Palabras pronunciadas por el rector Guillermo Jaim Etcheverry

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Palabras pronunciadas por el rector Guillermo Jaim Etcheverry durante
el “II Congreso Nacional sobre valores, pensamiento crítico y tejido
social”, organizado por la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA).
Mesa sobre: “LA EDUCACION EN LA CONSTRUCCIÓN DEL P ROYECTO
DE NACIÓN”. Buenos Aires, 25 de septiembre de 2003
Constituye para mi un motivo de especial satisfacción y orgullo el haber sido
invitado a inaugurar este concurrido encuentro. El hecho de que sean tantos los
asistentes, inesperadamente para mí, agrega una nota de optimismo porque indica que
son muchos quienes se sienten convocados por esta cuestión tan trascendente para el
país. En estos momentos resulta esencial repensar la educación porque es esencial para
el desarrollo ya que no hay posibilidad alguna de progreso de las personas ni del conjunto
social si no hacemos una inversión importante de dinero y de esfuerzo en educación.
Me propongo presentar algunas ideas para la posterior discusión, relacionadas con el
conjunto de problemas que hoy plantea la tarea educativa en la Argentina. Espero que las
afirmaciones provocativas que he de plantear cumplan con la finalidad perseguida de
estimular el intercambio de opiniones en las mesas de diálogo sobre las que está
estructurado este encuentro.
Iniciando esa provocación, afirmaré que en la Argentina la educación no interesa a nadie.
Más allá de lo que digamos en los discursos acerca de la importancia de la educación,
señalando que ingresamos a la sociedad del conocimiento, en los hechos concretos
nuestra sociedad no demuestra preocupación por la educación. Eso no significa que no
estemos interesados por la acreditación de los logros educativos sino que despreciamos
el esfuerzo que debería concretarse en esa certificación. Es preciso reflexionar sobre esta
cuestión para encontrar alternativas que permitan volver a instalar en nuestra sociedad la
idea de que la educación es esencial y, sobre todo, inseparable del esfuerzo. Educarse es
un trabajo difícil, complejo, que hace uno con uno mismo, interesado por los demás en el
conocimiento, ayudado por ellos, pero, en esencia, una labor personal que demanda
esforzado trabajo. Esta dimensión del esfuerzo, al que resulta esencial referirse en el
contexto de un encuentro sobre valores, se está perdiendo en todos los campos de la
realidad social y, especialmente, en la educación.
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En la sociedad actual, la educación se va convirtiendo gradualmente en una actividad
vinculada con el espectáculo, una tarea en la que se pretende que niños y jóvenes la
pasen lo mejor posible, en la que sean lo menos exigidos que resulte posible. Lo que se
busca es que, a cambio de los años que dedican a la actividad escolar, reciban la
certificación de algo que, en muchos casos, no han hecho. Una demostración clara de
esta actitud se encuentra en las numerosas provincias argentinas en las que, por diversos
conflictos, no se han dictado clases durante meses e inclusive en todo un ciclo lectivo. En
esas circunstancias, el reclamo social no consiste en la recuperación del saber perdido
sino en la acreditación del esfuerzo no realizado. No hay situación más hipócrita que
decirle a un niño o a un joven que ha aprobado algo que no hizo. Es esa una clara
demostración de la visión generalizada en la sociedad en relación con este tema. Esto se
advierte también en la actitud social frente a la institución educativa. Parecería que esta
posee un bien al que nosotros como usuarios tenemos un derecho adquirido a un bien
que se nos niega ya que para acceder a él se ponen trabas, dificultades a ser vencidas.
De allí el objetivo de eliminar esas trabas. El problema es que lo que se interpreta como
dificultad y opresión constituye la esencia de la escuela: el esfuerzo, el trabajo, la
exigencia, dimensiones que se están perdiendo aceleradamente en nuestro sistema
educativo. Esa es la razón por la que, así como antes los padres concurrían a la escuela
para ver qué habían hecho sus hijos, hoy lo hacen para ver que le han hecho a sus hijos.
