PENTECOSTÉS A LA LUZ DEL ANTIGUO TESTAMENTO

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PENTECOSTÉS A LA LUZ DEL
ANTIGUO TESTAMENTO
por Ken Kok
Vol.4, No.2
E
l día de Pentecostés es el último día de mencionarse en el Orden Eclesial Reformado. Es un día que a
veces pone a gente Reformada incómodos. Este día ha estimulado artículos tales como «El Espíritu
Santo: ¿La persona olvidada de la Trinidad?» (una pregunta contestada tanto positivamente como
negativamente), o artículos tales como, «Juan Calvino: Teólogo del Espíritu Santo.» En algunos lugares,
dependiendo del año, la conmemoración de Pentecostés tiene que compartir tiempo con el Día de la Madre.
Es interesante notar que para la iglesia primitiva, «Pentecostés» abarcaba todos los cincuenta días
después de Semana Santa. Era un período de gran gozo, durante la cual era prohibido ayunar o arrodillarse,
y muchos bautizos se realizaban.1
El período de Pentecostés se veía como aquello que mostraba el significado de los hechos de Semana
Santa. Gradualmente, el último día de este período llegó a ser la fiesta celebrando la entrega del Espíritu
Santo a la Iglesia por el Cristo ascendido. En las iglesias Reformadas, con su perspectiva más austera de los
días de celebración, el período de 50 días fue reemplazado por la celebración de un sólo día.
El día 50 correspondía a la fiesta veterotestamentaria de la Fiesta de la siega (Éxodo 23:16), o la
Fiesta de las semanas (Deuteronomio 16:9-12) o Pentecostés (Hechos 2:1). Esta fiesta se realizaba 50 días
después del sábado que caía durante la Fiesta de los panes sin levadura (Levítico 23:15-21). ¿Por qué se
marca las fechas de esta manera? El día después del sábado durante la Fiesta de los panes sin levadura, las
primicias eran mecidas delante del Señor por el sacerdote. Esto representaba que los primeros frutos eran
entregados al Señor y luego recibidos de nuevo.
Las primicias eran aceptables solamente cuando fueron recibidas de nuevo del Señor. Junto con las
primicias, otra ofrenda de ascensión era ofrecida para mostrar la total dedicación del adorador. Con esta
ofrenda se ofrecía otra de tributo que era doble del tamaño de la ofrenda normal de tributo. La ofrenda de
grano junto con la ofrenda de ascensión era una presentación del trabajo de Israel al Señor. De esta manera
reconocían que el autor de las cosechas era el Señor. Por esto se llevaba una doble porción de la cosecha del
año anterior. Los Israelitas no podían comer nada de las cosechas hasta que las primicias eran ofrecidas al
Señor. Dios era dueño de la tierra. Comer antes de ofrendar a Dios hubiera sido un acto imperdonable de
ingratitud.
El día de Pentecostés se remontaba sobre la ofrenda de las primicias. Pentecostés llegaba siete
semanas después, recordándole a Israel lo que el Señor había hecho. Israel debía vivir con base en las
provisiones del Señor. Estas fiestas manifestaban el hecho de que Dios era su Rey, y que Israel llegaba a ser
una nueva creación por sus bendiciones.
El tema de una nueva creación sale a relucir cuando consideramos la relación entre la Fiesta de los
panes sin levadura (La Pascua), y Pentecostés. La Pascua celebraba la liberación de Dios. Con la Pascua, la
vieja levadura fue cortada, e Israel recibía nueva vida. Esta nueva vida crecía por siete semanas. Entonces,
al llegar Pentecostés, los panes leudados eran traídos al tabernáculo. Dios había dado crecimiento y nueva
vida. La fiesta de Pentecostés celebraba el cimiento y la consumación del pacto.
No era permitido colocar levadura sobre el altar (Levítico 2:11) porque Israel no debía devolver la
nueva vida a Dios; sólo podían recibirla. Simbólicamente, Israel tenía siete semanas de crecimiento en
1Para una historia de la celebración de Pentecostés, ver Peter G. Cobb, «The History of the Church Year,» The Study Liturgy, ed.
por Cheslyn Jones, Geoffrey Wainwright, y Edward Yarnold (London: SPCK, 1978), p. 411-412.
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justicia, y entonces le presentaba a Dios lo que El les había dado primero.
La vieja levadura de pecado y muerte había sido limpiada. La nueva vida había crecido para llegar a
ser una ofrenda de dos panes. Esta era la doble porción, la porción del primogénito. Dios levantaba su reino
desde el sacrificio del cordero (que representaba el primogénito), hasta llegar primero a la ofrenda mecida
de las primicias, y luego a la ofrenda mecida de los dos panes leudados después de un sábado de semanas.
