Política - Prisma Bolivia

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31 de julio de 2015
Nº 205
Política
CONTENIDO
1. G r acias, señor a M er kel por G uy Sor man
2. E l vengativo plan de pr ivatización de E ur opa par a G r ecia por Y anis V ar oufakis
3. Un acuer do con el I r án que llega diez años tar de por G ar eth E vans
4. T ests fatales por B oaventur a de Sousa Santos
5. E l r egr eso del alemán feo por J oschka Fischer
6. L a pandilla del M I T por Paul K r ugman
7. L a (im)posible independencia por M anuel C astells
8. E l páj ar o del dulce encanto por Ser gio R amír ez
9. L a utopía impr obable por J or ge E dwar ds
10. L a cr isis del eur o del F M I por Ngair e W oods
11. A lemania necesita más debate inter no por T imothy G ar ton A sh
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1. GRACIAS, SEÑORA MERKEL POR GUY SORMAN
Cuando Europa se tambalea, Angela Merkel es el chivo expiatorio ideal. Es alemana, es
inflexible (con un carácter que recuerda a Margaret Thatcher) y no es de izquierdas. Por
suerte, es una mujer, hija de pastor y antigua luchadora sin flaquezas contra la dictadura
soviética, y eso es lo que la protege frente a los ataques personales demasiado indecentes.
Salvo en Grecia, donde algunos caricaturistas la convierten en Adolf Hitler, lo que es innoble.
Conocemos muy bien la función del chivo expiatorio en cualquier sociedad: desviar el enfado
popular contra los verdaderos responsables de una catástrofe real. En el asunto griego, por
ejemplo, evidentemente, es más fácil acusar a Angela Merkel de intransigencia que reflexionar
sobre el origen de la crisis financiera del Estado griego, sobre la identidad de los que la han
provocado y, más todavía, sobre la identidad de los que se han beneficiado personalmente de
ella.
Para conocer esta verdad, no podemos contar con los socialistas griegos y del resto de Europa,
ya que ellos no van a recordarnos que la economía griega es un desastre porque está
masivamente nacionalizada y está extremadamente corrompida por los defraudadores legales
(los armadores y la Iglesia ortodoxa, exentos de impuestos) y el clientelismo político.
Tampoco podemos contar con todos aquellos –los bancos franceses y alemanes en particular–
que prestaron dinero imprudentemente al Estado griego, sabiendo a ciencia cierta que, a lo
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largo de sus dos siglos de existencia, este Estado de pacotilla ha estado con más frecuencia en
quiebra que saldando sus deudas.
Tanto a los prestamistas como a los deudores les resulta más fácil indignarse cuando Angela
Merkel exige al Gobierno griego un mínimo de garantías concretas, sabiendo que Grecia pocas
veces cumple lo que firma. También es grotesco acusar a Merkel de imponer «la austeridad» a
toda Europa, cuando ella se limita a recordar que la base de todo crecimiento económico es la
buena gestión de las finanzas públicas y el cumplimiento elemental de las reglas del mercado.
El término «austeridad» no quiere decir absolutamente nada.
Aun a riesgo de causar sorpresa, afirmaremos que, a lo largo de este melodrama griego,
Angela Merkel no ha dejado de apoyar a los humildes frente a los poderosos. Los griegos
adinerados, la plutocracia local, la clase política y la muy próspera Iglesia ortodoxa nunca han
sufrido la crisis, bien porque su fortuna está en otro lugar o bien porque no pagan impuestos o
porque están exentos de pagarlos. Los más humildes, en cambio, lo han perdido todo o tienen
todo que perder porque son víctimas desde hace mucho tiempo de gobiernos incapaces,
corruptos, demagógicos o totalmente fantasiosos como el actual. Lo único que sigue
protegiendo a los pobres griegos es la pertenencia de su país al euro y la existencia de algunas
reglas jurídicas y económicas elementales que protegen su dignidad y su poder adquisitivo.
Se ha dicho, entre otras cosas, que Angela Merkel exigía una disminución de las pensiones de
jubilación. Pero solo ha exigido, y con toda la razón, tanto en el caso de España como de
Portugal, una moderación del gasto del Estado, como por ejemplo en el ámbito militar, que en
Grecia ha escapado de la crisis para preparar una futura guerra fantasmal contra Turquía, el
enemigo histórico.
De forma más general, Angela Merkel nos recuerda, en Grecia y en otras partes, lo que es
Europa, lo que es el euro, lo que son unas verdaderas instituciones y cómo nos protegen frente
a la violencia y la miseria. Imaginemos por un instante que el euro no estuviese gestionado por
el Banco de Fráncfort, de acuerdo con el modelo del antiguo Banco Federal Alemán; pues
haría mucho que los gobiernos europeos se habrían lanzado a lo que se ha dado en llamar
«devaluaciones competitivas», es decir, una guerra comercial y monetaria a costa de una
inflación de la que habrían sido víctimas los más pobres.
El euro, como escapa al dominio de los gobiernos, protege a los europeos frente a sus propios
dirigentes. El euro es como la base de nuestra constitución económica, que, como toda
constitución, protege al ciudadano frente al Estado. También, sin duda, como Angela Merkel
ha conocido esas constituciones virtuales de la época soviética y las falsas leyes que protegían
al Partido Comunista frente a sus súbditos, es la más indicada para recordarnos la importancia
de tener unas verdaderas instituciones europeas. Gracias a Dios, es inflexible como lo son, a su
vez, los gobernantes de países del centro de Europa que fueron colonizados por la Unión
Soviética. Ellos saben algo que en Occidente y en el sur hemos olvidado: que la Unión
Europea es una lucha, el respeto de las instituciones es una lucha y el euro es una lucha. El
hecho de transigir con las leyes, con los principios y con los textos conduce inevitablemente al
caos y a la guerra.
La Unión Europea está rodeada actualmente por un cinturón de fuego que pasa por Ucrania,
Rusia, Turquía y el Mediterráneo. Esta Europa es un remanso de paz y de relativa prosperidad,
incluso en Grecia, porque es una unión política, económica y militar, es verdad que
imperfecta, pero que busca la perfección. Es una lástima que Angela Merkel se encuentre tan
sola y se vea tan atacada, cuando no defiende solo a Alemania, sino a todos los europeos. Por
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tanto, rindamos un homenaje a la canciller alemana y aquellos que muestran en este momento
esta misma valentía, como Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, y los dirigentes
bálticos, checos y eslovacos que se han unido a ella y que han levantado una barrera frente a la
demagogia y la barbarie, sin ningún reparo, sin buscar popularidad a toda costa y sin
concesiones a las mentiras. A todos ellos, muchas gracias.
Fuente: ABC, 20.7.15 por Guy Sorman, economista, periodista, filósofo y autor francés
2. EL VENGATIVO PLAN DE PRIVATIZACIÓN DE EUROPA PARA GRECIA POR YANIS VAROUFAKIS
El 12 de julio, la cumbre de dirigentes de la zona del euro dictó sus condiciones para la
rendición al Primer Ministro de Grecia, Alexis Tsipras, quien, aterrado por las otras posibles
opciones, aceptó todas ellas. Una de dichas condiciones se refería al destino que dar a los
activos públicos de Grecia restantes.
Los dirigentes de la zona del euro pidieron que se transfirieran los activos públicos griegos a
un fondo parecido a la Treuhand, una liquidación similar a aquella a la que se recurrió después
de la caída del muro de Berlín para privatizar rápidamente –con una gran pérdida financiera y
con consecuencias devastadoras para el empleo– todas las propiedades públicas del Estado de
la Alemania oriental.
Esa Treuhand griega estaría radicada en –no se lo pierda el lector– Luxemburgo y la
administraría un equipo supervisado por el ministro de Hacienda de Alemania, Wolfgang
Schäuble, autor del plan. Concluiría las ventas dentro de tres años, pero, mientras que la labor
de la Treuhand original fue acompañada de inversiones en masa por parte de la Alemania
occidental en infraestructuras y grandes trasferencias sociales a la población de la Alemania
oriental, el pueblo de Grecia no recibiría clase alguna de prestación correspondiente.
Euclid Tsakalotos, quien me sucedió en el cargo de ministro de Hacienda de Grecia hace dos
semanas, hizo todo lo posible para mejorar los peores aspectos del plan de la Treuhand griega.
