1 LA ENTREVISTA CON EL HOMBRE VIOLENTO Lic. María Alemán

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LA ENTREVISTA CON EL HOMBRE VIOLENTO
Lic. María Alemán - Lic. Daniela Chirro
INTRODUCCIÓN:
Así como la entrevista con una mujer maltratada necesita de un profundo
conocimiento de la violencia familiar desde una postura de género, la entrevista de un
hombre violento requiere de un gran manejo de estos dos marcos teóricos
complementados con un conocimiento acabado de las características de estos hombres
así como también de los manejos usuales que los mismos realizan al contar “su parte
de la historia”.
Durante muchos años, incluso en la actualidad, muchos profesionales han sostenido la
necesidad de “escuchar las dos campanas”. Y en algunos casos es cierto. La cuestión
es desde dónde serán escuchadas y para qué.
Para el tratamiento de mujeres maltratadas es sumamente importante NO estar en
contacto con el hombre maltratador. En cambio para el tratamiento de hombres
violentos sí es importante mantenerse en contacto con las víctimas por razones de
seguridad. En otras situaciones un profesional puede encontrarse entrevistando a un
hombre violento sin ser un servicio específico de tratamiento de violencia (al tomar
una denuncia, en un servicio de salud, etc).
A lo largo de su discurso surgen ciertas conductas típicas en los hombres violentos
que quedan evidenciadas al referirse a las situaciones que involucran sus propios actos
violentos. Si no se posee los conocimientos apropiados para detectarlos y descifrarlos
serán erróneamente interpretados como parte de un simple y plano relato. Y en verdad
no lo es.
Cuando entrevistamos a un hombre con un perfil compatible con el perfil del hombre
violento, el marco que guiará nuestras intervenciones debería ser al igual que cuando
entrevistamos a una mujer, un marco conceptual especializado tanto en violencia
como en género. Es primordial no perder de vista tres puntos centrales:
1. Que la violencia familiar no es una conducta aislada. No es una reacción de
enojo. Es una conducta que tiene una intencionalidad y una direccionalidad.
2. Que la violencia tiene como objetivos el CONTROL y el PODER de la
conducta del otro. Si no somete la voluntad del otro, no es violencia.
3. La concepción de género debe estar presente en esa escucha. Cuando escucho
a una mujer maltratada mi escucha está atravesada por esos siglos de
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sometimiento que la mujer ha sufrido a lo largo de la historia. Cuando
entrevisto a un hombre también lo escucho desde el mismo marco conceptual.
La construcción de la masculinidad.
“...En lo que se refiere a la identidad sexual,
podríamos decir que, si la mujer “nace”, el hombre
“se hace”...”
Guy Corneau
Los niños y las niñas pueden distinguir su identidad sexual no sólo gracias a la
identificación con personas de su mismo sexo sino también por la diferenciación con
los miembros del sexo opuesto. Ruth Hartley dijo “...Los hombres aprenden antes
lo que no deben ser para ser masculinos que lo que deben ser... Para muchos
niños la masculinidad se define simplemente como lo que no es femenino...”
(Hartley,1959). Los comportamientos tradicionalmente definidos como “masculinos”
surgen en realidad del intento de diferenciación, de la madre en particular y de las
mujeres en general: la ternura, la emocionalidad, la pasividad, la preocupación por el
bienestar de terceros, la empatía, etc.
En nuestra cultura, la construcción de la masculinidad atraviesa inevitablemente el
proceso de separación con respecto de la madre y en particular de los sentimientos de
apego y fusión hacia ella, para lograr la identificación con el progenitor del mismo
sexo. Esta “protofeminidad” (término utilizado por primera vez por Stoller) se
convierte para los varones en un obstáculo a superar. Podemos deducir entonces que
“...la masculinidad es secundaria y “construida” y que la unión primaria y
profunda con la madre la puede poner en peligro...” (Badinter, 1993). La presencia
del padre en esta etapa resulta definitoria, pero suele ser vivido por el niño más como
alguien temible que como una figura de apego y de apoyo: “...la mayoría de los
hombres de mediana edad recuerda... que no tuvieron en sus padres a seres
próximos, y muy pocos evocan ser abrazados o mimados por él; en cambio sí
recuerdan como les pegaban o castigaban o se burlaban de los varoncitos cuando
no parecía suficientemente masculinos...” (Burin y Meler, 2000)
A pesar de que tradicionalmente se creyó que durante los primeros años del niño sólo
la presencia materna era importante, varios estudios concluyeron que la presencia de
los padres en los primeros años de vida del niño, así como también la calidad del
vínculo, era vital para lograr una mejor adaptación, y que “... una relación cálida y
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afectuosa entre padre e hijo reforzará el desarrollo de la identidad masculina en
este último...” (Corneau, 1991).
