nueva evangelización: un nuevo sí a cristo, en su

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NUEVA EVANGELIZACIÓN: UN NUEVO SÍ A CRISTO, EN SU IGLESIA
S.E.R. Octavio Ruiz Arenas
Secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
El papa Juan Pablo II en su encíclica sobre la
validez y urgencia del mandato misionero comienza
con una afirmación contundente: «La misión de Cristo
Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de
cumplirse».1 En efecto, no sólo hay todavía miles de
millones de hombres y mujeres que no conocen el
mensaje del Evangelio sino que, además, muchos de
quienes han recibido el bautismo no se identifican con
el mensaje de la Iglesia ni llevan una vida en
coherencia con su fe. De ahí la llamada apremiante
que hace el Papa para que la Iglesia no solo cumpla
con la tarea de “id y haced discípulos” (cf. Mt 28,19s),
sino que realice su misión teniendo en cuenta los retos de la actual situación.
Por este motivo, para encuadrar con claridad la labor evangelizadora, de tal manera que
responda a las diversas circunstancias en las que se debe cumplir, Juan Pablo II distingue muy bien
tres situaciones distintas que se presentan en la actualidad: en primer lugar está la que se llama
misión ad gentes que consiste en el anuncio de la Buena Nueva a aquellos pueblos o personas que
no conocen a Cristo; luego viene la pastoral ordinaria de la Iglesia, cuya tarea fundamental radica
en el acompañamiento permanente para el crecimiento de la fe, de aquellos que ya han sido
bautizados y evangelizados; y finalmente la nueva evangelización encaminada a aquellos grupos
enteros de bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como
miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio.2
La actividad que pretende desarrollar la nueva evangelización consiste entonces de manera
específica en dar respuesta a esa dolorosa situación de la Iglesia en la que muchísimos bautizados
son personas alejadas de la Iglesia o creyentes no comprometidos seriamente en su vida cristiana y
eclesial y en cuya existencia no hay una coherencia entre lo que viven y lo que creen. Esta tarea, a
la cual se están dedicando ya muchas diócesis, parroquias, comunidades y movimientos en la
Iglesia, es sin duda una experiencia pastoral de enorme importancia y gran urgencia. Por eso el
papa Benedicto XVI ha querido darle un gran impulso, colocándola en el primer lugar de la agenda
pastoral de toda la Iglesia.
Muchas personas, sin embargo, se preguntan con cierta preocupación el por qué al hablar de
esta tarea, que constituye el cumplimiento de la misión misma de la Iglesia, se le coloca el adjetiva
“nueva”. Para tratar de responder a dicha inquietud se hace necesario encuadrar bien la “nueva
evangelización” dentro del complejo proceso de transmisión del Evangelio.
Los apóstoles, después de haber tenido la experiencia del encuentro con Jesús Resucitado,
recibieron el don del Espíritu Santo (Hch 2,1-4) y con gran valentía comenzaron a anunciar que
aquél a quien habían condenado a muerte, Dios lo resucitó de entre los muertos (cf. Hch 3,14-15), e
invitaban al pueblo a arrepentirse y convertirse al Señor, bautizándose en el nombre de Jesucristo
1
2
Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 1
Ibid. , 33
2
para el perdón de los pecados (Hch 2,38). Este mensaje, ratificado por el testimonio valeroso de
muchos cristianos que, a lo largo de los veinte siglos de historia, han sido capaces de entregar su
vida para mostrar al mundo la riqueza insondable de Cristo, es el mismo que se ha transmitido de
una generación a otra. Por eso, si los pueblos de Europa y, a través de ellos, los del continente
americano son cristianos, es porque bajo la acción del Espíritu Santo, hubo hombres y mujeres que
realizaron una seria labor evangelizadora, que llevó a los pobladores de estos pueblos a conocer,
amar, celebrar y seguir la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra
salvación.
