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HUMEDICAS 49
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Humanidades médicas
Arte y medicina
Patricia Mayayo
Profesora de Historia del Arte. Universidad Autónoma. Madrid.
En torno a Charcot:
imágenes de la histeria
Las fotografías de la Salpêtrière responden a unas
determinadas convenciones iconográficas y artísticas
Jean-Martin Charcot establece un catálogo visual de poses y
actitudes que indica cómo debía representarse la histeria. Dicho
de otro modo, se definía una tradición iconográfica a través de la
cual la histérica tenía que aprender a comportarse como tal.
Referentes artísticos
Théodore Géricault
Jean-Louis André Théodore Géricault (Ruan, Francia, 1791-París,
1824) es un prototipo de artista romántico. De corta y atormentada
vida, desde los inicios de su carrera demuestra cualidades que le
distinguen claramente de los pintores neoclásicos de la escuela de
Jacques-Louis David. Así, prefiere tratar temas de la vida cotidiana,
elevándolos a la categoría de hechos heroicos, mostrando al
tiempo la desesperación y el sufrimiento de la gente. Su audacia en
la composición y su vehemencia en el
toque y el color se advierten en su
lienzo más conocido: La balsa de la
medusa (1819).
Poco antes de su muerte, Géricault
se dedica a pintar una serie de
enfermos mentales, ejemplo del interés
que despiertan en los artistas
románticos las expresiones relacionadas Théodore Géricault, La loca
con las neurosis y la alienación.
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(envidia), 1822-1823, Museo
de Bellas Artes de Lyón.
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www.doyma.es/jano
a representación de la histeria es, sin duda, la vertiente
de la iconografía médica que más curiosidad ha suscitado
entre artistas y pensadoras feministas en las últimas décadas.
En efecto, en tanto que “enfermedad femenina” por excelencia, la histeria cumplirá un papel fundamental en la regulación de la sexualidad y, en general, de la subjetividad de las
mujeres en el siglo XIX. Por otra parte, el énfasis que la psiquiatría decimonónica pondrá en las manifestaciones visuales
de la enfermedad (transformando la fotografía en instrumento
privilegiado de observación y clasificación de las pacientes)
otorga a las imágenes científicas de la histeria, como veremos,
un claro interés artístico.
Tradicionalmente, la histeria (un término que proviene del
griego hystera, útero) se atribuía a un desequilibrio humoral
que provocaba, supuestamente, un desplazamiento del útero
dentro del cuerpo de la mujer. Si bien esta teoría se fue abandonando en el siglo XVIII, la histeria siguió considerándose una
enfermedad propiamente femenina: se crearon las categorías
diagnósticas de “hipocondría” y “neurastenia” para designar a
los varones con síntomas histéricos y aunque de vez en cuando se admitía la existencia de algún caso de histeria masculina, el enfermo era inmediatamente tildado de “afeminado”.
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Charcot creía que las enfermedades mentales podían definirse y
estudiarse a través de sus síntomas visibles. De ahí que organizase un servicio fotográfico en la
Salpêtrière. Hoy en día parece
claro que las calculadas fotos de
Charcot están muy lejos de ser
una transcripción neutra y fiel de
las vivencias de las pacientes.
Paul Régnard, “Attitudes passionnelles.
Extase”, en Iconographie photographique de
la Salpêtrière, tomo II, 1878.
A finales del XIX, la “mujer nerviosa” se había convertido en
una imagen omnipresente. ¿Cómo explicar este aparente florecimiento de casos de histeria femenina? ¿Por qué la histeria
se transforma en una enfermedad de época?
Reacción defensiva frente al sufragismo
En su Historia de la sexualidad (1976), Michel Foucault interpreta la “histerización del cuerpo de las mujeres” como
parte de una red de estrategias de poder destinadas a controlar la sexualidad femenina; el cuerpo de la enferma era sometido a diagnóstico (y descalificado como un cuerpo patológicamente saturado de sexualidad), integrado en la esfera de la
práctica médica y, finalmente, asimilado al espacio familiar, en
el que ejercía una función biológico-moral: “la Madre, con su
imagen negativa, la ‘mujer nerviosa’, constituía —escribe Foucault— la forma más visible de esta histerización”1.
