Estado actual y rumbo de tres Sistemas Regionales de Proteccción

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Sociedad Civil y Derechos Humanos
Estado actual y rumbo de
tres Sistemas Regionales
de Proteccción de los
Derechos Humanos
Antonio A. Cançado-Trindade1
Es oportuno recordar que, hace una década, tuve el
privilegio de participar como expositor en el I Curso
del Instituto Interamericano de Derechos Humanos
(IIDH) de capacitación para abogados de víctimas de
violaciones de derechos humanos y ONG, precisamente
por invitación de Pedro Nikken y Roberto Cuéllar, hoy
aquí presentes, con quienes he tenido la satisfacción de
compartir experiencias inolvidables en el campo de la
protección y promoción internacionales de los derechos
humanos, a escalas tanto regional como universal
(Naciones Unidas), en ocasiones distintas. Es un gran
gusto poder estar con todos ustedes en este II Curso
Interamericano “Sociedad Civil y Derechos Humanos”,
para compartir algunas reflexiones sobre los tres
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Brasileño, Doctor en Derecho Internacional y Presidente de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos
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sistemas regionales de derechos humanos en operación
en el presente, sobre todo por los lazos de afecto que
me vinculan y siempre me vincularán al IIDH.
I should also like to add that it is with great satisfaction
that I share this panel with Andrew Drzemczewski, my
contemporary of University years in Cambridge and
Strasbourg in the seventies, who has more recently
played such an important role in late developments in
the Council of Europe, not only in relation to the
travaux préparatoires of Protocol XI to the European
Convention on Human Rights, but also with regard to
the monitoring work of the Council of Europe vis-àvis the countries of Eastern Europe.
La intervención se desarrollará según el siguiente
plano de exposición: en primer lugar, me referiré a los
últimos desarrollos en el sistema africano de derechos
humanos; en seguida, daré noticia de lo que ha tratado
la importante Conferencia de Roma –de la semana
pasada– conmemorativa del 50 aniversario de la
Convención Europea de Derechos Humanos, en la cual
participé en representación de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos. Lo haré particularmente en lo
tocante al gran dilema que enfrenta hoy el sistema
europeo de protección frente a los cambios sustanciales
introducidos por el Protocolo XI a la Convención
Europea.
Y, finalmente, procederé a un análisis comparativo
de los problemas procesales comunes tanto al sistema
europeo como al sistema interamericano de derechos
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humanos, con atención especial y énfasis en la cuestión
del acceso directo del individuo a la justicia a escala
internacional, al automatismo de la jurisdicción
contenciosa de los tribunales internacionales de
derechos humanos, y a la cuestión del cumplimiento o
ejecución de las sentencias de los tribunales internacionales (Cortes Interamericana y Europea) de
derechos humanos en el ámbito de derecho interno.
Quisiera analizar estos tres tópicos, por cuanto fueron
precisamente algunos de los puntos más debatidos no
solo en el Seminario del año pasado realizado por el
IIDH aquí en Costa Rica, sino también en la reciente
Conferencia de Roma de los Estados Partes en la
Convención Europea.
No abordaré aspectos históricos, porque ustedes
todos los conocen y ya se encuentran en los libros.
Quisiera detenerme en el estado actual y los rumbos de
los tres sistemas regionales de protección, en una visión
comparativa. Ustedes saben perfectamente, en lo que
concierne al sistema africano, que este presenta algunas
características muy especiales, propias de la visión
africana de la temática de los derechos humanos. Si
tuviera que resumir muy rápidamente los logros de la
Conferencia de Lagos, de la Conferencia de Addis Abeba
y otras, los resumiría en ocho puntos principales, que
corresponden a la propia concepción africana de la
protección internacional de los derechos humanos.
Estos puntos son los siguientes: en primer lugar, una
visión esencialmente holística de todos los derechos
humanos, inclusive el derecho al desarrollo; en segundo
lugar, un énfasis en los deberes del individuo
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–paralelamente a sus derechos– porque es muy propio
de la cultura africana, que mucho valora la vida
comunitaria, como se desprende de toda la vasta
literatura jurídica sobre la Carta Africana de Derechos
Humanos y de los Pueblos; en tercer lugar, la fraseología
que han escogido los redactores de la Carta Africana,
que presenta unas tecnicidades que no pueden pasar
inadvertidas. Por ejemplo, la Carta se refiere a peticiones
o comunicaciones interestatales y “otras” (interpuestas
por entidades no estatales, grupos de particulares e
inclusive individuos); es muy importante tener en mente
este tipo de lenguaje utilizado por los juristas africanos.
