¿Qué puede esperar el mundo de George W. Bush?

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¿QUÉ PUEDE ESPERAR EL MUNDO DE GEORGE W. BUSH?
Antonio Garrigues Walker
ABC
Madrid, 20 Enero 2005
Dentro de unas horas en el Capitolio de la ciudad de Washington -una ciudad que
estará prácticamente blindada por tierra, mar y aire, con altísimos niveles y
mecanismos de seguridad que incluyen, a la vista de lo que sucedió en Madrid el
11/M, nuevos dispositivos para bloquear señales telefónicas capaces de accionar
explosivos a distancia- William H. Rehnquist, Presidente del Tribunal Supremo, tomará
juramento religioso (la promesa no está contemplada como posibilidad alternativa) al
ciudadano blanco George W. Bush de 59 años de edad y así se iniciará el segundo y
último mandato del cuadragésimo tercer Presidente de los Estados Unidos de
América. Le acompañarán su mujer, vestida para la ocasión por el hispano Oscar de la
Renta, y sus dos hijas mellizas Barbara y Jenna, Entre los muchos invitados tendrán
un asiento preferente Ana Botella y su hijo, José María Aznar. A pesar del maremoto
en Asia y de la situación de la guerra de Iraq, en los festejos anteriores y posteriores
se gastarán más de cuarenta millones de dólares, recaudados íntegramente en el
sector privado –alguien ha dicho “esto va a ser una coronación más que una
investidura”- y habrá, -como casi siempre pero esta vez un poco más- grupos de
protesta de todos los colores y para todos los gustos. Uno de ellos ha pedido por
internet que los manifestantes anti-Bush asistan al ceremonial sin identificarse pero
que al paso de la comitiva oficial se vuelvan ostensiblemente de espaldas. Todo
estará, sin embargo, debidamente controlado. No habrá –crucemos los dedossorpresas ni incidentes graves.
Aunque el “dramatis personae” sea el mismo, esta toma de posesión será muy distinta
a la del 20 de Enero del 2001, que tuvo lugar después de unas elecciones
presidenciales en las que Al Gore obtuvo mucho más voto popular que George Bush,
pero que se saldaron con un empate técnico en cuanto a voto electoral. Sólo una
decisión judicial precipitada y muy cuestionable le concedió al Presidente Bush una
presidencia que para muchos no había ganado. En las Elecciones del 2004, América –
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esa América real y autentica que los europeos nos resistimos a comprender y a
aceptar- ha querido dar al Presidente Bush no sólo el poder ejecutivo, que en un país
netamente presidencialista es mucho poder, sino también la mayoría absoluta en las
dos cámaras, la capacidad para nombrar jueces que puedan influir decisivamente en
una orientación doctrinal más conservadora del Tribunal Supremo y por fin, para que
no hubiera dudas, un voto popular, no sólo superior al del Senador Kerry, sino al de
cualquier otro Presidente anterior. Hay una segunda diferencia –aún más importante
que el resultado electoral- entre las dos tomas de posesión: en Enero del 2001 no se
había producido ni el ataque terrorista del 11/S, ni la guerra de Irak, dos
acontecimientos muy relacionados que influyeron y van a seguir influyendo de forma
importante en la historia del mundo.
¿Qué va a pasar ahora? ¿Cuáles serán las características de la nueva presidencia?
Por más que Condoleezza Rice hable en el Congreso de que ha llegado el tiempo de
una diplomacia radicalmente distinta (ella la llama “transformacional diplomacy”), por
más que hoy el Presidente Bush en su discurso inaugural reconozca algunos errores y
manifieste una voluntad de diálogo, América no va a renunciar a sus tendencias y a
sus convicciones unilateralistas. Forman parte de su identidad, de su ser nacional. El
nuevo gobierno, sin Colin Powell y más “neocons”, no va a dedicarse, desde luego, a
crear ni a reforzar instituciones globales. No van a firmar el Pacto de Kioto, menos aún
el Tratado de la Corte Penal Internacional, ni siquiera el Convenio contra la Tortura.
Pero aún así es casi seguro que, tanto los lenguajes como las actitudes, irán
cambiando de forma gradual pero significativa. El presidente Bush dijo hace unos días
–hoy lo repetirá- que el resultado electoral justificaba enteramente su política en Irak.