Uno de los principales objetivos que se ha fijado el sistema educativo actual es el
de conservar a los jóvenes dentro del mismo. Sin duda se trata de una aspiración
importante ya que, evidentemente, es mucho mejor que estén en la escuela a que vaguen
por la calle. Pero lo realmente significativo es estén en la escuela haciendo lo que se hace
en las escuelas: aprendiendo, trabajando. Cuando la exigencia académica disminuye, y
en muchos casos hasta desaparece de la escuela, se genera una situación que atenta
contra la estructura misma de la institución. Si se pretende proteger a niños y jóvenes, se
podrían crear clubes deportivos en lugar de escuelas porque la esencia de estas reside en
el saber. Esa idea persiste en los grupos más desfavorecidos de la sociedad argentina,
que continúan viendo a la escuela como un importante factor de movilidad. Hoy confía
mucho más en la educación la gente más pobre que quienes pertenecen a grupos más
favorecidos que ya no conciben a la educación como un esfuerzo que valga la pena
realizar. Eso no significa que no se busque acumular la mayor cantidad de diplomas y
credenciales
posibles
porque
se
considera
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que
estas
acreditaciones
son
un
salvoconducto para acceder a un mercado de trabajo cada vez más competitivo y difícil.
Pero no se exige que ellas estén sustentadas en el esfuerzo requerido para educarse.
Tiempo atrás, visitando el Estado de Israel, entrevisté a una profesora de matemática. Se
trataba de una experta internacional en el tema a quien pregunté acerca del rendimiento
en matemática de los jóvenes israelíes. Me respondió que se encontraban en el promedio
de las comparaciones internacionales, destacando que este hecho representaba una
grave preocupación porque el Estado de Israel está basado en la ciencia y en la técnica.
El que sus jóvenes no se destaquen en las disciplinas relacionadas con la abstracción, tal
el caso de la matemática, constituye allí un problema político de primer orden. Esto me
sugirió las diferencias con la Argentina donde no parecería que nadie pensara que el bajo
rendimiento académico puede ser un problema político. Si bien nuestros estudiantes
tienen un buen desempeño en las Olimpíadas de Matemática, en su conjunto los jóvenes
tienen graves dificultades para hacer simples procesos de abstracción, hasta para calcular
un porcentaje. Así se podría continuar con numerosas demostraciones de nuestra falta de
interés por el logro académico.
Parecería que no advertimos que si realmente queremos entrar en este mundo del
conocimiento, como conjunto social tendríamos que poner mayor esfuerzo en señalar que
se trata de un objetivo importante tanto para las personas como para la sociedad toda.
Enfatizo esta cuestión porque pienso que todo el panorama educativo argentino refleja
ese desinterés básico, esa desvalorización de la actividad de las instituciones educativas.
Los docentes tienen bajos salarios porque en realidad a nadie le interesa mucho lo que
hacen. En algunos casos tienen escasa preparación porque la actividad que desarrollan
no es considerada como muy trascendente. En muchas ocasiones, al hablar con
estudiantes que concluyen su educación media les sugiero que le comuniquen a sus
padres que han cambiado de idea, que en lugar de estudiar administración de empresas,
han decidido ser maestros o profesores. Les anticipo que, al mirar la expresión de sus
padres ante tal afirmación, obtendrán la mejor radiografía de la hipocresía de la sociedad
argentina, que si bien afirma que no hay nada mejor que el maestro o la maestra, se
resiste a que sus hijos cumplan el papel de segundos padres de otras niños.
Por eso considero que si no logramos volver a prestigiar la figura del docente reinstalando
la importancia de la educación, todo lo que discutamos será inútil porque, en última
instancia, la tarea del docente, el enseñar y el aprender, es el resultado de la interacción
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entre personas que depende de la calidad de ellas. No confiemos en que la tarea docente
quedará a cargo de las máquinas, especialmente la educación esencial. No deberíamos
privar a nuestros niños y jóvenes del contacto con los verdaderos maestros que son las
personas. En última instancia, son estas las que transmiten el interés por el conocimiento,
las que lo encarnan. De modo que deberíamos preocuparnos más por la calidad de los
profesores de historia, de matemática, de filosofía, de lengua, que por los laboratorios de
computación, los gabinetes de idiomas o los campos de deportes de las escuelas.
Volvamos a centrar la actividad escolar en aquello para lo que ha sido concebida. Hoy la
escuela realiza muchas actividades que poco tienen que ver con sus funciones
específicas. En muchos casos, esta tarea resulta bienvenida, sobre todo cuando se presta
asistencia a los grupos más desfavorecidos, que de alguna manera encuentran apoyo
para satisfacer necesidades elementales. Pero, cuando se habla de satisfacer
necesidades elementales, es preciso no olvidar que el acceso al conocimiento es una
necesidad primaria. Resulta fundamental garantizar que la gente acceda a las
herramientas del pensar y lo es por muchas razones, entre otras, para la construcción de
una sociedad democrática cada vez más sólida, que comprenda mejor los dilemas tan
difíciles y sofisticados que hoy enfrentamos.
