La Voluntad de Azorín - Biblioteca Virtual Universal

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La Voluntad de Azorín
y la renovación de la novela española
a principios del siglo XX
Juan María Calles
[email protected]
El contexto vital
El pasado centenario de la publicación de la novela La voluntad de
José Martínez Ruiz, nos invitaba a una serena lectura de la escritura
azoriniana desde la perspectiva de los inicios del nuevo siglo. En
cuanto a las relaciones entre la vida y literatura, tan imbricadas en su
generación, recordemos que el autor se identificó y se proyectó hasta
tal punto en el personaje protagonista de la novela, Azorín, que llegó
a adoptar su apellido como seudónimo desde 1904 en
colaboraciones periodísticas y desde 1905 en el resto de su
producción hasta el momento de su muerte en 1967.
Sabemos que 1902 fue un momento fundamental para la
renovación de la novela española del siglo XX. Destacan cuatro
novelas entre un nutrido grupo de obras de calidad (Sonata de Otoño
de Valle-Inclán; Camino de Perfección de Baroja; Amor y pedagogía
de Unamuno y La voluntad de Azorín) que contribuyeron a sustituir el
modelo narrativo del realismo y del naturalismo decimonónicos: de
todas ellas, La Voluntad significó tal vez la mayor aportación en
renovación técnica y estructural. Posiblemente, las novedades que
aportaba la novela contribuyeran a desorientar a los lectores de
aquella fecha, todavía acostumbrados al ritmo y a la estructura de la
novela tradicional, aferrada a sólidos argumentos lineales que
progresan ordenadamente en el tiempo, en medio de un espacio
referencial bien delimitado y frecuentemente conocido por los
lectores.
José Martínez Ruiz nace en 1873 en Monóvar (Alicante) y se educa
en los Escolapios de Yecla. En 1888 se traslada a Valencia para
estudiar Derecho. Él mismo nos confiesa que fue un mal estudiante
de Derecho, lo que le obligó a peregrinar por las Universidades de
Salamanca, Granada y Valladolid. Pero sus primeros intentos como
periodista y escritor tienen lugar en la Valencia de finales del XIX.
Azorín evocará esos intensos años de ‘estudiante’ en un libro
posterior titulado precisamente Valencia (1941), aunque encontramos
vivencias recogidas en artículos anteriores:
“ (...) Vivía con un grupo de amigos: Martí de Veses, los
hermanos Sancho, Llorca, Llopis, Picornell, Arnal. Vestían con
la estudiada elegancia tradicional en el valenciano. Eran
muchachos de Oliva, Denia, Jávea, Pedreguer. La vida era fácil.
Moraron a lo largo de seis u ocho años en diversos pupilajes.
Se establecieron también por su cuenta en amigable
“república”...”( “Un estudiante en Valencia”, Ahora, 6 de febrero
de 1936)
Su preciso conocimiento de la ciudad queda patente en ocasión del
homenaje de la ciudad al escritor el 9 de octubre de 1932, con un
discurso recogido en Luz al día siguiente, y en el que reconocemos al
Azorín paseante y bibliófilo recorriendo el centro histórico de la
ciudad.
Azorín había escrito sus primeros artículos periodísticos en el
semanario de su pueblo, El Pueblo. Tras intentar, en vano, colaborar
en Las Provincias, de Valencia, dirigido entonces por Teodoro
Llorente, se estrena como periodista haciendo crítica de teatro en El
Mercantil Valenciano, con el pseudónimo “Ahrimán” o la inicial “A.”.
Después, continuaría como crítico literario, narrador y autor de
artículos de opinión en El Pueblo (dirigido por Vicente Blasco Ibáñez,
y sin conexión con la publicación modestísima del mismo nombre en
la que había colaborado en Monóvar).
El contexto de la cultura literaria valenciana del momento [Meseguer
1998] es un hervidero de proyectos e ideas, una efervescencia
ideológica y política que parece arrastrar al joven escritor. En efecto,
la Valencia de la época no es ni una simple provincia española más a
la que podamos aplicar los parámetros del 98, ni la periférica copia
del sur de las provincias catalanas.1
De hecho, Martínez Ruiz se inserta en una de las claves de la
problemática ideológica de la cultura del momento: cómo integrar en
una sociedad tradicional las ideas de la modernidad, construyendo,
además, el proyecto autorial de una nueva narrativa que rompa con
los viejos moldes del realismo decimonónico. En otra órbita de su
problemática se inserta la cuestión de las relaciones entre periodismo
y literatura, y los modelos de escritura a finales del siglo XIX y
principios del XX [Palenque 1996]. Esa indiferenciación genérica en
la elaboración y presentación de los materiales dentro del texto será
una de las claves de lectura de La voluntad, que evidentemente
corresponde a las inquietudes artísticas e ideológicas del José
Martínez Ruiz de aquellos años. El problema de la permeabilidad
genérica se verá agravado por la crisis y diversificación del modelo
periodístico decimonónico que estalla al mismo tiempo que el sistema
político y cultural de la Restauración2. Esta contaminación entre lo
real y lo ficticio, e incluso la forma de publicación mediante fascículos
que, sin duda, ayudaría a la forma fragmentaria de la organización de
los capítulos, constituyen claves y estrategias de la construcción
textual de la novela que tienen su explicación en el contexto de las
relaciones entre literatura y periodismo.
