Vocación y Misión del Catequista

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Vocación y Misión del Catequista
“El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él
despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo”. (Is. 50,4)
Introducción
Tan importante es el relato vocacional para los profetas que la única diferencia en el
AT entre un profeta falso y uno verdadero es que éstos cuentan con un relato que justifica su
función de auténticos embajadores de Dios mientras el falso habla sin que Dios lo haya
enviado. Como el profeta falso no ha tenido una personal y transformante experiencia de Dios
que fundamente su misión no tiene relato vocacional, y su servicio a reyes y pueblos no es
más que palabrería que a éstos les agrada oír (Jr 6,13-14; 14,13-14; 23,13-24; Ez 13; Miq 3,5).
El que no conoce a Dios menos conoce su palabra (Jr 1,5).
La vocación configura la existencia humana en razón de una misión divina. Por esto, la
vocación se vive como una elección de Dios de un hombre o una mujer para dotarlo y ponerlo
en un segmento de historia de salvación que debe animar con el carisma regalado por Dios.
Desde esta perspectiva, el relato vocacional cumple la función de un prólogo históricomisional que justifica teológicamente la presencia y el encargo divino del elegido en dicho
segmento de historia de salvación.
Los relatos vocacionales
Una gran mayoría de los relatos vocacionales del AT revelan el llamado divino a un
hombre para que haga de profeta (y otros de liderazgo…). Los relatos vocacionales en el AT se
pueden clasificar, por su estructura literaria:
De teofanía: Abraham, Samuel, Elías y Eliseo;
De oráculo: Amós, Oseas, Moisés (relato sacerdotal: Ex 6,2-7,7), Josué (relato
deuteronomista: Jos 1,1-9), el Siervo de Yahveh del segundo Isaías, el tercer Isaías;
De misión: Moisés (relato yahvista-elohista: Ex 3), Gedeón, el primer Isaías (Is 1-39),
Jeremías y Ezequiel.
Tipos de relatos vocacionales en el AT
La clasificación de los relatos vocacionales que sigue
se fundamenta en los elementos literarios y teológicos que
los configuran como tales. Recomendamos detenerse, por su
importancia personal y pastoral, en la imagen de Dios que se
juega en cada uno de los cuatro tipos de relatos vocacionales
que se presentan.
Primer tipo: «Deja tu tierra… y Abram partió»
Al primer tipo de relato vocacional pertenece la elección de Abraham (Gn 12,1-4a),
Elías (1 Re 19,11-13.15-19a), Amós (7,15), Oseas (1,2-3a) y Jonás (1,1-3a; 3,1-3a). Dos
elementos caracterizan el relato:
a- La orden en imperativo por parte de Dios (“ve...”), y
b- La realización inmediata del mandato por parte del elegido.
La imagen de Dios es la de quien dirige y domina porque es el Señor de la vida y de la
historia. Su llamado, pues, es irresistible y no hay modo de sustraerse a él. Amós lo
testimonia con las siguientes preguntas en paralelismo: «Ruge el león, ¿quién no temerá?;
habla el Señor, ¿quién no profetizará?» (Am 3,8). Dios es un “jefe” convincente ante quien
sólo cabe cumplir sus órdenes claras y categóricas.
Es posible la rebeldía del elegido (Jon 1,3), pero el Señor saldrá a su encuentro
cuantas veces sea necesario para que acepte con sumisión el encargo (3,2.3: «Vete ahora
mismo a Nínive… Jonás partió de inmediato a Nínive…»).
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Segundo tipo: «Yo te envío al faraón… ¿Quién soy yo para ir a él?» (Ex 3,10.11).
Al segundo tipo de relatos pertenece la vocación de Moisés (Ex 3,4-12; 6,2-13),
Gedeón (Jue 6,11-24), Jeremías (1,4-19) y Ezequiel (2,1-3,11). Cuatro elementos literariosteológicos estructuran la dinámica de este tipo de relato.
a- En primer lugar la orden de Dios;
b- Sigue la objeción del elegido ante la grandeza de la misión;
c- Dios, con un signo, confirma su elección y anima al elegido a superar su temor, y
d- Dios renueva el mandato a su elegido.