En el esfuerzo que realicemos por educar mejor a más gente, se decide el futuro del país
como construcción social. Es preciso cohesionar a la gente de alguna manera en torno a
la idea de Nación ya que insistir en la identidad nacional a través de la educación sigue
siendo tan importante como antes, aunque se le preste menos atención. Resulta
alarmante la ignorancia de nuestros pobres chicos, por responsabilidad nuestra, acerca
del pasado argentino, de nuestros orígenes.
Una cuestión que creo merece analizada es la convicción contemporánea de que la
educación debe cambiar permanentemente. Deberíamos revisar esta idea del cambio
permanente, de la modernidad, que nos lleva a afirmar que estamos mal porque la
educación es antigua. La crisis de la educación argentina no está asociada con la
frontera del saber, sino que reside en la retaguardia del conocimiento. Lo que estamos
dejando de enseñar son los fundamentos básicos, imprescindibles para estructurar una
persona. Cuando se propone a un grupo de estudiantes universitarios de lugares
favorecidos – que han recibido una educación reputada como buena, la mitad proveniente
de colegios de gestión estatal y la mitad de colegios de gestión privada – ordenar
cronológicamente distintas personalidades históricas, se comprueba que solo logran
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hacerlo tres de cada diez. Pero no es importante sólo cuan pocos lo hacen, sino qué es lo
que contestan: hay jóvenes de veinte años de edad promedio que afirman que Jesucristo
es bastante posterior a Napoleón. Se trata de un dato que está correctamente consignado
en los libros, pero que no está internalizado en las personas. Olvidamos que, cuando una
persona actúa, lo hace con lo que tiene adentro. Esta idea contemporánea de que el
saber está separado de los individuos que basta con que cuenten con las herramientas
para acceder al conocimiento, debería ser revisada pues nos está llevando a no enseñar
nada concreto, ni exigir que se aprenda, porque suponemos que esto está en constante
mutación. Sin embargo, como gran parte del mundo concreto y de las ideas permanece,
considero que no debiéramos privar a nuestros jóvenes de la experiencia educativa que
les permita descubrir las posibilidades que encierran en su interior. Precisamente, esa
experiencia deja en las personas la amplitud de horizontes y en ella se cifra la esencia de
la educación.
El acceso a esa experiencia es el que estamos dificultando hoy a nuestros niños al
considerar que debemos privilegiar la estimulación, la creatividad y otras condiciones que
posiblemente desarrollemos. Lo que es cierto es que estamos dejando ya varias
generaciones a merced de una notable ignorancia que las deja a merced de un mercado
despiadado que apunta a las reacciones primarias, a la respuesta emotiva. Por esa razón
la cultura contemporánea está siendo modelada fundamentalmente por los medios de
comunicación que, en general, nivelan hacia abajo al apelar a la emotividad, a lo sencillo,
a las respuestas más básicas y primarias. Para mostrar los niveles más elevados del
pensamiento, la abstracción, la reflexión y la argumentación, debemos seguir apostando a
la escuela. Sería un grave error que priváramos a los chicos y a los jóvenes de esa
experiencia que les muestra que hay otra cosa. Que el ser humano es capaz de otros
logros además de la superficialidad, de la banalidad, de la grosería que les mostramos
todos los días por las pantallas, además de lo que aprenden de esos ”maestros” que los
reclaman a diario, exhibiendo su ignorancia sin siquiera saber que son ignorantes. Hoy se
recurre a la expresión grosera no ya para marcar un énfasis, sino solamente porque
estamos ante un profundo desconocimiento de la lengua.
Tiempo atrás, luego de una exposición similar a esta ante los responsables de las
emisoras de televisión por cable, me preguntaban qué podrían hacer para mejorar. Sugerí
entonces que una medida sencilla y de gran impacto educativo sería garantizar que quien
enfrente un micrófono o una cámara de televisión maneje bien nuestra lengua. Si se
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hablara correctamente en la radio y la televisión se produciría una revolución educativa en
la Argentina. Si bien deberíamos preocuparnos por garantizar la más absoluta libertad de
expresión, debiéramos velar también por la calidad de esa expresión porque los medios
de difusión masivos son los que hoy construyen en gran medida el interior de nuestras
personas. Así como nos preocupamos por la calidad de los alimentos que consumimos
también deberíamos preocuparnos por la calidad de las expresiones que escuchamos y
que transmitimos a nuestros chicos. Esa es la verdadera formación que están recibiendo.
