Textos de Mercedes Cabrera - abafe

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Textos de Mercedes Cabrera.
“La leyenda de Juan March”.
Este texto trata el tema de la acción de los empresarios, los patronos, los
capitanes de industria, el interés historiográfico de este tema de estudio, y las
posibilidades de este. En el primer apartado, “los capitanes de industria
norteamericanos”, se explica la acción de estos grandes capitalistas, que
“protagonizaron la transformación de una sociedad agraria y mercantil en una economía
de grandes industrias y producción en masa, pusieron en pie gigantescos monopolios
rompiendo las leyes del mercado, se hicieron con el control del poder económico y
corrompieron el poder político”. Esto marca una creciente desigualdad social en una
cultura individualista y competitiva. En este sentido, serían grandes las críticas que
recibirían, así como habituales querellas por actividades monopolísticas. En esta
situación, “algunos de aquellos barones salieron al paso de los comentarios”,
justificando su acción. Pero más importante sería el propósito del interés historiográfico,
son la cantidad de notas, correspondencia, etc., que se ha podido recuperar. Igualmente,
han tenido un gran interés en recoger sus vivencias en biografias/autobiografías. En
estos ejemplos se habla de Pierpont Morgan , Andrew Carnegie, John D. Rockefeller,
Andrew Mellon.
En el capítulo dedicado al interés historiográfico por los grandes
empresarios/banqueros en Europa (“El debate europeo”), se circunscribe al periodo de
entreguerras, y su actitud ante el surgimiento y expansión de regímenes autoritarios y
totalitarios. Esto ya se advierte en los juicios de Núrenberg, dándose juicios a
empresarios por crímenes contra la paz, la humanidad y los derechos de propiedad (13
condenas). Los empresarios alemanes tratarían de distanciarse de la “connivencia con el
nazismo”, tratando de dar una nueva imagen de renacimiento económico y cultural
alemán. Eso no ha impedido la promoción, por parte de estas empresas y entidades
financieras, la investigación de la trayectoria de estas empresas, con apertura de
archivos, publicaciones, y un debate en relación a la responsabilidad ética. 5 décadas
después de la IIGM, se está extendiendo este interés “por los comportamientos
empresariales también en los países ocupados y en los neutrales, y se desarrolló una
abundante bibliografía”, revisando las interpretaciones más “tópicas y patrióticas de la
resistencia al fascismo”.
En España no ha habido debates similares. “Desde la historia social y política
hubo que vencer los tópicos derivados del “fracaso de la revolución burguesa” en el s.
XIX para adentrarse de manera más ajustada en la actitudes de propietarios, empresarios
y patronos.” Se encuentra con las preguntas históricas al respecto de porque fueron tan
escasos en España, siempre abogando por el proteccionismo y huyendo de la
competencia. Existen ya algunas biografías e historias de empresas (aunque “parecen no
estar integradas en el relato histórico general de nuestros ss. XIX y XX”), aunque la
cantidad de archivos privados (correspondencia, notas, autobiografías, etc.) es
excepcional, en comparación a otros casos.
En este sentido se sitúa el título del texto, y de este capítulo, para el caso del
hombre de negocios español más famoso (“Entre la leyenda y la historiografía”), Juan
March Ordinas (1880-1962), del que existe un mínimo conocimiento histórico
“riguroso”. De este se explica que, originario de un pueblo de Mallorca, llegó a ser uno
de los hombres más ricos del mundo, con unos recursos financieros increíbles, que
además participó en la política española, diputado desde 1923, enemigo de Maura
(también mallorquín) y Cambó. Durante la II República fue procesado y encarcelado,
“fuente inagotable de escándalos”, convertido durante la guerra civil en “el banquero de
la rebelión” por la prensa republicana. En el texto se habla de la asociación de este
nombre a cifras millonarias obtenidas con malas artes y utilizadas sin escrúpulos. El
New Yorker lo definió como privateer, cuya traducción significa corsario, aunque lo de
pirata también valdría. Reseñando este artículo, aquí se dice que fue un “ejemplo de
capitalismo depredador a la americana”, un genio financiero, paciente y con nervio,
“cruda maestría en el soborno” y gran adaptabilidad política, “denunciando el discurso
patriótico de los notables”, buscando el apoyo y los votos de las clases populares y
obreras sin renunciar a las prácticas clientelares. “Sufrió” el desprecio de quienes le
consideraban un nuevo rico, por una parte; por la otra, el “estigma” de la dedicación al
contrabando, el soborno de jueces, corrupción, etc. Cuando comenzaron los problemas
con el régimen republicano, desaparecería de la vida pública, borrando sus huellas y
haciendo desaparecer la información de sus actuaciones como empresario y financiero.