Su vocación periodística es tan clara y decidida en aquellos
momentos que hacia 1904 queda testimoniada a través de una
entrevista en El Gráfico. Esos primeros años del Azorín periodista de
ideología de filiación anarquista serán progresivamente “olvidados”
por el autor literario que sobrevive a las guerras y a sus posguerras.
Su conversión del anarquismo juvenil al conservadurismo tradicional
ya ha sido explicada.3
Una y otra vez vemos evolucionar y madurar, desde el anarquismo
hasta el conservadurismo, la ideología política de un brillante escritor
que se ve arrastrado por el convulso sistema político e ideológico de
la España de la Edad de Plata. Una y otra vez vemos a un Azorín
confuso y resignado a contemplar el violento proceso de
desintegración política y de hipertrofia militarista que acabaría
conduciendo a una guerra fratricida. Azorín fue testigo, junto a sus
compañeros de generación, de cómo el aparentemente sólido edificio
del régimen de la Restauración se derrumbaba en todos los órdenes,
y exigía respuestas a los “intelectuales” ante la progresiva crisis del
sistema constitucional. La mentalidad crítica y escéptica de Azorín
parece ir orientándole hacia actitudes revisionistas, que tienden a
situar los males de España en la propia estructura de la sociedad y
en el desigual reparto de cultura y riqueza.
En medio de este período crítico de la historia de España, surge un
esplendor cultural en torno a los años 1902-1936 que configura la
plenitud de una cultura española cada vez más luminosa frente a la
descomposición del sistema de la Restauración. A partir de 1898
empiezan a abundar los textos que analizan los males y dolencias de
la patria -sumida en un evidente proceso sociopolítico de decadencia, así como otros que se aventuran en proponer remedios para su
regeneración.
Entre los regeneracionistas, Azorín se cuenta entre un pequeño
grupo (inicialmente inadvertido) de jóvenes pequeño-burgueses,
rebeldes, iconoclastas, procedentes de la periferia, que se dieron cita
en el Madrid finisecular con el objetivo de convertirse en hombres de
letras.
Con una clara voluntad de denuncia de los casos de caciquismo y
abuso en la política nacional, conforman el grupo de ‘Los Tres’
(Maeztu, Baroja y Azorín; excepcionalmente, Unamuno) dispuestos a
difundir su ideario reformista y recabando activamente el apoyo de
los sectores progresistas de la cultura española del momento. En
efecto, La voluntad es también testimonio de esta actitud de
regeneracionismo y activismo ideológico, que aporta una estrategia
de salida para la crisis vivida por los intelectuales del fin de siglo.
La novela del siglo XX y la ruptura del canon narrativo decimonónico
Frente a la novelística de intención testimonial y de retórica
objetivista, que había derivado en el espiritualismo y en la novela
decadentista en las últimas décadas del siglo XIX, los novelistas del
siglo XX empiezan a ser conscientes de que los viejos métodos
descriptivos y deterministas resultaban insuficientes para dar cuenta
de las nuevas situaciones del hombre en el complejo mundo de
principios de siglo. El modelo novelístico realista de la segunda mitad
de siglo XIX había venido transformándose progresivamente, pero
era sentido como caduco por los nuevos escritores que surgían a
finales de siglo.
La nueva novela se ubica en la confluencia de géneros, en un
espacio ‘bastardo’ y nunca hollado, que se caracteriza por la mezcla
incondicional de discursos, ficcionales y no ficcionales; y por la
descomposición premeditada de la unidad narrativa que había
sustentado un mismo modelo narrativo levemente modificado desde
el Renacimiento.
El cambio en las estrategias y en la sustancia narrativa constituye
un largo y complejo proceso que arranca desde el biografismo
realista, cada vez más ambicioso y exigente en la fijación de la
naturaleza del conflicto entre individuo y realidad. Como ha venido
señalando la historiografía literaria, “el centro de gravedad de la
novela se desplaza, a comienzos del siglo XX, desde el personaje
biografiado, modelado por la fábula, a la búsqueda de una nueva
realidad. Las exigencias de la anécdota son cada vez menores. Los
protagonistas novelescos disgregan su personalidad en el interior de
las estructuras sociales y económicas” (Varela Jácome 1967: 26).
El paso de una sociedad burguesa, de corte liberal, a la nueva
sociedad capitalista constituye el contexto socioeconómico en el que
se produce esta transformación. De tal modo, los valores biográficos
individuales4 son progresivamente sustituidos por nuevos valores
ideológicos, en donde van ocupando un lugar preferente las nociones
de realidad y protagonismo colectivos, acompañadas siempre de una
creciente introspección y subjetivismo. Este proceso de
colectivización del protagonista novelístico presenta también otras
formas de disgregación en la literatura europea del momento o
levemente posterior, que podemos constatar en la novela de Kafka o
el objetalismo francés.
Recordemos que un conjunto cada vez mayor de filósofos se
declara abiertamente antirracionalista, y partidarios de la voluntad
(Nietzsche), de la intuición (Bergson) o del sentimiento existencial
(Kierkegaard). En este sentido, la escritura de Joyce, Proust o Kafka
algunos años después no hace sino confirmar la naturaleza de
síntoma de una novela como La Voluntad. Esa revolución artística,
íntimamente relacionada con las teorías de S. Freud y con las nuevas
corrientes filosóficas de corte irracionalista, entre las que es
indispensable citar la influencia de Nietzsche y la de Schopenhauer,
puede constatarse en la eclosión de las vanguardias artísticas que
culminará el proceso de liquidación del arte burgués característico de
la segunda mitad del siglo XIX.
