uno piensa que al final no quería ir a la guerra. O.J.D.: el único que quería ir La idea venía de atrás 130202 a la guerra de Irak era porque la familia Bush E.G.M.: 791000 Aznar. El hecho de tenía muchos intereses que haya reconocido en el sector petrolero. Tarifa 11212 le puede acarrear Es una excusa de mal(€): torturas consecuencias jurídicas». pagador». existían. como la mayoría de los servicios de inteligecia.Y todos los embajadores en la OnU que discutían conmigo el asunto». cara las islas Azores para aquellas carencias que Fecha: ya10/11/2010 invadir Irak, sin permiso demostró durante sus mandatos. Muy en la de naciones Unidas, Sección: TEMA DEL uno era inocente, uno era línea de su amigo JoséDIA bueno. Dos (Tony Blair y María Aznar del que, por Páginas: cierto, 4 parece hablar José María Aznar) eran malos. Aleluya». poco en el libro». cruz Manuel Milián Mestre Reyes Mate EXDIPUTADO DEL PARTIDO POPULAR fILósOfO E InvEsTIgADOR DEL csIc La hora de la conciencia tras la cesión ante los lobis Torturar por humanidad y guerrear sin quererlo eorge W. Bush, como todos los hombres de poder que han debido tomar serias decisiones, tiene su tiempo de reflexión y soledad a la hora de los arrepentimientos. Por desgracia, siempre después de perpetrados los hechos, cuando no existe remedio ni enmienda. Bush abre en sus memorias la nebulosa autocrítica sobre la invasión de Irak; y tiene mucho de qué arrepentirse si, como parece, no fue la suya una reacción primo primi, como decían los escolásticos: un acto reflejo ante los acontecimientos trágicos del 11-S del 2001 con una Nueva York doliente, lo que, al fragor de los hechos, humanamente se hubiera entendido. Casi 10 años después, cuesta justificarlo. Que le indujeran en el 2003 a la invasión cabe dentro de las hipótesis razonables, ya que los lobis americanos, en particular los que guardan intereses estratégicos en el área de la energía, probablemente desplegaron toda su influencia sobre la Casa Blanca. Había dos personalidades de decisivo peso en las determinaciones: Dick Cheney, el vicepresidente judío heredado de la Administración de Bush padre, hombre duro donde los haya; y Condoleezza Rice, la secretaria de Estado, cuyo criterio era siempre atendido. A la señora Rice tal vez se le escapó en cierto momento en California, meses antes de la e o r g e W. Bush, expresidente de EEUU, ha sido uno de esos políticos a los que, para tratarle con el respeto debido, había que tener presente la institución que representaba. En sus memorias, sin embargo, Bush se empeña en demostrar que esa consideración no ha lugar porque le sobran argumentos para encabezar, en la revista Foreign Policy, la lista de los políticos más inconsecuentes e inconscientes. Por un lado, su desconocimiento de los códigos mo- G invasión, que debía ser acometida «porque se puede». Es decir, razón de fuerza y viabilidad. Si a ello se une el duro posicionamiento del Pentágono, con el muy halcón Donald Rumsfeld y el consejero Paul Wolfowitz entre los factores determinantes, no le quedaban demasiados resquicios a Bush para contravenir tanta presión, con el factor económico añadido en las guerras de elevado sentido estratégico en la historia de EEUU. Las armas inexistentes La inclusión de Irak en aquella maniquea definición de buenos y malos en un contexto de guerra contra el terrorismo y la patología social ocasionada por el 11-S llenaron de razones a quienes argumentaban en la Casa Blanca a favor de la intervención. Faltaba el detonante. Obviamente, las armas de destrucción masiva sonaban más a pretexto que a razón causal. Cuando se supo que no existían ya era tarde. Todo un problema de conciencia para Bush, Blair y Aznar, actores de la foto de las Azores. Reconoce ahora Bush sus jaquecas al descubrirse cayendo en la trampa que, para su desgracia, alguien pudo tenderle (¿para satisfacer sus adivinados deseos?). Llevó al mundo a una guerra cuyas consecuencias aún están por ver y que afectarán decisivamente a la geopolítica de Oriente Próximo y quién sabe si de Europa entera. Un error de proporciones inquietantes de quien tomó el mal camino, quizá de la mano de lobis que pesan excesivamente en las decisiones de Washington, en particular los que defienden intereses de Israel hasta la exageración o la extrapolación. Y en geopolítica los hechos no son extrapolables. De ahí que el lamento de Bush induzca a considerar ese error político como desatención de la propia conciencia. Si alguien duda de ello, que vea el documental Winds of the War, de Robert McNamara. La conciencia siempre llama dos veces. H G 33 El expresidente Bush firma su libro en Dallas, ayer. AfP rales en política. Dice, en efecto, que «usar las torturas salvó vidas. Mi trabajo era proteger Estados Unidos y lo hice». Y como intuye que recurrir a la tortura está mal, explica a modo de justificación que «el abogado le dijo que eso era legal». Aunque fuera legal es inmoral y la tortura es un ataque a los derechos humanos que no admite justificación alguna. Cuando la tortura toma la forma de Guantánamo, no hay abogado que lo salve. Le debería sonar que en Occidente, además de las prohibiciones contenidas en las tablas de la ley, es un hecho adquirido que el fin no justifica los medios. Por otro lado, el desconcierto que siembra al escribir «yo era una de esas voces disidentes. No quería usar la fuerza. Quería dar una oportunidad a la diplomacia». No era partidario de la guerra, pero la hizo en contra de la decisión de la ONU. ¿ Cómo se explica? El argumento de la creencia en las armas de destrucción masiva, no vale, porque al darse cuenta de que no las había, hubiera podido parar la guerra o, al menos, pedir responsabilidades, pero allí siguieron el dúo belicista Cheney y Rumsfeld. Y siguieron porque todas las informaciones dicen que las causas de la guerra eran otras, a saber, el dinero y el poder. Sin causa moral que justificara la guerra y al descubierto las verdaderas razones inconfesables, podría esperarse que Bush reconociera el error y pidiera perdón a su pueblo, al que había engañado con motivos inexistentes, causando en las filas propias y en las del enemigo un sinfín de daños y sufrimientos. Pero este señor se pone flamenco y dice que no porque «el mundo es hoy mejor que con Sadam Husein». Se debe referir a los 100.000 iraquís muertos desde la invasión dictada por el trío de las Azores y al incremento exponencial de la inseguridad en el mundo entero desde entonces. El juicio de la historia No le importa el juicio de sus críticos porque también él, como en su día Franco o Hitler, confía en el juicio de la historia. Convertir la historia en el Tribunal Supremo de los desmanes de sus protagonistas es un truco ideado por la filosofía de la historia para hacer invisibles a las víctimas sobre las que se han construido sus hazañas. Pero desde que las víctimas han dejado de ser esas «florecillas pisoteadas al borde del camino», que decía Hegel, y se han hecho visibles, eso ya no funciona. Son ellas las que le están juzgando y, al paso que vamos, todo hace pensar que tarde o temprano le pedirán cuentas a través de algún tribunal internacional que se sienta competente. Estas memorias, escritas para exculparse, serán una importante pieza de acusación. H