Consiguió que el fondo tuviera su sede en Atenas y también la importante concesión por parte
de los acreedores de Grecia (la llamada troika, compuesta por la Comisión Europea, el Banco
Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) de que se pudieran prolongar las ventas
durante treinta años, en lugar de sólo tres, lo que revestía importancia decisiva, porque
permitirá al Estado griego contar con los activos devaluados hasta que su precio se recobre de
los bajos niveles inducidos por la recesión actual.
Lamentablemente, la Treuhand griega sigue siendo un horror y debería ser un estigma en la
conciencia de Europa. Peor aún: es una oportunidad desaprovechada.
El plan es políticamente tóxico, porque el fondo, aun domiciliado en Grecia, será administrado
en realidad por la troika. También es financieramente nocivo, porque la recaudación irá
destinada a amortizar los intereses de una deuda que, como reconoce ahora el propio FMI, es
imposible de pagar, y falla económicamente porque desaprovecha una maravillosa
oportunidad para crear inversiones encaminadas a contrarrestar las consecuencias recesivas de
la punitiva consolidación fiscal que también forma parte de las “condiciones” fijadas en la
cumbre del 12 de julio.
No tenía por qué ser así. El 19 de junio, comuniqué al Gobierno de Alemania y a la troika una
propuesta substitutiva, como parte de un documento titulado “Para poner fin a la crisis
griega”:
“El gobierno de Grecia propone juntar los activos públicos (excluidos los pertinentes para la
seguridad, los servicios públicos y el patrimonio cultural) en un grupo financiero central
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separado de la administración gubernamental y que se gestione como entidad privada, con la
égida del Parlamento griego y con el objetivo de lograr el mayor valor de sus activos
subyacentes y crear una corriente inversora nacional. El Estado griego será el único accionista,
pero no garantizará sus obligaciones ni su deuda”.
Ese grupo financiero desempeñaría un papel activo en la preparación de los activos para su
venta. Emitiría “un bono con plena garantía de los mercados internacionales de capitales” para
recaudar entre 30.000 y 40.000 millones de euros (entre 32.000 y 43.000 millones de dólares),
que, “teniendo en cuenta el valor actual de los activos”, se invertirían “en la modernización y
la reestructuración de los activos que administre”.
El plan preveía un programa de inversión de entre tres y cuatro años, a consecuencia del cual
habría un “gasto suplementario del cinco por ciento del PIB por año”, lo que entrañaría en las
condiciones macroeconómicas actuales “un positivo efecto multiplicador del crecimiento de
más del 1,5”, lo que “debería impulsar el crecimiento nominal del PIB a un nivel por encima
del cinco por ciento durante varios años”. Esto último induciría, a su vez, “aumentos
proporcionales de los ingresos tributarios”, lo que “contribuiría a la sostenibilidad fiscal, al
tiempo que permitiría al Gobierno de Grecia ejercer una disciplina en materia de gasto sin
contraer más la economía social”.
En esa situación hipotética, el superávit primario (excluidos los pagos de intereses) “lograría
con el tiempo magnitudes de ‘velocidad de escape’ en términos absolutos y como porcentaje”.
A consecuencia de ello, se concedería al grupo financiero “una licencia bancaria” al cabo de
uno o dos años, “con lo que pasaría a ser un banco de desarrollo de pleno derecho, capacitado
para atraer inversiones privadas a Grecia y participar en proyectos de colaboración con el
Banco Europeo de Inversiones”.
El banco de desarrollo que propusimos permitiría “al Gobierno elegir los activos que se
privatizarían y los que no, al tiempo que garantizaría una mayor repercusión en la reducción
de la deuda de las privatizaciones seleccionadas”. Al fin y al cabo, “los valores de los activos
deberían aumentar en mayor cantidad que la gastada en realidad en la modernización y la
reestructuración, ayudados por un programa de asociaciones público-privadas cuyo valor
aumentaría conforme a la probabilidad de la futura privatización”.
Nuestra propuesta fue acogida con un silencio abrumador. Dicho con mayor precisión, el
Eurogrupo de ministros de Hacienda de la zona del euro y la troika siguieron filtrando a los
medios de comunicación mundiales la afirmación de que las autoridades griegas no tenían
propuestas innovadoras y creíbles que ofrecer: su cantinela permanente. Unos días después,
una vez que los poderes establecidos comprendieron que el Gobierno griego estaba a punto de
capitular ante las exigencias de la troika, consideraron oportuno imponer a Grecia su
degradante, inimaginativo y pernicioso modelo de Treuhand.
En un punto de inflexión de la historia europea, nuestra innovadora propuesta substitutva fue
arrojada a la papelera. Ahí permanece para que otros la recuperen.
Fuente: Project syndicate, 21.7.15 por Yanis Varoufakis, ex Ministro de Finanzas griego,
profesor de economia en la Universidad de Atenas.
3. UN ACUERDO CON EL IRÁN QUE LLEGA DIEZ AÑOS TARDE POR GARETH EVANS
Lo único que se debe lamentar sobre el acuerdo alcanzado por el Irán y el P5+1 (los cinco
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –China, Gran
Bretaña, Francia, Rusia y los Estados Unidos– más Alemania) en Viena este mes es que no se
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firmara y sellase hace un decenio. En los años que se ha tardado en que prevaleciera la cordura
diplomática, Oriente Medio ha padecido una miríada de tensiones evitables y ha perdido
oportunidades de cooperación en materia de seguridad.
De 2003 a 2006, el Irán había expresado con claridad a todo el mundo que deseara escuchar
que aceptaría todos los elementos fundamentales del reciente acuerdo, incluidas las medidas
para bloquear las trayectorias que podrían conducir a la utilización del uranio y el plutonio
para fabricar una bomba y mecanismos de vigilancia muy estrictos para disponer de
suficientes avisos por adelantado de una probable ruptura del equilibrio. Lo único que
necesitaba a cambio –aparte, naturalmente, del levantamiento de las sanciones a medida que
avanzara la ejecución– era el reconocimiento oficial de su “derecho a enriquecer” uranio.
En los debates con la Unión Europea en el período 2003-2004, el Irán suspendió
voluntariamente su programa de enriquecimiento, entonces mínimo, hasta que se celebraran
negociaciones sobre un acuerdo completo. El Irán declaró también su disposición a aplicar el
“protocolo adicional”, que permitía una vigilancia más estricta y de mucho mayor alcance por
parte del Organismo Internacional de Energía Atómica que las disposiciones habituales.
Aquellos compromisos concluyeron en 2005, por la constante insistencia de la UE, respaldada
por los EE.UU. para que el Irán abandonara enteramente el enriquecimiento de uranio. Con
esa posición se pasaba por alto el “derecho inalienable”, claramente reconocido en el Tratado
sobre la no proliferación de las armas nucleares (por mucho que se deseara otra cosa, en un
mundo ideal), de las partes en el TNP a recorrer todas las fases del ciclo del combustible
nuclear como parte de un programa de energía nuclear para fines pacíficos.
Si en aquel momento Occidente hubiera estado dispuesto a inclinarse por la contención eficaz
del programa nuclear del Irán, en lugar de destruir todos los elementos delicados de él, habría
sido posible alcanzar un acuerdo y, de hecho, a comienzos de 2006, el International Crisis
Group hizo pública una propuesta de “enriquecimiento limitado y retardado” que incluía todos
los elementos fundamentales del acuerdo que ahora se ha firmado en Viena.
Estoy seguro –basándome en muchas horas de diálogo productivo con funcionarios iraníes de
alto rango en Teherán, Nueva York y otros lugares– de que esa propuesta habría podido acabar
con el punto muerto. Tenía todos los elementos idóneos de una transacción eficaz, pero, como
los EE.UU. no hablaban con el Irán en nivel alguno y la UE hablaba, pero no escuchaba,
aquella gestión no dio resultado.
Los iraníes no iban a aceptar nunca lo que interpretaron como un estatuto de segunda clase
conforme al TNP. Hasta que el gobierno del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama,
lo reconoció e inició en 2011conversaciones directas en segundo plano, no llegó a ser posible
ese avance. La clave fue el reconocimiento de que se debía tener en cuenta el pundonor del
Irán.
Los críticos del acuerdo de Viena en el Congreso de los EE.UU., Israel y el mundo árabe
suelen dar por sentado que el Irán no tiene honor. Creen que el Irán ha estado siempre
empeñado en fabricar bombas nucleares y que sus dirigentes han firmado este acuerdo, que
impone límites a su programa nuclear durante quince años, sólo para aliviar la enorme presión
de las sanciones que ahora están aplastando su economía. Según los críticos, el Irán quiere
ganar tiempo y es inevitable que vuelva a las andadas.