El nuevo autobiografismo novelesco, con el énfasis en el “Yo”
constituye una muestra de la nueva óptica narrativa. El NarradorPersonaje gana espacio en la estrategia narrativa que constituye el
eje modalizador de la novela.
La narrativa española corre pareja a ese proceso de renovación
técnica y temática. Azorín forma parte de un grupo de jóvenes que
irrumpe en la novela con una nueva ‘voluntad’ de estilo, junto a
Baroja, Valle-Inclán y Unamuno, que constituirá un primer grupo de
precursores. Es evidente que los noventayochistas se anticipan a la
narrativa europea en la ruptura de los viejos procedimientos
narrativos y en el planteamiento de nuevas estrategias discursivas
susceptibles de dar cuenta de una nueva realidad, que empieza a ser
tan cambiante y tan subjetiva como el propio “yo” personal.5
Tradicionalmente, se ha venido señalando como ejes centrales de la
escritura azoriniana esa decidida voluntad de estilo, la depuración
lingüística, la postura crítica ante los problemas del país y un
arraigado subjetivismo e irracionalismo, que convertirán su propuesta
novelística en una difícil estrategia de análisis y actuación frente a la
realidad histórica del país.
Azorín forma parte del grupo de autores que desbancaría el
“realismo” decimonónico como estilo novelístico dominante, y que
abriría la narrativa española a las pautas de la modernidad literaria.
Por ello, resulta un novelista de ruptura frente a Blasco Ibáñez y los
que siguen viendo la continuidad del realismo español como una
opción ideológica progresista enfrentada al supuesto
“conservadurismo” de las propuestas de la modernidad y de la
vanguardia.
Tal vez por ello el marbete “Generación del 98” ha dejado de ser
momentáneamente operativo para la crítica actual, donde se le niega
un contenido susceptible de delimitar generacionalmente a un grupo
de escritores [Bernal 1996]. Parece evidente que Azorín forma parte
de ese un grupo bien delimitado de escritores “modernos”, quienes
intentaron apoderarse entre 1900 y 1910 de la Norma literaria y
expulsar de ella al complejo contexto de novelas, autores e
implicaciones ideológicas que configuraba el mundo del
“realismo/naturalismo“, aparentemente bien delimitado en cuanto a la
nómina de autores y textos, conformando un nuevo canon estético
del que quedaron hipotéticamente excluidos desde Galdós hasta
Blasco Ibáñez.6
Este planteamiento de establecer múltiples vías para la renovación
literaria en la Modernidad, y la constatación de que los grupos y
estéticas dominantes no anulan necesariamente la producción
literaria de los grupos minoritarios y periféricos constituye un eje
fundamental de nuestra reflexión. En efecto, La Voluntad constituye
un momento decisivo en ese proceso de renovación de la novela
española y de incorporación de la novelística española a la
Modernidad, una Modernidad que acabó constatando en toda Europa
la imposibilidad operativa de los modelos realista y naturalista
decimonónicos para dar cuenta de la nueva realidad. Ahora el
elemento fundamental comienza a ser la indagación psicológica de la
realidad que se apodera del universo narrativo, hasta incluso
convertir el argumento en un elemento insustancial y tenue, que pone
en peligro el desarrollo actancial de la novela. Podemos constatar en
la novela cómo ese argumento es progresivamente sustituido por una
línea de reflexiones y de apuntes estéticos que configuran todo un
itinerario mental, construido al hilo de estados de ánimo, fragmentos
de conversaciones, reflexiones nebulosas, etc. Todo ello se constata
además en el desequilibrio en la extensión de los diversos bloques de
la novela, que crece casi orgánicamente como ocurre también en su
texto gemelo, el Camino de perfección de Pío Baroja.
Recordemos que el panorama literario español era en ese momento
complejo y enriquecedor desde la conmoción del modernismo literario
rubendariano, las nuevas posiciones noventayochistas, y las
inminentes rupturas de las literaturas de vanguardia. Desde ese
contexto, hemos de afirmar que La voluntad se nos representa como
una novela a la altura de los tiempos que mantiene sus vitalidad
textual y creativa con el paso de los años.
El autor ‘Azorín’
La mayor parte de la obra azoriniana pertenece al ensayo, si nos
atenemos a la tradicional consideración de los géneros históricos7.
Sin embargo, lo que nos resulta sorprendente es la calidad y la
ambición de sus primeros proyectos narrativos, lamentablemente
abandonados años después. La voluntad (1902), Antonio Azorín
(1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904) constituyen
un corpus narrativo ejemplar del proceso que venimos sintetizando
en las líneas anteriores.
