CUENTO ESCRITO AL REVÉS Mariela Guadalupe tenía 10 años de

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CUENTO ESCRITO AL REVÉS
Mariela Guadalupe tenía 10 años de edad, cuando comprendió que sus padres habían
cometido un error al bautizarla con este extenso y complejo nombre. Se llamó Mariela
como la abuela paterna, matrona paisa con 12 vástagos y un matrimonio que llegó a las
bodas de oro. Y aunque escasamente compartió con la abuela, que decidió vivir siempre en
un pueblo antioqueño y al final de sus días se dejó arrebatar por un Alzheimer, la nueva
Mariela llevaba con orgullo el deber de ser su tocaya. Y se llamó Guadalupe, porque su
madre, asidua televidente de novelas mejicanas, se interesó por la cultura de ese noble
pueblo, encontrándose con la devoción a la virgen morena. Cuando al nacer Mariela, los
médicos expresaron a los nuevos padres el temor por la vida de la pequeña que se aventuró
a nacer antes de tiempo, portando además una complicación pulmonar, su devota madre
decidió consagrarla a la Guadalupana. Fue así como luego de una afortunada recuperación,
la niña a quien se planeaba llamar solo Mariela, se llamó también Guadalupe.
-Si me hubieran puesto solo uno de esos nombres… o si lo hubieran combinado con
otro…- se quejaba Mariela mientras lloraba recordando las burlas de sus compañeros de
clase que, solucionando la dificultad de un nombre tan grande, habían optado por llamarla
“Marigua”. Esta historia era una anécdota que Mariela contaba aún 25 años después, y con
la que hacía reír a sus parientes.
El nombre no fue impedimento para que Mariela Guadalupe creciera, estudiara e hiciera lo
que más disfrutaba en la vida: dibujar trajes, comprar telas, confeccionar sus diseños y
ponerlos a la venta, en la vitrina principal del almacén que tenía en la capital. Y para hacer
honor a su segundo nombre y dar un gusto al mejicano sentir de su madre, decidió llamar al
negocio “Lupe Boutique”.
Dedicarse a plasmar en hojas los dibujos de vestidos largos y cortos, rojos o negros, justos
y holgados, era una pasión que Mariela solo podía comparar con el gusto que le producía
ver la obra culminada luego de cortar, coser y retocar esos trajes. Podía pasar horas y horas
pensando en cada detalle de un nuevo proyecto de moda, y encontraba la inspiración en las
mujeres que veía en la calle. Se imaginaba sus nombres (que de seguro no eran tan largos y
pomposos como el suyo), su edad, hacia donde se dirigían y el vestido que para ese nombre
y esa ocasión sería no solo el adecuado, sino el perfecto. Por ejemplo, una “Margarita” de
20 años, que figuraba iría por su hijo a una guardería, se vería bien con un vestido crema a
la rodilla, no muy ceñido para evitar delatar los vestigios poco estéticos de un embarazo
resuelto hace dos años, y cómodo para permitirle a su dueña tener un paso ágil, para llegar
a tiempo y abrazar a su hijo sin complicación. Una mujer de unos 55 años, que supuso se
llamaría Amparo y a quien imaginó yendo hacia un almuerzo familiar, le inspiró ese
vestido verde de cinturón y delicados botones, del que hubo necesidad de hacer varias
“copias”, porque fue un éxito en ventas.
Mariela pasaba los días en su almacén, ante su máquina de coser o frente a sus dibujos, sin
que nada la perturbara. El dinero de las ventas le permitía estar sin premuras económicas.
Vivía sola en un apartamento cercano al almacén; sus padres y dos hermanas, un poco
menores que ella, vivían también en la capital. Solo Mariela había optado por ser
diseñadora y costurera; sus hermanas se dedicaron a sus hogares, a atender esposos y a
educar hijos. Y solo Mariela decidió ser desleal al ejemplo de su abuela tocaya, evitando las
nupcias y la prole. Nunca fue su prioridad evitar la soltería, de hecho la anheló como parte
del pacto consigo misma de no abandonar sus diseños y vestidos. Enamorada estuvo una o
dos veces, pero al pensar siquiera en dejar su oficio o mermar el tiempo que le dedicaba,
para formar una familia propia, desistía y se alejaba de los desconcertados hombres que
pretendieron comprometerla. De hecho, aún existía un pretendiente, que la conocía desde
niña y que aunque nunca fue su novio, si mostraba un especial interés en ella. Ante los
últimos desplantes de Mariela, quien prefería no contestar sus llamadas o darle excusas para
no salir con el, decidió alejarse, aunque de vez en cuando pasaba por frente de la boutique y
la miraba a través de la vitrina.