La imagen de Dios es diversa a la anterior. Yahveh es un Dios cercano que dialoga con
su escogido y busca resolver sus dudas. El elegido toma conciencia de sus límites y se siente
con la confianza suficiente para dar a conocer sus dificultades. También percibe la santidad y
la grandeza del Dios que ha salido a su encuentro para pedirle una misión.
Yahveh es el Dios de la alianza y de la historia, no de los ciclos naturales como los
baales de los cananeos. Israel, a diferencia de éstos, aprehende en su propia historia a su
Dios. La misión del elegido, por tanto, tendrá que ver con transformaciones personales e
históricas que conformarán la historia como salvífica. Por ser el Dios de la alianza, todo mira
a la comunión de vida con Yahveh.
Yahveh no acepta las objeciones del elegido, pues el vocacionado no actuará en razón
de sus capacidades: quien lo manda y dota es el mismo Dios poderoso que actúa en la historia
por lo que la misión no depende de sus capacidades si no de quien lo elige. Porque el elegido
cuenta siempre con el Dios que lo envía no debe temer (fórmula de ánimo: «No les tengas
miedo»: Jr 1,8a) y contará siempre con su oportuna ayuda (fórmula de asistencia divina: «Yo
estoy contigo»: 1,8b).
Tercer tipo: «¿Quién seducirá a Ajab?… ¡Yo lo seduciré!» (1 Re 22,20.21).
Al tercer tipo de relato pertenece la vocación de Miqueas ben Yimlá (1 Re 22,19-23),
Isaías (6,1-13), Ezequiel (Ez 1,4-28) y el Adversario o Tentador de Job (Job 1,6-12; 2,1-7a).
Los elementos que forman parte de la dinámica de este tercer tipo son cuatro:
a- Según el modelo de las monarquías del Antiguo Oriente, se presenta a Dios en sesión con sus
consejeros en el palacio (1 Re 22,19) o en el Templo rodeado de sus ángeles y ministros (Is 6,1-2),
o bien recibiendo en audiencia a sus súbditos (Job 1,6);
b- En la sesión, Dios solicita un voluntario para una determinada y difícil misión;
c- Uno de los presentes se ofrece para llevar a cabo el encargo y, finalmente,
d- Dios le ordena al voluntario llevar a cabo la misión, por lo general difícil.
La imagen de Dios es la de un Rey soberano ocupado de la
marcha de su reino y del bienestar de sus súbditos. Tal visión de
magnificencia con fuego, seres alados, humo…, todo expresión de su
inmenso honor y santidad, no impide la comunicación con el Rey
soberano, aunque sí es necesario cumplir algunos requisitos para
acceder a él como, por ejemplo, la purificación ritual (Is 6,6-7).
Como es imposible una experiencia auténtica de Dios sin una
nueva conciencia de sí mismo es también intensa y peculiar la
percepción que el profeta adquiere de sí: ante la majestad y la santidad
de Dios soberano se sabe un hombre impuro, incapaz siquiera de mirar al
Señor por lo que angustiado grita: «¡Ay de mí estoy perdido!» (Is 6,5).
Sin embargo, el elegido se deja purificar y responde con total
disponibilidad, sin conocer los problemas a los que se verá enfrentado a causa de su entrega.
Dios, rey soberano, discute las cuestiones relativas al reino con sus consejeros (1 Re
19,20). Una vez visualizado el problema y la solución, solicita un voluntario en el consejo divino
(Is 6,8: «¿A quién enviaré?»); éste -que no dudará de la realización de la misión a pesar de su
dificultad (6,9-10)- va cuándo y a dónde Dios quiere.
