se
encuentra, a fin de fortalecerla y conservarla allí; como también están dispuestas por ella a
pasar de ahí a los músculos destinados a retener los órganos de los sentidos en la misma
situación en que se encuentran, a fin de que sea aún mantenida por ellos, si por ellos fue
formada.
Más adelante, Descartes, en el art. 73, afirma que el espanto es un exceso de
admiración.
La admiración en Espinosa
Espinosa, en la Ética, al escribir sobre el origen y la naturaleza de las afecciones,
después de definir el deseo como “la propia esencia del hombre, mientras esta se concibe
como determinada a hacer algo por una afección cualquiera en ella verificada”, presenta la
admiración (admiratio) como “la imaginación de una cosa cualquiera a la que el alma
permanece fijada, porque esta imaginación singular no tiene ninguna conexión con las otras
(ver la proposición 52 de esta parte y su nota)”.
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De hecho, para Espinosa, solamente la alegría, la tristeza y el deseo son afecciones
primarias o primitivas. Menciona la admiración porque se introdujo este uso, pues ella
deriva de las tres afecciones referidas. También es necesario recordar que Espinosa
considera una afección como “pasión del alma” aunque, según él, tenemos de la afección
una idea confusa. Las expresiones "fuerza de existir” y la afirmación de que el alma “está
determinada a pensar tal cosa de preferencia a tal otra” no son aclaratorias.
La admiración en Pascal
Pascal, en los Pensamientos, fragmento 401, dice:
Los animales no se admiran. Un caballo no admira a su compañero. No es que no haya entre
ellos emulación en la carrera, pero es sin consecuencia; pues, estando en el establo, el más
pesado, el más mal tallado no cede su avena al otro, como los hombres quieren que se les
haga. Su virtud se satisface por sí misma.
En los fragmentos 347 y 348, Pascal hace sus famosas afirmaciones sobre el hombre
como una caña débil, pero pensante. Para él, toda dignidad humana consiste en el poder
pensar. La admiración, en este caso, es un impulso para pensar.
La admiración en Heidegger
El concepto de admiración de Platón y de Aristóteles puede ser entendido hoy como
una “actitud” o un estado de ánimo (un existenciario) en el pensamiento de Heidegger de
Ser y tiempo. Podríamos aproximar el fenómeno de la admiración a la noción de apertura.
En otros términos, Heidegger habla en el “dejarse entrar en el desvelamiento del ente”. La
explicitación de esta expresión tal vez exprese la admiración singular, espontánea, que el
hombre tiene o puede tener en relación al mundo. El concepto de fenomenología
heideggeriana se resume en el “dejar y hacer ver por sí mismo aquello que se muestra, tal
como se muestra a partir de sí mismo”.
Se trata, sin duda, de un punto de partida de la filosofía, de un acceso a los fenómenos
que exigen un método seguro y apropiado para ser desvelados. De un modo más directo,
Heidegger, en ¿Qué es eso de filosofía?, comentando los pasajes de Platón y Aristóteles,
anteriormente citados, después de afirmar que la filosofía y el filosofar hacen parte de una
dimensión humana que es la disposición afectiva, afirma: “Sería muy superficial y, sobre
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todo, una actitud mental poco griega si quisiéramos pensar que Platón y Aristóteles solo
constatan que el espanto es la causa del filosofar” (1971, p. 37). Así, después de mostrar el
sentido de los términos griegos arche y pathos, dice:
Solamente si comprendemos pathos como dis-posición (dis-position), podemos también
caracterizar mejor el thamazein, el espanto (la admiración). Nos detenemos en el espanto
(être en arrêt). Es como si retrocediéramos frente al ente por el hecho de ser y de ser así y no
de otra manera. El espanto tampoco se agota en este retroceder frente del ser del ente, sino en
el propio acto de retroceder y mantenerse en suspenso y al mismo tiempo atraído y como
fascinado por aquello delante de lo que retrocede. Así, el espanto es la dis-posición en la que
y para la que el ser del ente se abre. El espanto es la dis-posición en medio a la que estaba
garantizado para los filósofos griegos la correspondencia al ser del ente. (1971, p. 37-38).
La admiración en José Ferrater Mora
José Ferrater Mora, en el Diccionario de filosofía, de forma resumida presenta tres
aspectos de la admiración:
a) La admiración es una primera apertura al externo, causada por algo que nos
hace detener el curso ordinario del fluir psíquico. El pasmo nos llama
fuertemente la atención sobre aquello de que nos manifestamos pasmados,
todavía sin desencadenar preguntas sobre él.
b) La admiración es sorpresa. Lo que nos causa admiración es, al mismo tiempo,
maravilloso y problemático. La sorpresa, como la docta ignorantia, es una
actitud humilde en la que nos apartamos tanto del orgullo de la indiferencia
como de la soberbia del ignorabimus.
c) La admiración, propiamente dicha, pone en funcionamiento todas las potencias
necesarias para responder a la pregunta suscitada por la sorpresa, para aclarar su
naturaleza y significado. En este caso, existen asombro inquisitivo por la
realidad y también un cierto amor por ella. Ella nos hace descubrir las cosas
como tales, independientemente de su utilidad. Es el asombro o espanto
filosófico del que hablaba Platón.
La admiración en Gerd Alberto Bornheim
Gerd Alberto Bornheim, en Introducción al filosofar (1970), examina tres actitudes
fundamentales en relación al acto de filosofar. La primera es la admiración, podríamos
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decir griega; la segunda es la duda cartesiana; y la tercera es el sentimiento de
insatisfacción moral.