Por esta razón, antes de dar una palabra sobre la nueva evangelización en cuanto tal, es
oportuno recordar qué es evangelizar, ya que ésta es la razón propia de la Iglesia, teniendo en
cuenta que desde siempre, en la labor evangelizadora se pueden distinguir aspectos y elementos que
son, por así decirlo, “perennes” o incambiables, aspectos que se deben “recuperar”, otros que hay
que “renovar” y aquellos que definitivamente, dado el carácter dinámico e histórico del Evangelio
mismo y de la comunidad eclesial que lo entrega, pueden y deben ser “nuevos.”
La dinámica de la evangelización
Hoy para nosotros no resulta extraño encontrarnos en medio de comunidades cristianas y oír
hablar de Cristo prácticamente en todo el mundo. Sin embargo, ¿cómo fue el origen de esta fe?
El cuarto evangelio nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en
los dos primeros discípulos que lo encontraron. Ellos escuchan a Juan el bautista que presenta a
Jesús como el Cordero de Dios y, llenos de curiosidad, van detrás de él. «Jesús, al ver que le
seguían les pregunta: ¿qué buscan?» (Jn 1,38). Como ellos querían saber dónde vivía, a esa
pregunta siguió la invitación a tener una gran experiencia: «vengan y lo verán» Es decir, Jesús
invita a un encuentro personal íntimo, desde el cual se esté dispuesto a “vivir con él” (cf. Jn 1,39).
Es tan impactante ese primer encuentro que Andrés va a buscar a su hermano Simón (Pedro) para
comunicarle la noticia: «Hemos encontrado al Mesías», es decir a Cristo, y de inmediato lo lleva
hasta Jesús (cf. Jn 1,41s).
La misión fundamental de la Iglesia se encuadra en esa misma dinámica, esto es, comunicar
su experiencia viva y continua de Jesús. En otras palabras, al anunciar a Jesucristo, Hijo de Dios
hecho hombre, muerto y resucitado, su fin último es invitar y permitir que el ser humano de cada
época se encuentre con Cristo y disfrute de la salvación que le ofrece. Este anuncio, una vez
escuchado y asimilado, ha de llevar a una adhesión de corazón, a un seguimiento del Señor Jesús,
para que acogiendo esa Palabra de vida la persona se convierta en alguien que anuncia y dé
testimonio de ese encuentro.3 Así, pues, quien ha encontrado a Jesús vivo y ha sido evangelizado
también debe evangelizar. Cabe muy bien recordar el ímpetu evangelizador de Pablo, que decía:
«predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me
incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio» (1Co 9,16).
El aspecto fundamental de la evangelización es entonces lograr que la persona tenga un
encuentro personal con Cristo vivo. Un encuentro que llene su existencia, que le dé sentido y
profunda alegría a su vida, que le permita cumplir con gozo su vocación inicial y buscar
continuamente ser mejor hombre o mejor mujer en medio de su familia, de su ámbito de trabajo, en
la sociedad. El cristiano, al escuchar y seguir el Evangelio, ha de buscar ser cada vez mejor cristiano
y estar lleno del espíritu de Cristo, pleno de amor, de solidaridad, de perdón y de misericordia, de
tal manera que permita con su vida que se perciba en todos los ambientes el “buen olor de Cristo”,
3
Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 22-27
3
pues como dice San Pablo: «Porque nosotros somos el aroma de Cristo ofrecido a Dios, para los que
se salvan y para los que se pierden» (2 Co 2,15).
El encuentro con Cristo exige que lo sigamos, que tratemos de conocerlo y caminemos a su
lado, pues, como decía el Papa en Madrid durante la JMJ, «cuando no se camina al lado Cristo, que
nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas,
la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la
frustración tras de sí».4 Más aún, decía el Papa; «Quien cede a la tentación de ir “por su cuenta” o
de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no
encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de él». 5 Así, pues, nuestro
encuentro con Cristo no es algo hecho en solitario, no es una experiencia que se acomode a nuestros
sentimientos y caprichos, sino un encuentro que debemos realizar al interior de una comunidad.
Hemos recibido la fe en la comunidad cristiana y es en ella donde debemos igualmente transmitirla.
Dice el Papa: «Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente para la de
otros».