Por eso la educación, hoy más que nunca, debe ser una tarea contracultural. Así como en
la época de Sarmiento, se incorporaba a los inmigrantes de otras culturas, hoy la escuela
debe incorporar a la corriente de la creación humana a los inmigrantes de esta
omnipresente cultura de la vulgaridad que se impone por doquier. Tendríamos que
atender este requerimiento porque nuestros chicos tienen derecho a conocer, a recibir esa
herencia que se ha acumulado durante tantos años y que representa lo mejor que ha
logrado construir el ser humano.
Por eso no debiéramos tener temor a lo antiguo porque muchas de las cosas antiguas
apuntan a aspectos esenciales. ¿Se han preguntado porqué uno puede tomar en sus
manos un libro escrito hace más de 2000 años y entablar un diálogo con quien lo
escribió? ¿Porqué pueden llegar a nuestra sensibilidad obras artísticas creadas hace
varios siglos? Lo hacen porque apuntan a algo que permanece estable en el hombre. A
eso permanente debe dirigirse esencialmente la educación, a descubrir a los chicos lo
estable en un mundo fugaz como el nuestro, que sólo valora la velocidad, lo efímero, lo
nuevo. Pero además de eso efímero, de eso fugaz, de eso nuevo, hay a nuestro alrededor
mucho de permanente que está íntimamente ligado a los valores y que debe ser
enseñado.
Es preciso que como padres, como maestros y como profesores tengamos el coraje de
enseñar. En Francia se ha creado recientemente una asociación de profesores que se
llama “Osar enseñar”, porque hoy parecería ser que tratar de enseñar algo, intentar poner
a los jóvenes en posesión de esa herencia tan rica representa una imposición a ser
desterrada. Muchas corrientes pedagógicas contemporáneas apuntan al desarrollo de
procesos en abstracto, sin afirmarse en el conocimiento concreto.
Para ello debemos convencer también a nuestros chicos, y a sus padres, de que la
escuela no es una instancia en la que la prioridad es pasarla bien, de la manera más
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entretenida y enfrentando las menores exigencias posibles. La escuela no es la guardería
ilustrada en la que se está convirtiendo. Es el lugar en donde se realiza el trabajo, difícil,
complejo e importante de educarse. Lo que se hace en la escuela no resulta irrelevante
para la realidad, como se tiende a pensar ahora al afirmar que tiene poco que ver con el
mundo. Considero que es esta una posición errónea ya que la tarea esencial de la
escuela continúa teniendo que ver con el mundo. El mercado de trabajo sigue requiriendo
gente que sepa leer y escribir, que entienda lo que lee – sólo el 50% de los jóvenes
argentinos que completan la escuela media comprenden lo que leen – que tenga cierta
capacidad de abstracción. Tareas sencillas, simples, las que la escuela siempre buscó
desarrollar. No es cierto que haya nuevos y grandes conocimientos que hoy la escuela no
proporciona. Lo que no da son las competencias básicas, lo que necesita ser conocido.
En este contexto es preciso analizar la significación de la educación media, que atraviesa
una grave crisis en la Argentina. Carente de sentido, se ha constituido en una especie de
período en el que los chicos hibernan sin hacer nada muy concreto, salvo organizar el
viaje de egresados, objetivo fundamental, casi central de la educación media.
Mediante estos comentarios deshilvanados, poco académicos y escasamente formales,
he pretendido esbozar la esencia de un problema que tiene poco de académico y de
formal, pero que resulta de la profunda pérdida de significación de la educación en la
sociedad argentina y, fundamentalmente, en su dirigencia.
Hace poco, los rectores de las Universidades Nacionales tuvimos oportunidad de
conversar con el Presidente de la Nación sobre estas cuestiones. En su extensa
exposición puso de manifiesto un conocimiento muy profundo del tema y demostró su
compromiso con la educación. Pronunció dos frases que me impresionaron. Dijo:
“Necesitamos re-cerebrar la Argentina”. Que se vuelva a pensar en el cerebro del país es
una idea muy feliz ya que debemos emprender el enorme esfuerzo que demandará
construirlo. Se trata de una tarea que requerirá enormes sacrificios, tanto a las personas
como a la Argentina en su conjunto. Es preciso que realicemos una mayor inversión en
educación y, en ese sentido, los anuncios recientes son importantes porque marcan una
dirección.
La otra idea que me impresionó es la que encierra su frase: “Los países importantes
discuten temas importantes” Estoy convencido de que esto es así y por eso me parece
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tan trascendente que en un encuentro como este se discuta un tema tan importante como
el de la educación.
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