Más recientemente, Elaine Showalter ha sugerido la posibilidad de que la obsesión de la medicina finisecular por la histeria femenina constituyese una reacción defensiva frente a
la amenaza que suponía el auge del movimiento feminista. No
parece casual, así, que la moda científica de la histeria coinci-
da con el apogeo de las reivindicaciones sufragistas: “en un
momento en el que la cultura patriarcal se sentía atacada por
sus hijas rebeldes, una estrategia obvia de defensa era catalogar a las mujeres que luchaban por el acceso a la universidad y
al mundo laboral o por el derecho al voto como mentalmente
perturbadas” 2. Basta echar una ojeada a la literatura clínica
—subraya Showalter— para percatarse de que las pacientes
histéricas son descritas muchas veces por sus médicos como
reacias al matrimonio o especialmente independientes y activas. Por otro lado, tanto la prensa como la retórica antisufragista utilizarán con frecuencia el término “histéricas” para referirse a las activistas feministas, a las que se presenta como
mujeres anormales y desquiciadas que han renunciado a su
feminidad: en la imaginación de fin de siglo, “el feminismo y la
histeria se superponen como formas de desviación, desorden
y exceso y la idea de que el movimiento de mujeres estaba
1
FOUCAULT, Michel (1976): Historia de la sexualidad. Madrid, Siglo XXI,
1987, tomo I, p. 127.
2
SHOWALTER, E.: “Hysteria, Feminism, and Gender”, en GILMAN, S., et. al.:
Hysteria Beyond Freud. Berkeley, Los Ángeles y Londres, University of California Press, 1993, p. 305.
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compuesto de histéricas fue uno de los argumentos más difundidos para intentar desacreditarlo”3.
A pesar de esta feminización de la enfermedad, algunos médicos se interesarán también por el fenómeno de la histeria
masculina. Uno de los ejemplos más llamativos es el de JeanMartin Charcot, responsable desde 1881 de la “Cátedra de enfermedades nerviosas” del hospital parisino de la Salpêtrière.
Aunque se trataba de un hospital de mujeres, Charcot abrió
una pequeña sección destinada a varones, además de atender
a muchos más en la consulta externa; a su muerte, en 1893,
había publicado más de sesenta casos clínicos de histeria masculina. Sin embargo, fueron las pacientes de sexo femenino de
la Salpêtrière las que atrajeron de forma predominante la
atención del público y las que se convirtieron, a la postre, en
protagonistas principales del célebre archivo fotográfico del
hospital.
En efecto, Charcot se había hecho famoso por organizar
sesiones públicas a las que acudían médicos, periodistas y
curiosos, durante las cuales sus pacientes, bajo los efectos
de la hipnosis, experimentaban violentos ataques de histeria. Estos ataques, según el médico galo, se dividían en tres
fases: una fase epiléptica, a lo largo de la cual la paciente, inconsciente, echaba espuma por la boca; la fase del “clownismo”, llamada así porque las enfermas empezaban a retorcerse en extrañas contorsiones; y finalmente la fase de las “actitudes pasionales”, durante la cual las pacientes adoptaban
una serie de poses de claras connotaciones sexuales. La crisis terminaba cuando el cuerpo de la enferma se tensaba violentamente formando un arco al que Charcot denominó
l’arc-en-cercle.
Extraño museo de la histeria
Como la mayor parte de los psiquiatras de su época, Charcot
creía que las enfermedades mentales podían definirse y estudiarse a través de sus síntomas visibles. De ahí que organizase un servicio fotográfico en la Salpêtrière, destinado a documentar la evolución y estadios de la enfermedad tal y como
se manifestaban en la fisonomía y actitud de las pacientes.
Publicadas bajo el nombre de Iconographie photographique
de la Salpêtrière, estas imágenes constituyen un extraño museo de la histeria: las enfermas interpretan las distintas poses
y contorsiones, la letargia, el grito, la catalepsia, el arco de círculo, con la aplicación estudiada propia de una representación
teatral. ¿Qué dosis de simulacro, qué dosis de sugestión había
en estos espectáculos orquestados por Charcot?