Bornheim escribe: “En el comportamiento admirativo el hombre toma conciencia de
su propia ignorancia; tal conciencia lo lleva a interrogar lo que ignora, hasta alcanzar la
supresión de la ignorancia, es decir, el conocimiento” (1970, p. 10).
En el capítulo “Análisis de la admiración ingenua”, Bornheim analiza el fenómeno de
la admiración en su manifestación primitiva, en los horizontes de la ingenuidad y de la
espontaneidad, y le atribuye algunas características. La primera es el sentido de apertura,
que puede ser mejor explicado por la actitud en contra de la admiración por excelencia, la
actitud pesimista. El pesimista no siente admiración ante nada, por lo tanto está cerrado al
mundo, no quiere o no puede sorprenderse con nada. El pesimismo ingenuo viene
acompañado de desconfianza profunda frente a la realidad. La admiración, al contrario, es
apertura del hombre para lo real.
Más aún, “lo que caracteriza la admiración es el reconocimiento del otro como otro, y
porque yo lo reconozco en cuanto tal puedo admirarme” (1970, p. 23). No se trata de fusión
entre el yo que admira y lo que es admirado.
La segunda característica, después del reconocimiento del otro como otro, esto decir,
de la diferencia, es la conciencia. La conciencia ingenua se encuentra espontáneamente
orientada para fuera de sí y sólo puede ser justificada por el presupuesto de la subjetividad,
de la interioridad, es decir, del “saber en su intimidad”. En este sentido, la conciencia
ingenua tiene dos características básicas: a) la distancia y b) la experiencia de la
heterogeneidad.
La distancia consiste en que el ser humano se sienta separado de aquello que lo cerca.
Si el hombre fuera pura exterioridad, pasaría a ser una cosa entre cosas, no tendría
conciencia. Si fuera reducido a la interioridad, desaparecería la distancia de la conciencia
encarnada. Finalmente, la conciencia es de tal naturaleza que “su acto no permite la fusión,
la penetración completa en el mundo; ella permanece siempre conciencia”, orientada para
las cosas, el mundo. Es en esta duplicidad o ambigüedad que se establece una relación con
el mundo: “Una interioridad exterior y una exterioridad interior...” (1970, p. 26).
La conciencia es experiencia de la heterogeneidad, es decir, del otro, del diferente.
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En vista de esto, “la admiración supone distancia, ruptura de toda inmanencia y
entrega al transcendente” (1970, p. 27). Ad-miratio, como la palabra dice, supone
distanciarse del objeto admirado. Además, sólo existe admiración donde existe vida
conciente. En la admiración ingenua se revela la conciencia. Es por ello que lo heterogéneo
es vivido como algo extraordinario, excepcional.
La tercera característica, después de Bornheim afirmar que el pasmo no se identifica
con la experiencia del pasmo, pues éste es más radical e implica una confusión frente a lo
real, ni se identifica con la sorpresa, pues ésta suprime toda la indecisión y toda
indistinción. Al contrario, la admiración ingenua posee significado positivo. (Si nos
admiramos de un asesinato, por ejemplo, la admiración se centra en la pericia de la
ejecución, pero no en sus aspectos dañinos e inmorales. Tal vez sea por eso que los
escritores, como Borges en sus cuentos, describen el acto de morir.)
La admiración es mucho más de que el pasmo y la sorpresa, aunque estas marcas
puedan existir en la admiración. Hay en ella, por ejemplo, la posibilidad de abarcar todo lo
real. Son estas características que hacen la admiración uno de los motivos del filosofar.
En conclusión, con malicia
Este breve panorama de diferentes concepciones del acto de admirarse ofrece un
ejemplo de como la historia de la filosofía y de la ciencia se constituye de cambios
conceptuales. Los conceptos elaborados en las teorías están firmados, es decir, tienen
autoría, y son reflejos de las redes conceptuales de una época, de un sistema, de una teoría.
Explicar si el hombre perdió o no la capacidad de admirarse no es fácil. Lo que
parece ser verdadero es el hecho de que muchas personas, por un motivo u otro, ya no se
admiran. Por esto Millôr Fernandes, con su espíritu crítico e irónico, que aún nos causa
admiración, afirma con agudeza: “¡Cómo son admirables aquellas personas que consiguen
atravesar toda la vida sin hacer nada de admirable!” Y, con acentuada malicia, añade:
“¡Cómo son admirables las personas que no conocemos muy bien!” (2007, p. 13). Quiere
decir, en última instancia, que la admiración tiene relación con el conocimiento, y que es
suficiente conocer algo o alguien para no admirarnos más. Uno de los caminos directos al
conocimiento, sin duda, es el de la admiración.
Referencias bibliográficas
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ARISTÓTELES. Metafísica. São Paulo: Loyola, 2002.
BORNHEIM, G. A. Introdução ao filosofar. Porto Alegre: Globo, 1970.
DESCARTES, R. Obra escolhida. São Paulo: Difusão Europeia do Livro, 1962.
ESPINOSA, B. Ética. São Paulo: Abril Cultural, 1973.
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FERRATER MORA, J. Diccionario de filosofía. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1965.
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PASCAL. Pensamentos. São Paulo: Difusão Europeia do Livro, 1957.
PLATÃO. Teeteto e Crátilo. Tradução de Carlos Alberto Nunes. Belém: Universidade Federal do
Pará, 1988.
Traducción de Carlos Mario Vásquez Gutiérrez
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