el aparato represivo es el estado

Anuncio
Debate
Respuesta al artículo “La vida rota”, de Nicolás Villanova1
el aparato represivo
es el estado
Coordinadora Contra la Represión Policial
e Institucional
Aclaración preliminar
La expresión “gatillo fácil”, tan gráfica para referir fusilamientos enmascarados como enfrentamientos,
sólo define con cierta precisión una de las tantas modalidades de que se vale el estado para ejecutar su política represiva. No siempre tuvo un significado unívoco. La traducción literal del “trigger happy” sajón
era aplicada, en la Cuba de los ’40, a las organizaciones estudiantiles radicalizadas.
En nuestro país, la primera en el actual sentido
aparece en el artículo “La secta del gatillo alegre: el
enigma de La Matanza”, publicado en 1969 por
Rodolfo Walsh, que recorre casi todo el menú de
herramientas represivas: la tortura, las detenciones arbitrarias, las muertes en cárceles e institutos de menores, y, por supuesto, los fusilamientos de “gatillo alegre”, acompañados siempre por
el encubrimiento. Walsh no deja de incursionar
en los hechos derivados de conflictos personales
y pequeños incidentes cotidianos que los policías
suelen resolver por la vía del arma reglamentaria
(lo que en nuestro archivo llamamos casos “intrafuerza” o “intrafamiliares”), ni soslaya la represión a militantes sindicales y políticos. El cierre
del artículo explica que: “... la violencia policial va
siempre acompañada de corrupción. La secta del
gatillo alegre es también la logia de los dedos en
la lata” y promete “esto será motivo de otra nota,
siempre que no tropecemos en el camino con algún disparo de ‘prevención’”. Nunca pudo cumplir esa promesa. Ocho años después, tropezó, no
con un “disparo de prevención” como los que describe en el artículo, sino con un grupo de tareas
enviado para matarlo por su condición de militante revolucionario.
Sostiene CORREPI
CORREPI no se define como una organización
“contra el gatillo fácil”, ni es esa modalidad nuestro
único ámbito de militancia, aunque sea abrumadoramente cotidiana, y la que más visibilidad tiene para
los medios. Somos, como dice nuestra Declaración
de Principios, “una organización política que activa
en el campo de los Derechos Humanos, al servicio
de la clase trabajadora y el pueblo, con especificidad
frente a las políticas represivas del estado”. La idea
central que nos orienta es que “todo estado que represente y defienda los intereses de la clase dominante sobre las mayorías oprimidas, deberá ejercer la represión, sea por la forma abierta de la coerción o por
la más sutil de la imposición de consenso”. Nuestro
objetivo es “caracterizar, denunciar y combatir esas
políticas represivas, poniendo en evidencia su carácter esencial e inherente al sistema capitalista”.
Diferenciamos cuidadosamente las nociones de “estado” y “gobierno”, entendiendo al primero como
“producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”, como “un órgano de
1
El Aromo
- Marzo / Abril de 008
dominación de clase, un órgano de opresión de
una clase por otra, es la creación del ‘orden’ que legaliza y afianza esta opresión”.2 Los gobiernos, en
cambio, son los eventuales gerentes de ese aparato de
dominación, “una junta que administra los negocios
comunes de toda la clase burguesa”.3 En cuanto al
sistema normativo, “el derecho burgués [..] sólo existe para las clases poseedoras y para regular las relaciones de estas clases con los proletarios”.4
Desde ese punto de vista, concluimos que el sistema
de detenciones arbitrarias (contravenciones y averiguación de antecedentes, razzias y similares); los fusilamientos de “gatillo fácil”; el uso sistemático de torturas en cárceles y comisarías; la muertes en lugares
de detención, resultado de torturas o inverosímiles
“suicidios”, etc., son diferentes modalidades de una
única política de estado que encuentra su origen en
la necesidad del estado burgués -gobierne quien gobierne- de garantizar la opresión a través del control
y el disciplinamiento social. Esta forma represiva se
caracteriza por estar dirigida, sin otro criterio de selectividad que la pertenencia de clase, a los sectores más
vulnerables de la sociedad, a los más pobres, y entre
ellos, a los más jóvenes, que son, además, su mayoría.
Ese criterio de selección es analógico a la selectividad
del sistema penal en su conjunto, también dirigido a
disciplinar, preventivamente, a quienes objetivamente (que significa exactamente lo contrario que “subjetivamente”) están interesados en cambiar el estado de
cosas, y por lo tanto potencialmente (que tampoco
significa “inexorablemente”) representan un riesgo
objetivo para el sistema.
