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Jacques Delors: “La caída del muro, un desafío increíble”
(22 de octubre de 2009)
A menos de tres semanas del vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, el 9 de
noviembre de 1989, el diario Metro, en colaboración con la página web touteleurope.fr y el
Ministerio francés de Asuntos Exteriores y Europeos, se han entrevistado con Jacques Delors.
Jacques Delors, entonces Presidente de la Comisión Europea (1985-1995), comenta este
evento y sus consecuencias para la construcción europea.
En 1989, era usted Presidente de la Comisión Europea. ¿Presintió la caída del muro de
Berlín? ¿Cómo la vivió?
Fue un impacto emocional y político. Seguía con mucha atención los eventos en los países del
Este, puesto que en la cumbre del G7 de París, en julio de 1989, cuando la situación ya había
evolucionado radicalmente en Polonia y Hungría, habíamos encomendado a la Comisión
Europea la labor de coordinar las ayudas a estos dos países. Después se produjeron eventos
bastante serios, especialmente cuando los alemanes del Este que pasaban sus vacaciones en
Hungría quisieron pasar la frontera para ir a Austria y a Alemania y cuando Gorbachev pidió
a las Autoridades húngaras que les dejaran pasar. También se habían producido
manifestaciones en Leipzig. Estábamos ansiosos, pero no como para predecir la caída el muro
aquel día. La noche del 12 de noviembre, concedí una entrevista a la televisión alemana. Me
preguntaron si estaba angustiado. Respondí: “Ich hable keine Angst” y les dije que los
alemanes del Este eran parte de Europa. No gustó a todo el mundo, pero lo dije.
¿Cómo actuó a continuación?
Intentamos seguir los acontecimientos que estaban en manos de los jefes de Estado; éstos se
reunieron el 18 de noviembre para hablar de ello en una reunión excepcional en el Elíseo.
Seguía los eventos que tenían lugar en ambos frentes. En la RDA, iban a celebrarse elecciones
que reflejaron el entusiasmo de los alemanes del Este por la unificación. Del otro lado, había
debates entre los cuatro vencedores de la guerra y las dos Alemanias, que desembocaron en
un acuerdo: los alemanes aceptaron reconocer la intangibilidad de la frontera Oder-Neisse.
Con estos eventos, en tres meses, pasamos de la idea de una confederación entre las dos
Alemanias a la idea de unificación. Pedí que se reuniera un Consejo Europeo extraordinario y,
en abril de 1990, en Dublín, los 12 países miembros de la Unión apoyaron la unificación de
Alemania. Después tuvimos que organizar la ayuda destinada a los Länder de Alemania del
Este.
La reunificación de Alemania tuvo lugar muy rápido. Alemania se convertía de nuevo en
una superpotencia. ¿Esta situación no le preocupaba?
No. La fuerza y la rapidez de los eventos se impusieron. Los otros jefes de Estado fueron
sorprendidos por estos eventos, pero no lo digo de forma peyorativa. Algunos tenían
recuerdos de los últimos 50 años; por tanto, se entiende que pudieran reflexionar y pedir
garantías, principalmente en la frontera Oder-Neisse. Aunque se critique mucho la
construcción europea, con el tiempo podemos decir que supo responder de forma rápida y
positiva a un desafío increíble.
Después de la caída del muro, el comunismo se derrumba en cuestión de meses. ¿Qué
impacto tiene el repentino estallido del bloque soviético en la construcción europea?
Había que pensar cómo íbamos a ayudar a esos países a retomar la vía de la democracia y a
modernizar sus economías que necesitaban recuperar el dinamismo en una economía de
mercado. En ello se centraban nuestros esfuerzos, en la Comisión Europea en particular, en
ayudarles a tomar las medidas necesarias. Yo estaba a favor de una progresión gradual,
algunos países fueron más rápido. Hoy lo lamentan un poco.
Muchos países del Este llamaban a las puertas de Europa. ¿Ello no supuso la muerte de
la unión política, federal tal y como la concebían los padres fundadores?
Es cierto que muchos veteranos se sintieron perturbados. Mi respuesta fue diferente. Pienso
que la construcción europea no se hace para ella misma, sino para hacer frente al desafío de la
historia. Hay países igual de europeos que nosotros que salen de las tinieblas del comunismo.
Es difícil, es complicado, pero es un gran honor recibirlos. Si nos hubiésemos negado a
hacerlo, la historia nos habría condenado.
La reacción de François Mitterrand con respecto a la reunificación alemana fue
ambigua y se criticó en aquella época. ¿Puede considerarse que ha perjudicado a la
relación franco-alemana?
Su reacción se describió de forma injusta. Al igual que Margaret Thatcher en Gran Bretaña, se
preguntaba si la relación de fuerza sería siempre la misma en Europa, si la construcción
europea podía continuar. Pero todo esto se criticó de forma excesiva. A continuación, la
pareja franco-alemana funcionó bien durante el período Kohl-Mitterrand. Como prueba, en
1991, cuando empezó la tragedia yugoslava, Alemania estaba más bien, desde un punto de
vista histórico, cultural, emocional, de parte de Croacia y de Eslovenia y Francia de parte de
Serbia. Dejaron de lado esta divergencia, que habría podido ser más grave, para concretar el
Tratado de Maastricht y el euro. Y el tándem función bien hasta el final de 1995.