La fotografía respondía perfectamente a las aspiraciones del
positivismo decimonónico: el presunto carácter mecánico y
objetivo del nuevo medio lo transformaba en una herramienta
fundamental para registrar y catalogar enfermedades, un instrumento tan necesario para el estudio de las afecciones nerviosas —según se señalaba en una revista médica de 1879—
como lo era el microscopio en el ámbito de la histología4. Sin
embargo, hoy en día parece claro que las calculadas fotos de
Charcot están muy lejos de ser una transcripción neutra y fiel
de las vivencias de las pacientes. Por una parte, resulta difícil
seguir manteniendo la ficción del “realismo” del medio fotográfico: la elección del punto de vista, la iluminación, el tipo
de objetivo utilizado, los pormenores del positivado traducen
siempre la mirada subjetiva del fotógrafo. Por otra, si analiza-
mos con cuidado las imágenes de la Salpêtrière, veremos
cómo responden a unas determinadas convenciones iconográficas y artísticas.
Inclinaciones creativas
En efecto, el propio Charcot, aficionado a la pintura y al dibujo, tenía, al parecer, inclinaciones creativas. Según señala su
discípulo Sigmund Freud, “no era un hombre de talante reflexivo, un pensador, sino que su naturaleza se hallaba más próxima a la de un artista; era, como decía él mismo, una persona
‘visual’, un hombre que veía”5. El psiquiatra francés manifestó, de hecho, en ocasiones, su admiración por los retratos de
monomaníacos que el pintor romántico Théodore Géricault
había pintado entre 1821 y 1824 por encargo de otro médico
de la Salpêtrière, el doctor Georget. Estos retratos pueden
considerarse, sin duda, un precedente de las fotografías del
archivo iconográfico de Charcot, y no tanto —como apunta Jo
Ann Isaak— porque el psiquiatra galo extrajera alguna lección
clínica de ellos, sino porque le proporcionaron una serie de
pautas representativas: “Lo que Charcot aprendió de obras como La loca (maldad) o La loca (envidia) no fue cómo la
maldad o la envidia se manifestaban en el rostro humano, sino
qué aspecto debían tener las fotografías de la Salpêtrière”6.
Éstas recogen, así, una serie de rasgos formales que ya se hallaban presentes en los cuadros de Géricault: el empleo de
fondos neutros, el contraste lumínico marcado o la vestimenta
indefinida de los pacientes, rasgos que incitan al espectador a
centrar su atención en la expresión facial de los retratados. De
este modo, escribe Isaak, “lo que Géricault le enseñó a Charcot […] no fue una forma de presentar, de forma auténtica, el
hecho psíquico; lo que le enseñó fue cómo hacer que una
imagen produjese significados previamente establecidos,
cómo instituir un sistema de códigos perceptivos”7.
Charcot era plenamente consciente de la existencia de dichos códigos: en 1887 publicó, junto a su colega Paul Richer,
un libro titulado Les Démoniaques dans l’art, en el que estudiaban cómo evolucionó la representación de la posesión demoníaca desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVII en el arte religioso occidental. Charcot y Richer analizaban un amplio
número de ejemplos, desde los mosaicos bizantinos de Rávena
hasta algunos cuadros de Rubens, pasando por tapices medievales de Reims, litografías florentinas o relieves funerarios.
Su tesis de partida era rotunda: lo que la superstición religiosa del pasado describía como fenómenos de posesión diabólica no eran, en realidad, sino casos de histeria no diagnosticados, de tal modo que existiría una continuidad visual entre
las imágenes torturadas de los poseídos de la iconografía católica y las convulsiones terribles que mostraban las fotografías
modernas de la histeria. Les Démoniaques dans l’art cumplía
así un doble objetivo: por un lado, confirmar la universalidad
de la categoría nosológica de la histeria, válida —proclamaban Charcot y Richer— en distintas épocas y contextos culturales; y por otro, establecer un catálogo visual de poses y actitudes que indicaba cómo había de representarse la histeria,
qué aspecto debía tener una paciente en plena crisis. Dicho
de otro modo, se definía una tradición iconográfica a través
de la cual la histérica tenía que aprender a comportarse como
tal.J
5
3
Ibíd., p. 306.
4
Progrès médical, nº 7, 1879, p. 331; cit. en GILMAN, S.: “The Image of the
Hysteric”, en GILMAN, et al., Hysteria Beyond Freud, op. cit., p. 352.
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JANO 27 DE ABRIL-3 DE MAYO 2007. N.º 1.649
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www.doyma.es/jano
Cit. en ISAAK, J.A.: Feminism and Contemporary Art. The Revolutionary
Power of Women’s Laughter. Londres, Routledge, 1996, p. 157.
6
ISAAK, op. cit., p. 159.
7
Ibíd., p. 160. Cursiva en el original.
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