Más del 90% de los muertos en cárceles y comisarías, de las víctimas de la tortura o del gatillo fácil, son jóvenes pobres, los hijos de la clase
obrera. Es cierto que, de vez en cuando, esas formas represivas alcanzan al hijo de alguna familia
de clase media, que en casi la totalidad de los casos estaba en el lugar “equivocado” con la “pinta”
o la actitud “equivocada”. Sólo es cuestión de recorrer nuestro archivo para distinguir esos casos
excepcionales. No es casual que esos hechos sean
los que más visibilidad y repudio público generan, a diferencia de la general apatía frente a la
enorme mayoría que no son “pibes bien”. Es claro, la reacción de la “opinión pública(da)” frente al asesinato de Cabezas no fue la misma que
ante la muerte, en circunstancias casi idénticas,
del “Chavo” Campos, que no era fotógrafo de la
revista Noticias, sino un “fierita” de 16 años de
una barriada marplatense.5
Junto a esta vertiente represiva que caracterizamos
como “preventiva”, en el mismo sentido que lo
insinuaba Walsh, distinguimos la que se abate en
forma selectiva sobre esos mismos sectores populares cuando ya se han organizado. La represión
directa en movilizaciones (que nos ha costado más
de 50 compañeros caídos desde 1995); las tareas
de inteligencia; la promoción de causas judiciales
sobre militantes y su consecuencia más grave, los
presos políticos, constituyen esa otra cara de las
políticas represivas del estado, que se manifiesta
con mayor intensidad en la medida que avanzan
la conflictividad social y la organización popular6,
y que es percibida como “política de estado” con
mucha mayor facilidad que la que se descarga sobre los pobres no organizados al amparo de la naturalización y el silenciamiento.7
La “omnisciencia” del estado y la “conciencia” de
los gobernantes
El Aromo afirma que “definir al gatillo fácil como
parte de una política preventiva implica adjudicar
al estado un carácter omnisciente y omnipresente”
e interpreta que “CORREPI supone que el estado
tiene plena conciencia de los actos cometidos por
la policía” adjudicándonos la pueril idea de que
“todos los asesinatos son digitados por el poder
político”, confundiendo así el concepto de estado
con el de “poder político”, léase gobierno. Como
si dijéramos que Kirchner ordena uno a uno cada
hecho de tortura. Tampoco decimos que Menem
haya mandado expresamente a matar a Choque,
Teresa Rodríguez, Aníbal Verón o Barrios y Santillán, ni que De la Rúa ordenara puntualmente el
fusilamiento de Mauro Ojeda y Francisco Escobar en el Puente Gral. Belgrano. Ni siquiera que el
mismo De La Rua redactara una lista con los 37
nombres de quienes serían asesinados 19 y 20 de
diciembre, ni que Duhalde mandara al comisario
Fanchiotti al Puente Pueyrredón con la directiva
explícita de matar a Maximiliano y Darío, o que
Kirchner y Sobisch enviaran al policía Poblete a
impactar su granada de gas en la nuca de Fuentealba. Lo que todos ellos hicieron fue mandar
sus fuerzas represivas a dispersar manifestaciones,
a despejar rutas o puentes, a impedir saqueos, en
fin, a hacer, como le dijo Yrigoyen al coronel Varela en 1921, “lo que tenían que hacer”. Con el
mismo espíritu, el estado burgués equipa, entrena, forma y envía a las fuerzas de seguridad a los
barrios pobres para mantener el necesario control
y disciplinamiento social.
Que el gatillo -u otras formas de represión- sea
parte de una política de estado, no implica,
como lo podría sugerir un análisis superficial,
que todos y cada uno de esos hechos sean uno
a uno decididos y planificados por el presidente, gobernador o intendente de turno. No es
lo mismo afirmar que el gatillo fácil o la tortura son parte de la política represiva del estado,
que decir que “los asesinatos son digitados por
el poder político”. Pretender que son conceptos
equivalentes, es, cuando menos, un simplismo
extremo. La política en general -y la del estado
en particular- puede determinarse objetivamente, fundamentalmente por su lógica, sin caer en
el problema metodológico de poner el acento en
la subjetividad de los gobernantes.
La “autonomía relativa”
El Aromo señala que CORREPI “no ve ninguna
contradicción entre estos aparatos y la propia burguesía”. Nos parece reconocer aquí lo esencial de lo
que llamamos “teoría de la burocracia autónoma”.
Hay una miríada de “tesis” empleadas desde el poder para relativizar la responsabilidad institucional en
los hechos de represión policial. Algunas de ellas niegan la existencia de la represión policial; otras sostienen que los crímenes policiales son producto de “loquitos sueltos” o “manzanas podridas”, y proponen
purgas, reestructuraciones, reformas de los planes de
estudio, tests psicofísicos y, por supuesto, aumento
de presupuesto. Otra línea agrupa los “bolsones de
autoritarismo”, el “fantasma de la derecha” o los “resabios de la dictadura”, propone, ya que el problema sería la subsistencia y reproducción de cuadros
o de una ideología “antÍdemocrática”, el “desmantelamiento del aparato represivo”, o su “disolución”,
reemplazándolo por nuevos cuerpos purgados de
todo represor; dirigidos y controlados, según el caso,
por los “vecinos”, los “trabajadores”, etc., todo regado
con abundantes cursos de libertades democráticas y
derechos humanos.