“Ni papeles privados, ni escritos personales, ni archivo.” Reseñando una biografía del
personaje realizada por Manuel Benavides, El último pirata del Mediterráneo, se
destaca una diferencia fundamental con los “capitanes” norteamericanos. “Lo de March
era habilidad para los negocios. Nunca había tratado de organizar industrias...[…] un
traficante sin probidad que especula sobre un Estado débil...” Se enumeran aquí las
biografías que han seguido a la de Benavides, así como destacando las innumerables
referencias al personaje sobre todo en el periodo de la guerra civil. Lo que destaca en
estos intentos historiográficos es el misterio, silencio, lo que, en última instancia es
carencia de fuentes. En el texto se destaca como seguro que “multiplicó su fortuna
durante las dos guerras mundiales, comerciando con unos y otros” y que con su dinero
no hubiera sido posible la sublevación. Sus lazos más estrechos estarían con los
británicos. No es posible cuantificar la ayuda hecha a los sublevados. Después, durante
los años 40, sus relaciones con el franquismo no fueron fáciles. Apreció el valor de la
prensa, y fundó o financió varios periódicos. En este apartado (“Josep Pla y Juan
March”) trata de hacer un retrato de la forma de vida, hábitos cotidianos, a través de
otros autores, como el mencionado, o Ernesto Giménez Caballero, donde se establece su
interés en el negocio de la prensa, a través de una de noticias, caracterizable de
sensacionalista, clave de su negocio.
En el último capítulo, trata de fijar algunas pautas de su vida empresarial. En el
tema inmobiliario, su negocio “era comprar y vender, mover propiedades”. “...se
aventuró en todos [los negocios] que despuntaban: el comercio internacional, las
compañías navieras, la banca, la industria eléctrica y química, y el petróleo. No le
gustaban los negocios sometidos a la tutela del estado, excepto con la Arrendataria del
Tabaco. Su última acción, antes de morir, fue la fundación Juan March, “decisiva en la
promoción cultural, educativa y científica de la España de entonces. A los robber
barons norteamericanos no les salvó de las críticas su generosidad filantrópica, pero sus
nombres permanecen hoy tanto o más ligados a sus fundaciones científicas que a su
actividad empresarial o a las críticas que recibieron. Que Juan March decidiera hacer en
vida ese legado nos dice cómo quería pasar a la historia”.
“El poder de los empresarios” (Mercedes Cabrera y Fernando del Rey),
Epílogo.
Este es el epílogo sobre una obra, catalogada como “ensayo sobre las relaciones
entre los intereses económicos y el poder político, en su dimensión histórica.” Parten de
la premisa teórica de que no hay dependencias deterministas, “sino una instrumentación
recíproca”. Así, en este fragmento se reconstruirá la trayectoria del “capitalismo
español”, del poder económico, desde la Restauración.
Al menos hasta la primera guerra mundial, hablamos de un capitalismo
“periférico con agricultura atrasada y de bajo poder productivo, y una debil y
concentrada industrialización”, tejido empresarial no despreciable repartido por otras
muchas regiones (a parte de Vizcaya y Cataluña), con un predominio abrumador de los
pequeños empresarios, y presencia de capital extranjero en negocios estratégicos, como
la banca, la minería y las compañías ferroviarias. El marco de estado liberal desde
temprano comienzo tuvo que lidiar con el peso de la tradición católica, el lastro del
analfabetismo, y una cultura temeraria y contraria al riesgo y a la competencia. Se niega
la posibilidad durante la Restauración de un bloque oligárquico de poder. “Un universo
atomizado de signo profundamente localista y con aspiraciones también localistas”. Los
partidos canalizaban estos intereses, pero eran maquinarias políticas, con sus propios
intereses políticos, y estrategias que llegaban a tener un alcance nacional. Se
comenzarían a establecer los grupos de presión (defensa corporativa), los lobbies
parlamentarios, que rompían la disciplina del voto político. El ejemplo más importante
de la confrontación de intereses económicos al nivel político sería el debate y polémica
entre proteccionismo y librecambio.
Durante la IGM, con la neutralidad española, y la positiva coyuntura de los años
veinte, posibilitaron un crecimiento sin precedentes de los índices de producción
industrial, y otros: crecimiento demográfico, éxodo rural, expansión actividades
industriales, descenso del analfabetismo, nueva conflictividad social. Aquí aparece el
discurso de la nacionalización de la economía española, con la nacionalización de las
empresas estratégicas, proteccionismo y mayor intervención del estado. A pesar de estar
en muchos puntos de acuerdo con este discurso, los empresarios “no lo inventaron”.