El objeto fundamental de ese encuentro personal con el Señor ha de ser el de llevar a la
convicción de que Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida, la cual da sentido a todo lo
demás, pues no somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra
existencia hay un proyecto del amor de Dios.6
Nueva evangelización, no reevangelización
La expresión “nueva evangelización” surgió como tal durante la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano realizada en Puebla en el año 1979. Allí los obispos expresaron que
existen «situaciones nuevas (AG 6) que nacen de cambios socio-culturales y requieren una nueva
evangelización».7
La Iglesia al hablar de nueva evangelización hace hincapié en el hecho de que no se trata de
una re-evangelización, como si la primera hubiera estado mal hecha o fuera incompleta. Tampoco
se trata de anular la evangelización ya realizada y mucho menos de anunciar un “nuevo” evangelio.
San Pablo advertía al respecto: «Si alguien viene y predica a otro Jesús diferente del que yo les
prediqué y les propone recibir un Espíritu diferente del que recibieron y un Evangelio diferente del
que abrazaron, ¿lo toleráis también?» (2 Cor 11,4). Más aún, el apóstol Pedro nos recuerda que «No
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que podamos salvarnos» (Hch 4,12).
Hablar de nueva evangelización quiere decir, entonces, que necesitamos tomar el gran tesoro del
Evangelio y sacar de allí, del mismo tesoro de siempre, cosas nuevas. El mismo Jesús en uno de sus
ejemplos didácticos explica esto diciendo: «un letrado que se ha hecho discípulo del reino de los
cielos se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas» (Mt 13,52).
Ya el papa Juan Pablo II, cuando utilizó la expresión “nueva evangelización” en su famoso
discurso en Haití en el año 1983, explícitamente afirmó que no se trataba de una reevangelización, e
invitó al continente americano a celebrar los 500 años de la llegada del Evangelio a ese continente
con una seria reflexión sobre la historia de este acontecimiento, pero también con alegría y orgullo,
mirando con gratitud todo el trabajo realizado en esos cinco siglos para anunciar el Evangelio y
edificar la Iglesia: «Mirada de fidelidad a vuestro pasado de fe. Mirada hacia los desafíos del
4
Benedicto XVI, JMJ Madrid 2011, Discurso a los Jóvenes de todos los continentes durante el encuentro con el Santo
Padre (18 de agosto).
5
Benedicto XVI, JMJ Madrid 2011, Homilía de la Misa Conclusiva (21 de agosto).
6
Cfr. Benedicto XVI, JMJ Madrid 2011, Homilía durante la Vigilia (20 de agosto).
7
Documento de Puebla, 366
4
presente y a los esfuerzos que se realizan. Mirada hacia el futuro, para ver cómo consolidar la obra
iniciada».8
La nueva evangelización tiene como punto de partida la certeza que ha tenido la Iglesia
desde el comienzo: que en Cristo hay una riqueza insondable (Ef 3,8), porque él es nuestra
salvación. Ésta constituye su más firme convicción. De ahí que la novedad de esta acción
evangelizadora no tiene que ver con el contenido, en cuanto tal, pues Cristo siempre es el mismo
ayer, hoy y siempre (Hb 13,8), sino que se refiere en gran parte a la condición de los destinatarios a
la cual va dirigida, pues la acción evangelizadora debe tener muy en cuenta su situación y la cultura
en la cual están inmersos.
La novedad afecta por consiguiente la actitud: el modo cómo debemos anunciar el
Evangelio. Si Jesús vino a salvarnos, a dar sentido a nuestra existencia e indicarnos el camino para
llegar a la Verdad y la Vida, tenemos que mostrar al mundo la alegría que produce nuestra fe. El
anuncio entonces debe ser realizado de manera atrayente, acogedora, gozosa: «La nueva
evangelización se realiza con una sonrisa, no con el ceño fruncido. La misión ad gentes es,
básicamente, un sí a todo aquello que hay de decente, bueno, verdadero, bello y noble en la persona
humana. ¡La Iglesia es básicamente un sí, ¡no un no! »9 Se trata de tener una actitud de dulzura, de
respeto hacia los otros, de escucha, de cercanía.