Si bien nadie debe hacerse la falsa ilusión de que el Irán haya sido un país internacionalmente
modélico o de que sea probable que llegue a serlo pronto, esa impresión sobre las ambiciones
nucleares de ese país entraña una interpretación fundamentalmente errónea de la dinámica que
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está en marcha. Mi opinión, basada en más diálogo con funcionarios iraníes de alto nivel que
la mayoría de los críticos, es la de que el Irán –por mucho que haya hecho investigaciones
técnicas en el pasado y sean cuales fueren las capacidades de fabricación de combustible y de
dispositivos de lanzamiento de misiles que pueda haber adquirido más recientemente– nunca
ha estado próximo a una situación en la que pudiera adoptar la decisión de fabricar de verdad
armas nucleares.
El Irán ha sido siempre sabedor de los múltiples riesgos que entrañaba el cruce de la línea roja.
Sabe que se expondría a un ataque por un Israel mucho más potentemente armado, ya cuente o
no con apoyo de los EE.UU., que las potencias suníes de la región podrían apresurarse a
contrarrestar una “bomba chií” con sus propias armas nucleares y que se le podrían imponer
otras sanciones internacionales demoledoras. Además, hay otro factor que no se debe descartar
instantáneamente, como suelen hacer los críticos cínicos: el repetido rechazo por razones
religiosas de las armas de destrucción en gran escala por parte de los dirigentes iraníes.
Lo que hay que preguntarse es por qué el Irán se movió al borde del precipicio durante tanto
tiempo al crear una capacidad para romper el equilibrio que había de poner los pelos de punta
a Occidente, Israel y sus vecinos árabes. La respuesta es –creo yo– un orgullo nacional
abrumador: el deseo de su pueblo de demostrar que es una potencia con la que hay que
habérselas, un país que tiene un impresionante nivel técnico y que su disposición a padecer
humillación internacional tiene límites.
Los iraníes recuerdan vívidamente el derrocamiento, orquestado por los servicios de
inteligencia de la CIA y británicos, del gobierno democráticamente elegido de Mohammad
Mosaddegh en 1953. Recuerdan el prolongado apoyo de Occidente al odiado Shah y al Iraq en
su brutal guerra con el Irán en el decenio de 1980, incluso después de que el dirigente iraquí
Sadam Husein empleara armas químicas, y también cuando el Presidente George W. Bush
acusó a su país de formar parte de un “eje del mal”, pese a su cooperación con los EE.UU. en
el Afganistán.
Es comprensible que muchos no se sientan convencidos de la sinceridad iraní, entre otras
cosas porque su estilo negociador –tanto entre moderados como entre intransigentes– nunca
suele ser franco y directo, pues con frecuencia la razón privada va acompañada de
vociferación pública y resulta difícil evaluar sus verdaderas intenciones, pero el acuerdo de
Viena merece un apoyo amplio y no sólo porque las otras opciones posibles –la continuación
de la aguda tensión regional, en el mejor de los casos, y, en el peor, un catastrófico conflicto
militar– no son atractivas precisamente.
En realidad, hay toda clase de razones para creer que el acuerdo refleja los intereses reales no
sólo del Irán, sino también de la comunidad internacional. Mantiene intacto un régimen
mundial de no proliferación que ha estado dando señales de descomposición e infunde nuevas
esperanzas de una amplia cooperación regional en materia de seguridad. La diplomacia
inteligente siempre vence a la fuerza bruta.
Fuente: Project syndicate, 22.7.15 por Gareth Evans, ex Ministro de Relaciones Exteriores de
Australia (1988-1996)
4. TESTS FATALES POR BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS
Europa se ha convertido en un laboratorio del futuro. Lo que en él se experimenta debe causar
preocupación a cualquier demócrata y, más aún, a cualquier persona de izquierda. Dos
experiencias se están desarrollando en ambiente de laboratorio, es decir, supuestamente
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controlado. La primera es un test de estrés a la democracia. La hipótesis que orienta el test es
la siguiente: la deliberación democrática de un país fuerte puede superponerse
antidemocráticamente a la deliberación democrática de un país débil sin alterar la normalidad
de la vida política europea. Las condiciones para el éxito de esta experiencia son tres:
controlar la opinión pública de modo que los intereses nacionales del país más fuerte se
conviertan en el interés común de la zona del euro; disponer de un conjunto de instituciones no
electas (Eurogrupo, BCE, FMI, Comisión Europea) capaces de neutralizar y castigar cualquier
deliberación democrática que desobedezca el diktat del país dominante; y demonizar al país
más débil de manera que no suscite ninguna simpatía entre los electores del resto de países
europeos, sobre todo entre los votantes de los países candidatos a desobedecer.
Grecia es el conejillo de Indias de esta tenebrosa experiencia. Se trata del segundo ejercicio de
ocupación colonial del siglo XXI (el primero fue la Misión de Estabilización de la ONU en
Haití desde 2004), un nuevo tipo de colonialismo, ejecutado con el consentimiento del país
ocupado, aunque bajo chantaje inaudito. Y, tal como el viejo colonialismo, justificado como
“servicio” a los mejores intereses del país ocupado. La experiencia está en curso y los
resultados del test de estrés son inciertos. A diferencia de los laboratorios, las sociedades no
son ambientes no controlados, por mayor que sea la presión por controlarlas. Una cosa es
cierta: después de esta experiencia, cualquiera sea su resultado, Europa no será más la Europa
de la paz, la cohesión social y la democracia. Será el epicentro de un nuevo despotismo
occidental, rivalizando en crueldad con el despotismo oriental estudiado por Karl Marx, Max
Weber y Karl Wittfogel.
La segunda experiencia en curso es un ejercicio sobre la solución final para la izquierda
europea. La hipótesis que guía esta experiencia es la siguiente: en Europa no hay lugar para la
izquierda en la medida en que reivindique la existencia de una alternativa a las políticas de
austeridad impuestas por el país dominante. Las condiciones para el éxito de esta experiencia
son tres. La primera es provocar la derrota preventiva de los partidos de izquierda castigando
brutalmente al primero que intente desobedecer. La segunda consiste en inocular en los
electores la idea de que los partidos de izquierda no los representan. Hasta ahora, la idea de
que “los representantes no nos representan” era una bandera del movimiento de los indignados
y de Occupy contra los partidos de derecha y sus aliados. Después de que Syriza se vio
obligada a beber del cáliz de la cicuta austeritaria, pese al “no” del referéndum griego apoyado
por el propio partido, se inducirá a los votantes a concluir que, al fin y al cabo, los partidos de
izquierda tampoco los representan. La tercera condición consiste en atrapar a la izquierda en
falsas opciones entre falsos planes A y planes B. En los últimos años, la izquierda se ha
dividido entre los que piensan que es mejor permanecer en el euro y quienes piensan que es
mejor abandonarlo. Ilusión: ningún país puede optar por salir ordenadamente del euro, pero si
desobedece será expulsado y el caos se cernirá implacablemente sobre él. Lo mismo ocurre
con la reestructuración de la deuda que hasta ahora ha dividido tanto a la izquierda. Ilusión: la
reestructuración se producirá cuando sirva a los intereses de los acreedores, por eso esta
bandera de alguna izquierda se convierte ahora en una política del FMI.
Los resultados de esta experiencia también son inciertos por las mismas razones mencionadas.
Una cosa es cierta: para sobrevivir a esta experiencia, la izquierda tendrá que refundarse más
allá de lo que hoy es imaginable. Esto implicará mucho coraje, mucha audacia y mucha
creatividad.
Fuente: Página12, 23.7.15 por Boaventura de Sousa Santos, doctor en Sociología del
Derecho, profesor en las universidades de Coimbra (Portugal) y de Winsconsin (EE.UU.)
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5. EL REGRESO DEL ALEMÁN FEO POR JOSCHKA FISCHER
Durante la larga noche de negociaciones sobre Grecia del 12 al 13 de julio, algo fundamental
para la Unión Europea se quebró. Desde entonces, los europeos han estado viviendo en una
clase diferente de UE.
Lo que cambió aquella noche fue la Alemania que los europeos han conocido desde el fin de
la segunda guerra mundial. En la superficie, las negociaciones versaban sobre la necesidad de
evitar la salida de Grecia de la zona del euro y las nefastas consecuencias que tendría para ella
y para la unión monetaria. Sin embargo, en un nivel más profundo lo que estaba en juego era
el papel que debe desempeñar en Europa su país más populoso y económicamente más
potente.