Criticaron la ineficacia de los gobiernos constitucionales de la Monarquia. Proliferó la
“tentación corporativista”. Así y todo, muchos “abominaron” de un intervencionismo y
reglamentismo excesivo de la dictadura, proliferación de comités y comisiones. Aquí se
explica la dictadura no como un asunto de los intereses económicos, sinó un asunto
militar (africano) y la tensión entre el poder civil y el militar. Con la dictadura,
asistiríamos a la implantación de la organización corporativa en la industria, aunque se
reconocieron los sindicatos (pero desaparecieron los anarquistas), con la buena
disposición de los socialistas. De la libertad que los empresarios habían delegado en el
estado durante la dictadura, en el momento de la llegada de la II República, “no es
extraño que la situación económica se deteriorase y la conflictividad social se
desbordase de nuevo, los empresarios y sus organizaciones abrieran un debate sobre las
ventajas y los inconvenientes de las “economías dirigidas”, (fascista, soviética, New
Deal americano)”. El apoyo al liberalismo sería minoritario. En los años treinta, los
capitalistas “pensaron que el capitalismo tocaba a su fin”. Nunca constituyeron los
empresarios un frente común, ya que la estructura económica y el predominio de la
pequeña propiedad o empresa lo dificultaban. Cuando estalló la guerra unos tomaron
partido por los sublevados y otros por la República pero el estallido de la revolución
social, la ocupación de fábricas y la colectivización de tierras hizo posicionarse a estos
últimos con el bando rebelde.
Se puede decir que estos apoyaron generalmente al bando vencedor, y ganaron la
guerra, pero quien construyó el nuevo régimen fueron los que ganaron, armas en mano,
militares, falangistas. La política económica y la intervención del estado no fueron
continuistas, aunque tuviera elementos de continuidad. Política de autarquía, sindicato
vertical, elaboración de reglamentaciones de trabajo por parte del ministerio, creación
del INI (Instituto Nacional de Industria), desconfianza en la iniciativa privada en
relación con las necesidades del estado. Los empresarios aprovecharían tanto los
beneficios del intervencionismo y la regulación, como del paralelo mercado negro. El
carácter represor y dictatorial del estado, por un lado, y la arbitrariedad en el ejercicio
del poder, por otro, marcaron el espacio en el que se acomodaron las relaciones entre los
intereses económicos y la política. En cualquier caso, las decisiones de política
económica, tanto las de la autarquía, como las de la liberalización a finales de los
cincuenta, llegaron desde fuera. Las instituciones que representaban al empresariado, ni
eran autónomas ni representativas. Los grupos de presión desaparecieron o entraron en
letargo. La subordinación al estado era un hecho, aunque vivieran bien (los
empresarios); Linz habla de “impotencia privilegiada”.
En el último cuarto de siglo, los empresarios se vieron empujados a
transformaciones sustanciales, dados los cambios radicales en la economía, la sociedad
y la política. La crisis de los años 70 puso en evidencia los problemas de inflación
galopante y creciente déficit, provocados también por la excesiva rigidez corporativa y
los desequilibrios económicos. Se necesitaban reformas profundas de liberalización, una
política monetaria, y la puesta en marcha de una administración pública eficiente, y un
estado del bienestar como el de los países de Europa occidental. Con la victoria
democrática de Suarez en 1977, tendría la legitimidad y el poder necesario para el
necesario ajuste económico y el acuerdo político, fijado en los pactos de la Moncloa y la
aprobación de la Constitución. La relación entre la clase empresarial y los gobiernos de
UCD no fueron buenas. El abandono de un mundo de regulaciones y la necesidad de
lanzarse a la competencia despertaron inquietudes en sectores empresariales. Se creo
por primera vez una gran “patronal de patronales”, la CEOE, presidida por Carlos Ferrer
Salat, que hablaba del desamparo de los empresarios en España.
Con la llegada de los socialistas, estos afrontaron la reconversión industrial, con
economistas y profesionales liberales, los funcionarios más cualificados, una estrategia
de ajuste duro y reformas estructurales. Felipe Gonzalez, y Miguel Boyer, ministro de
Economía, asumieron esa tarea. El sector bancario comenzaba a salir de una gran crisis.