Por otra parte, la novedad se refiere también al estilo. Hoy tenemos que volver a un estilo
eminentemente misionero en el modo de anunciar el Evangelio, en el que la Palabra de Dios tenga
un puesto preeminente y se tenga plena confianza en su eficacia, para hacer redescubrir el atractivo
del seguimiento de Cristo.10 Quien hace el anuncio ha de ser una persona consciente de estar
interpelada por la palabra y el mandato de Jesús y, por consiguiente, se deje guiar por el Espíritu
para responder a su vocación en la Iglesia.11 Pero al mismo tiempo, como en los comienzos del
cristianismo, es necesario “dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza” (1 Pe 3,15),
para mostrar con entusiasmo que el mensaje evangélico es un acontecimiento fundamental que da
sentido pleno a la existencia humana y ofrece las claves para descifrar el misterio del hombre y
responder a sus problemas más profundos. El estilo misionero debe llevar a afrontar la gran tarea
de la evangelización con profundo amor y espíritu de comunión, y con una «acción misionera
confiada, emprendedora y creativa».12
Esa acción emprendedora y creativa reviste también una novedad que se refiere, además, al
esfuerzo que hay que realizar, pues la nueva evangelización no es simplemente la transmisión de un
mensaje, de unas verdades, sino que es primordialmente «el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». 13 De ahí el
esfuerzo para transmitir de manera vivencial el deseo de acoger a Cristo enteramente, de abrir de
par en par las puertas del corazón para acogerlo, sin miedos ni temores. Es pues el empeño de
ayudar a derrotar el egoísmo y la ceguera que invade a muchas personas ya que temen que al recibir
a Cristo puedan perder su libertad, lo cual, bien sabemos, es todo lo contrario.14
8
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del CELAM, Haití, 9 de marzo de 1983
Ponencia del cardenal Timothy Dolan, en el Día de reflexión y oración del Colegio de Cardenales (20 de febrero de
2012, “Re-evangelizar allí donde la sal del Evangelio ha perdido su valor”
9
10
Cf. Exhortación apostólica post-sinodal Verbum Domini, 96
Cf. Sínodo de los obispos, XIII Asamblea General Ordinaria, La nueva evangelización para la transmisión de la fe,
Lineamenta n. 16
12
Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, 41
13
Benedicto XVI, Carta encíclica Deus Caritas est, 1
14
Cf. Benedicto XVI, Homilía del solemne inicio de su ministerio petrino, (Roma, 24 de abril de 2005).
11
5
Todo lo anterior exige una programación del anuncio que parta de un verdadero proceso de
evangelización, que comience con el primer anuncio, basado en el kerigma, que en cuanto cimiento
de la vida cristiana constituye una realidad imprescindible y una prioridad en la tarea de la Iglesia.15
Así, entonces, se trata de una evangelización cuyo contenido es el mismo de siempre, pero
que debe ser novedosa en el modo como se realice para que llegue al corazón del hombre de hoy.
En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone
modelos de vida sin Dios, urge un anuncio fuerte y una sólida y profunda formación cristiana. Un
anuncio que lleve una palabra viva, porque encierra a Cristo en ella, pero también una palabra hecha
vida a través del testimonio de quien evangeliza. Necesitamos para esta tarea cristianos convencidos
de su bautismo y conscientes de su misión en la Iglesia y en el mundo, creyentes que en comunidad
hagan ver que la Iglesia es una familia, una comunidad viva.
Cuando el Papa estuvo en Santo Domingo en 1984 como preparación a la celebración del
quinto centenario de la evangelización de América Latina afirmó que esa conmemoración debía
llamar a una nueva evangelización «que despliegue con mayor vigor –como la de los orígenes- a un
potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una
manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico para dar dignidad al
hombre, para generar [...] un gran futuro de esperanza».16
Ahora bien, hay que tener en cuenta que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI son muy
conscientes de que al hablar de nueva evangelización no se puede pensar en una fórmula única para
toda la Iglesia pero, a su vez, ponen de relieve que toda ella está necesitada de un renovado impulso
misionero, en el que haya una apertura al don de la gracia, se proclame de modo fecundo la Palabra
del Señor y se busque una profunda experiencia de Dios.
15
16
Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, 44.
Cf. Juan Pablo II, Homilía en el estadio olímpico de Santo Domingo, República Dominicana, 12 de octubre de 1984
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