Un internauta le pregunta: ¿Se estableció claramente entre el Canciller Kohl y
Mitterrand que el euro sería la contrapartida de la reunificación alemana?
No. Pero saben cuál era la situación en aquel entonces. El Canciller Kohl sentía que tenía un
deber para con sus compañeros europeos que habían aceptado y apoyado rápidamente la
unificación alemana. No era fácil para él establecer el euro, porque el marco alemán era el
símbolo de la nueva Alemania. La mayoría de los alemanes eran reticentes. Pensó que tenía
que hacer ese esfuerzo.
Otro internauta le pregunta si desde la instauración del euro, Europa no está falta de
proyectos federadores.
Sí, exacto. La reforma de las instituciones se ha modernizado, se ha complicado. Hemos
tenido muchas desilusiones y algunos “no” en los referéndums. Necesitamos proyectos
movilizadores. A mi parecer, se imponen dos. Hay que reequilibrar la Unión Económica y
Monetaria reforzando la cooperación económica y manteniendo el polo monetario tal cual. El
segundo proyecto es crear una comunidad de energía, puesto que hoy en día dependemos de
los productores de energía. Si lo lográsemos, unidos venceríamos. Estos dos proyectos
reactivarían Europa y nos librarían de las cuestiones institucionales que no interesan a los
ciudadanos y los entiendo.
¿El Tratado de Lisboa permitirá proseguir la integración europea? Si así lo cree, ¿aún
puede concebirse una Europa federal?
Si se entiende por Europa federal algo a imagen de Estados Unidos, nunca he pensado que
fuese realista, porque las naciones existen, tienen un pasado y una historia. Siempre he dicho
que hace falta una federación de Estados Naciones, en la que acordaríamos las cuestiones de
soberanía compartida y lo que quedase del ámbito nacional, pero rigiéndonos por un sistema
más bien federal que nos permitiese preparar las decisiones, decidir y actuar. No es así
actualmente. El Tratado de Lisboa aporta algunas mejoras, pero no basta.
¿Está a favor del método de cooperación reforzada?
Sí. Si no hubiese habido una diferenciación, ¿hoy las personas circularían libremente y
existiría el euro? No, porque en estos dos proyectos había unanimidad. Si mañana queremos
avanzar, preservando la cohesión del conjunto, y conferir nuevamente algo de dinamismo,
algunas personas tienen que actuar y después los otros los seguirán o no. En caso contrario,
nada avanzará, ya que es difícil tomar decisiones entre 27. Rechazar las cooperaciones
reforzadas, como por ejemplo crear entre 12 ó 15 una comunidad de energía, es rechazar el
dinamismo de Europa.
Como ha evocado recientemente en la prensa, ¿teme que Europa evolucione en base al
mismo modelo que la OCDE?
Sí. Es un poco provocador, pero quiero decir que a fuerza de trabajar a nivel
intergubernamental, la mentalidad cambia. La OCDE es una organización extraordinaria, pero
en la que cada uno defiende su interés particular. Cuando llegué a la Comisión, la mentalidad
era formidable, entusiasta. Se intentaban superar los intereses nacionales para alcanzar un
objetivo común. Hay que recobrar esa mentalidad. Pero los Gobiernos tienen que dar ejemplo,
en particular explicando a su opinión pública que la decisión en la que han participado es
beneficiosa para todos.
¿A qué velocidad y hasta dónde debe ir la ampliación de la UE?
De todos modos, ahora habrá una pausa. Hay que digerir el Tratado de Lisboa, acostumbrarse
a vivir juntos los 27. Si hoy estuviese al frente de la Comisión, propondría detenernos durante
tres o cuatro años y desarrollar más bien políticas de vecindad. Ante todo, propondría
transmitir un mensaje menos negativo a Turquía. No se trata de decirle “van a entrar”, sino
“seguimos negociando”. Decir no de antemano como algunos ha hecho mucho daño.
El Tratado de Lisboa va a crear el cargo de Presidente del Consejo Europeo. A su
parecer, ¿cuál es el perfil ideal del candidato a esta función?
No estaba a favor de crear este cargo, pero puesto que así es, debe ser un facilitador y no un
presidente a la francesa. Si es un presidente ejecutivo y quiere representar Europa en todos los
lugares, habrá conflictos con los otros jefes de Estado y en el interior de las instituciones.
Provocará una parálisis y no se avanzará.
¿Tiene en mente alguna personalidad que encajaría?
Hay varias. El ex Primer Ministro finlandés Pavlo Lipponen, el Primer Ministro
luxemburgués Jean-Claude Juncker o el ex Primer Ministro belga Guy Verofstadt, por sólo
citar a tres.
¿Y Tony Blair?
Hace falta un facilitador. No diré más.
Propósitos recogidos por Estelle Poidevin (Ministerio francés de Asuntos Exteriores y
Europeos), Vincent Lequeux (touteleurope.fr) y Gilles Daniel (Métro).
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