Pero él y todo su equipo saben que eso no es así. Las encuestas demuestran que el
país sigue profunda y peligrosamente dividido mucho más que en ningún otro
momento de su historia. Casi todos los analistas dan por seguro que si las cosas no
cambian pronto de signo, la opinión pública interna acabará por decir: ¡basta ya!. La
guerra de Iraq se ha convertido en un desastre realmente esplendoroso que no va a
mejorar aunque se celebren, si es que se celebran, las elecciones del 30 de Enero. Es
muy posible, incluso que empeore.
Afrontar esta situación que está afectando negativamente a la vida norteamericana en
todos los órdenes, -incluido desde luego el económico- va a ser la prioridad máxima,
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inicialmente casi la única, de este segundo mandato. Y para ello sólo existe un
remedio: internacionalizar el conflicto, generar una coalición internacional que ayude –
y no va a ser fácil- a la coalición anglosajona a salir de la situación de la mejor manera
posible. El 20 de Febrero próximo Bush visita Alemania. Ese podría, ese debería ser el
momento histórico preciso para empezar una nueva época en las relaciones
transatlánticas que están pasando por un momento especialmente difícil debido, entre
otras causas, a la falta de liderazgo y al pobre y torpe comportamiento de un eje
franco-alemán que no manda ni deja mandar. Francia, Alemania y desde luego
España tienen que apoyar decididamente a los Estados Unidos y a Gran Bretaña en
definir y participar en una nueva estrategia. No podemos caer en la insensatez de
alegrarnos de los fracasos ajenos, ni es esta la ocasión propicia para dar lecciones de
ética, ni para imponer condiciones “sine qua non”. No podemos tampoco, exigir
compartir de tú a tú el liderazgo americano –entre otras cosas porque no sabríamos
como hacerlo- pero sí podemos influir para que ese liderazgo se ejerza con respeto a
los principios de legitimidad y legalidad internacional y además, sobre todo, con una
prudencia inteligente, con civilidad, con “good manners”.
Si hacemos lo contrario, si nos empeñamos en dejarles solos, si miramos con desdén
hacia otro sitio, acabaremos pagando un precio muy alto. En estos momentos la
agenda europea es para los americanos mucho menos importante que la agenda del
pacífico. Europa ha sido eclipsada por Asia y en la guerra económica entre los tres
bloques tenemos -sin exagerar un ápice- todas las de perder a pesar del éxito del
Airbus A-380. Habrá, por lo tanto, que hacer un esfuerzo importante y tendrá que ser
un esfuerzo muy claro y muy inteligible porque en estos momentos el antieuropeísmo
en América se ha ido generalizando y aunque darían la bienvenida más sincera al
apoyo europeo, -de eso podemos estar seguros- han llegado a la conclusión
provisional de que ni siquiera queriéndolo hacer, lo sabríamos hacer, dadas las
complejidades, los complejos, las vanidades y los juegos de protagonismo con los que
nos gusta y solemos actuar. Reconozcamos que no es fácil entendernos y hagamos
de una vez las cosas de manera distinta a la habitual. Añadamos incluso esa
generosidad y esa grandeza con las que nos trataron los americanos en varias
ocasiones difíciles e incluso críticas de nuestra historia. Sería triste, peligroso y
absurdo que el conflicto de Iraq se resolviera sin la intervención, sin la presencia
europea. España tiene la doble oportunidad de presionar para que eso no sea así, y
de recuperar, de paso, y sin necesidad de abandonar ningún principio, la buena
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relación con un país que nos interesa de forma muy especial. Sería de desear que en
la toma de posesión del 20 de Enero del 2009, nuestro Presidente del Gobierno fuera
un invitado de honor.
Además de la guerra de Iraq, hay sin duda otros muchos problemas: el déficit
americano, el dólar declinante, Irán, Corea del Norte, Oriente Medio, la emigración, la
pobreza, el terrorismo islámico y varios más. Pero todos ellos dependen en gran
medida de cómo se vaya resolviendo esa guerra. Aún así merecerá la pena analizarlos
en un próximo comentario. Hoy lo importante era responder a la pregunta que figura
en el encabezamiento de este artículo con otra pregunta: ¿Qué puede hacer el mundo
para ayudar a George W. Bush?
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