Hace unos años apareció una línea que sostiene la
idea de que las agencias desarrollan “racionalidades
propias”. Ciertos intelectuales muestran una insistente preocupación por analizar las “tensiones y contradicciones”, lo micro, hacia el interior del estado, al
que conceptualizan como “no ideológico”. Así, dicen
que “... muchas de las aporías que han caracterizado
aquellas cuestiones que se debaten bajo la etiqueta de
una ‘teoría del estado’, se podrían abordar mejor si se
las considerara como acciones organizadas y restringidas por parte de individuos y no como efectuadas
por un superindividuo, el estado”8, o que “...burocracias y linajes son autónomos respecto al poder político, éste transcurre, pasa, ocupa y abandona oficinas,
en cambio los linajes quedan, se expanden según la
capacidad para defender intereses estamentarios”.9
Por el camino de la “autonomía relativa” de las agencias respecto del estado y los gobiernos, o de “sectores” al interior de cada agencia, o de individuos en
cada sector, desaparecerían, por inútiles, los conceptos de estado o de burguesía. Extremar la lógica de
una “relativa autonomía” de cada agencia, dependencia o persona del aparato estatal impediría hablar
del estado como sujeto, adjudicarle carácter o “política” alguna. La policía, como estructura burocrática,
funcionaría como una tribu autónoma, y no como
perro guardián de los poderosos, al que el pueblo
debe tener terror.
Afirmar que esos “fines propios” de las burocracias
son independientes de los intereses de la burguesía,
cuyo rasgo característico es la interdependencia,
sería como decir que un grupo de empresarios corruptos tiene una contradicción tan central con
otros empresarios menos corruptos, que tornaría
secundario lo que los define como una unidad
conceptual que denominamos “clase”, categoría
histórica, social, que tiene entidad a pesar de sus
contradicciones internas.
El énfasis en la “relativa autonomía de las burocracias”
sirve para legitimar al estado democrático, para construir la “propuesta” de “la unidad de acción” entre
los “buenos funcionarios” con “la gente”, para luchar
juntos contra los “grupos de interés”. En definitiva,
el programa del CELS, que nos convoca a “fortalecer
las instituciones”. Tal ingeniería ha sido estratégica en
la tarea de reconstrucción de la legitimidad del estado que llevó adelante el gobierno de Kirchner. Claro que existen contradicciones y hasta fracciones enfrentadas al interior de la clase dominante, pero eso
no anula su unánime carácter de clase explotadora y
criminal. La “relativa autonomía” de la burocracia estatal no excluye la lógica de hierro de la dictadura de
clase, que funda su poder, no sólo en la fuerza, sino
en su invisibilidad y naturalización.
CORREPI nace y se desarrolla al calor de la lucha
antirrepresiva en las calles, los tribunales, las comisarías, con el objetivo de desnudar el verdadero y oculto carácter de la represión, que busca legitimarse al
amparo de la democracia burguesa. Luchamos también contra esa legitimidad, que se asienta en la naturalización de la violencia del estado, lo que implica
desnaturalizar al estado mismo, poniendo en evidencia su carácter de clase.
Notas
1
En El Aromo, nº 39, noviembre/diciembre de 2007.
2
Lenin, Vladimir Illich: El estado y la revolución [1917],
Anteo, Buenos Aires, 1974.
3
Marx, Karl y Engels, Friederich: El Manifiesto Comunista
[1848], ediciones varias.
4
Engels, Friederich: El origen de la familia, la propiedad privada y el estado [1883], Sarpe, Madrid, 1983.
5
Es una obviedad que las víctimas de secuestros extorsivos
sean “grandes burgueses” como Macri o el hijo de Blumberg, precisamente quienes pueden pagar rescates millonarios. El crimen organizado es gerenciado y ejecutado por
los integrantes del aparato represivo del estado, que emplean en su beneficio los recursos de logística estatal, del
mismo modo que los usan para “resolver” las situaciones
de carácter “intrafuerza” o “intrafamiliar”.
6
Bru y Bulacio participan de caracteres comunes, mientras
que Puente Pueyrredón es ejemplo de la vertiente selectiva
sobre el activo organizado. Pero ni Bru ni Bulacio son casos
de gatillo fácil, sino de muerte en la tortura, subsiguiente a
una detención arbitraria.
7
Frente al fusilamiento, en un típico “gatillo fácil”, de la
militante socialista Sonia Colman, algunas organizaciones
de izquierda se movilizaron como nunca lo hicieron por
casos similares de “no militantes”, y alguno hasta llegó a la
errónea conclusión de que era un hecho diferente por la
calidad de activista de la compañera.
8
Melosi, Darío: El estado de control social, Siglo
XXI, México, 1992.
9
Tiscornia, Sofía: Burocracias y violencias. Estudios
de antropología jurídica, Editorial Antropofagia,
Buenos Aires, 2004.
Descargar