El resurgimiento de Alemania después de la segunda guerra mundial y su recuperación de la
confianza del mundo (que llegó a su punto culminante en el consentimiento para la
reunificación alemana cuatro decenios y medio después) se basó en unos sólidos pilares de las
políticas interior y exterior. En el interior, surgió rápidamente una democracia estable, basada
en el Estado de derecho. El éxito económico del Estado de bienestar de Alemania resultó ser
un modelo para Europa y la disposición de los alemanes a afrontar los crímenes de los nazis,
sin reservas, mantuvo un escepticismo, profundamente arraigado, sobre todos los asuntos
militares.
Desde el punto de vista de la política exterior, Alemania recobró la confianza al hacer suyas la
integración occidental y la europeización. La potencia situada en el centro de Europa no debía
volver a ser nunca una amenaza para el propio continente. Así, el objetivo de los aliados
occidentales después de 1945 –a diferencia de lo ocurrido después de la primera guerra
mundial– no fue el de aislar a Alemania y debilitarla económicamente, sino protegerla
militarmente e insertarla políticamente con firmeza en Occidente. De hecho, la reconciliación
de Alemania con su archienemigo, Francia, sigue siendo el fundamento de la Unión Europea
actual, al ayudar a incorporar a Alemania al mercado común europeo, con miras a la posible
unificación política de Europa.
Pero en la Alemania actual, semejantes ideas están consideradas totalmente
“eurorrománticas”; son de otro tiempo. Por lo que a Europa se refiere, en adelante Alemania
perseguirá primordialmente sus intereses nacionales, exactamente como todos los demás.
Pero esa concepción está basada en una premisa falsa. La de la vía que Alemania recorrerá en
el siglo XXI –hacia una “Alemania europea” o una “Europa alemana” – ha sido la cuestión
histórica fundamental de la política exterior alemana durante dos siglos y se le dio respuesta
durante aquella larga noche en Bruselas, al prevalecer la Europa alemana sobre la Alemania
europea.
Fue una decisión crucial para Alemania y para Europa. Nos preguntamos si la Canciller
Ángela Merkel y el ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, sabían lo que estaban
haciendo.
Quitar importancia a las feroces criticas a Alemania y a sus dirigentes que estallaron después
del diktat sobre Grecia, como hacen muchos alemanes, es ponerse unas gafas teñidas de color
de rosa. Desde luego, hubo una propaganda disparatada sobre el IV Reich y referencias
majaderas al Führer, pero, en lo esencial, las críticas expresan una sagaz conciencia de la
ruptura de Alemania con toda su política europea posterior a la segunda guerra mundial.
Por primera vez, Alemania no quería más Europa, sino menos. La posición de Alemania en la
noche del 12 al 13 de julio anunció su deseo de transformar la zona del euro de un proyecto
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europeo en algo así como una esfera de influencia. Merkel se vio obligada a elegir entre
Schäuble y Francia (e Italia).
La cuestión era fundamental: su ministro de Hacienda quería obligar a un miembro de la zona
del euro a abandonar “voluntariamente” ejerciendo una presión muy intensa. Grecia podía o
bien salir (con conocimiento pleno de las desastrosas consecuencias resultantes para ella y
para Europa) o bien aceptar un programa que la convierte en realidad en un protectorado
europeo, sin esperanza alguna de mejora económíca. Ahora Grecia está sometida a una cura –
una austeridad mayor– que no ha dado resultado en el pasado y que se prescribió
exclusivamente para abordar las necesidades políticas internas de Alemania.
Pero el enorme conflicto con Francia e Italia (la segunda y tercera economía, respectivamente,
por tamaño de la zona del euro) no se ha acabado, porque, para Schäuble, la salida de Grecia
sigue siendo una opción posible. Al afirmar que el alivio de la deuda sólo es posible
“legalmente” fuera de la zona del euro, quiere convertir esa cuestión en la palanca para
provocar una salida “voluntaria” de Grecia.
La posición de Schäuble ha puesto de relieve con toda claridad la cuestión fundamental de la
relación entre el sur y el norte de Europa, su pensamiento amenaza con tensionar la zona del
euro hasta el punto de ruptura. La creencia de que se puede utilizar el euro para lograr la
“reeducación” económica del sur de Europa resultará ser una peligrosa falacia… y no sólo en
Grecia. Como bien saben los franceses y los italianos, semejante concepción pone en peligro
todo el proyecto europeo, que se ha basado en la diversidad y la solidaridad.
Alemania ha sido la gran beneficiada, económica y políticamente, de la unificación europea.
Basta con comparar la historia de Alemania en la primera y la segunda mitad del siglo XX. La
unificación de Alemania llevada a cabo por Bismarck en el siglo XIX se produjo en el
momento culminante del nacionalismo europeo. En el pensamiento alemán, el poder quedó
inseparablemente unido al nacionalismo y al militarismo. A consecuencia de ello, a diferencia
de Francia, Gran Bretaña o los Estados Unidos, que legitimaron su política exterior en función
de una “misión civilizadora”, Alemania entendió su poder en función de la pura y simple
fuerza militar.
La fundación del segundo Estado-nación alemán en 1989 se basó en la orientación occidental
y la europeización irrevocables y la europeización de la política de Alemania colmó –y sigue
haciéndolo– el desfase en materia de civilización encarnado por el Estado alemán. Permitir
que se erosione ese pilar –o, peor aún, que se derribe– es una locura de la mayor magnitud.
Ésa es la razón por la que en la UE que surgió en la mañana del 13 de julio, Alemania y
Europa llevan –las dos– las de perder.
Fuente: Project syndicate, 24.7.15 por Joschka Fischer, fue Ministro de Relaciones Exteriores
de Alemania de 1998-2005
6. LA PANDILLA DEL MIT POR PAUL KRUGMAN
Adiós, Chicago boys. Hola, pandilla del MIT.
Por si no saben de lo que hablo, la expresión “muchachos de Chicago” se usaba en su
momento para referirse a aquellos economistas latinoamericanos, formados en la Universidad
de Chicago, que se llevaron el radicalismo del libre mercado a sus países de origen. La
influencia de estos economistas se enmarcó en un fenómeno más generalizado: las décadas de
1970 y 1980 fueron una época de supremacía para las ideas económicas basadas en el laissezfaire y para la escuela de Chicago, promotora de dichas ideas.
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Pero hace mucho tiempo de eso. Ahora hay otra escuela que está en alza, y merecidamente.
De hecho, resulta sorprendente la poca atención que han prestado los medios de comunicación
al predominio de los economistas formados en el MIT, el Instituto Tecnológico de
Massachusetts, en los cargos políticos y la retórica política. Pero es de lo más llamativo. Ben
Bernanke se doctoró en el MIT; igual que Mario Draghi, presidente del Banco Central
Europeo, y Olivier Blanchard, el enormemente influyente jefe de economía del Fondo
Monetario Internacional (FMI). Blanchard va a jubilarse, pero su sustituto, Maurice Obstfeld,
es otro hombre del MIT (y otro alumno de Stanley Fischer, que dio clase en el MIT durante
muchos años y ahora es vicepresidente de la Reserva Federal).
Estos son solo los ejemplos más destacados. Los economistas formados en el MIT,
especialmente los que se doctoraron durante la década de 1970, tienen un peso
desproporcionado en las instituciones y los debates políticos de todo el mundo occidental. Y
sí, yo formo parte de la misma panda.
¿Qué distingue la economía del MIT de las demás y qué importancia tiene esto? Para
responder a esa pregunta, hay que remontarse a la década de 1970, cuando todas las personas
que acabo de nombrar cursaban sus estudios de posgrado.
En aquella época, el gran problema era la combinación de un paro elevado con una inflación
elevada. La llegada de la estanflación fue un gran triunfo para Milton Friedman, quien había
predicho exactamente ese desenlace si el Gobierno intentaba mantener la tasa de paro
demasiado baja durante demasiado tiempo; todo el mundo lo consideró, con razón o —en su
mayoría— sin ella, una prueba de que los mercados acertaban y el Gobierno debía limitarse a
quitarse de en medio.
O, por decirlo de otra manera, muchos economistas respondieron a la estanflación dando la
espalda a la economía keynesiana y a su petición de que el Gobierno adoptara medidas para
combatir las recesiones.