La madre de Mariela, sintiendo lo importante que era “dejar a sus hijas organizadas antes
de irse a la tumba”, le insistía en la necesidad urgente de consolidar una pareja y ganarle la
carrera
de
tiempo
a
la
biología
de
la
reproducción.
-Ya tienes 35 Mariela- le decía con tono de sentencia - mira que luego todo se complica y
tener hijos ya no es tan fácil-.
-Si me he de casar, así será… Dios proveerá y no me afano por eso - contestaba Mariela
con esperanza fingida.
Todo continuaba sin variaciones, hasta que en la vida apacible de Mariela, un persistente
dolor de cabeza fue apareciendo. Al principio se le concentraba en la parte de atrás,
involucrando la nuca y luego, se iba por todo el cráneo haciendo que cada momento fuera
un infierno. Tomó analgésicos que aliviaron transitoriamente su dolor; esa molestia era
algo que no compartía con nadie… finalmente su familia y sus amigos tenían sus
obligaciones, y pensar en preocuparlos por una minucia así no era adecuado. Decidió
continuar su vida, sobrellevando el dolor con pastillas, hasta que a este padecimiento se
sumaron nauseas y vómito que le obligaron a asistir al médico. Luego de varias citas y
nuevos tratamientos que solo aliviaban, el facultativo decidió hacer un examen de mayor
profundidad, encontrando que lo que inicialmente parecía un dolor sin gravedad, era
realmente la manifestación de una masa cerebral que se empeñaba en crecer lenta, pero
constantemente y que a la mayoría de sus víctimas les produce la muerte en semanas.
Mariela preguntó por la solución al problema y el especialista fue claro: había que operar lo
más pronto posible y después, si sobrevivía al procedimiento, hacer otros tratamientos que
harían que su cabello se cayera, su peso bajara y se sintiera peor que nunca.
Con esta razón cruda pero certera, Mariela preguntó que ocurriría si no hacía nada al
respecto, si simplemente ignoraba la existencia de la masa y seguía su vida, tomando
calmantes
y
algo
para
el
tremendo
vómito.
- No hay opción, tiene que operarse - aseveró el médico con dura expresión - si no lo hace,
perderá la vista, la conciencia y al final morirá-.
-Y
si
me
opero
¿quedaré
bien?
-
preguntó
lentamente.
-No se lo podemos asegurar - dijo el especialista con sinceridad - estas cirugías son
complicadasMariela suspiró, dio las gracias y recibió la fórmula de los medicamentos que la aliviarían,
prometiendo volver al día siguiente para ultimar detalles de la cirugía. ¿Qué debería hacer
ahora?, quizás sería conveniente abandonar el ostracismo y llamar a la familia, contarles lo
que pasaba y esperar la segura ayuda. Esta idea no le convencía; sabía que su enfermedad
era realmente grave y que con o sin tratamiento las consecuencias no parecían muy
alentadoras. Se imaginó a su madre, lamentándose por la hija enferma y quizás moribunda,
que no alcanzó a formar su familia y asegurar la viudez de un hombre. Sin embargo, lo que
mas le preocupaba a Mariela era la progresión de la enfermedad, verse apocada, débil y
sobre todo ciega; ciega sin poder ver a esas desconocidas que la inspiraban en la calle, sin
poder dibujar, sin poder escoger los colores de las telas, sin poder coser…
Tenía la alternativa de someterse al tratamiento que le habían ofrecido con pocas
expectativas; pero no se imaginaba asistiendo a una sala de cirugías, despertando con quien
sabe que secuelas y luego recibiendo mas tratamientos con resultados inciertos. No, su vida,
la vida de Mariela Guadalupe no merecía terminar de esa manera, alejada de su pasión,
disminuida a la mínima expresión de la mujer que una vez fue. Mariela Guadalupe… río al
pensar lo largo que podría resultar ese nombre para el pobre tallador encargado de escribir
su nombre en la lápida. Lápida… eso implicaba muerte, que fue el augurio seguro que el
médico le pronosticó si no se trataba. Aunque ser católica la movía a una franca
preocupación por el destino de su alma luego de pasar el túnel de la luz, se tranquilizó
considerando que su vida no había sido libertina, sino mas bien, podría incluso decir, había
intentado alabar a Dios con su dedicación y amor a ese trabajo que el talento le había dado.
