Grandes mitos y falacias de las botellas y el alcohol

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Grandes mitos y falacias de las botellas y el alcohol
CHILE
Las creencias relacionadas con el hábito de las botellas surgen de preferencia en los estratos
sociales bajos, y paulatinamente son asimiladas por las demás clases, a veces como un folclorismo
que les resulta divertido, y otras porque efectivamente creen en esos mitos.
Al contrario de lo que se podría pensar, la supuesta modernidad que hoy nos embarga no ha servido
para develar la ignorancia, sino que la ha reforzado. En cada una de las celebraciones etílicas del
año, la televisión se encarga de encender las luces de madrugada en los mercados municipales,
para legitimar la costumbre ? porque eso es: costumbre ? de los curaditos que acuden como
corderos a librarse de los dolores de la caña. Entonces, cualquier sombra de duda sobre la
efectividad de los mariscos para aliviar los temblores de la resaca se diluye, y la gallada concurre en
pleno, quizás esperando un poquito de suerte para toparse con el móvil de prensa y brindar ante la
cámara con una cerveza de medio litro.
Aquí presento una lista, por lo demás incompleta, de esas grandes mentiras a las que rendimos
pleitesía.
EL VODKA NO DEJA OLOR
Claro, uno o dos sorbos de vodka no dejan olor perceptible en la boca. Se trata, pues, de uno de los
más finos licores, y aunque uno sumerja la nariz en el vaso de vodka seco, apenas si halla un leve
trazo de aroma a maíz. Eso para los nasales finos. Es decir, poquito. Y al amparo de tal mito es que
muchos bebedores aficionados creen que pueden apelar al vodka a fin de que, en la mañana
siguiente, nadie les note las desgracias de la cruda. Se juran que pueden pasar colados.
Si hablamos de las grandes lides, de beber no sólo un par de copas, no se ha inventado el licor que
abandone nuestro cuerpo sin dejar huella. Un galón de vodka, por ejemplo, puede que no disperse
ningún olor en su recipiente original, pero vaciado en el aparato digestivo de cualquier cristiano
corroe los tejidos, mata los bichos infiltrados, hierve los restos de comidas, quema las paredes del
intestino, brota a burbujas en el caldo de las enzimas y, por tanto, provoca que el bebedor apeste
del mismo modo que si hubiese estado bebiendo aguardiente de quinta categoría y encima,
adulterado.
Ingerido en exceso el vodka sí deja olor.
UNA CERVEZA BEBIDA A CUCHARADAS EMBRIAGA
Se trata de una de las falacias más antiguas, propia de los jovenzuelos.
Es posible que, justamente, una quinceañera cabecee con un par de sorbos de pilsoca. Nada más.
Pero un bebedor medio sabe que la cerveza no cura de ninguna forma, y en ninguna medida.
Además, todavía no ha surgido el científico analfabeto que se dedique a investigar empíricamente si
la cerveza servida a cucharadas emborracha más que la cerveza servida a la discreción de los
buenos bebedores.
HAY QUE BEBER SÓLO PASADO EL MEDIODÍA
He aquí la más inmensa de las torpezas, como si uno debiese acomodar sus buenos y naturales
hábitos a la aceptación social. Sépalo usted, señor, dos actividades del ser humano no pueden ni
deben aceptar regímenes horarios o turnos: el sexo y la bebida.
En los bares irlandeses suelen colgar un gran reloj que tiene puros números cinco como indicadores
de las horas. Abajo, un cartel que señala: permitido beber sólo pasadas las 5:00.
LAS MUJERES BEBEN MENOS QUE LOS HOMBRES
Claro, hay mujeres mojigatas, fruncidas, que creen fervientemente que el alcohol es dañino para la
salud. O para la conservación de sus figuras esbeltas, lo que sería comprensible. Además, les
habrán contado la falacia de que los hombres siempre desean embriagarlas, meterle copas hasta
por las orejas, para que después se comporten con la mansedumbre de una borrega y entreguen la
delicada flor de sus secretos.
Sin embargo, una buena mujer adiestrada de manera natural en estas lides, responde al menos con
la misma maestría de un hombre.