Cuando se trata de la elección de un profeta, este tipo de relato explica por qué el
heraldo de Dios conoce lo que tiene que anunciar: en el consejo divino es donde se informa
de las intenciones de su Señor (cfr. Jr 23,18.22).
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Cuarto tipo: «¡Samuel, Samuel!… Aquí estoy… No te he llamado…» (1 Sam 3,4.5).
Al cuarto tipo de relato vocacional pertenece la elección del joven Samuel, juez y
profeta a la vez y quizás también sacerdote (1 Sam 3,1-4,1). Los elementos literariosteológicos son cuatro:
a- El descubrimiento del llamado divino no es instantáneo, sino gradual;
b- Varias son las llamadas que se suceden en el tiempo por diversos medios y en diferente
intensidad;
c- No es que el elegido no quiera obedecer, más bien no percibe con claridad el llamado ni
tampoco entiende la misión, y, finalmente...
d- Con el tiempo y la ayuda de un tercero alcanza la plena percepción de la elección divina y
de la naturaleza de la misión,
La imagen de Dios es la de un “maestro” que con pedagogía se ajusta al ritmo de
comprensión de su discípulo, por eso no apura su respuesta ni la fuerza, esperando
pacientemente que el elegido entienda que es él quien lo elige.
Dios-maestro progresivamente suscita la entrega generosa e informada de su elegido.
En este tipo de vocación, en ningún momento el problema es la aceptación, sino más bien el
caer en la cuenta del llamado.
El elegido -tal como Samuel- es invitado a hacerse discípulo de Dios, particularmente
discípulo de su palabra, pues gracias a este mediador «la palabra de Samuel (que era la
palabra de su Dios-maestro) se escuchaba en todo Israel» (1 Sm 4,1). Para el cometido de su
misión -como en todos los relatos de vocación- Dios le promete su asistencia (3,19: «El Señor
estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse»).
Dios-maestro progresivamente suscita la entrega generosa e informada de su elegido.
En este tipo de vocación, en ningún momento el problema es la aceptación, sino más bien el
caer en la cuenta del llamado.
Relatos vocacionales en el NT
Vocación de María (Lc 1, 26-38)
Aquí observamos una serie de diferencias sustanciales con los
estudiados en el Antiguo Testamento: es la primera vez en la Biblia que la
llamada va dirigida a una mujer; por otro lado, hay una variante en la
clásica frase de respuesta "aquí estoy" puesto que María responde no con
relación a sí misma, sino con relación a Dios: "aquí está la esclava del
Señor".
Vocación de los apóstoles (Mc 3, 13-19)
Hay dos aspectos a destacar: por primera vez la llamada se dirige a un grupo de
personas y no a una sola persona; y se les pone un nombre especial, lo que en la Biblia
significa tener dominio sobre esa persona.
Otros textos vocacionales
En los Sinópticos se pueden señalar al menos cinco grupos de textos que emergen muy
sobresalientes, en los cuales se afronta el tema vocacional:
Podemos agrupar los textos que se refieren a los Doce (ej., Mc 3,13; Mt 10,1); los que
aluden a alguna llamada concreta (ej., Mc 1,20); los que se refieren a la llamada a los
pecadores (ej., Mc 2,17; Lc 5,29-32; Mt 9-10-13); aquellos otros donde el tema es la
invitación al banquete de las bodas (ej., Mt 22,3-4; Lc 14,16-17) y, finalmente, un texto, no
sinóptico, sino de los Hechos, paralelo al Evangelio de Lucas (Hech 13,2).
Estos cinco grupos de textos son algunos, entre los principales, que pueden
interesarnos en nuestro trabajo. Podríamos añadir una observación que juzgo de gran interés:
en San Juan el tema de la llamada, de la vocación, está ausente; es sustituido por el tema del
«envío», del mandato. Un texto representativo es Jn 20,21: «Como Padre me ha enviado, así
los envío Yo.»
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SUBSIDIO DOCUMENTAL
CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen
Gentium”, Vaticano, 1965. nº 39.