El autor Azorín rompe en estas novelas con algunas de las
estrategias narrativas propias del XIX. Emplea una detallada minucia
descriptiva, propia de la escuela realista-naturalista, pero unida a una
técnica impresionista que desvirtúa su propósito de construir en el
texto una realidad analógica a la existente en la realidad. Su precisión
estilística, su constante interés por las precisiones lumínicas, la
especial configuración sintáctica y las yuxtaposiciones frecuentes, le
alejan también desde el punto de vista discursivo de los largos
períodos hipotácticos propios de la novela decimonónica. Como ha
señalado Benito Varela Jácome:
“La preferencia por la estampa, el gusto por el cuadro, se
diferencian de la acumulación naturalista por el fino espíritu de
selección de sensaciones, por la adjetivación, por la emoción
anímica característica de los escritores del 98, por las
frecuentes repeticiones. Sin embargo, a veces la
impersonalización gramatical produce un alejamiento de los
objetos, nos aproxima a la objetivización de las obras
posteriores (...)” [Varela Jácome 1967 : 52]
Azorín asume la decisión de no contar la totalidad de la peripecia
vital del personaje, de modo que su proceso vital queda segmentado
y fragmentado, reducido a cuadros y estampas que constituyen un
complejo dietario emocional e ideológico. Así consigue un tono de
autobiografismo que acabará convirtiéndolo en protagonista del relato
bajo el pseudónimo de ‘Azorín’. Ciertamente, ese nivel intelectual y la
continua disquisición filosófica presentes en estas primeras novelas,
junto con las aficiones librescas, acabarán siendo características de
la novelística europea posterior.
En este sentido, podemos considerarlo un precedente de lo que se
ha llamado el “impresionismo literario”, equivalente al monólogo
interior que luego popularizarían Proust, Joyce y el Nouveau Roman
francés. El discurso mental o hablado de los personajes queda
sustancialmente transformado en su modo de presentación ante el
lector. Es un discurso que representa la discontinuidad y el
fragmentarismo “real” del pensamiento, y que ha abandonado la
retórica tradicional de corte logicista, susceptible de reordenar y
falsificar esos materiales. Del mismo modo, se modifica la
presentación de las categorías de tiempo y espacio, habitualmente
tratados hasta entonces desde el aparato retórico de la objetividad
cientifista del realismo y del naturalismo.
El tiempo se interioriza y se convierte en una materia dúctil, con un
fuerte componente subjetivo que se alarga o se acorta desde esa
vivencia ante los ojos extrañados del lector. El espacio externo
empieza a funcionar apenas como síntoma, como denotador de la
sensibilidad -tantas veces enfermiza-, y como metáfora de la
personalidad y del alma, de ahí la importancia del paisaje concebido
como síntoma, como correlato puramente sentimental y/o ideológico.
El estatismo de su estilo y su sencillez, su visión desengañada de la
realidad, le deben mucho a su amistad con Baroja8. Precisamente en
1903 Azorín comentaba el estilo barojiano con palabras que bien
pudiera aplicarse a un común ideal de estilo:
“No existe hoy en España ningún escritor más sencillo. Baroja
escribe con una fluidez extraordinaria. La sensación va directa y
limpiamente del artista al lector, sin retóricas complicadas y sin
digresiones, sin adjetivos innecesarios. Tales son las
condiciones supremas del escritor: la claridad y la precisión.”
Tal y como nos recordaba S. Beser [1983: 38], la prosa barojiana
entronca claramente con la narrativa decimonónica, con el nexo
común de la utilización de un lenguaje referencial, marcado por la
sencillez, la naturalidad y la precisión. La escritura azoriniana pone
en evidencia la frontera de vacuidad retórica que se consideraba
como frontera entre la poesía (verso) y la novela (prosa), y que venía
afectando desde siglos a nuestro sistema literario. Azorín transgredió
las barreras de la prosa, para darle a su escritura esa modalización y
esa impregnación subjetiva que se consideraba exclusiva de la
poesía. Al mismo tiempo, puso en evidencia la necesidad de
renovación de la poesía burguesa que, a partir del modernismo, tuvo
que buscar un nuevo espacio y una nueva poética.
Esa literaturización aguda de su personaje, donde se mezcla lo real
y lo imaginario, o mejor, donde lo ficticio es elevado a la categoría de
absoluto, se produce junto al retrato de figuras populares que
ejemplifican su existencia en vidas opacas y anodinas.
La crítica ha venido señalando ese “estatismo” de la narrativa
azoriniana, donde la acción se remansa y se inmoviliza a partir de la
falta de decisión del protagonista, entregado a contemplaciones
sucesivas y diálogos breves, sumido en sus obsesiones y dispuesto a
fundirse con la quietud de la vida vulgar y monótona del pueblo que le
rodea.
Notas para una lectura de La Voluntad
Es difícil abordar una lectura de La Voluntad, sin referirse antes a un
libro clave anterior: Diario de un enfermo (1901). Se trata de un texto
que adopta la forma de un diario, y abarca desde el 15 de noviembre
de 1898 hasta el 15 de abril de 1900, y del cual extraemos unas
líneas clave de la cosmovisión azoriniana:
“¿Qué es la vida? ¿Qué fin tiene la vida? ¿Qué hacemos aquí
abajo? ¿Para qué vivimos? No lo sé; esto es imbécil;
abrumadoramente imbécil” [O.C., I, pág. 693]
Se trata de un texto emblemático que articula una actitud de total
desaliento vital y literario, donde la literaturización de la realidad es
contemplada como el resultado del fracaso del proceso asimilarse a
la acción por parte del personaje. Así lo ha interpretado José María
Valverde:
“El episodio de la viudez -y, en la versión original, el suicidio-,
con que se cierra el libro, valen como símbolo de la
desesperanza del autor, cuyas ilusiones morales y sociales se
han derrumbado ya (...)” [Valverde 1971: 168]
A partir de 1900, la actividad social y literaria de José Martínez Ruiz
se multiplica. En diciembre realiza con Baroja un viaje muy
significativo a Toledo, cuyas impresiones publican en marzo de 1901
en el único número de El Mercurio (recordemos que también el
personaje Fernando Osorio de la novela Camino de Perfección de
Baroja, va a Toledo para buscar en la Historia la razón de ser de un
país que agoniza sin saberlo en los desmontes madrileños).