Sin embargo, Keynes nunca se marchó del MIT. Sin duda, la estanflación ponía de manifiesto
que las medidas políticas tenían limitaciones. Pero los alumnos siguieron aprendiendo acerca
de las imperfecciones de los mercados y la función que la política fiscal y monetaria puede
desempeñar a la hora de estimular una economía deprimida.
Y los estudiantes del MIT de la década de 1970 ahondaron en esas ideas en su trabajo
posterior. Blanchard, por ejemplo, demostró que las pequeñas desviaciones de la racionalidad
perfecta pueden tener grandes repercusiones económicas; Obstfeld probó que los mercados de
divisas pueden experimentar a veces un pánico causado por ellos mismos.
Este punto de vista pragmático y de mentalidad abierta se vio reivindicado de forma
abrumadora tras el estallido de la crisis en 2008. Los economistas de la escuela de Chicago
advertían una y otra vez de que si se respondía a la crisis imprimiendo dinero y permitiendo
que aumentase el déficit, se provocaría una estanflación similar a la de la década de 1970, y
que la inflación y los tipos de interés se dispararían. Pero los del MIT predijeron, con acierto,
que la inflación y los tipos de interés seguirían bajos mientras la economía estuviese
deprimida, y que los intentos prematuros de reducir drásticamente el déficit agravarían la
depresión.
La verdad, aunque nadie lo crea, es que el análisis económico que algunos aprendimos en el
MIT hace mucho tiempo ha funcionado muy, pero que muy bien durante los siete últimos
años.
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¿Pero se ha traducido el éxito intelectual de la economía del MIT en un éxito político
comparable? Por desgracia, la respuesta es que no.
Es cierto que se han producido varios triunfos monetarios importantes. La Reserva Federal,
dirigida por Bernanke, hizo caso omiso de las presiones y amenazas de la derecha —Rick
Perry, siendo gobernador de Texas, llegó al extremo de acusarle de traición— y se mantuvo
fiel a una política resueltamente expansiva que contribuyó a limitar los estragos causados por
la crisis financiera. En Europa, el activismo de Draghi ha sido crucial para tranquilizar los
mercados financieros, lo que probablemente ha salvado al euro de una catástrofe.
En otros frentes, sin embargo, los buenos consejos de la panda del MIT no se han tenido en
cuenta. El departamento de investigación del FMI, bajo la dirección de Blanchard, ha llevado
a cabo un trabajo escrupuloso sobre los efectos de la política fiscal y ha demostrado, más allá
de toda duda razonable, que recortar drásticamente el gasto cuando la economía está
deprimida es un tremendo error y que los intentos de reducir una deuda elevada mediante la
austeridad son contraproducentes. Pero los políticos europeos han recortado drásticamente el
gasto y exigido una austeridad devastadora a los deudores de todo el continente.
Mientras tanto, en Estados Unidos, los republicanos han respondido al estrepitoso fracaso de
la ortodoxia del libre mercado y al notable éxito de las predicciones de sus odiadísimos
keynesianos plantándose en sus trece todavía más, decididos a no aprender nada de la
experiencia.
En otras palabras, tener razón no siempre basta para cambiar el mundo. Pero, aun así, es mejor
tener razón que equivocarse, y la economía del MIT, con su pragmática apertura a la
evidencia, ha estado, efectivamente, muy acertada.
Fuente: El País, 25.7.15 por Paul Krugman, norteamericano, premio Nobel de Economía de
2008.
7. LA (IM)POSIBLE INDEPENDENCIA POR MANUEL CASTELLS
Y de repente, cuando ya se daba por muerto y enterrado, el sueño (para unos) o pesadilla (para
otros) de la independencia de Catalunya toma forma, con actores, fechas, procedimientos y
hoja de ruta. En un tema tan pasional y en un momento tan delicado me permitirán una cierta
distancia analítica. Porque estimo que mi contribución al debate público es recordar algunos
hechos y proponer algunas reflexiones más que añadir otra opinión.
El independentismo catalán es un movimiento social, no una confabulación política. Eso es lo
que no entienden en Madrid. Nace de la sociedad y de los sentimientos de alrededor de la
mitad de la población (según momentos). Es mayoritario entre los jóvenes y está arraigado a lo
largo de la geografía catalana, sobre todo en la Catalunya profunda, y en la historia de un
pueblo que tuvo un proyecto distinto del español en diversos periodos aunque la memoria
histórica sea menos nítida que lo que señalan los mitos nacionalistas. El independentismo
creció y se consolidó como identidad de resistencia por la opresión del Estado español,
particularmente durante el franquismo que intentó erradicar la nación catalana por la violencia.
Y aunque la Constitución del 1978 propuso un compromiso condicionado por los poderes
fácticos, los problemas siguieron latentes.
Pero fue la serie de agravios comparativos de la última década la que disparó el movimiento
social al cual se engancharon distintas fuerzas políticas con obvio oportunismo. Fue la
irresponsabilidad socialista de proponer un Estatut y luego retractarse y fue sobre todo el
designio carpetovetónico recentralizador del PP y de los barones regionales, fueran andaluces
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o madrileños, lo que desató la indignación de la sociedad civil que se expresó en la calle por
cientos de miles, primero en defensa de un Estatut que nació muerto y luego como afirmación
ilusionada y multicolor de una utopía independentista a la que se atribuían todas las virtudes,
incluso la de resolver la crisis económica.
A todo ello se opuso el fundamentalismo constitucional (porque la sacrosanta Constitución no
se toca excepto a petición de Merkel) y acabó por convencer a algunos políticos nacionalistas
(en particular Artur Mas) que en ese amplio movimiento social podrían regenerar una
legitimidad que la corrupción de sus partidos, semejante a la española, había dañado. A partir
de ahí, el movimiento tuvo eco en las instituciones catalanas, pero no en las españolas,
suscitando las condiciones para una ruptura institucional. Porque los movimientos no
negocian, afirman un proyecto. Mientras que los políticos maniobran en el espacio
institucional. Todo se bloquea cuando topan con poderes superiores. Así se produjo el viraje
del nacionalismo moderado a dejar la moderación y apoyarse en la sociedad para ir hasta la
ruptura si era necesario. Las dificultades del proceso y los intereses de cada aparato político
debilitaron el proyecto y el apoyo a la independencia cayó del 51% al 44%.
Hasta que se produjo la fusión entre movimiento y política en un proyecto rupturista, al que
inmediatamente responde el Estado español con amenazas, como siempre, y del que se
desmarcan vieja y nueva izquierda que ven en su horizonte el gobernar España y no quieren
arriesgarse a soliviantar la opinión. Derecho a decidir, sí. Pero el PSOE niega independencia,
mientras se pospone el tema en la nueva izquierda. Aún así, el proyecto nacionalista se lanza
hacia una declaración unilateral de independencia mediante una mayoría absoluta en el
Parlament. Pueden tenerla aunque justita. Sobre 135 escaños, las fiables estimaciones de Jaime
Miquel predicen 59 escaños a la lista unitaria independentista y 10 a la CUP, sumando 69. La
lista de izquierda tendría 23 y Ciutadans 21, con socialistas y populares residuales. Cierto que
la Diada y la campaña podrían incrementar el apoyo electoral, pero también a la lista de
izquierda que aún no ha iniciado su recorrido. ¿Bastaría esa mayoría para declarar la
independencia y empezar a construir las “estructuras de Estado” hacia una independencia en
18 meses, cuando no corresponden a la mayoría de ciudadanos? Nacionalistas consultados
piensan que sí, porque cuentan con un incremento del apoyo popular conforme el Estado
español despliegue su represión, llegando a la aplicación del artículo 155, reforzado por la
nueva ley de Seguridad Nacional, y a la intervención de la autonomía aunque nadie sabe cómo
se hace. Y es que el sujeto político de este proceso es un movimiento social que sólo reconoce
sus propias reglas y las practica.
¿Cómo impedir el uso exclusivo del catalán en miles de escuelas? ¿Cómo obligar a cientos de
municipios a obedecer al delegado del Gobierno? ¿Cómo se interviene la recaudación de la
Agencia tributaria catalana que ya existe? ¿Cómo se cierran las embajadas de Catalunya? ¿Se
encarcela a los líderes políticos? ¿Se militariza a los Mossos?