39. La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado Concilio, creemos que es
indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu
Santo es proclamado «el único Santo», amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a
Sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y
la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por ello, en la Iglesia,
todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están
llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porgue ésta es la voluntad de Dios,
vuestra santificación» (1Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin
cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se
expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se
acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular
aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos. Esta práctica
de los consejos, que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado
tanto en privado como en una condición o estado aceptado por la Iglesia, proporciona al
mundo y debe proporcionarle un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.
JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles Laici (Sobre la vocación y
misión de los laicos en la iglesia y en el mundo). Vaticano, 1988. nº 9. 16. 34.
9. Al dar una respuesta al interrogante «quiénes son los fieles laicos», el Concilio,
superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a una visión
decididamente positiva, y ha manifestado su intención fundamental al afirmar la plena
pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio, y el carácter peculiar de su
vocación, que tiene en modo especial la finalidad de «buscar el Reino de Dios tratando las
realidades temporales y ordenándolas según Dios». «Con el nombre de laicos —así los
describe la Constitución Lumen gentium— se designan aquí todos los fieles cristianos a
excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la
Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados
al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de
Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte
que a ellos les corresponde» […]
16. La dignidad de los fieles laicos se nos revela en plenitud cuando consideramos
esa primera y fundamental vocación, que el Padre dirige a todos ellos en Jesucristo por
medio del Espíritu: la vocación a la santidad, o sea a la perfección de la caridad. El santo es
el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo.
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34. En relación con las nuevas generaciones, los fieles laicos deben ofrecer una preciosa
contribución, más necesaria que nunca, con una sistemática labor de catequesis. Los Padres
sinodales han acogido con gratitud el trabajo de los catequistas, reconociendo que éstos «tienen
una tarea de gran peso en la animación de las comunidades eclesiales». Los padres cristianos
son, desde luego, los primeros e insustituibles catequistas de sus hijos, habilitados para ello por
el sacramento del Matrimonio; pero, al mismo tiempo, todos debemos ser conscientes del
«derecho» que todo bautizado tiene de ser instruido, educado, acompañado en la fe y en la vida
cristiana.
CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Guía para los
catequistas (Documento de orientación vocacional, de formación y de promoción
del Catequista en los territorios de misión) Vaticano 1993. Nº 2-3.
2. En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a cada bautizado a dar su
aportación al advenimiento del Reino de Dios. En el estado laical se dan varias vocaciones,
es decir, distintos caminos espirituales y apostólicos en los que están involucrados cada
uno de los fieles y los grupos. En el cauce de una vocación laical común florecen
vocaciones laicales particulares. Fundamento de la personalidad del catequista, además de
los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, es, pues, un llamamiento específico
del Espíritu, es decir, un "carisma particular reconocido por la Iglesia" hecho explícito
por el mandato del Obispo. Es importante que el candidato a catequista capte el sentido
sobrenatural y eclesial de ese llamamiento, para que pueda responder con coherencia y
decisión como el Verbo eterno: "He aquí que vengo" (Hb 10,7), o como el profeta: "Heme
aquí, envíame" (Is 6,8). La CEP1 insiste sobre el valor y sobre la especificidad de la
vocación del catequista; de ahí el empeño que debe tener cada uno en descubrir, discernir y
cultivar la propia vocación.
3. […] Estrechamente vinculada a esa identidad está la función del catequista […]
Esa misión se presenta amplia y diferenciada: al mismo tiempo que anuncio explícito del
mensaje cristiano y conducción de los catecúmenos y de los hermanos y hermanas a los
sacramentos hasta la madurez de fe en Cristo, es también presencia y testimonio;
comprende la promoción del hombre; se traduce en inculturación, se hace diálogo. Por eso
el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta una consideración
privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la Redemptoris Missio describe a
los catequistas como "agentes especializados, testigos directos, evangelizadores
insustituibles, que representan la fuerza fundamental de las comunidades cristianas,
especialmente en las Iglesias jóvenes". El mismo Código de Derecho Canónico trata aparte
el asunto de los catequistas comprometidos en la actividad misionera propiamente dicha y
los describe como "fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su vida
cristiana, los cuales, bajo la dirección de un misionero, se dediquen a explicar la doctrina
evangélica y a organizar los actos litúrgicos y las obras de caridad".2
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1 CEP: CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS.