Ese año de 1900 Baroja está escribiendo su primera novela
‘importante’, Camino de perfección; y Martínez Ruiz toma apuntes
durante meses en la Biblioteca del Instituto de San Isidro, el antiguo
Colegio Imperial de los jesuitas, para su novela La Voluntad. En
febrero de 1901 ambos organizan la visita de homenaje a la tumba de
Larra y durante algunos meses colaboran en El Globo.
En 1902, los “Tres” (Baroja, Azorín, Maeztu) intervienen
públicamente en un caso de ‘moralidad administrativa’ en Málaga, y
despliegan una campaña de opinión a través de las páginas de
Juventud (todo ello materia narrativa de la novela azoriniana).
La Voluntad constituye un signo de la modernidad literaria en las
letras españolas de principios del siglo XX. Es un texto elaborado a
partir de la recepción apasionada de lecturas francesas, alemanas y
españolas. Junto a otros textos emblemáticos, contribuye
decisivamente al cambio de rumbo de la novela española que se abre
a nuevas posibilidades de expresión para renovar la ficción
estancada del siglo XIX.
En ese momento, encontramos un grupo de novelas que
representan una clara ruptura con los cánones novelísticos existentes
y entroncan con la novela europea contemporánea. Se trata de
autores conscientes de que los modelos narrativos decimonónicos
son insuficientes para dar cuenta de la definitiva crisis de principios
del siglo XX. La Voluntad revela el texto de esa crisis que va más allá
de lo individual, el pensador y novelista que se desdobla en su
protagonista, Antonio Azorín, y se convierte en síntoma social de un
‘estar ante el mundo’. El joven Azorín conecta con la prosa
impresionista europea, los Goncourt, Alphonse Daudet, Anatole
France...y concibe la novela como una forma proteica y cambiante,
liberada de la esclavitud del necesario relato de la fábula.
Su escritura es síntoma de la disolución genérica en la modernidad
literaria, donde la imprimación subjetiva y autobiográfica subvierte la
concepción tradicional de los géneros literarios. En este sentido,
puede ser también considerado como un texto auroral que funda una
tradición. La voluntad ejemplifica la renovación de la novela
tradicional, que posteriormente testificará Ortega en sus Ideas sobre
la novela; y anticipa los modelos de la novela lírica y la novela
vanguardista, con Gabriel Miró y con Ramón Gómez de la Serna.
En sus líneas encontramos un testimonio contemporáneo del
nihilismo nietzscheano entendido como una falta de respuesta a los
porqués vitales. Azorín parece un indolente acomodado, cuyos
conflictos existenciales son fruto de una sublimación cultural en
donde la vida y la acción han sido suplantadas por la meditación
libresca.
En la novela, los personajes parecen sucumbir a un ambiente
asfixiante dominado por el conservadurismo cultural que aparece
ligado al principio de la perduración de la especie.
El protagonista presenta un ethos sorprendente y un nuevo pathos
(que requerirían, sin duda, un análisis más detallado), y una nueva
sensibilidad extrema que contrasta con el medio vital y cultural en el
que aparece inserto. José María Martínez Cachero [1960] ha
interpretado a Antonio Azorín, el protagonista de estas primeras
novelas, como un símbolo de toda la generación del noventa y ocho;
frente a Yuste, el personaje que representaría el período de la
Restauración y la Regencia.
Antonio Azorín es un personaje que recorre un itinerario psicológico
de progresivo desengaño, desde una cierta estructura inicial de
novela pedagógica, y con el desarrollo de una serie de reflexiones en
torno al sentido y a la esencia de España, en el ámbito problemático
de la crisis de fin de siglo.
En esos sucesivos espacios de desengaño (la religión, la filosofía, la
ciencia, la política, la literatura...), simbolizados globalmente por el
abandono de Madrid, Azorín asume la rutina y los primores de lo
vulgar como elemento sustancial que da sentido a su existencia.
La primera parte de la novela (constituida por veintinueve breves
capítulos) corresponde a la educación del protagonista, marcado
claramente por el predominio de los valores del idealismo. Son el
filósofo Yuste, el párroco Puche o el escolapio Lasalde quienes
configuran el andamiaje ideológico y sentimental del joven Azorín. La
segunda parte nos relata las peripecias del protagonista en Madrid.
En el ambiente flota la promesa de un mundo trascendente que se
configura incapaz de abordar los problemas y sufrimientos de éste.
La tristeza, la muerte y el dolor aparecen y reaparecen, como en ese
episodio común con Baroja del ataúd de la niña toledana, y una vez y
otra no existe consolación para ese mal de vivir tan humano, donde
apenas la fe es entendida como breve consuelo en una espera ciega.