Los socialistas abandonaron el programa de nacionalización bancaria, pero al poco
expropiaron Rumasa. Después vinieron las fusiones, la intervención de Banesto y el
proceso contra Mario Conde. El sector financiero salió fortalecido, adaptándose a las
nuevas normas de liberalización y competencia, y creció al calor del desarrollo de un
nuevo mercado en expansión. El Banco de España afirmaría su independencia para
dirigir la política monetaria, con mecanismos de supervisión y prevención de riesgos,
“con el objetivo de evitar una crisis como la que había ocurrido”.
El crecimiento del estado y de sus recursos, la incorporación a Europa, la
progresiva liberalización, la incorporación a Europa (y el aprovechamiento de unos
abundantes fondos de cohesión), permitieron un desarrollo económico sostenido y un
importante gasto en infraestructuras, educación, y políticas sociales. España rompía
definitivamente con su atraso, pero no todo fue bien. La política económica económica
mantuvo la impopularidad, quizás por las altas tasas de desempleo. Las buenas
relaciones de los socialistas con las fuerzas económicas empresariales les llevarían a una
grave ruptura con los sindicatos, y una huelga general en 1988.
A comienzos de la última década se produjo una recesión. La unificación
alemana, las dificultades de la Guerra del Golfo, el mercado único europeo y la firma
del tratado de Maastricht crearon una situación de presión, complicada por la situación
política. Se dio un desbordamiento del gasto público, que no impidió el repunte del
paro. Los escandalos terminaron con la imagen del gobierno socialista. Todavía
ganarían, para gobernar en minoría, en 1993.
En 1996 el PP ganó las elecciones y en el 2000 alcanzó la mayoría absoluta. Con
una imagen renovada, coincidieron con un ciclo de crecimiento en la economía mundial.
Una apuesta al estilo neoliberal de Thacher y Reagan, dio con un proceso de
privatización de las empresas públicas que habían comenzado los socialistas. Ahora el
propósito tenía un contenido ideológico (el estado es el problema, no la solución). Esto
trataba de cumplir con dos objetivos: la reducción del déficit estatal, y permitir al PP
colocar en las grandes empresas, ahora privadas, a hombres de su confianza,
energéticas, telecomunicaciones, y también en los grandes bancos. Así se cerraba un
periodo iniciado en 1941 con la fundación del INI.
En 2004, los socialistas volvieron al poder. Abogaron por la modernización del
país, la ampliación de los derechos sociales, la dignificación de las instituciones
políticas y la transparencia. Criticaron las bases desequilibradas de crecimiento
económico, el descenso de la productividad, la carestía de la vivienda y la dualidad del
mercado laboral. Apostaron por la necesidad de un nuevo modelo de crecimiento
económico, más productivo e innovador, socialmente cohesionador y sostenible.
También cumplieron con la ampliación de libertades y derechos sociales, y una apuesta
económica por las reformas graduales (equilibrio presupuestario, infraestructuras e
I+D+i, investigación, desarrollo... El paro alcanzó las cotas más bajas y la inmigración
llegó en grandes oleadas. La economía española se había incorporado plenamente al
proceso de globalización.
A partir de 2007 llegaron las primeras noticias que anticipaban la crisis
financiera, a través de las hipotecas subprime, y los activos tóxicos. En el momento en
que se desarrolló este proceso se comenzó a hablar de la necesidad de “refundar el
capitalismo”, volviendo la mirada a las teorías keynesianas. Pero luego, con las crisis de
las cuentas públicas en Grecia y Europa, las autoridades giraron hacia la ortodoxia y la
consolidación fiscal, sin asumir los compromisos políticos necesarios. La solución de la
crisis griega, solo a medias, ha dejado la exigencia de ajustes duros, y ponen en duda la
“salud económica” de los países del sur de Europa, incapaces de acceder al crédito,
dados los intereses. El impacto en España tuvo cierto retraso, pero fue duro por dos
razones. Al ser una economía integrada en el mercado mundial, estaba mucho más
expuesta que en otras crisis, y además, al formar parte de la unidad monetaria, depende
de las decisiones europeas, y así, sufría las debilidades, imposiciones y contradicciones
de la política europea. España dejaba de ser la 5ª potencia económica para formar los
PIGS. Los desequilibrios internos afloraron al pincharse la burbuja inmobiliaria. En un
primer momento, pareció que el sector financiero estuviera a salvo, pero el alto nivel de
endeudamiento privado (empresas – familias) propiciado por una política ilimitada de
expansión del crédito, y la dependencia de la financiación exterior, desembocaron en la
sequia de liquidez, agravando la recesión y sembrando la desconfianza en la salud del
sistema.
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