Artistas y obras destacadas - Museo Thyssen

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ALMA‐TADEMA Y LA PINTURA VICTORIANA EN LA COLECCIÓN PÉREZ SIMÓN ARTISTAS Y OBRAS DESTACADAS Lawrence Alma‐Tadema (1836‐1912) El éxito que el pintor de origen holandés Alma‐Tadema tuvo en Inglaterra, donde se instaló en 1870, se debió en gran medida a que su fascinación personal por la historia grecorromana coincidía con el interés creciente de los ingleses de la época por la civilización clásica. Anteriormente, cuando vivía en Bruselas, había pintado escenas de la vida cotidiana medieval de Flandes (como en Saliendo de la iglesia en el siglo XV, c. 1864). Sin embargo, su primer viaje a Italia en 1863, la amistad con el egiptólogo Georg Ebers y su encuentro en París con Jean‐Léon Gérôme le hicieron abandonar estos temas nacionales de Bélgica y abrir su repertorio temático. Ya en Londres, adonde llegó gracias al marchante belga Ernest Gambart, ocupó pronto un lugar importante, participando en varias exposiciones con obras totalmente centradas en la reconstrucción de la Antigüedad grecorromana. La primera parte de su carrera se caracteriza por cuadros de Lawrence Alma‐Tadema. Saliendo de la iglesia en el siglo XV, c. 1864. pequeño formato que recrean la vida cotidiana de romanos (como en © Colección Pérez Simón, México Volviendo a casa del mercado, 1865) o griegos (como en Vino griego, 1873) y algunas escenas históricas centradas en los dramas personales (como en Agripina con las cenizas de Germánico, 1866). Para la realización de muchas de sus obras se basaba en el estudio minucioso de una extensa documentación, entre la que se encontraban su colección de fotografías, personales o compradas, su biblioteca y sus dibujos hechos in situ, que le permitían crear entornos históricos con todo lujo de detalle que parecían auténticas reconstrucciones. Llegó incluso a encargar una banqueta para utilizarla expresamente como recurso en sus cuadros, banqueta que todavía se conserva y que forma parte de la Colección del Victoria and Albert Museum. La década de 1880 fue la más prestigiosa de su carrera. El entusiasmo por su obra le permitió encontrar una clientela dispuesta a comprar lienzos de mayor tamaño, lo que le animó a pintar de manera sistemática cuadros de grandes dimensiones, como Las rosas de Heliogábalo (1888), que se expuso por primera vez en la Royal Academy para pasar luego a formar parte de la colección privada del ingeniero y coleccionista John Aird, promotor de la presa de Asuán, en Egipto. En este caso, como en varias de sus grandes telas, escoge un tema histórico que enfatiza el aspecto más oscuro del imperio romano, con sus intrigas de palacio y sus asesinatos. La vida del joven emperador Heliogábalo (203‐222, reinó de 218 a 222) es el ejemplo perfecto de esta decadencia que fascinaba a los contemporáneos de Alma‐Tadema. La fuerza de esta obra maestra reside precisamente en la contraposición entre la belleza que aparentemente presenta y la crueldad real del tema representado, entre el encanto decorativo del cuadro en sí y la tragedia de la muerte que se consuma en primer plano. Es, además, un magnífico ejemplo de la maestría del pintor en la representación Lawrence Alma‐Tadema. Confidencia inoportuna, 1895. © Colección Pérez de las diferentes texturas y colores de los tejidos, de las carnaciones Simón, México o del mármol. Hacia finales del siglo XIX, y para adaptarse a la evolución del gusto británico, dejó a un lado la precisión de la reconstrucción arqueológica para dedicarse a plasmar escenas más cercanas a la pintura de género que a la histórica, sentimentales y atemporales, aunque enmarcadas todavía en un contexto antiguo que ponía de relieve su talento como decorador de interiores. Edward Coley Burne‐Jones (1833‐1898) La Fraternidad Prerrafaelita acababa de disolverse cuando empezó, a principios de 1860, la verdadera carrera de pintor de Burne‐Jones. Fiel a la tradición poética del prerrafaelismo, y gracias a su excepcional sentido de la línea y de los colores, creó un mundo de pasión y de ensueño. Al mismo tiempo, dibujaba vidrieras para la empresa de William Morris, un antiguo compañero de la Universidad de Oxford. En 1877 tuvo lugar su primera exposición en la Grosvenor Gallery, que le proporcionó un gran éxito y reconocimiento. La década siguiente se caracterizó por una constante sucesión de empresas ambiciosas y de éxitos en Inglaterra (como su primera exposición retrospectiva en Londres, en 1893), en Europa, donde fue apreciado en los ambientes simbolistas, y en Estados Unidos. Pese a que en 1885 fue elegido miembro asociado de la Royal Academy, no llegó a frecuentarla demasiado. Ejecutó algunos retratos, pero fue sobre todo su Edward Coley Burne‐