Cuanta más intervención, más afrenta para la gente y más eco en Europa. En esa lógica el
independentismo florecería en la confrontación. Y aquí viene la gran cuestión: al PP le
interesa fundamentalmente esa confrontación en estos momentos. Porque sabe que tiene
perdidas las elecciones y que ser el garante de la unidad de España frente al desafío catalán es
el argumento mas potente para volver a gobernar, incluso con un gobierno de unión nacional
con el PSOE. De modo que la independencia va en serio y la confrontación también.
Ese es el horizonte inmediato. Y recuerden que el miedo al desorden suele ser contrarrestado
por la indignación y la esperanza que surgen del movimiento social. Lo que parece razonable
de repente para muchos se torna insoportable. La complejidad en este caso es la existencia de
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otro movimiento paralelo de cambio social distinto del independentismo, como ya se vio en el
15-M. Pero cuando la gente está en la calle, los movimientos se encuentran.
Fuente: La Vanguardia, 25.7.15 por Manuel Castells, sociólogo español
8. EL PÁJARO DEL DULCE ENCANTO POR SERGIO RAMÍREZ
Este nuevo aniversario de la revolución que triunfó en Nicaragua en 1979 me sorprende en
Santander, donde he terminado mi curso El autor y su obra con participantes de muy diversas
edades, que han llegado de muy distintas partes de España, convocados por la Universidad
Internacional Menéndez y Pelayo.
Las clases se han celebrado en la casa del faro en esta península en cuya cima se alza el
palacio de la Magdalena, y desde las ventanas se ven pasar las embarcaciones que van
entrando lentamente a la rada del puerto. Qué escenario tan distinto y distante a aquel de la
plaza de la Revolución en Managua, cuando el aire se llenaba con salvas de fusilería y
repicaban las campanas entre el agitar de las banderas.
Mis estudiantes no esconden su curiosidad al enfrentarse con alguien que les habla de los
vericuetos de las invenciones literarias habiendo sido protagonista de una revolución, y no se
resisten a interrogarme sobre esa vida que un día llevé.
Vida y literatura se mezclan de manera indisoluble. Y, otra vez, como ahora, se me termina
preguntado: ¿volvería a hacer lo mismo, abandonar la literatura para entregarme a una
revolución? ¿No me parece que si al fin de cuentas todo vino a resultar en lo contrario, aquella
lucha no valió la pena?
Quienes me hacen esas preguntas saben en qué vino a resultar la revolución en Nicaragua,
aunque hayan llegado aquí seducidos por la literatura, a la que aman. Es, además, una
revolución, que en su momento de gloria, levantó fervor en España. Son las mismas preguntas
que intenté dilucidar en mi libro de memorias Adiós muchachos, y que respondo ahora a mis
alumnos, que esperan con atención mis respuestas.
Y esas respuestas no han variado desde aquel entonces, en la medida en que los ideales que
estaban conmigo, indisolublemente unidos a mí y a tantos otros la tarde en que entramos en
triunfo a aquella plaza 36 años atrás, siguen siendo los mismos.
Los ideales tienen necesariamente una calidad que no se deteriora con el paso de los años, o
nunca lo fueron. Libertad y democracia, equidad y justicia. Palabras simples, y tan necesarias,
por las que dieron su vida miles de jóvenes que lucharon por derrocar a aquella dictadura de la
familia Somoza; los mejores que ha dado Nicaragua en toda su historia, los más generosos, los
más desprendidos, los más desapegados de intereses materiales, ambiciones de riqueza, o de
poder personal.
Como he venido desde el otro lado del mar para hablar de la majestad de la invención, les
relato a mis alumnos una historia que ha estado desde siempre en el imaginario anónimo de
Nicaragua, y que se cuenta de boca en boca. Yo la escuchaba relatar de niño. Es la historia del
pájaro del dulce encanto. Se trata de un pájaro de bello plumaje y colores refulgentes que
vuela sobre las cabezas incitando a cogerlo, y cuando alguien alza las manos y lo atrapa, sólo
le queda en ellas un montón de excremento.
Esta no es sino una parábola de la frustración y el desengaño repetidos, la forma en que la
sabiduría popular se previene a sí misma de no dar crédito a las quimeras que toda la vida
acabarán convertidas en detritus; pero, al fin y al cabo, es una advertencia contra la inutilidad
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del esfuerzo por cambiar las cosas, y es allí donde la moraleja se vuelve perversa. Siempre
vamos a tener, al final, las manos llenas de excremento, y la belleza de los sueños cumplidos
no existe.
Pero no es cierto que seamos el único país de América Latina condenado a la repetición del
fracaso. No podemos aceptar que nuestra historia sea un juego de espejos donde una dictadura
refleja a otra, donde un caudillo encuentra su sucesor en otro caudillo, donde una familia se
entroniza en el poder sólo para dar paso a otra familia. Donde la democracia, las instituciones
firmes, la libertad de elegir a los gobernantes, serán siempre sólo un remedo, o una burla, una
pantomima trágica.
Quizás lo que nos ha ocurrido, les digo a mis estudiantes, y ya nos apuramos porque nos
anuncian la ceremonia de entrega de los diplomas, es que hasta ahora el que ha revoloteado
sobre nuestras cabezas es el pájaro falso. El otro, el verdadero, hay que hacerlo entre todos,
pluma por pluma. El que realmente nos merecemos. Y lo tendremos.
Fuente: El País, 26.7.15 por Sergio Ramírez, escritor nicaragüense.
9. LA UTOPÍA IMPROBABLE POR JORGE EDWARDS
Es paradójico, sugerente, interesante, que el proceso de emancipación de las repúblicas
hispanoamericanas, hace un poco más de dos siglos, no haya renunciado a la lengua y a la
cultura españolas; que haya, por el contrario, hecho un esfuerzo serio, simultáneo, casi
unánime, para conservar el idioma común. No era una necesidad histórica. Pudo ocurrir con el
español algo parecido a lo que ocurrió con el latín durante la Edad Media europea, pero hubo
personas que comprendieron el problema, que actuaron con mente lúcida, a pesar de la fiebre
revolucionaria dominante, y que impidieron que esa fragmentación, esa pérdida cultural, fuera
una consecuencia ineludible de la fragmentación política. El fenómeno del separatismo catalán
de estos días es diferente, más radical en lo que concierne a la cultura y, por eso mismo, más
inquietante. Como chileno y español, como persona que ha estudiado el nacimiento de una de
las repúblicas importantes dentro del conjunto hispanoamericano, que se ha formado a la
sombra de sus instituciones, en el interior de un Estado de Derecho que los hispanoamericanos
del siglo XIX conocían como «Estado en forma», el actual separatismo catalán, con su
bullicio, con su retórica, con sus símbolos, con su aparente seguridad, me plantea
preocupaciones graves.
Me atrevo a reflexionar como persona que venía de Chile y de la diplomacia chilena y que
vivió en Barcelona durante los primeros años del régimen pinochetista. Fue una experiencia de
acogida afectuosa; de descubrimiento amable de lo catalán, fenómeno que no se observaba con
claridad desde la perspectiva mía, a pesar de los numerosos nombres catalanes que figuran en
la historia chilena (Montt, Prat y un largo etcétera) y hasta en la historia de mi familia
(Garriga); de ampliación de una visión limitada. Fueron años de diálogo incesante, siempre
enriquecedor, entre gente de cultura –profesores, filósofos, narradores, poetas –, de Cataluña,
del resto de España, de otros países europeos, de Estados Unidos y América española. Un final
de mañana en una terraza de la playa de Calafell, junto a contertulios como Carlos Barral,
Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé, Ricardo Muñoz Suay, José María Castellet, Ana María
Moix, Juan Benet, entre muchos otros, era, y todavía lo es en mi memoria, una experiencia
única, inolvidable. Uno se levantaba de la mesa de La Espineta, después de haber bebido un
par de copas de vino del Penedés y de haber picado una modesta porción de patatas fritas, con
deseos locos de mirar pintura o escultura que antes no había tenido ocasión de mirar, de ver
películas de la España nueva y la más antigua, de leer literatura en español, en catalán y en lo
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posible en otras lenguas europeas. Hubo conversaciones inolvidables en la desaparecida barra
de Boccacio, en la calle de Muntaner, si ahora no me equivoco, y me acuerdo de personas
como Umberto Eco y como Hans Magnus Enzensberger, de pintores como Nemesio Antúnez,
de directores de orquesta como Juan Pablo Izquierdo, que aparecían, participaban, discutían,
se reían a carcajadas, y luego desaparecían.