Sería fácil relacionar esto con el Año de Jubileo, lo cual celebraba la salvación de Dios y sus provisiones
para su pueblo (Levítico 25:8-17).
Todo esto tiene relación estrecha con la vida de Israel como pueblo de Dios. Los panes eran para los
sacerdotes. En Levítico 23:22 encontramos una repetición de la ley sobre el derecho de los pobres de poder
recoger en los campos (Levítico 19:9-10). Cuando Israel le llevaba sus ofrendas a Dios, a la vez debían
mostrar compasión para con los pobres. Este cuidado para los sacerdotes y los pobres ilustraba la verdad de
que Israel debía vivir como la comunidad de los santos de Jehová.
Pero debemos ver otra cosa aún. La fiesta de Pentecostés estaba relacionada estrechamente con la
cosecha, y por lo tanto con la gran obra de Dios de introducir a Israel en la tierra prometida. Pentecostés
también celebraba la entrega de la ley en Sinaí.2 Sinaí era la meta del éxodo (Exodo 3:12). En Sinaí, el
Señor moraba en medio de Israel, hablaba con ellos, y renovó el pacto. Pentecostés celebraba tanto la
fundación como la consumación del pacto. Celebraba el hecho que el Señor tomaba a Israel como su esposa.
El lenguaje de Exodo 19:4 es el lenguaje de bodas. En Sinaí Israel fue re-creada y renovada por el Señor,
quien vivía provisionalmente en medio de ellos. 3
Con este trasfondo no es difícil ver el cumplimiento de estos temas con la venida de Cristo. El gran
momento de salvación en al Antiguo Testamento era el éxodo de Egipto, y fue conmemorado en la Pascua y
cumplido en Pentecostés. El gran momento de salvación en el Nuevo Testamento es la muerte y resurrección
de Jesucristo, nuestra Pascua (1 Corintios 5:7), y es cumplido en el día de Pentecostés. En su muerte la vieja
levadura fue definitivamente cortada una vez por todas. Fue resucitado el día después del sábado durante la
Fiesta de los panes sin levadura. Es decir, fue resucitado como las primicias, ofrecido a Dios y recibido de
nuevo. Esto da inicio a la nueva vida.
Jesús fue resucitado el primer día de la semana. Si lo vemos en términos de completar la semana que
Adán violó por su desobediencia, fue resucitado en el octavo día, el día de la nueva creación. 4 Cincuenta
días después es la recreación del pueblo de Dios con el pleno y final derramamiento del Espíritu Santo.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el Pentecostés es la fiesta de la Palabra y el Espíritu.
Debemos recordar que la historia del Antiguo Testamento es esencialmente una historia de exilio. El
hombre es exiliado de la presencia de Dios. Adán y Eva fueron echados del jardín-santuario de Dios. Desde
este tiempo hasta la construcción del tabernáculo no había ningún santuario en la tierra. Aún con la
construcción del tabernáculo, y luego el templo, había muchos diferentes grados de acceso para los que
podían acercarse y con respecto a qué tan cerca podían llegar. Al sumo sacerdote le era permitido entrar el
Lugar Santísimo, pero sólo una vez al año en el Día de Expiación, y sólo por un tiempo limitado. Los otros
sacerdotes podían entrar al Lugar Santo, y podían comer del pan de la proposición. Se les daba ciertas
2 Alfred Edersheim, The Temple: Its Ministry Services as They Were at the Time of Christ (Grand Rapids: Eerdmans, 1983),
p.261. Ver también James B. Jordan, A Chronological and Calendrical Commentary on the Pentateuch (Niceville, FL: Biblical
Horizons, 1995), p.48-49.
3 Se puede ver el tabernáculo como un ‘Sinaí portátil’, el lugar de la morada del Señor. Ver Angel Manuel Rodriguez,
«Sanctuary Theology in the Book of Exodus,» Andrews University Seminary Studies, Summer 1986, vol. 25, No.2, p.127-145,
especialmente p.133.
4 Sobre el tema del octavo día, ver Alexander Schemann, Introduction to Liturgical Theology (Portland, ME: American
Orthodox Press, 1966), traducido por Ashleigh B. Moorhouse, p. 61-63; Jean Danielou, The Bible and the Liturgy (Notre Dame,
IN: University of Notre Dame Press, 1956), p. 262-286.
