El avaro y el oro Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró

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El avaro y el oro
Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la
tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que pasaba.
Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela.
El avaro, a su siguiente visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se
lamentaba amargamente.
Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole:
-Da gracias de que el asunto no es tan grave. Ve y trae una piedra y colócala en el hueco.
Imagínate entonces que el oro aún está allí. Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea
oro, ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.
“Valora las cosas por lo que sirven, no por lo que aparentan”.
El caballo y el asno
Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno,
sintiéndose cansado, le dijo al caballo:
-Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo, haciéndose el sordo, no dijo nada; el asno cayó víctima de la fatiga y murió allí
mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
El caballo suspiró y dijo:
-¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo, ahora tengo
que cargar con todo y hasta con la piel del asno!
Cuando no tiendes la mano al prójimo, te perjudicas a ti mismo.
El ciervo, el manantial y el león.
Agobiado por la sed, llegó un ciervo a un manantial. Después de beber, vio su reflejo en el
agua. Al contemplar su hermosa cornamenta, se sintió orgulloso, pero quedó descontento
por sus piernas débiles y finas. Sumido aún en estos pensamientos, apareció un león que
comenzó a perseguirlo. Echó a correr y le ganó una gran distancia, pues la fuerza de los
ciervos está en sus piernas y la del león en su corazón.
Mientras el campo fue llano, el ciervo guardó la distancia que lo salvaba; pero al entrar en
el bosque sus cuernos se engancharon a las ramas y, no pudiendo escapar, fue atrapado
por el león. A punto de morir, exclamó para sí mismo:
-¡Desdichado! Mis pies, que pensaba me traicionaban, eran los que me salvaban, y mis
cuernos, en los que ponía toda mi confianza, son los que me pierden.
Nos ayuda quien no sospechamos, mientras los que adulamos no se asoman.
El joven y el lobo
Un joven pastor, que cuidaba un rebaño de ovejas cerca de una villa, alarmó a los
habitantes tres o cuatro veces gritando:
-¡El lobo, el lobo!
Pero cuando los vecinos llegaban a ayudarle, se reía viendo sus preocupaciones. Mas el
lobo, un día de tantos, sí llegó de verdad. El joven pastor, ahora alarmado él mismo,
gritaba lleno de terror:
-Por favor, vengan y ayúdenme; el lobo está matando a las ovejas.
Pero ya nadie puso atención a sus gritos, y mucho menos pensar en acudir a auxiliarlo. Y el
lobo, viendo que no había razón para temer mal alguno, hirió y destrozó a su antojo todo
el rebaño.
“Al mentiroso nunca se le cree, aún cuando diga la verdad”.
El león y el ratón
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su
cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le
pidió éste que lo perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento
oportuno. El león echó a reír y lo dejó marchar.
Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y lo ataron con una cuerda
a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al
lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.
-Días atrás -le dijo-, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en
agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos
y cumplidos.
Nunca desprecies las promesas de los pequeños.
El perro y su reflejo en el río
Vadeaba un perro un río llevando en su hocico un sabroso pedazo de carne. Vio su propio
reflejo en el agua del río y creyó que aquel reflejo era en realidad otro perro que llevaba
un trozo de carne mayor que el suyo.
Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para arrebatar el trozo a su
supuesto compadre.
Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el ajeno: éste porque no existía, sólo
era un reflejo, y el otro, el verdadero, porque se lo llevó la corriente.
Más vale pájaro en mano, que cien volando.
La gallina de los huevos de oro
Tenía cierto hombre una gallina que cada día ponía un huevo de oro. Creyendo encontrar
en las entrañas de la gallina una gran masa de oro, la mató; mas, al abrirla, vio que por
dentro era igual a las demás gallinas. De modo que, impaciente por conseguir de una vez
gran cantidad de riqueza, se privó él mismo del fruto abundante que la gallina le daba.
Es conveniente estar contentos con lo que se tiene, y huir de la insaciable codicia.
La liebre y la tortuga
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que
era la más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.
-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara
apuesta a la liebre.
-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.
-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.
-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy divertida, aceptó.
Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el
camino y la llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.
Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando. ¡Vaya
si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura!
Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio,
pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo.Se detuvo al lado del
camino y se sentó a descansar.
Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más.
Le dejó ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.
Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin
detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó
dormida.
Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta
llegar a la meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era
demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.
Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No
hay que burlarse jamás de los demás. También de esto debemos aprender que la pereza y
el exceso de confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros objetivos.
La zorra y el cuervo
Un cuervo robó a unos pastores un pedazo de carne y se retiró a un árbol.
Lo vio una zorra. Deseando apoderarse de aquella carne, empezó a halagar al cuervo.
Elogiaba sus elegantes proporciones y su gran belleza; agregaba, además, que no había
encontrado a nadie mejor dotado que él para ser el rey de las aves, pero que lo afectaba
el hecho de que no tuviera voz.
El cuervo, para demostrarle a la zorra que no le faltaba voz, soltó la carne para lanzar con
orgullo fuertes gritos.
La zorra, sin perder tiempo, rápidamente cogió la carne. Le dijo:
-Amigo cuervo, si además de vanidad tuvieras entendimiento, nada más te faltaría para
ser el rey de las aves.
Cuando te adulen, con más razón debes cuidar de tus bienes.
La zorra y la liebre
Dijo un día una liebre a una zorra:
-¿Podrías decirme si realmente es cierto que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman
la "ganadora"?
-Si quieres saberlo -contestó la zorra-, te invito a cenar conmigo.
Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de doña zorra vio que no había más cena
que la misma liebre. Entonces dijo la liebre:
-¡Al fin comprendo para mi desgracia de dónde viene tu nombre: no es de tus trabajos,
sino de tus engaños!
Nunca pidas lecciones a los tramposos, pues tú serás el tema de la lección.
Los dos perros
Un hombre tenía dos perros. Uno era para la caza y otro para el cuido. Cuando salía de
cacería iba con el de caza, y si cogía alguna presa, al regresar, el amo le regalaba un
pedazo al perro guardián. Descontento por esto, el perro de caza lanzó a su compañero
algunos reproches: que sólo era él quien salía y sufría en todo momento, mientras que el
otro perro, el cuidador, sin hacer nada, disfrutaba de su trabajo de caza.
El perro guardián le contestó:
-¡No es a mí a quien debes de reclamar, sino a nuestro amo, ya que en lugar de
enseñarme a trabajar como a ti, me ha enseñado a vivir tranquilamente del trabajo ajeno!
Que tus mayores te enseñen un trabajo digno para afrontar tu futuro.
Los lobos reconciliándose con los perros
Llamaron los lobos a los perros y les dijeron:
-Oigan, siendo ustedes y nosotros tan semejantes, ¿por qué no nos entendemos como
hermanos, en vez de pelearnos? Lo único que tenemos diferente es cómo vivimos.
Nosotros somos libres; en cambio, ustedes sumisos y sometidos en todo a los hombres:
aguantan sus golpes, soportan los collares y les guardan los rebaños. Cuando sus amos
comen, a ustedes sólo les dejan los huesos. Les proponemos lo siguiente: dennos los
rebaños y los pondremos en común para hartarnos.
Creyeron los perros las palabras de los lobos y traicionaron a sus amos; los lobos, al
ingresar en los corrales, lo primero que hicieron fue matar a los perros.
Nunca traiciones a quien verdaderamente confía en ti.
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