En cuarto lugar, el gran paso dado hace dos años,
con la aprobación del Protocolo de Burkina Faso, el
primer Protocolo a la Carta Africana, adoptado el 9 de
junio de 1998, que dispone el establecimiento de una
Corte Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos
(que todavía aguarda las ratificaciones necesarias para
entrar en vigor). En quinto lugar, el carácter –que
considero criticable– confidencial, del trámite de casos
por la Comisión Africana, el cual permanece confidencial hasta que la Asamblea de los Jefes de Estado y
Gobierno de la Organización de la Unidad Africana
(OUA) determine la publicación de las respectivas
decisiones de la Comisión Africana.
En sexto lugar, la ausencia de una cláusula de
derogación (similar al artículo 27 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, y al artículo 15
[original] de la Convención Europea), acompañada, sin
embargo, de mayores limitaciones en la propia
formulación de los derechos. Trátase de un quid pro
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quo: no hay cláusulas de derogación, pero los derechos
están formulados en términos más restrictivos. En
séptimo lugar, la Carta Africana consagra normas de
interpretación (artículo 60), en disposición que
encuentra paralelo en el artículo 29 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos.
Por último, la reciente adopción del Protocolo de
Burkina Faso, previendo la creación de la Corte
Africana, revela una tendencia hacia la jurisdiccionalización del sistema africano de derechos humanos,
aproximándolo al modelo de la Corte Interamericana,
quizás un poco más que al de la Corte Europea. El
referido Protocolo a la Carta Africana contiene, v.g., una
disposición convencional sobre la función consultiva,
al igual que la Corte Interamericana y distintamente de
lo que ha pasado en la práctica en Estrasburgo. Pero lo
que me parece importante subrayar aquí es, sobre todo,
el artículo 5 del Protocolo africano, sobre el acceso a su
futura Corte regional. En efecto, el acceso a la Corte
Africana (tan pronto sea establecida) está abierto, en
primer lugar, a la Comisión Africana, pero también a
los individuos.
Lo que significa, de pronto, que no se plantea la
cuestión de “fusionar” los dos órganos; el sistema
africano de protección se jurisdiccionaliza, pero la
Comisión Africana sigue existiendo. Según el Protocolo
de 1998, pueden acudir a la Corte, además de la
Comisión, los Estados Partes en la Carta Africana,
cualquier organización intergubernamental africana (lo
que no deja de ser interesante), las ONG y los
particulares. Hay una disposición que prevé el acceso
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directo también de los individuos y de las ONG a la
futura Corte Africana de Derechos Humanos.
Paso ahora, en términos comparativos, a los
desarrollos más recientes en el sistema europeo de
protección, en relación con el sistema interamericano
de derechos humanos. Si tuviera que destacar los puntos
principales que se plantearon en la reciente Conferencia
de Roma, realizada hace una semana, los resumiría de
la siguiente manera: en primer lugar, se produjo un
enfrentamiento entre dos tesis contrapuestas en razón
de la verdadera “inundación” de casos (18 mil casos
registrados y pendientes) con que se enfrenta hoy la
Corte Europea (cuyos datos estadísticos ya han sido
mencionados por Andrew Drzemczewski), después de
la entrada en vigor del Protocolo XI a la Convención
Europea, el 1º de noviembre de 1998. La propia Corte
Europea parece dividida en este momento en dos
corrientes de pensamiento (y digo esto con conocimiento
de causa, pues antes de participar en la Conferencia de
Roma, pasé una semana en reuniones con el Presidente
y los jueces de la Corte Europea, en su sede en
Estrasburgo).
Están, por un lado, los que conciben la Corte Europea
tal y como fue concebida originalmente –antes de los
Protocolos IX y XI a la Convención Europea–,
efectivamente como un órgano de protección de los
derechos individuales consagrados en la Convención
Europea y en sus doce Protocolos (el último fue
adoptado en la Conferencia de Roma hace una semana).