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porciones de los sacrificios también, pero sólo servían en el santuario y luego debían salir cuando
terminaban su trabajo. Los levitas podían servir en la entrada al tabernáculo como guardas y siervos, pero no
podían entrar. El Israelita que se sujetaba a las leyes de purificación podía llegar hasta el altar en la entrada
al tabernáculo para ofrecer sacrificios, pero no podía acercarse más hacia el Lugar Santo. Los Israelitas que
no estuvieran puros no podían entrar al tabernáculo, y no podían llevar sacrificio hasta que se purificaran.
Más allá estaban las naciones no-creyentes, que no tenían acceso del todo. El hombre en el Antiguo
Testamento básicamente está exiliado de Dios. Todo el Antiguo Testamento declara: -Acérquese, pero sólo
hasta ahí.
No negamos que el Espíritu Santo estaba activo entre el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento.
Las personas se salvaban de la misma manera bajo el antiguo pacto como bajo el nuevo pacto: por la gracia
de Dios a través de la fe en la promesa divina de la Simiente venidera de la mujer. No existen formas
diferentes de salvación en el antiguo pacto y el nuevo. Sin embargo, debemos reconocer que el
derramamiento del Espíritu Santo era más limitado en el antiguo pacto. Sí, el Israelita podía orar, pero oraba
con base en la obra de los sacerdotes en el santuario central. Se acercaban por medio del sacerdocio y el
sistema de sacrificios. En el antiguo pacto, el pueblo de Dios eran «esclavos,» en el sentido de que no
conocían lo que hacía su Maestro. Bajo el nuevo pacto, somos llamados «amigos,» porque tenemos acceso
más libre (Juan 15:14,15).5
Jesucristo recreó y renovó a su pueblo, y ahora mora con nosotros. De esto habla Pentecostés, y lo
celebra. Con el derramamiento del Espíritu Santo, la Iglesia es unida a Cristo y sentada en los lugares
celestiales. Todo esto explica la imágenes de Sinaí en Hechos 2. Están reunidos en un aposento alto. 6 En la
Biblia, los lugares como montañas, lugares altos, techos y aposentos altos son lugares donde se encuentran
el cielo y la tierra. El grupo de 120 personas «ascienden», y nos encontramos con acontecimientos
semejantes a aquellos de Sinaí. Sinaí se cubrió de viento, fuego y truenos. En Hechos 2 las mismas cosas
llenan la casa, tal como la nube de Gloria llenó el tabernáculo y el templo.
Fue Dios que encendió el fuego tanto en el tabernáculo como en el templo. En el día de Pentecostés
encontramos llamas de fuego en las cabezas de los miembros de la iglesia. Ahora ellos son el altar de Dios.
Tal como el fuego en el altar representaba la presencia de Dios, aquí las lenguas de fuego representan la
presencia de Dios. Y, mirabile dictu, no son consumidos, ni son echados fuera de su presencia, porque son
sacrificios vivos. Cuando la gloria de Dios llenó el tabernáculo o el templo en el Antiguo Testamento, los
sacerdotes no podían entrar (Exodo 40:35; 1 Reyes 8:10,11). Todo el libro de Levítico trata este problema:
¿cómo puede un pueblo inmundo acercarse al Dios santo? En Hechos 2 la Iglesia es sellada como el Templo
de Dios, su morada especial.
El día de Pentecostés, la gloria de Dios - su Espíritu - viene sobre la Iglesia y la consagra como el
lugar donde él esta entronado. Inmediatamente comienzan a proclamar la palabra de Dios, el evangelio de
Jesucristo, tal como la venida de Dios en Sinaí llevó a la proclamación de su Ley a su pueblo. Por medio de
su Palabra y Espíritu, Jesucristo sella su pueblo como su templo verdadero. El Espíritu Santo es el regalo de
coronación de Jesús a su pueblo. A través de Cristo y su Espíritu tenemos acceso al Padre (Efesio 2:18). La
Iglesia entra al santuario celestial. La Iglesia, especialmente cuando se reúne para culto el Día del Señor, es
5 Debido al sentimentalismo que acompaña muchas interpretaciones de este texto, debemos ser claros en lo que significa el
término «amigo» en este contexto. El término «amigo» aquí es una posición oficial. Pilato, por ejemplo, fue llamado «amigo» de
César. Esto no quiere decir que él y Tiberio tenían alguna amistad íntima, sino que era parte de la corte de César, y que podía
aconsejar a César y que César lo oiría. También quería decir que César le consultaría a él en cuanto a asuntos en Judea - es decir,
Pilato tenía acceso a César. Es en este sentido que los discípulos - y la Iglesia - somos llamados «amigos.» Y esto explica la
razón que, mientras Jesús los puede llamar a ellos «amigos», no les fue otorgado el derecho de llamarle a él «amigo.»