Los breves capítulos de esta parte abundan en los tópicos literarios
del momento: la multitud metropolitana, la ciudad muerta, la malvada
sociedad literaria mostrada a partir del banquete de publicación del
libro Retiro espiritual de Olaiz9, etc. Y siempre el mismo resultado:
“Al fin, Azorín se decide a marcharse de Madrid. ¿Dónde va?
Geográficamente, Azorín sabe dónde encamina sus pasos;
pero en cuanto a la orientación intelectual y ética su
desconcierto es mayor cada día. Azorín es casi un símbolo; sus
perplejidades, sus ansias, sus desconsuelos bien pueden
representar toda una generación sin voluntad, sin energía,
indecisa, irresoluta, una generación que no tiene ni la audacia
de la generación romántica, ni la fe de afirmar de la generación
naturalista.” (XI, p. 255)
La disgregación de los ideales fue una realidad histórica,
constatable en buena parte de los miembros de aquella generación,
que no supo articular la modernización de un país y el sostenimiento
de sus tradiciones ideológicas a través de un proyecto político
racional. Azorín llegará en la ‘Tercera parte’ de la novela a una
especia de ataraxia sentimental e ideológica. Su matrimonio con
Iluminada simboliza la mezquindad del medio rural y la imposibilidad
de sustraerse a la ideología católica y conservadora imperante en el
medio. Como nos habían enseñado las novelas realistas, nuestro
protagonista sucumbe y se abandona (el pacto es aquí la forma de
sumisión), ante la imposibilidad de articular una existencia en
permanente conflicto contra el medio social. La exacerbada pasión
del yo es la clave de nuestro protagonista, que se afana
continuamente por buscar un asidero sobre el que construir la
paradoja de su existencia.
Evidentemente, la España en crisis perduró mucho más allá de la
guerra civil hasta el restablecimiento democrático en los años
setenta, del mismo modo que la Europa en crisis se trasladaría a los
años cincuenta, como una Alemania en ruinas. Los avisos de
inadaptación e inhabitabilidad en los espacios, geográficos o
ideológicos, que la literatura nos servía a principios del siglo XX,
lamentablemente se cumplieron.
La voluntad ilustra de ese modo también el retrato de una España
negra y triste, la España que retrataron Darío de Regoyos y Zuloaga,
la de Verhaeren y Santiago Rusiñol, y que acabaría convirtiéndose en
la imagen dominante de una posguerra atroz.
Desde este modo, la novela que empieza planteándose como una
gran pregunta, termina de un modo desolador sugiriéndonos que no
hay respuestas, sino esa sumisión y ese silencio del Azorín
abandonado al sinsentido de una existencia vacua.
Creo que el taller del realismo y el de la modernidad literaria pueden
ser explicados como fundamentalmente el mismo, que va adquiriendo
y modelando múltiples matices a medida que el realismo
decimonónico se advierte como un modelo novelístico caduco: con
voluntad estructuradora en Azorín, con un fragmentarismo dialógico
en Baroja, con un naturalismo cientifista en Blasco. Pero todos ellos
participan de un mismo contexto de crisis, aunque quizás Blasco
Ibáñez no sea tan consciente, dada la celeridad de vida y de su
trabajo novelístico, del cambio formal y sustancial en la concepción
de la escritura. Desde luego, en todos los casos encontramos una
misma cosmovisión de época en donde la novela es entendida como
la realidad vista a través de un temperamento, y adonde el novelista
ejerce su oficio autorial con unas mismas estrategias editoriales.
El camino final de Antonio Azorín es un camino hacia la aniquilación
tras la progresiva acumulación de decepciones y fracasos. Su opción
humana e ideológica nos muestra un camino sin salida, como en el
caso de Larra, para una España sumida en una profunda crisis moral
y necesitada de una regeneración moral y política.
Jacobi nos inició en la idea de que el idealismo era una forma de
nihilismo sustentada sobre tres adjetivos: egoísmo, ateísmo y
fatalismo. En Schopenhauer, el joven Azorín leyó el mundo como
voluntad y como representación: para él, el mundo es su
representación y su nada, hasta el punto de llegar a adquirir fuerza
desde ese extremo de negatividad. Algún filósofo ha señalado que
con Schopenhauer se disocian lo bueno y lo verdadero en filosofía: lo
verdadero, la voluntad, no es bueno; y el discurso sobre lo bueno y la
felicidad se revela, por tanto, como una ficción, necesaria para la
vida, pero ficción de todos modos. La voluntad es esa ciega
afirmación de vivir que se perpetúa a través del autoengaño y en la
procreación misma.
Como ha señalado J. A. González Sainz10, la novela no es sólo el
testimonio de una crisis personal, sino el reflejo convulso de toda una
crisis finisecular del pensamiento europeo, y que hoy es entendida
como uno de los síntomas de la modernidad. Es una crisis general de
la cultura europea que camina hacia su construcción sociocultural y
política desde el espacio de las nacionalidades decimonónicas y de
los grandes sistemas filosóficos heredados de Kant. Azorín se
contituye como un síntoma, el síntoma del hombre aniquilado, en ese
contexto de obras que asumen la lectura de la crisis de la
racionalidad positivista en el cambio de siglo.