Este autor destaca dos aspectos que resultan primordiales en la construcción de la
masculinidad. El primero se refiere a la construcción del cuerpo, dado que los hijos no
se desarrollarán positivamente respecto del cuerpo del padre (que es un cuerpo
ausente) sino negativamente con respecto al cuerpo presente de la madre. Esto traerá
aparejada la represión, por parte del varón, de su sensualidad y de su corporeidad, por
considerarse territorio femenino “...durante toda su vida, tendrá miedo del cuerpo,
tanto del de la mujer como del propio...” (Corneau, 1991). El segundo aspecto está
en relación con su vida emocional, dado que la identidad masculina se construye en
base a la represión de la expresión corporal y sentimental. No porque los hombres no
tengan sensibilidad, sino porque les está prohibido expresar sus emociones en su afán
de diferenciarse de las mujeres. Tomando este repudio como norte se construye la
masculinidad
tradicional,
sobre
la
base
de
dos
procesos
psicológicos
complementarios: la represión de la esfera emocional, la “restricción emocional” que
consiste en no poder hablar acerca de los propios sentimientos, con una expresividad
emocional prohibida o reducida a estereotipos y el hiperdesarrollo del yo exterior
(hacer, lograr, actuar) que se traduce en la obsesión por los logros y el éxito, lo que
implica estar en un permanente estado de alerta y competencia.
Otro aspecto a tener en cuenta como consecuencia de la construcción de la
masculinidad tradicional son los fuertes sentimientos tanto de homofobia como de
misoginia en los varones, originados en la definición del género a partir del
comportamiento sexual y como oposición a la feminidad.
Las características mencionadas, que contribuyen a reforzar la frágil heterosexualidad
de algunos hombres, han marcado las maneras de establecer vínculos de los varones,
tanto entre géneros como intra género, de manera definitoria y constituyen la gran
puerta de entrada para la aparición de las conductas violentas en las relaciones
amorosas.
Perfil del Hombre Violento
La práctica con hombres violentos muestra que no todos los hombres violentos
responden al mismo patrón de conducta. Donald Dutton destaca dos tipos diferentes
de agresores:
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Los agresores psicopáticos, que se caracterizan por la falta de reacción emocional
frente a sus actos. A diferencia de otros tipos de golpeadores, estos ejercen violencia
contra otras personas además de sus esposas. Su violencia es controlada y está al
servicio de un objetivo: dominar la conducta del otro. Este tipo de hombre violento no
se arrepiente de sus conductas, no responde a las restricciones que le impone la
justicia, en general no responde a los tratamientos de asistencia para varones
violentos. Este tipo de hombre violento es el menos frecuente, en general no supera
el 15 o 20% de los casos, pero es importante reconocerlos porque sus acciones suelen
ser de altísimo riesgo y gran letalidad.
Los agresores cíclicos, que constituyen el porcentaje más alto de hombres violentos.
Se comportan violentamente en forma cíclica, en función del “ciclo de la violencia” y
a partir de disparadores como embarazos, nacimientos, o cuando se imaginan que la
relación puede llegar a su fin. Suelen presentar rasgos de restricción emocional,
racionalización de los sentimientos y de inhabilidad comunicacional. Se
caracterizan por buscar motivos para culpar a sus parejas de todo acontecimiento, y
luego castigarlas por ello. Sostienen un estado de excitación aversiva, donde se
sienten dominados por una fuerza que no pueden explicar. Estos disparadores o
factores desencadenantes pueden desarrollarse en su interior. Sus pensamientos, presa
de una “rumiación mental” giran en torno a la infidelidad sexual y los celos
(Carrasco, 2006). Una de las características más fuertes es la ceguera selectiva, es
decir la ausencia de percepción entre lo que sus acciones provocan y la respuesta
defensiva de la mujer; la ceguera tiene relación directa con la adhesión al estereotipo
de género rígido. Mantiene una “dependencia encubierta” con respecto a su mujer,
motivo por el cual le resulta imposible separarse de ella, ya que la necesita para seguir
afirmándose como
hombre dominador. Suelen expresar alguna forma de
arrepentimiento luego del episodio violento, pero con el nuevo aumento de tensión el
episodio violento vuelve a repetirse.