La unidad amistosa se daba en la mayor diversidad, incluso en la extravagancia, y nunca era
excluyente, nunca se daba el menor asomo de nacionalismo sectario. El separatismo de ahora,
que asomó la cabeza en un momento extraño, al menos para mí, ha comenzado por crear
distancias, desconfianzas lingüísticas, que son expresiones evidentes de anticultura. Viajo a
Cataluña y encuentro a gente perfectamente bilingüe, pero que sólo me habla en catalán, por
obstinación, por majadería nacionalista, por lo que sea. Como persona educada en Chile, no
tengo obligación de dominar la lengua catalana. La respeto, desde luego, trato de leer su
literatura en el original o en traducciones, pero la hablo demasiado mal. Me dan ganas de
proponerle a mi interlocutor, tan ingenuamente empeñado en no utilizar el castellano que
conoce muy bien, que nos comuniquemos en francés, en portugués, en italiano. Pero no quiero
ser ofensivo. Escucho el catalán, trato de entenderlo en su integridad, y contesto en mi
castellano que viene de tan lejos. No es la mejor manera de dialogar, pero parece que las
circunstancias políticas, transitorias por definición, se impusieran sobre las relaciones
culturales y humanas estables y normales.
Tengo, como dije, una memoria afectuosa de esos años de Barcelona y Tarragona; amigos
fieles, e incluso una mirada del conjunto de España con una visión más rica, con matices que
antes no adivinaba. Pero la imposición de la cultura catalana con exclusivismo nacionalista es,
y siento mucho tener que decirlo, un verdadero atentado de carácter cultural. Un error sobre la
naturaleza misma de la cultura. En la historia nuestra, los latinoamericanos no tuvimos más
remedio que emanciparnos debido a una larga lista de razones. Los criollos no tenían los
mismos derechos que los peninsulares, ni el mismo acceso a los cargos públicos. Las colonias
no podían comerciar fuera de los límites del Imperio colonial, de manera que toda posibilidad
de desarrollo estaba estrangulada desde la partida. Las invasiones napoleónicas hicieron el
resto. Podría agregar muchos agravios que no se dan en absoluto en la Cataluña de estos días.
A pesar de esos problemas, las nuevas repúblicas, desde luego por interés propio, no quisieron
separarse de la gran cultura y de la poderosa lengua de España. Si lo hubieran hecho, es
probable que los Jorge Luis Borges y los Juan Rulfo, los Pablo Neruda, Octavio Paz, Gabriel
García Márquez, Mario Vargas Llosa, no hubieran existido. Una gran lengua es una gran
riqueza. Si dentro de la órbita de esa lengua existe otra, el catalán, con una estupenda
tradición, con un estilo claro, diferente, en el conjunto de la cultura hispánica, tanto mejor. Yo
me he limitado en mis observaciones al tema de la cultura, que conozco mejor, que me
concierne más directamente. Ahora bien, si voy más allá, estoy seguro de que el catalanismo
separatista, en su forma política e institucional actual, podría tener consecuencias
empobrecedoras para todos, y en primer lugar para los mismos catalanes. Pero agrego un
detalle personal: he adquirido cierto conocimiento de la Cataluña antigua y moderna; cuando
viví allá, no viví de ocioso, y creo que la mayoría de los catalanes, gente sensata, con fuerte
sentido de lo real, de algo que ellos llaman «seny», no votarán a favor de una ruptura a
machamartillo. Buscarán los grandes acuerdos, como se debe hacer siempre, y encontrarán
soluciones favorables para todas las partes.
Fuente: ABC, 26.7.15 por Jorge Edwards, escritor chileno.
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10. LA CRISIS DEL EURO DEL FMI POR NGAIRE WOODS
En las últimas décadas, el Fondo Monetario Internacional ha aprendido seis lecciones
importantes sobre cómo manejar las crisis de deuda gubernamental. Sin embargo, en su
respuesta a la crisis en Grecia, se ignoraron todas y cada una de esas lecciones.
La participación del Fondo en el esfuerzo por rescatar a la eurozona puede haber elevado su
perfil y jugado a su favor en Europa. Pero su incapacidad, y la de sus accionistas europeos,
para adherir a sus mejores prácticas puede terminar resultando un paso en falso fatal.
Una lección clave que fue ignorada en la debacle de Grecia es que cuando un rescate se vuelve
necesario, se lo debe implementar de una vez y para siempre. El FMI aprendió esto en 1997,
cuando un rescate inadecuado de Corea del Sur exigió una segunda ronda de negociaciones.
En Grecia, el problema es inclusive peor, ya que el plan de 86.000 millones de euros (94.000
millones de dólares) que se está discutiendo hoy surge después de un rescate de 110.000
millones de euros en 2010 y otro de 130.000 millones de euros en 2012.
El FMI, por sí solo, está sumamente limitado. Sus préstamos están restringidos a un múltiplo
de los aportes de un país a su capital y, según esta medición, sus préstamos a Grecia son
superiores a cualquiera en su historia. Los gobiernos de la eurozona, en cambio, no enfrentan
estas restricciones y, por ende, estaban en libertad de implementar un programa que habría
sido sustentable.
Otra lección que se ignoró es que a los bancos no se los rescata. El FMI aprendió esto a base
de cometer errores en los años 1980, cuando transfirió préstamos bancarios de cobro dudoso
otorgados a gobiernos latinoamericanos a sus propios libros y a los de otros gobiernos. En
Grecia, los préstamos de cobro dudoso emitidos por bancos franceses y alemanes fueron
trasladados a los libros públicos, transfiriendo la exposición no sólo a los contribuyentes
europeos, sino a todos los miembros del FMI.
La tercera lección que el FMI no pudo aplicar en Grecia es que la austeridad suele derivar en
un círculo vicioso, en tanto los recortes del gasto hacen que la economía se contraiga mucho
más de lo que se habría contraído de no haber existido. Como el FMI presta dinero en el corto
plazo, existía un incentivo para ignorar los efectos de la austeridad a fin de alcanzar
proyecciones de crecimiento que implicasen una capacidad de pago. Mientras tanto, a los otros
miembros de la eurozona, en un intento por justificar un menor financiamiento, también les
pareció conveniente pasar por alto el impacto calamitoso de la austeridad.
Cuarto, el FMI aprendió que lo más probable es que las reformas se implementen cuando son
pocas y están cuidadosamente centradas en puntos específicos. Cuando un país requiere
asistencia, los prestamistas se sienten tentados a insistir en una larga lista de reformas. Pero un
gobierno aquejado por la crisis tendrá problemas para lidiar con múltiples demandas.
En Grecia, el FMI, junto con sus socios europeos, exigió que el gobierno no sólo recortara los
gastos, sino que emprendiera reformas impositivas, del sistema de pensiones, judiciales y del
mercado laboral, todas de amplio alcance. Y si bien las medidas que se necesitan con mayor
urgencia no tendrán un efecto inmediato en las finanzas de Grecia, al FMI no le quedan
muchas más opciones que insistir con los recortes del gasto a corto plazo que favorecen sus
chances de cobrar -inclusive cuando esto implica que las reformas a más largo plazo resultan
más difíciles de implementar.
Una quinta lección es que es improbable que las reformas resulten exitosas si el gobierno no
está comprometido con su implementación. Cuando se percibe que las condiciones son
impuestas desde el exterior, es casi una certeza que fracasarán. En el caso de Grecia, las
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consideraciones políticas internas llevaron a los gobiernos europeos a fingir que tenían al
gobierno contra las cuerdas. El FMI también intentó demostrar que estaba siendo tan duro con
Grecia como lo ha sido con Brasil, Indonesia y Zambia -aún si esto, en definitiva, resultaba
contraproducente.
La sexta lección que el FMI ha pasado por alto es que rescatar a países que no controlan
plenamente sus monedas conlleva riesgos adicionales. Como el Fondo aprendió en Argentina
y África Occidental, estos países carecen de una de las maneras más fáciles de ajustarse a una
crisis de deuda: una devaluación.
Al no haber podido alertar a Grecia, Portugal, Irlanda y España sobre los peligros de sumarse a
un bloque monetario, el FMI debería haber considerado si era apropiado o necesario intervenir
en la crisis de la eurozona. Su razonamiento para hacerlo pone de manifiesto los riesgos
asociados con su decisión.
La razón más obvia para el accionar del FMI es que Europa no estaba pudiendo enfrentar sus
propios problemas, y tenía el poder y la influencia para involucrar al Fondo. El director del
FMI siempre ha sido europeo, y los países europeos cuentan con una participación
desproporcionada de votos en el directorio del FMI.