Evidentemente, ese discurso nihilista del filósofo se inscribe en un
pesimismo lúcido que tendrá su momento culminante tras el
desmoronamiento del idealismo a finales del XIX y comienzos del XX,
especialmente en la Europa de entreguerras. Coincide con
fenómenos como la deshumanización y la quiebra del pensamiento y
de los ideales ilustrados11. En España el pensamiento
schopenhauriano tendrá un influjo principal junto con Nietzsche, en
las novelas filosóficas de Baroja y en el Azorín de La voluntad. Uno y
otro añaden un componente social, existencial y artístico a este
nihilismo.
Azorín tiene veintinueve años cuando publica esta novela, y parece
estar en su momento creativo más álgido. Su lectura del nihilismo va
más allá de la estricta exégesis filosófica, y nos ofrece líneas de fuga
hacia la reflexión ideológica en torno a la cultura y la política de la
España del momento. Su aproximación a Schopenhauer y al
idealismo no es neutra, desde luego. La voluntad ofrecía una
posibilidad positiva, donde la lectura del dolor, clave de la existencia
humana, iluminaba un camino susceptible de ser recorrido, mediante
una parcial afirmación de la vida, algo así como un pesimismo
heroico que no acaba de modularse al final de la novela: ese insinuar
al santo sin serlo. La novela nos adentra en ese sentimiento tan
moderno de la solidaridad de la culpa y del sufrimiento de los
hombres, y que merecería propugnar un cambio posibilista en las
relaciones humanas con el fin de conseguir una humanidad más feliz
y más justa. El contexto nacionalsocialista alemán llevaría en los
años cuarenta su interpretación nietzscheana a los campos de
Auschwitz. En una Europa en crisis, pero antes de una Europa en
ruinas, la voluntad azoriniana sigue manteniéndose como un texto
cuya lectura debería ser comentada entre los jóvenes humanistas.
Motivos para un centenario
José Martínez Ruiz moría el 2 de marzo de 1967, en su piso
madrileño de la calle Zorrilla, considerado más bien como una reliquia
de otro tiempo. La Voluntad fue publicada en Barcelona entre fines de
mayo y principios de junio de 1902, en la imprenta de Henrich y Cía,
en la Biblioteca de novelistas del siglo XX. Novela autobiográfica,
lírica e introspectiva, La Voluntad tuvo un éxito de ventas moderado,
y apenas la atención estimativa de tres críticos autorizados. En los
meses siguientes, podemos constatar las reseñas de los principales
críticos del momento: Bernardo G. Candamo, Zeda (Francisco
Fernández Villegas), José Martínez del Portal, Carlos Peñaranda,
Fray Candil (Emilio Bohadilla) y Andrenio (Eduardo Gómez Baquero).
Excepción hecha de la de Fray Candil, severa, el resto fueron en su
conjunto positivas y constituyeron una clara garantía de calidad de la
novela en los ambientes literarios de la época. Tenemos noticia de
una segunda edición en 1913 (Madrid, Renacimiento) que ya aparece
con la firma de “Azorín”. La tercera edición es de 1919 y fue editada
por R. Caro Raggio como segundo volumen de una cuidada edición
de las Obras Completas de Azorín. La cuarta edición (Madrid,
Biblioteca Nueva) es de 1940 y padece la intervención de la censura
franquista. Posteriormente, el éxito de la novela se ha intensificado
con la edición en la colección de la Editorial Castalia, oportunamente
anotada y precedida de un interesante estudio introductorio, que ha
servido para ponerla al alcance de bachilleres y universitarios
españoles a un precio razonable.
Con motivo del “Centenario del 98” han tenido lugar dos nuevas
ediciones en 1997. Una, acompañada de un prólogo de Antonio
Ramos Gascón en Biblioteca Nueva, Madrid. Otra, a cargo de María
Martínez del Portal, acompañada de un amplio estudio y de un
completo aparato de notas en Ediciones Cátedra, Madrid.
El centenario de la edición de la novela en 2002 ha aportado una
interesante novedad editorial, que ha acompañado a la discusión de
la novela en los Foros de Literatura de la Biblioteca Valenciana
(Valencia, San Miguel de los Reyes): se trata de la primera traducción
de la novela: La volontà. Con una brillante introducción de J. A.
González Sainz, de la cual nos hacemos eco en nuestro análisis; el
texto ha sido magistralmente traducido por Lia Ogno, y editado en Le
Lettere, dentro de la colección Siglo XX. Piccola Biblioteca Ispanica,
dirigida por Francisco José Martín, con el apoyo de la Biblioteca
Valenciana. Se trata, sin duda, de un acontecimiento editorial que
abre nuevas perspectivas y nuevas posibilidades en la recepción de
un texto narrativo que sigue significando más allá de su contexto
histórico.
