COLUMNA DE OPINIÓN ACERC A DEL QUECHUA Y SUS TR ADUCCIONES Por Andrés Ajens* El llamado Manuscrito de Huarochirí, uno de los textos más tempranos escritos en lengua quechua (anónimo, s. XVI), incluye un singular pasaje que alude a las estrellas y constelaciones del hemisferio austral. Comienza con una referencia a la Yacana, figura celeste de la cual se dice que constituye el kamaq de la llama. ¿Qué entender? Las traducciones al castellano publicadas difieren no poco entre sí y de paso reabren la pregunta por la traducción no solo lingüística sino también “intercultural”. José María Arguedas (1966) parafrasea el kamaq de la llama como “la sombra de una llama, un doble de este animal”. Gerald Taylor (1987), que también parafrasea, va más lejos al verterlo por “prototipo celeste que transmite la fuerza vital” a las llamas. Es inevitable asociar esta noción de "prototipo", en su cercanía a arquetipo o idea inmutable y apática, a sus referencias griegas, en principio aparentemente distantes del llamado mundo andino. Pero no hemos de extrañarnos, pues el "platonismo andino" goza de una concurrida y sabrosa tradición. El Inca Garcilaso, sin ir más lejos, por demás traductor del neoplatónico León Hebreo a fines del siglo XVI, interpreta kamaq como “el que da ánima”; así, Pachakamaq, nombre de uno de los cultos más importantes del Perú antiguo, lo traduce por “el que hace con el universo [Pacha] lo que el ánima con el cuerpo” (Comentarios reales, 1609). Y ello precisamente a contrapelo de las traducciones de kamaq como “creador” o “hacedor” inscritas en más de un cronista y eclesiástico de la época. La Doctrina christiana y catecismo para instrucción de los indios, el primer libro publicado en Sudamérica (Lima, 1584), usa el verbo kamay por ‘crear de [la] nada’. Con todo, siguiendo el Manuscrito de Huarochirí, la Yacana no permanece inmutable en el firmamento sino que suele bajar a beber agua a los manantiales terrestres, “cayendo” por ventura sobre algún ser humano. Con ello confirma la mutua pertenencia entre hanan pacha (“mundo de arriba”, a menudo asociado al futuro), urin pacha (“mundo de abajo” o “de adentro”, el de los manantiales subterráneos por caso, asociado con lo temprano o antiguo) y kay pacha (“este mundo” o “este tiempo”). Así, tanto el kamaq como el Manuscrito de Huarochirí mismo —mutatis mutandis— no serían meros rastros del pasado ni solo anuncios de un eventual porvenir, sino también nuestros contemporáneos, por poco que dejemos que la ventura (ventura viene tal cual, sin traducir, en el texto quechua concitado) nos roce. Siendo el quechua, en sus diversas variantes, la lengua indoamericana más extendida hoy en el planeta, con cerca de diez millones de hablantes repartidos en Perú, Bolivia y Ecuador, además de otro tanto en Colombia, Argentina y aun en ciertas localidades del norte de Chile, ¿cómo entender que las instituciones culturales y educativas del país le hayan cerrado sistemáticamente las puertas? Gabriela Mistral alguna vez escribió que el “dialecto” quechua –a diferencia, según ella, de la “lengua” española–, por más eufónico que fuera, no era apto para la vida moderna (“Dialectos indígenas y lengua española en la América”, 1930). Pablo Neruda escribió algo que pudiera sonar aún más devastador: los conquistadores se llevaron el oro, las riquezas materiales, de América, pero, como en fugaz compensación, nos dejaron la palabra (“La palabra”, en Confieso que he vivido). En ambos textos, el enfoque no deja de ser complejo ni discutible, de cierto, pero en cualquier caso no nos permite enorgullecernos. Entre tanta venturosa desventura, no cabe sino alegrarnos de que el Pedagógico de Santiago (alias UMCE), formador por más de un siglo de profesores en Chile, haya abierto este semestre un curso de lengua quechua a cargo del lingüista boliviano Diether Flores Chumacero. Otro modo de la mudanza, otra traducción: si kamaq traduce lo que da orden (mando sin mando entonces), ventura traduce el plural latino de venturum, lo que sobreviene. Como apuntara recientemente un pensador marrano: lo que el saber no sabe es lo que sobreviene. Eso sobreviene (chayjina qhatirichkan). *Escritor. Junto a Emma Villazón y Jorge Campero dirige la revista de poesía Mar con soroche (Santiago / La Paz). Cuestiones de poética de la traducción vienen tratadas especialmente en su libro más reciente, La flor del extérmino, La Cebra, Buenos Aires, 2011. 63