Jones. Fátima, 1862. actividad como decorador la que le granjeó una mayor popularidad. © Colección Pérez Simón, México A los inicios de su carrera pictórica pertenece Fátima (1862), una de las obras del artista presentes en la exposición. Esa época se caracteriza por el empleo habitual de la acuarela, más fácil de trabajar que el óleo, y el interés por las mujeres seductoras, una fascinación que le acompañó el resto de su vida. Para retratar a Fátima, la última mujer de Barba Azul, Burne‐Jones no escogió el momento dramático en el que descubre los cadáveres de sus anteriores esposas, sino cuando se dispone a abrir la puerta, para centrar toda la atención en este gesto. Frederic Leighton (1830‐1896) Instalado en Londres a partir de 1859, tras haber recibido una formación internacional en Alemania, Italia y Francia, el artista inglés Frederic Leighton buscó durante años su propio camino entre la tradición clásica y el movimiento estético. Su obra, dominada por los grandes temas clásicos, se caracte‐
riza por un tratamiento contenido de los sentimientos y por la búsqueda permanente de la belleza formal. Pese a sus difíciles inicios londinenses, se convirtió en miembro asociado de la Royal Academy en 1864, en académico en 1868 y en Lord Frederic Leighton. Muchachas griegas recogiendo presidente muy activo de la institución desde 1878 guijarros a la orilla del mar, 1871. © Colección Pérez Simón, México hasta su muerte. Muchachas griegas recogiendo guijarros a la orilla del mar (1871) es una obra capital del movimiento estético: puramente decorativa, ejerce un impacto inmediato sobre los sentidos gracias a la armonía de su composición. Este lienzo no hace referencia a ningún hecho histórico de la Antigüedad, como sí lo hacían sus obras anteriores. Se trata de un estudio sobre las cualidades abstractas del color y de la forma, cuya disposición se equilibra y contrapone rítmicamente. Su afición personal por la cultura clásica, propia de la Academia que dirigía, puede observarse en la noble belleza de Antígona (s.f.), a la hora de conocer su trágico destino. Pero la obra de Leighton denota también un interés muy marcado por el naturalismo, como muestra el encantador desnudo de la modelo Dorothy Dene, en Crenaia, la ninfa el río Dargle (1880). Albert Joseph Moore (1841‐1893) Aunque Moore sea todavía hoy un artista poco conocido, jugó un papel muy importante en el desarrollo del movimiento estético. Nacido en una familia de artistas del norte de Yorkshire, estudió en la Royal Academy de Londres y viajó en varias ocasiones a París e Italia. Después de desarrollar un interés inicial por la corriente prerrafaelita y de trabajar para la empresa de William Morris, cambió radicalmente su concepción de la pintura. A mediados de la década de 1860 se convirtió, junto a su amigo James Whistler, en uno de los pioneros de la búsqueda del “arte por el arte”, un tipo de pintura Albert Joseph Moore. El Cuarteto, tributo del pintor al arte de que no trataba un tema concreto, sino que buscaba la música, 1868. © Colección Pérez Simón, México la belleza formal. Basándose en el estudio pormenorizado de las esculturas grecorromanas del British Museum, comenzó a realizar obras puramente decorativas, inspiradas en la estética de la Antigüedad e influidas por la música. El Cuarteto, tributo del pintor al arte de la música (1868) es uno de los iconos del movimiento estético: la escena podría parecer sacada de la Antigüedad, pero la presencia anacrónica de instrumentos musicales modernos aleja la posibilidad de querer presentarla como una reconstrucción histórica. La composición, basada en líneas perpendiculares, enmarca los dos grupos de personajes, hombres y mujeres, que se representan conveniente alternados para generar un ritmo desigual. La elección de colores delicados, dominados por los blancos y los ocres, incide en la búsqueda de una armonía visual que se apoya, además, en la adopción de los cánones griegos para dar forma a las figuras. Edward John Poynter (1836‐1919) Nacido en París en el seno de una familia de artistas e hijo de arquitecto, Poynter recibió una educación cosmopolita en la capital francesa, en Italia y en la Royal Academy. De regreso en Londres, participó en amplios proyectos decorativos, como el del South Kensington Museum (el actual Victoria and Albert Museum) y el del vestíbulo central del Parlamento de Westminster. Durante la década de 1860, Poynter fue uno de los artistas líderes de su generación y participó en el desarrollo del movimiento estético. Su Andrómeda (1869) es uno de los desnudos más bellos de la pintura europea de la segunda mitad del XIX. La referencia a la temática mitológica, aunque se reduzca a la representación de la joven resignada a su suerte, y las pequeñas dimensiones del cuadro ayudaron a que la obra fuera aceptada en la Academia, aun cuando Edward John Poynter. Andrómeda, el desnudo era todavía un género secundario en la pintura británica. 1869. © Colección Pérez Simón, México Poynter logra aquí una extraordinaria síntesis entre los cánones clásicos, la influencia de los desnudos de Ingres en la posición del cuerpo, la de Tiziano en los colores y un genuino naturalismo británico, especialmente destacado en el cabello de Andrómeda. A partir de 1875, sus obligaciones docentes y administrativas, unidas a su fidelidad al clasicismo, redujeron notablemente la cantidad y la calidad de su obra pictórica. Nombrado miembro asociado de la Royal Academy en 1869 y académico en 1876, presidió la institución hasta su muerte, en 1919. John Melhuish Strudwick (1849‐1937) Aunque Strudwick es hoy un artista prácticamente desconocido tuvo, entre 1875 y 1900, un éxito considerable y contaba con una fiel clientela, especialmente entre los armadores de Liverpool, como William Imrie, propietario de la White Shipping Line. Trabajó durante años en el taller de Burne‐
Jones hasta que el éxito de Canción sin palabras, en la exposición de la Royal Academy de 1875, le permitió abrir su propio taller. Su estilo se caracteriza por su marcado carácter decorativo, el gusto por el detalle heredado de los prerrafaelitas, los colores inspirados por el renacimiento florentino y un tipo de mujer que debe tanto al estilo de Burne‐Jones como John Melhuish Strudwick. Canción sin palabras, 1875.
al estudio de la obra de Botticelli. Si Elaine, (c. 1891) © Colección Pérez Simón, México representación de una heroína de la leyenda artúrica revisitada por Tennyson, se sitúa en la corriente posterior a los prerrafaelitas, otras obras de Strudwick como Pasan los días (1878) o Las murallas de la casa de Dios (c. 1889) le acercan más al simbolismo europeo. Al coleccionar con entusiasmo las obras de Strudwick, Perez Simón tiene un papel de primera fila en el redescubrimiento actual de este artista tan complejo. William Waterhouse (1849‐1917) Nacido cuando se formaba el movimiento prerrafaelita, Waterhouse es el último de los grandes pintores clásicos de las épocas victoriana y eduardiana. Estudió en las escuelas de la Royal Academy y viajó varias veces a Roma, ciudad en la que había nacido. Después de una primera etapa marcada por la influencia de Alma‐Tadema y dedicada a la reconstrucción de la vida cotidiana antigua, cambió radicalmente de temática al inicio de la década de 1880, añadiendo referencias literarias a sus interpretaciones de la Antigüedad clásica y centrando casi todo su interés en la representación de la belleza femenina, sobre todo a través de heroínas y hechiceras. Fascinado por la magia y las ciencias ocultas, creó algunas imágenes icónicas de mujeres fatales en la pintura victoriana. Nombrado académico en 1895, gozó de un éxito continuo en Inglaterra hasta 1912 y participó en numerosas exposiciones internacionales, tanto en Europa como en Estados Unidos. La bola de cristal (1902) reúne todos los elementos que John William Waterhouse. La bola de contribuyeron a la fama de Waterhouse durante la última década cristal, 1902. © Colección Pérez Simón, del siglo XIX: una mujer sola, de belleza ideal, en un interior abierto a México
un paisaje, concentrada en una ocupación ‐en este caso, la lectura de una bola de cristal‐. La joven responde al “tipo Waterhouse” de mujer: esbelta, con un cabello que realza un bello rostro ovalado, de barbilla prominente, ojos almendrados y boca pequeña. 
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