El siglo oro de Holanda

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Antonio Martínez Ripoll
Comentario
La constitución de la Unión de Utrecht (1579) dio paso al nacimiento de la República de las Siete
Provincias Unidas del Norte de los Países Bajos. Si pasma la expansión económica alcanzada en
medio de la guerra por su independencia -hasta llegar a primera potencia comercial del mundo-,
aturde aún más que en la Europa de las monarquías absolutas y centralistas emergiera una
república en la que primaron las libertades municipales y provinciales y que sólo funcionó
solidariamente ante la amenaza exterior. Anacronismo medieval en la Europa moderna, las
Provincias Unidas en su lucha contra España -arquetipo de modernidad política- se convirtieron en
el más moderno de los Estados europeos, que hundiría en el arcaísmo político, social y económico
al Estado dinástico y patrimonial que las había dominado.La soberanía residió en sus Estados
provinciales, cuyos diputados electos con mandato imperativo, regidos por un pensionario,
gobernaban y administraban los territorios, eligiendo los mandos militares, como el estatúder
(antiguo lugarteniente real). De los asuntos exteriores y de la política interior común de la
República se ocupaban los Estados generales, órgano federal bajo la residencia de un gran
pensionario (que, con más del 58 por 100 del presupuesto general, lo era el de Holanda), cuyas
decisiones debían ser ratificadas por los Estados provinciales antes de su aplicación. Una última
instancia, el Consejo de Estado, formado por 12 diputados presididos por el gran pensionario,
regía los asuntos financieros y militares del país. El papel político del gran pensionario potenció su
autoridad civil, hasta el punto de entrar en conflicto con el cargo de estatúder general, cuya
dignidad se confió casi siempre, hasta hacerse hereditaria, a algún miembro de la familia OrangeNassau, a la que los Estados generales unirán además los de capitán y de almirante generales.El
asesinato del líder de la revuelta, el estatúder Guillermo de Orange (1584), junto a la ofensiva
de A. Farnesio, ayudaron a crear un sentimiento nacional fomentado en el odio a los españoles.
Los Estados generales dieron entonces la presidencia del Consejo a su hijo mayor Mauricio de
Nassau, asistido políticamente por el gran pensionario Jan van Oldenbarneveldt. La triunfal
contraofensiva iniciada por Mauricio y los contactos con Francia e Inglaterra en busca de apoyos
movieron a Oldenbarneveldt a proponer la elección del príncipe de Orange como estatúder
general (1585) y jefe supremo del ejército (1586). Estratega genial, desde 1590 Mauricio guió
incansable la guerra contra España, liberando el norte de los Países Bajos y pretendiendo asumir el
título de rey, no sin la oposición del gran pensionario. Mientras, la guerra continuó con
alternativas para ambos contendientes que, cansados de una lucha sin final, acordaron la
suspensión de las hostilidades. El rechazo de los archiduques Alberto e Isabel, la conclusión por
España de las paces con Francia (1598) e Inglaterra (1604) -que desde 1596 habían reconocido a
las Provincias Unidas-, aceleraron la firma de la Tregua de los Doce Años (1609), con la que España
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sancionaba de facto la independencia de la República.Pero con la paz afloraron las graves y
profundas discrepancias que ensombrecieron la historia de la burguesa, cosmopolita y tolerante
República neerlandesa, encarando a católicos con calvinistas y, dentro del mismo calvinismo, a
arminianos con gomaristas, además de los roces entre judíos sefarditas ibéricos con los askenazim
centroeuropeos, que reflejaban los conflictos políticos, sociales y económicos que enfrentaron
entre sí a las provincias y a los comerciantes burgueses, federalistas y pacifistas, con los nobles, el
ejército y los pequeños propietarios, centralistas y militaristas, monárquicos casi, a los que se
sumaron los artesanos y las masas de desarraigados urbanos y rurales. La guerra primero y la paz
después no hicieron sino aumentar las divergencias políticas y los antagonismos sociales y
económicos, polarizándolos en torno a la fe religiosa, la ambición dinástica y el comercio. La
burguesía mercantil, intérprete laxa del protestantismo, apoyó al arminismo (que negaba varios
puntos de la doctrina calvinista de la predestinación), provocando una viva conflictividad
teológica. Las consecuencias se dejaron sentir en el plano político, tras afirmar el sínodo calvinista