2 Si bien esto se dice de los catequistas en tierra de misión, bien puede aplicarse también a los catequistas que
desarrollan su ministerio en tierras de “Nueva Evangelización”.
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Esta amplia descripción de la misión del catequista corresponde al concepto
esbozado en la Asamblea Plenaria de la CEP, en el 1970: "El catequista es un laico
especialmente encargado por la Iglesia, según las necesidades locales, para hacer
conocer, amar y seguir a Cristo por aquellos que todavía no lo conocen y por los mismos
fieles". [… o lo dicho] por este mismo Dicasterio en su actividad ordinaria: "El catequista
no es un mero suplente del sacerdote, sino que es, de derecho, un testigo de Cristo en la
comunidad a la que pertenece".
SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis,
Roma, 1997. nº 156. 220-221. 239
Función del catequista
156. Ningún método, por experimentado que sea, exime al catequista del
trabajo personal en ninguna de las fases del proceso de la catequesis.
El carisma recibido del Espíritu, una sólida espiritualidad, y un testimonio
transparente de vida cristiana en el catequista constituyen el alma de todo método;
y sus cualidades humanas y cristianas son indispensables para garantizar el uso
correcto de los textos y de otros instrumentos de trabajo.
El catequista es intrínsecamente un mediador que facilita la comunicación
entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y con
la comunidad. Por ello ha de esforzarse para que su formación cultural, su
condición social y su estilo de vida no sean obstáculo al camino de la fe, aún más,
ha de ser capaz de crear condiciones favorables para que el mensaje cristiano sea
buscado, acogido y profundizado.
El catequista no debe olvidar que la adhesión de fe de los catequizandos es
fruto de la gracia y de la libertad, y por eso procura que su actividad catequética
esté siempre sostenida por la fe en el Espíritu Santo y por la oración.
Finalmente, tiene una importancia esencial la relación personal del
catequista con el catecúmeno y el catequizando. Esa relación se nutre de ardor
educativo, de aguda creatividad, de adaptación, así como de respeto máximo a la
libertad y a la maduración de las personas.
Gracias a una labor de sabio acompañamiento, el catequista realiza un
servicio de los más valiosos a la catequesis: ayudar a los catequizandos a discernir
la vocación a la que Dios los llama.
La comunidad cristiana y la responsabilidad de catequizar
220. La catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana. La
iniciación cristiana, en efecto, «no deben procurarla solamente los catequistas o los
sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles».(57) La misma educación
permanente de la fe es un asunto que atañe a toda la comunidad. La catequesis es,
por tanto, una acción educativa realizada a partir de la responsabilidad peculiar de
cada miembro de la comunidad, en un contexto o clima comunitario rico en
relaciones, para que los catecúmenos y catequizandos se incorporen activamente a
la vida de dicha comunidad.
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De hecho, la comunidad cristiana sigue el desarrollo de los procesos
catequéticos, ya sea con niños, con jóvenes o con adultos, como un hecho que le
concierne y compromete directamente.(58) Más aún, la comunidad cristiana al
final del proceso catequético acoge a los catequizados en un ambiente fraterno «
donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido ».(59)
221. Pero la comunidad cristiana no sólo da mucho al grupo de los
catequizandos, sino que también recibe mucho de él. Los nuevos convertidos,
sobre todo los jóvenes y adultos, al convertirse a Jesucristo, aportan a la
comunidad que los acoge una nueva riqueza humana y religiosa. Así, la comunidad
crece y se desarrolla, ya que la catequesis no sólo conduce a la madurez de la fe a
los catequizandos, sino a la madurez de la misma comunidad como tal.