Si, estaba decidido, Mariela Guadalupe no se iba a someter a ningún tratamiento que
pudiera desfigurar su cuerpo, su mente y su capacidad creadora; esperaría con algo que
quería llamar dignidad y respeto, el momento final, trabajando en su pasión hasta que sus
fuerzas lo permitieran. Sabía que era algo que su familia no compartiría y de enterarse de su
condición, terminarían coaccionándola al indeseado tratamiento.
Pensó entonces en su funeral, fantaseo un rato con los trajes que llevarían los acudientes a
esa última despedida. Y fue en ese momento de plenitud imaginativa, cuando se contempló
dentro del ataúd, los ojos cerrados, los labios cianóticos, las manos juntas y… y un traje
café, burdo, ancho, mal terminado, que buscaba semejar a la vestimenta de alguna santa
martirizada. Esa espantosa visión la devolvió a la realidad y comprendió que podría
convertirse en un hecho. Recordaba que en su familia existía la tradición de vestir a los
difuntos con atuendos de santos y era una tradición que se había cumplido desde siempre,
hasta incluso 3 años atrás, cuando había fallecido una prima de apenas 20 años.
-¡No, eso si que no!-, se dijo Mariela para sus adentros, y decidió que si la enfermedad
había decidido imponerle una muerte prematura, al menos dispondría el atuendo que
debería usar en el cementerio. Volvió a la técnica de siempre, y se visualizó, ella, una
Mariela Guadalupe, de 35 años, que se dirigía a su cita con el mas allá y su portentosa
imaginación, aún con una gran masa cerebral, no le falló. Encontró en su pensamiento ese
vestido azul, de tela liviana, que ocultaba su espalda ancha, la hacía ver menos pálida
(requisito importante dada la circunstancia), con botones oscuros, que combinaba
perfectamente con su cadena y sus dijes favoritos.
Sin perder un minuto, Mariela dibujó y confeccionó el traje; aunque el dolor y las náuseas
reaparecían por momentos y le obligaban a descansar, logró terminar la empresa en
cuestión de 4 días. Complacida con el producto, alistó todo lo necesario, empacando el
vestido en un plástico especial y dejándolo en un sitio visible de su apartamento con una
nota que era clara “para que yo lo luzca en mi funeral”.
En los siguientes días, continuó trabajando en su boutique, diseñando y cosiendo, sin
mayores cambios en sus síntomas. Una tarde, mientras cruzaba una calle para ir a su
apartamento, sintió un mareo y tuvo que detenerse a mitad de la calle. En esto, no vio venir
el automóvil que excedía la velocidad y la alzó segundos después por los aires, en un
accidente que conmocionó a quienes estaban a esa hora en esa calle.
Mariela murió de inmediato, los golpes fueron letales y no le permitieron ni siquiera
quejarse. A las pocas horas, su familia fue informada y luego de una necropsia que
evidenció la masa intracraneal y habló de una corta expectativa de vida, entregaron el
cuerpo para sus exequias. Cristina, la hermana menor decidió ir al apartamento de Mariela,
buscando algunos documentos y allí encontró el vestido y la nota. La familia aunque
adolorida comprendió la decisión de Mariela de callar, de no someterse a tratamientos y de
preparar su ajuar… su madre solo atinó a decir: -Matrimonio y mortaja, no siempre del
cielo bajan.
Violeta
CATEGORÍA: Empleados, graduados, estudiantes de posgrados y maestrías
TÍTULO DEL CUENTO: “Cuento escrito al revés #1”
SEUDÓNIMO: Violeta
NOMBRE DEL CONCURSANTE: Sandra Milena Toro Herrera
DOCUMENTO DE IDENTIDAD: CC. 52.905.339 de Bogotá
CELULAR: 3144795176
DEPENDENCIA: Docente Facultad de Medicina
CORREO ELECTRÓNICO: [email protected]
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