Una de las características más habituales en el perfil del hombre violento cíclico (a
quienes nos referiremos en adelante) es la celotipia. En estos cuadros se destacan la
culpabilización de la mujer por los celos que el hombre está sintiendo, la
necesidad de control sobre las conductas de la mujer y un alto grado de ideación
delirante. Mantener la identidad masculina requiere dominar aquello que lo amenaza,
en este caso, mantener bajo control lo femenino. Así, una parte muy importante en la
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iniciación de los actos de violencia suele ser la percepción errónea que tienen los
hombres violentos acerca de cualquier acto de su pareja que muestre que ella posee
voluntad e intereses propios. El afán posesivo creciente del victimario va cercenando
y debilitando las capacidades de respuesta defensivas de la víctima, En forma
constante la mujer se ve necesitada de traducir las “versiones fabulatorias” en que el
perpetrador busca confirmar sus propias ideas fijas, con acusaciones y atribución de
falsas intencionalidades en la victima, que en realidad sólo están al servicio de
facilitar la aparición de conductas violentas. El violento repite un libreto rígidamente
armado y en el que cada parte encaja perfectamente en el argumento”.
En general los hombres violentos poseen una muy baja autoestima, poca confianza en
sí mismos, la cual se ve desafiada ante cualquier intento de progreso de la mujer,
generándose así su necesidad de aislarla social, familiar y laboralmente a la vez que
desvalorizarla frecuentemente. Su inseguridad radica principalmente en el terrible
miedo que siente ante la posibilidad de ser abandonado por esta mujer a la que desea
retener de cualquier forma. Así, ante el más mínimo intento de independencia (y
entiéndase por mínimo en los casos más extremos desde ir al baño compartido de la
pensión sola, a los casos más frecuentes, ir al supermercado sola, estudiar o trabajar)
se disparan en estos hombres con características violentas los más profundos celos,
llevando éstos a un extremado control (que puede abarcar un amplio espectro desde
revisar celulares a pedir boletos con horario o llegar a revisar la ropa interior de su
pareja). Suelen ser sumamente habilidosos y conociendo bien las debilidades de su
pareja suelen utilizarlas para su propio beneficio, dejando a la mujer confundida, no
entendiendo lo que acaba de ocurrir y preguntándose cada vez qué fue lo que hizo
mal. A su vez los hombres violentos se relacionan con otras personas de su alrededor
con un gran carisma y una marcada violencia al interior del hogar. Este
comportamiento genera un descreimiento en las personas que rodean a la víctima
siéndole dificultoso encontrar credibilidad al relatar los episodios violentos a la que es
sometida y se lo conoce como la doble fachada del hombre violento.
CARACTERÍSTICAS
QUE
SURGEN
EN
LAS
ENTREVISTAS
DE
HOMBRES VIOLENTOS:
Cuando se entrevista a hombres con características violentas es frecuente que éstos se
muestren sumamente verborrágicos, aunque en otras oportunidades su relato puede ser
controlado, midiendo con cuidado cada palabra que dicen. Les resulta difícil precisar
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datos y muestran marcados intentos de manipulación del encuadre de la entrevista. En
la entrevista es habitual encontrar:
•
Desconocimiento de datos de la persona a quien maltrata o de sus hij@s: no
sabe datos tales como fecha de nacimiento, edad, estudios cursados, etc
•
Constante descalificación de la persona a quien maltrata: de manera sutil y a
veces no tanto, desliza descalificaciones respecto de la persona a quien
maltrata intentando no hacerlo ver como un directo ataque a ella: “ella no es
mala si no fuera porque consume y se saca por nada”
•
Negación de conductas violentas propias: A lo largo de su relato surgirán
frases como “Yo no la tiré, ella se tropezó y se cayó”
•
Adhesión a estereotipos de género: “yo soy una persona abierta, no le
prohíbo hacer cosas afuera de la casa pero ella sabe que primero tiene que
cumplir con sus deberes adentro de ella”
•
Culpabilizar al otro por reaccionar en forma violenta: “yo estaba lo más
tranquilo y ella me dice cosas para que yo le pegue”
•
Justificar comportamientos violentos para lograr lo que desea, poniendo el
foco en sus buenas intenciones: “la tuve que sujetar para que no se hiciera
daño” “yo no quería llegar a esto pero tuve que hablar con sus padres para
que entiendan la situación y me ayudaran a llevarme a los chicos”.