Igualmente importante, sin embargo, es el hecho de que el FMI tomó su decisión al mismo
tiempo que enfrentaba una crisis existencial. Históricamente, la mayor amenaza para el FMI
ha sido la irrelevancia. Casi se lo declara redundante en los años 1970, cuando Estados Unidos
hizo flotar el dólar, y recién fue salvado en 1982 gracias a la crisis de deuda mexicana, que lo
impulsó al papel de socorrista financiero global.
Una década después, la relevancia del FMI había comenzado a esfumarse nuevamente, pero su
resurrección vino de la mano del papel que jugó en la transformación de las economías del ex
bloque soviético. Cuando se produjo la crisis del euro, el Fondo estaba trastabillando una vez
más como consecuencia de la crisis del este de Asia, en tanto sus clientes que pagaban
honorarios no hicieron nada a su alcance para evitar recurrir a él.
La participación del FMI en la crisis de la eurozona ahora les ha dado a las economías
emergentes poderosas otra razón para sentirse decepcionadas. Después de que Estados Unidos
obstaculizó sus demandas de una mayor participación dentro del Fondo, ahora se dan cuenta
de que la organización ha estado obedeciendo las órdenes de Europa. Al FMI le resultará
difícil recuperar la confianza de estos miembros cada vez más prominentes. A menos que
Estados Unidos y la UE aflojen la cuerda, la puja más reciente del Fondo para ser relevante
bien podría resultar la última.
Fuente: Project syndicate, 29.7.15 por Ngaire Woods, director del Colegio de Gobierno y del
programa de gobierno de la Universidad de Oxford.
11. ALEMANIA NECESITA MÁS DEBATE INTERNO POR TIMOTHY GARTON ASH
Pensar en Alemania no me quita el sueño. Pero, tras la reciente reafirmación de su poder en la
eurozona, en particular en la noche del infernal paseo al borde del abismo del Grexita
mediados de julio, no soy el único que empieza a notar las punzadas del insomnio. El hecho de
que los alemanes tengan razón en tantas cosas no debe impedirnos, ni a nosotros ni a ellos,
preguntarnos en qué se equivocan o, al menos, qué podrían hacer mejor. Llevo un tiempo
dándole vueltas a esto y he llegado a una conclusión sorprendente: tal vez, para lograr más
consenso en el extranjero, lo que necesita la principal potencia europea es menos consenso
interno.
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Esta semana se conmemora el 40º aniversario de la firma de los Acuerdos de Helsinki, un hito
en el camino que desembocó en la Alemania unida de hoy. Es interesante echar la vista atrás y
observar el estilo de la política exterior alemana de entonces: paciente, multilateral, modesta e
incluso humilde, pero con toques inspirados, como en la retórica de Willy Brandt y Richard
von Weizsäcker. Gran parte de esa tradición ha sobrevivido. Hay que recordar que, en la
noche de los insultos largos en Bruselas, Alemania representaba también a varios Estados más
pequeños del norte y el nordeste de Europa. Al lado de algunos de sus dirigentes, el ministro
alemán Wolfgang Schäuble es un blando. Por otra parte, no vamos a esperar que una
Alemania unida, la mayor potencia de Europa, actúe como la vieja Alemania Occidental de
hace 40 años, sobre todo cuando se le pide que aporte más de miles de millones de euros para
una política en la que no cree la mayoría de sus ciudadanos.
Las humillantes demandas presentadas a Grecia y el estilo en que se hicieron escandalizaron a
muchos socios y amigos. Sin embargo, dentro de Alemania, aunque algunos personajes
importantes como Jürgen Habermas y Joschka Fischer dieron señales de alarma, la línea dura
de Schäuble contaba con amplio respaldo. El único motivo de que no hubiera más rebelión en
las filas de la CDU/CSU contra el acuerdo parlamentario sobre el rescate griego fue que
Schäuble defendió con su autoridad un pacto que no había querido. “La desconfianza respecto
a Grecia ha aumentado enormemente”, dice Hans-Peter Friedrich, antiguo ministro de Interior
conservador. “No estamos a favor de un tercer rescate, pero Wolfgang Schäuble merece
nuestro apoyo”.
El ministro Schäuble es uno de los políticos más notables que conozco. Ya era impresionante
de joven, a la derecha de Helmut Kohl, negociando la unificación alemana y defendiendo la
unidad europea. Pero haberse mantenido en la más alta política durante un cuarto de siglo,
pese al intento de asesinato que le dejó en una silla de ruedas; cumplir un horario que agotaría
a un deportista olímpico el doble de joven, y conservando el entusiasmo intelectual y el buen
humor combativo, es una hazaña extraordinaria, una muestra de virtud en su sentido original,
la mezcla de moral y fuerza. Y además es siempre una de las voces más europeístas en la
política alemana. Sin embargo, la entrevista que dio a la revista Der Spiegel tras el horror de
Bruselas fue extraña y preocupante.
A pesar de insistir en que la unidad monetaria necesita el complemento de una unidad política,
para lo que en su día habrá que cambiar los tratados europeos, Schäuble es totalmente
inflexible sobre Grecia. Asegura que su receta de austeridad no tenía nada de malo: “El
problema es que, en estos cinco años, no han seguido el tratamiento tal como se les recetó”. En
cuanto a la quita de la deuda, que el FMI considera esencial: “No es posible una quita dentro
de la unión monetaria. Los tratados europeos no lo permiten”. Y ya está. Al preguntarse por
qué es tan duro con Grecia, explica, según la versión inglesa de la entrevista: “Mi abuela decía
que la benevolencia es el preludio del libertinaje”. No me parece bien que la sabiduría popular
de la abuela del señor Schäuble sea el hilo del que pende el futuro de Europa. Las virtudes
personales, la voluntad política y el respeto a la ley son cualidades admirables que el ministro
alemán de Finanzas defiende y encarna; pero, a la hora de la verdad, lo que importa es qué
cosas se pueden hacer. Los economistas dicen muchas tonterías, pero las realidades
económicas existen. Hay cosas que son posibles y otras que no. Por ejemplo: Grecia no puede
pagar sus deudas.
En todas partes se está debatiendo cuál es la mejor forma de que las cosas salgan bien.
¿También dentro de Alemania? Quizá me equivoque, pero me da la impresión de que no. Una
de las mejores virtudes de la República Federal es la capacidad de cambiar las cosas mediante
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consenso, personificada en la canciller Angela Merkel. Gracias al consenso, el país hizo a
principios de este siglo las dolorosas reformas laborales y sociales que le permitieron
aprovechar de forma espectacular las oportunidades de la eurozona (el superávit comercial
alemán se ha multiplicado casi por cuatro desde entonces y hoy es de 200.000 millones de
euros, en torno al 7% del PIB).
A veces, sin embargo, ese consenso puede ser excesivo, y lo que veo hoy en Alemania es casi
un pensamiento único. Antes de que un economista alemán abra la boca, ya se sabe lo que va a
decir sobre la eurozona. Las excepciones son muy escasas. Los medios de comunicación
compensan esa situación con enérgicas voces llevadas de fuera. El semanario liberal Die Zeit,
por ejemplo, publicó una entrevista en la que Thomas Piketty decía que Alemania era “el
máximo ejemplo de país que nunca ha pagado sus deudas públicas. Ni tras la I Guerra
Mundial ni tras la II Guerra Mundial”. Pero este tipo de provocaciones no basta para acallar el
abrumador consenso nacional. Estaría bien que hubiera algo más de controversia basada en
datos; no un sectarismo disfuncional, sino una buena muestra de democracia deliberativa.
No es que falten pensadores alemanes independientes y de talento, jóvenes y viejos. Es que
muchos están o callados y esperando a que amaine la tormenta o viviendo y trabajando en el
extranjero. Heinrich Heine vivía en el exilio cuando escribió que pensar en Alemania por la
noche le quitaba el sueño. Hoy nadie tiene que irse de Alemania por motivos políticos, desde
luego, pero quizá sí por otros más sutiles, sociales y culturales. No tengo ningún deseo de
perder a ninguno de mis brillantes colegas y alumnos alemanes, pero creo que a su país no le
vendría mal que volvieran unos cuantos, acompañados del correspondiente debate
constructivo.
Fuente: El País, 30.7.15 por Timothy Garton Ash, profesor de Estudios Europeos en la
Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com project, e investigador
titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanford.
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Edición a cargo de Ronald Grebe
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