Azorín, Baroja y Maeztu lucharon por superar al que consideraban
el “estúpido” siglo XIX, pero su búsqueda de un nuevo público a la
altura de sus textos de juventud fue infructuosa. Para el lector actual,
como acertadamente ha señalado José-Carlos Mainer [1981: 256-7],
Azorín pudo llegar a ser un escritor vanguardista12, tal vez si hubiese
limitado sus excesos sentimentales y hubiera abierto su perspectiva
novelística hacia un nuevo lector modelo, más allá del ‘limitado
horizonte de expectativas de su público fiel’. La promoción de
escritores surgida en 1910, con Ortega a la cabeza, fue desplazando
el centro de atención de su obra hacia la periferia del sistema,
constituida siempre por los mayores de la generación anterior que
inevitablemente siguen publicando. La guerra civil fue también un
corte histórico, pero ni la guerra, ni el corto exilio ni la postguerra
aportaron grandes novedades a una obra que languideció
progresivamente, a pesar del talento y de la energía lingüística de su
autor. Como ha señalado J.L. Villacañas [2000: 63], la voluntad es la
clave de la modernidad. Estado y Patria caminaban ya sendas
divergentes. La sociedad política fue uniéndose íntimamente a la
literaria, como había ocurrido en los años de juventud de José
Martínez Ruiz, pero el autor anarquista seguidor del pensamiento de
Kropotkin, Faure o Renan se había disuelto definitivamente
incorporándose, eso sí, ‘a la vida política dominante’ [Fox 1988: 63], e
iniciando el camino de un prudente parlamentarismo conservador.
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Notas:
[1] V. Ll. Meseguer : “La cultura literaria valenciana abans i
després del 1898”, en 1898: entre la crisi d’identitat i la
modernització. Actes del Congrés Internacional celebrat a
Barcelona, abril de 1998, Publicacions de l’Abadia de
Montserrat, pp. 161-181.
[2] Cfr. M Palenque [1996: 196 y ss.]: “Pero los inicios de este
debate, la crispación con que se trata, son producto del proceso
de industrialización de la prensa llevado a cabo durante la
Restauración. La interdependencia entre literatura y periodismo
es particularmente conflictiva y conduce a una relación de amor
y odio, resultado de su mutua necesidad.” (pág. 196).
[3] Cfr. V. Ouimette « Azorín y el liberalismo instintivo », en Azorín
[1987: pp. 13-50], donde efectúa una brillante exposición de las
estrategias políticas azorinianas anteriores a la guerra civil
española. Encontramos también un buen complemento que
aborda la biografía de los años posteriores al estallido de la
guerra civil española en R. F. Llorens García, El último Azorín
(1936-1967), Publicaciones de la Universidad de Alicante, 1967.
[4] Cfr. V. Salvador: “Coneiximent i autoimatge: l’escriptura del jo”,
en AA. VV., Memòria i literatura. La construcció del subjecte
femení. Periodisme i autobiografia, Ed. Denes, AlicanteValencia, 2002.
[5] Ver ahora el análisis de V. Tortosa en Escrituras ensimismadas.
La autobiografía literaria en la democracia española,
Universidad de Alicante, 2001.
[6] Como acertadamente ha señalado J. Oleza debatiendo contra
un falso entendimiento de la Modernidad en cuanto movimiento
modernista de corte conservador: “Posturas como ésta parten
de la identificación de la Modernidad, como proceso cultural,
con el Modernismo, como movimiento estético, y del Realismo
con la tradición, así como de la consideración dogmática de una
única vía literaria para la Modernidad. Sin embargo, a las
alturas de este fin de milenio, la crisis de la Modernidad, ciertas
corrientes del pensamiento postmoderno, la sensibilidad en
suma de este fin de siglo, han supuesto, entre otras cosas, una
crítica rigurosa del Modernismo y un cambio en la consideración
del Realismo. Por otra parte es obvio, desde una mirada de
historiador, que el Modernismo no fue la única vía recorrida por
la Modernidad literaria.” (J. Oleza, “Blasco Ibáñez y el canon del
siglo xx”. Boletín Informativo, Fundación Juan March. Nº
323,2002. 3-14)
[7] Vid. Hernadi, P.(1978) Teoría de los géneros literarios,
Barcelona, Bosch; Brooke-Rose, C. (1981). “Historical
genres/theoretical genres: Todorov on the fantastic” (Trad. esp.:
“Géneros históricos/ Géneros teóricos. Reflexiones sobre el
concepto de lo fantástico en Todorov”, en GARRIDO
GALLARDO (ed.), (1988), pp. 49-72. GARRIDO GALLARDO,
M. A ( 1994) “Géneros literarios”, pp. 165-189, en VV.AA. (Darío
Villanueva, coord.) (1994). 1977 “Genres, types, modes”,
Poétique, nº 32, pp. 389-421 (Trad. esp.: “Géneros, tipos,
modos”, en Garrido Gallardo (1988), pp. 183-233).
[8] Cfr. J.Mª. Calles “Un siglo de Camino de Perfección “, en
Espéculo, nº 22, Universidad Complutense de Madrid, Madrid,
2002,
http://www.ucm.es/info/especulo/numero/.html
[9] Novela y novelista equivalentes a Camino de perfección de Pío
Baroja. Recordemos que las reseñas dela novela empezaron a
aparecer partir del mes de julio 1902.
[10] J. A. González Sainz: “Introduzione” a La volontà (Trad. it. de
Lia Ogno), Le Lettere, Firenze, 2002, pp.V-XXXIII.
[11] Cfr. J. L. Villacañas, La quiebra de la razón ilustrada:
idealismo y romanticismo, Madrid, Cincel, 1988. Ver en
concreto el apartado “Jacobi y la ruptura de la síntesis”, pp. 7885.
[12] V. Valverde, J.Mª. (1971) “Revistas de vanguardia. Más
periodismo”, pp. 176-178.
© Juan María Calles 2004
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de
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