Aunque toda la comunidad cristiana es responsable de la catequesis, y
aunque todos sus miembros han de dar testimonio de la fe, no todos reciben la
misión de ser catequistas. Junto a la misión originaria que tienen los padres
respecto a sus hijos, la Iglesia confía oficialmente a determinados miembros del
Pueblo de Dios, especialmente llamados, la delicada tarea de transmitir
orgánicamente la fe en el seno de la comunidad.(60)
Madurez humana, cristiana y apostólica de los catequistas
239. Apoyado en una madurez humana inicial, (128) el ejercicio de la
catequesis, constantemente discernido y evaluado, permitirá al catequista crecer en
equilibrio afectivo, en sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación
y de diálogo, en espíritu constructivo y en trabajo de equipo. (129) Se procurará,
sobre todo, hacerle crecer en el respeto y amor hacia los catecúmenos y
catequizandos: « ¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el
amor de un padre: más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de
cada anunciador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia ». (130)
La formación cuidará, al mismo tiempo, que el ejercicio de la catequesis
alimente y nutra la fe del catequista, haciéndole crecer como creyente. Por eso, la
verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista,
(131) de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Cada
tema catequético que se imparte debe nutrir, en primer lugar, la fe del propio
catequista. En verdad, uno catequiza a los demás catequizándose antes a sí mismo.
La formación, también, alimentará constantemente la conciencia apostólica
del catequista, su sentido evangelizador. Para ello ha de conocer y vivir el proyecto
de evangelización concreto de su Iglesia diocesana y el de su parroquia, a fin de
sintonizar con la conciencia que la Iglesia particular tiene de su propia misión. La
mejor forma de alimentar esta conciencia apostólica es identificarse con la figura
de Jesucristo, maestro y formador de discípulos, tratando de hacer suyo el celo por
el Reino que Jesús manifestó. A partir del ejercicio de la catequesis, la vocación
apostólica del catequista, alimentada con una formación permanente, irá
constantemente madurando.
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V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO
Documento Conclusivo. Aparecida, 2007. nº 135-142
Y DEL
CARIBE,
[Los que seguimos a Jesús, al ser configurados con Él y estar animados por el
Espíritu Santo…] 135. Como discípulos y misioneros estamos llamados a intensificar
nuestra respuesta de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de
la humanidad, […] 136. La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen
Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos […] 137.
La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar
una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una
adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10, 3). Es
un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo,
Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero
“hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del
discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57). 138. El Espíritu Santo que el
Padre nos regala nos identifica con Jesús-Camino, abriéndonos a su misterio de
salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con
Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos
identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para
que otros “tengan vida en Él”. 139. Para configurarse verdaderamente con el Maestro es
necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor […] 140. En el seguimiento
de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida
del mismo Jesucristo […] 141. Identificarse con Jesucristo es también compartir su
destino […] 142. Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario que se
cumple en Cristo, es la Virgen María. […]
GATTI. G., Ser catequista hoy.
HACERSE CATEQUISTA DÍA A DÍA.
¡«Ser catequistas» no es cosa fácil!
Es mucho más sencillo «dar catequesis»... a unas horas establecidas... con un texto
que explicar en las manos... con un programa a desarrollar...
Antes que nada es importante «ser catequistas» lo demás viene por si solo. Tú
mismo tal vez, después de haber adquirido el método y asimilado mejor el mensaje
cristiano, adviertes en este punto precisamente la necesidad de definir y cualificar tu
identidad.
Deseas «convertirte en catequista», es decir, rehacer un camino que personalmente
te compromete a lo largo y ancho de itinerarios de fe que te sitúan junto a los muchachos
para crecer con ellos en la vida de comunión con el Señor, en la escucha de la Palabra de
Dios, en la oración y en la participación asidua en los sacramentos.