6 Sin poder detallar más, podemos asumir que el «lugar» donde estaban en Hechos 2:1 es el aposento alto de 1:13. Ver James
D.G. Dunn, The Acts of the Apostles (Valley Forge, PA: Trinity Press International, 1996), p.24.
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el santuario celestial en la tierra. Y el Espíritu Santo es las primicias de todos los dones de Cristo.
¿Cuál es la gran promesa del pacto? Que Dios será nuestro Dios, y nosotros seremos su pueblo.
¿Qué se nos promete? Unión y comunión con Dios, que participaremos de la naturaleza divina (2 Pedro
1:4). Es decir, lo que se nos promete es Dios mismo. Al darnos su Espíritu, recibimos a Dios mismo como
garantía. Y en la consumación recibiremos más de lo que ya tenemos, recibiremos ‘más’ de Dios mismo.
Todos los miembros de la Iglesia comparten el Espíritu Santo, todos participan de la unión y comunión del
Señor que se inicia con su bautismo.
No podemos tocar en detalle el asunto de las lenguas de Hechos 2, porque nos llevaría lejos de
nuestro tema. Sin embargo, debemos notar que las lenguas eran idiomas conocidos. Si comparemos Hechos
2 con 1 Corintios 14:20 e Isaías 28:11, debemos concluir que las «lenguas» eran una señal para el pueblo
apóstata de Israel que la salvación de Dios les sería quitada para darsela a otras naciones. Esto es, que Dios
quitaría el candelero de los judíos, y tendrían que salir del Israel nacional y étnico para entrar al verdadero
pueblo de Dios, la Iglesia. Las lenguas, entonces, eran una señal de juicio contra el pueblo de Israel, y
cesaron al cerrarse el canon y cuando sucedió el juicio de 70 D.C. Las lenguas bíblicas no tienen relación
alguna con el «hablar en lenguas» de hoy.
La entrega del Espíritu Santo no es un asunto privado, individual, e místico. Es para todos en el
contexto de la Iglesia, la congregación de los santos bajo los pastores y ancianos, bajo la predicación de la
Palabra, la administración de los sacramentos y el ejercicio de la disciplina eclesiástica. Esta es la única
Iglesia que las Escrituras reconocen. Algunas personas hablan de la «experiencia» del Espíritu Santo como
si fuera algún sentimiento interno de calor. Como dijo Lutero una vez, suenan como si «tragaran al Espíritu
Santo ¡con todo y plumas!» El Espíritu de Dios es derramado para que vivamos juntos como Iglesia, como
la comunión de los santos. Y tal como la fiesta de Pentecostés en el antiguo pacto incluía el cuidado por los
sacerdotes y los pobres, el Pentecostés del Nuevo Testamento incluye la comunión en amor de los santos.
La vida en el Espíritu Santo es marcada por ser bautizado, confesar la verdad, vivir una vida de
obediencia, la adoración y tomando la Santa Cena. No hay otra cosa que sea bíblica fuera de estas cosas. El
Espíritu Santo obra fe en nosotros por medio de la proclamación de la Palabra, y nos fortalece por los
sacramentos. La Iglesia es producto de este Espíritu. La iglesia local, visible, es donde se encuentra la
presencia de Dios. Esto es algo serio - la congregación local es el lugar donde el Cristiano debe estar
(siempre que esta congregación sea identificada como iglesia verdadera según sus marcas, ver Confesión
Belga, Artículo 29). El Espíritu Santo obra pública y corporativamente.
San Agustín, en su obra La Trinidad, señala la naturaleza trinitaria de Pentecostés. Con referencia a
Gálatas 4:4,5, Agustín nota que el Hijo es enviado del Padre para nuestra salvación, y también el Espíritu es
enviado del Padre.7 El envío del Hijo cumple ciertas cosas en la historia de la redención, también lo hace el
envío del Espíritu. Somos unidos a Cristo y compartimos su unción. La obra del Espíritu Santo nos
introduce a la congregación de Dios, a la presencia del Padre por medio del Hijo. Somos llenos de su
Espíritu, comenzando en nuestro bautismo, para servir a Dios y nuestro prójimo. El don del Espíritu no es
para llevarnos a momentos privados con Dios para que podamos olvidar este mundo con sus problemas. El
Espíritu nos es dado para que podamos vivir en paz y justicia, confesando la verdad como miembros de la
Iglesia de Jesucristo.
Traducido con permsio del Outlook, Junio 2001
7 Agustín, La Trinidad, libro 2.8-11.
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