de Dordrecht (1618-19) la ortodoxia gomarista y condenar en la heterodoxia al arminismo. La
decisión abocó a muchos al exilio y destapó las esencias monárquicas de Mauricio de Nassau, que
encarceló a Oldenbameveldt y al pensionario zelandés Hugo Grozio (que huiría), acusados de alta
traición criptopapista y admitir sobornos de España, logrando la ejecución del estadista holandés
(1619). Pero el triunfo orangista sobre los federalistas sólo fue temporal, anunciando golpes de
fuerza similares a lo largo de todo el siglo XVII.La reanudación de la guerra con España en 1621 se
correspondió con el principio de la Guerra de los Treinta Años. De nuevo, su creciente autoridad
predispuso a Mauricio a querer tomar la corona, surgiendo fuertes discrepancias entre las
provincias, que su muerte (1625) y la sucesión por su hermano Federico Enrique no evitaron. Si en
tierra la marcha de la guerra fue incierta -y ello a pesar de que el territorio estaba lleno de polders,
lagunas, diques, esclusas... que, vitales para la agricultura, contaron siempre a su favor en las
guerras-, en el mar las victorias holandesas sancionaron su paulatina supremacía marítima,
coincidente con el auge económico y la expansión comercial y colonial de la joven República.La Paz
de Münster (1648), al reconocer su independencia jurídica, reavivó los choques entre los
orangistas -postuladores del principio centralista monárquico- y las oligarquías urbanas propugnadoras del federalismo republicano-, diluyéndose el peso específico de la casa de Orange
que pretendió el monopolio del poder por medio del estatuderato general hereditario y el
ejercicio de su empleo con una apariencia del todo monárquica. Si es indicativo que Federico
Enrique de Nassau -al margen de su política matrimonial, que elevó al trono de Inglaterra a su
nieto- obtuviera del rey francés el título y tratamiento de alteza real, más aún lo es que Guillermo
II, su hijo y sucesor (1647) -ciego de furore monarchorum, ante la licencia parcial del ejército
ordenada por los Estados generales-, no se recatara en el empleo de la fuerza, encarcelando a sus
adversarios y asediando Amsterdam (1650). Ante tal comportamiento, los republicanos de
Holanda (seguidos por los de otras provincias) decidieron no renovar el estatuderato, que estuvo
vacante desde su muerte (1650) hasta 1672. A partir de entonces la política neerlandesa la
marcaría la alta burguesía liberal, bajo la dirección del pensionario holandés Jan de Witt. Su
sagacidad política convirtió los reveses exteriores en triunfos interiores. Así, en 1654, al firmar el
Acta de exclusión, por la que Guillermo III quedaba exonerado en el futuro del poder civil y militar,
trocó la derrota sufrida ante la Inglaterra de Cromwell en una solapada reforma constitucional de
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tinte republicano y en favor de la plutocracia. Estos intentos por mermar el poder y las
atribuciones del estatúder, las completó al promulgar el Edicto perpetuo (1666), que suprimía el
cargo en Holanda, y el Acta de armonía (1663-70), que lo incompatibilizaba en las demás
provincias con los de capitán general y almirante.La creciente potencia comercial y marítima
neerlandesa condujo a la República a continuas guerras con Inglaterra (1652, 1665 y 1672) y
Francia, cuyas miras expansionistas la obligaron a entrar en el juego de las alianzas y a involucrarse
en las guerras europeas de coalición. Precisamente, cuando las Provincias Unidas fueron atacadas
por Francia en 1672, el descuido en la administración militar y la mezquina (por pragmática e
interesada) conducta de los comerciantes (vendiendo armas al enemigo), provocaron la caída del
pensionario De Witt (muerto por la plebe) y la toma del poder por Guillermo III, nombrado
gobernador general perpetuo. Cuando los revolucionarios ingleses lo elevaron a rey de Inglaterra,
con limitaciones parlamentarias (1688), a Guillermo III no le importó mucho, para garantizar el
equilibrio europeo en beneficio del trono inglés que disfrutaba, sacrificar los intereses de la
República neerlandesa de la que fue señor absoluto, sin duda mucho más soberano que de
Inglaterra. Aunque a su muerte (1702), los Estados generales abolieron el estatuderato y el gran
pensionario de Holanda volvió a gobernar en las Provincias Unidas, los orangistas se habían hecho
dueños de la escena política y la oligarquía burguesa era sólo una minoría arrinconada.
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