El catequista, por lo mismo, no debe olvidarse nunca que la eficacia de su
magisterio, más que a aquello que dice, será proporcional a aquello que es, al calor que
dimane de los ideales por él vividos y que irradie de todo su comportamiento.
Su preocupación primordial será, pues, la de adecuar su propia vida espiritual a
aquello que él enseña, cultivando la oración, la meditación de la palabra de Dios, la
fidelidad en el propio cumplimiento del deber, la caridad para con los hermanos indigentes,
la esperanza de los bienes eternos (Card. Giovanni Colombo).
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En este camino es donde me acerco a ti para estar juntos delante del Señor, de la
Iglesia, ante nosotros mismos, en el silencio y en la meditación, antes de anunciar la
Palabra de Dios.
Solamente de esta manera es posible llegar a descubrir la propia identidad de
catequistas, que es un don antes que un compromiso, una vocación antes que una opción
personal, una respuesta de fe antes que un simple servicio de promoción humana.
Puedes, sobre todo, releer en profundidad tu tarea catequística, captarla en sus
aspectos esenciales y específicos; adquirir un nuevo modo de relacionarte con los
muchachos y formarte una imagen de ellos a la luz de Dios.
De hecho, el catequista acierta a dar con las respuestas de fe tan sólo cuando él en
persona se pone con frecuencia a la escucha de la Palabra, la medita con sincera humildad y
vive con entusiasmo su ministerio, redescubriéndolo de continuo de una manera nueva y
gozosa.
Te deseo que el Espíritu del Señor te acompañe en las reflexiones que puedan
suscitarse en tu corazón al compartir estos encuentros de formación. Que Él nos guíe a fin
de llegar a ser cada día «catequista», fiel a su identidad enamorado de su vocación, que
anticipa la aurora, que construye la esperanza.
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Para la reflexión y el trabajo en grupos:
Nuestro Relato Vocacional: ¿Y nosotros qué?
¿Con cuáles de los relatos vocacionales (uno o varios) mejor me identifico?
¿Cuál es el Dios que sustenta mi experiencia vocacional? Podrías describir la imagen de Dios
que contempla tu corazón…
¿Cuáles han sido o son mis objeciones al llamado de Dios? (intelectuales, morales,
sentimentales…).
¿He tenido experiencias concretas de asistencia divina (“no temas, yo estoy contigo”) en mi
camino vocacional?
¿Vivo mi respuesta vocacional en diálogo con Dios? ¿Cuáles han sido mis temores?, ¿cuáles lo
son actualmente?
¿Estoy ilusionado o encantado con mi vocación… y con el Dios de mi vocación… con su cercanía…
con sus respuestas… con sus encargos…?
¿Cuáles sería TU relato vocacional?
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“El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él
despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo”. (Is. 50,4)
¿Por qué es importante detenernos en la contemplación de la vocación de los profetas?
¿Cómo describirías al menos tres tipos de relatos vocacionales del AT? ¿Podrías citar ejemplos
de cada tipo de relatos?
a-
b-
c-
De los relatos vocacionales del NT, describí dos y asocialos con alguno de los tipos descritos del AT
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Vocación y Misión del Catequista.doc
Después de haber leído el subsidio documental
¿Cuál sería la vocación más importante en la Iglesia? ¿Podrías citar algún texto de la escritura
para fundamentar tu respuesta? Si miran bien los pueden encontrar en los documentos citados
¿Cómo describirías el “carisma particular reconocido por la Iglesia” que se manifiesta en
los catequistas?
¿Podrías señalar qué dos tipos de interlocutores acompañan los catequistas al ejercer su
ministerio?
¿Qué diferencias podrías señalar entre “ser catequista” y “dar catequesis”?
Las respuestas podrías compartirlas con el sacerdote de tu comunidad; tal vez con tus herman@s
catequistas... También podrías mandar tus conclusiones y/o consultas a nuestro asesor... mailto:
[email protected]
www.kainos.org.ar
[email protected]
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