EL PISCO SOUR Y/O LA CERVEZA CON LIMÓN CURAN EL RESFRIADO
Naturalmente, es una cuestión de fe, lo más cercano que puede llegar un buen bebedor a los
asuntos ceremoniales o religiosos. Ningún estudio médico respalda la afirmación de que el pisco
sour o la cerveza nos salvan del resfriado, aunque es sano para la mente creerse el cuento y
trasegar unas pilsocas cuando uno anda tiritando por la gripe. O un buen sour que lo atonte todavía
más y le avale un largo sueño. Es legítimo engañarse en pos de un cariñoso brebaje, piensa todo
buen bebedor. Por eso, un resfrío en cualquier época del año se combate destapando botellas. Así,
ante los ojos de los timoratos y abstemios, uno está bebiendo por su salud, literalmente.
EL BORRACHO SIEMPRE DICE LA VERDAD
In vino veritas, decían los romanos, en el vino está la verdad, lo que demuestra la antigüedad de
este mito. Y es más bien todo lo contrario: el alcohol en abundancia potencia en los hombres el afán
de la fábula, la necesidad de explayarse en sus fantasías más ignotas, contarlas a un público
cautivo, actuarlas si es necesario, echar la talla, sacar cuentos desde cada manga, impedir que
otros interrumpan, y narrar, narrar. El individuo ebrio es un juglar destapado, y si por casualidad deja
escapar alguna sentencia que después comprobamos verdadera, es por el mero azar, o porque era
parte articuladora de las mentiras. Al bebedor siempre le hace falta alguien que apunte el tejido de
sus invenciones, porque podrían convertirse fácilmente en exitosa novela al día siguiente. Pero no
es así: la retórica del borracho se extravía en cuanto se duerme, y es imposible que después
responda a uno solo de sus desvaríos.
LOS PRODUCTOS DE MAR AYUDAN A SUPERAR LA RESACA
Aquí estamos ante una cuestión más bien folclórica, que nos remite a los curaditos, los
trasnochados y los fiesteros a las cinco de la madrugada en las cocinerías del mercado, solicitando
con urgencia un plato caliente de mariscal, una paila marina, machas al pil pil, a la parmesana, en
salsa verde, ostiones en sus conchas, jaibas en carapachos, o lo que a su merced se le antoje con
ese mar pródigo en las cercanías. Tanto, que su presencia llega a incidir en la economía de los
locatarios, siempre llorones ellos, perennes repetidores de que la cosa está mala, compungidos para
la tele con que la cosa está mala, y peor si sus fieles beodos no concurren después de las Fiestas
Patrias o el primero de enero.
El consumo de grandes volúmenes de alcohol debilita el cuerpo, puesto que se gastan energías en
neutralizar los efectos de la bebida. Además, no olvidemos que el exagerado número de copas se
acompaña de bailoteos, risotadas, histrionismos y malabarismos. Sin olvidar el esfuerzo del
trasnoche. Es decir, nuestra mecánica exigida al máximo. Al amanecer, lo que el cuerpo necesita
con urgencia es alimento, no necesariamente un caldillo de congrio, una reineta a la plancha o
media docena de empanadas de loco. Podría ser una sopa de ave, un vaso de leche tibia o lo que
sea. Pero no, manda la costumbre de concurrir al mercado, quizás para salir en la tele con esa
estampa como de vagabundo de ferrocarriles: desgarbado, ojeroso y polvoriento, cuchareando la
paila de greda y bebiendo un blanco pipeño de Guarilihue.
EL GIN PROVOCA CEGUERA
Gin con gin, Tom Collins, Cuba libre, piscola, todos los tragos combinados propios de una juerga de
empleados públicos la noche de un viernes. Días después se rememoran las hazañas, se exageran
los litros bebidos y/o se inventan conquistas de féminas, cuando lo más probable es que se haya
tratado de niñas del amor tarifado. En este panorama imaginario es que surgen mitos ridículos,
como que el gin deja ciego a quien lo bebe en exceso. Bueno, si es un asunto de excesos, cualquier
licor es peligroso, y la ceguera vendría siendo el daño colateral menos temido.
FUENTE:
Diario W 5
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