•
Minimización de las propias conductas violentas: frases como “yo no la
golpeé, sólo la empujé para que no se lastime”, “yo no le pegué, sólo la sujeté
fuerte para que se calme… le tapé la boca para que se calle”, etc, son
habituales de ser escuchadas intentando minimizar el efecto que su propia
conducta violenta tiene.
•
Maximización de las conductas “violentas” de la persona a quien maltrata:
en contraposición surge una marcada exageración de las conductas por parte
de la mujer a la que maltrata “me voló la cara de un cachetazo… me rompió la
cabeza… pegó un portazo que casi tira la casa abajo”
•
Actitudes de control hacia la otra persona: es importante prestar atención a
formas de control encubiertas tales como “pasé por casa de casualidad y vi
que ella no estaba y no me había avisado que iba a salir”… “la llamé varias
veces para ver por dónde estaba”
•
Abuso de denuncia: en el caso de intervenciones judiciales se ha observado
una marcada tendencia a realizar un gran número de denuncias sean estas en el
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marco civil o penal trivializando la importancia que una denuncia de estas
características tiene.
El hombre que ejerce violencia cree fehacientemente en su derecho a ejercer control
sobre su pareja. La violencia no se trata del golpe per se, sino del poder y el control
sobre la vida de la otra persona. Ese derecho autoadjudicado es el que lleva a un
hombre violento a sostener cosas tales como la ‘golpeé para que se calmara’. La
justificación de sus actos estaría dada por ese derecho especial del que cree gozar y al
que se conoce como entitlement.
¿PUEDE UN HOMBRE VIOLENTO MODIFICAR SU CONDUCTA?
Quizás.
Es realmente un arduo trabajo el que está por delante. La dificultad mayor radica en la
no aceptación del hombre violento de esas características, lo que reduce enormemente
las posibilidades de que acceda a tratamiento especializado. Creemos que el
tratamiento no especializado no aportaría modificaciones a su conducta dado que el
hombre violento manipulará la información de modo tal que logrará del terapeuta lo
que quiere obtener y luego lo utilizará en su propio beneficio en su relación (“el
terapeuta del tratamiento que vos me pediste que haga me da la razón…”).
Si el hombre violento no acepta su condición de violento, no aceptará tratamiento
especializado y por ende no modificará su conducta.
Estudios realizados en otros países en donde el tratamiento es ordenado judicialmente,
han mostrado ciertas mejoras sobre todo en relación a la peligrosidad de los actos que
cometen, los cuales habrían disminuido con tratamiento grupal especializado. (Adams
S., 2007)
Lo cierto es que sin tratamiento no habrá por seguro posibilidad de cambio alguno.
Queda sí la posibilidad de pensar hacia el futuro y apostar a la prevención, a la
enseñanza de roles diferentes de lo que significa ser mujer y ser hombre para que las
generaciones futuras tengan una buena base para trabajar desde la igualdad.
Bibliografía:
7
•Adams D., Why do they kill? Men who murder their intimate partners. Editorial
Vanderbilt University Press. Tennessee, 2007
•Asturias L., Construcción de la masculinidad y relaciones de Género”. Separata,
1997
•Badinter E., “XY, identidad masculina”. Gr. Ed. Norma, 1993
•Bancroft L., Why does he do that? Inside the minds of angry and controlling
men, Ed. Berkley Books, New York, 2002
•Burin M. y Meler I., “Género y familia”. Paidós, Bs As. 1998
•Carrasco M., “Violencia Masculina”. www.acevifa.org.ar 2006
• Common Purpose, Inc., “Working together against violence and abuse”. Jamaica
• Plain, Massachusetts.
• Corneau G., “Hijos del silencio”. Ed. Cirse, 1991
• Dutton, D., “El golpeador”. Paidos, Bs As, 1997
• Echeburúa, E., “Personalidades Violentas”. Ed Pirámide, 1994
• Hartley, Ruth E. “Sex-role pressures and the socialization of the male child”.
Psychological Reports, Vol 5(3), 1959, 457-468. doi: 10.2466/PR0.5..457-468
• Kauffman, M., “La construcción de la masculinidad y la tríada de la violencia
masculina” en: Hombres. Placer, poder y cambio. CIPAF. Santo Domingo, 1989
• Nuñez Soto O., “Dialéctica de la masculinidad”. Revista Trayectorias, Suplemento
Ensayos. Números 23 y 24. Guatemala 1997
• Stoller, R. “Sex and Gender”. vol 1, New York: Jason Aronson, 1968.
8
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