Es decir, el énfasis tendría que seguir siendo en
salvaguardia de los derechos humanos a la luz de las
circunstancias de cada caso concreto.
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Por otro lado, hay una corriente de pensamiento que
yo podría quizás denominar “constitucionalista”, que
considera que la Corte Europea ya es, de hecho, una
corte constitucional regional de derechos humanos; de
ahí viene la sugerencia de seleccionar casos que puedan
ser de interés para la evolución del orden público
europeo, tomando en cuenta las necesidades de
protección, pero concentrándose más bien en los casos
que puedan presentar cuestiones importantes de
interpretación y para la aplicación de la Convención
Europea.
Actualmente hay, pues, estas dos tesis, con
repercusiones en el seno de la propia Corte Europea, lo
que refleja casi un dilema del tipo “Sofia’s choice”, que
produjo una reacción en la Conferencia de Roma,
inclusive de parte de las ONG. Las ONG, a mi modo de
ver con toda razón, se opusieron a la segunda tesis, con
base en el argumento de que, si se considera que la Corte
Europea, para obviar la cantidad de casos con que se
enfrenta en este momento, pudiera escoger qué casos
decidir, y pudiera aplicar con más rigidez las condiciones
de admisibilidad, esto podría generar una desvirtuación,
una distorsión de la propia razón de ser del sistema
regional de protección.
Así, mi propia conclusión es que la primera tesis, en
materia de protección, es la que debe prevalecer. Es
decir, el énfasis debe recaer en la protección de los
derechos humanos, y habrá que buscar una solución para
el problema de la gran cantidad de casos, que no sea en
detrimento de las presuntas víctimas. Por eso no
comparto la visión “constitucionalista”: la Corte
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Europea sigue siendo una Corte de derechos humanos,
de justicia, y no de pura jurisprudencia.
Entonces, ¿cuáles serían las alternativas? Según he
notado, basándome en las conversaciones múltiples que
he mantenido con mis colegas de la Corte Europea, en
primer lugar, un énfasis en el rol de los recursos de
derecho interno; es decir, en la obligación de los Estados
de proveer recursos eficaces de derecho interno (y no
en el simple agotamiento mecánico y formal de tales
recursos como condición de admisibilidad de peticiones), en beneficio de los seres humanos protegidos. O
sea, en un determinado momento, habrá que señalar si
un país tiene una justicia que no atiende los estándares
de protección de la Convención Europea, para que ajuste
sus estructuras internas de administración de justicia y
cumpla con el deber de proveer recursos internos
eficaces. Yo he sostenido esa tesis en mis escritos desde
hace muchos años 2 . En el dominio de la protección
internacional de los derechos humanos, el énfasis debe
recaer, más que en el elemento del agotamiento, en la
obligación positiva del Estado de proveer recursos
internos eficaces.
Actualmente hay una gran preocupación en la Corte
Europea, por ejemplo, con dos mil trescientos casos
relativos a Italia, específicamente sobre retardo no
razonable del proceso civil. Ya España resolvió esto con
2
Cf. A. A. Cançado-Trindade, The Application of the Rule of Exhaustion
of Local Remedies in International Law, Cambridge, Cambridge
University Press (Serie “Cambridge Studies in International and
Comparative Law”), 1983, pp. 1-445; A.A. Cançado-Trindade, O
Esgotamento de Recursos Internos no Direito Internacional, 1a. ed.,
Brasília, Ed. Universidade de Brasília, 1984, pp. 1-285 (agotada); 2a.
edição atualizada, Brasília, Editora Universidade de Brasília, 1997,
pp. 1-327.
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una reforma legislativa, preventivamente. Si Italia
también viene a resolver este problema mediante una
reforma legislativa, serán dos mil trescientos casos o
menos, de los pendientes ante la Corte Europea. De ese
modo, el énfasis en la mejora de las instituciones
nacionales de protección es adecuado.
Pero si ahora nuestros colegas europeos están
preocupados con los casos italianos, imagínense ustedes
lo que va pasar cuando empiecen a llegar a la Corte
Europea, sistemáticamente, v.g., ¡los casos relativos a
la Federación Rusa! Cuando la Convención Europea
sea más conocida en Europa del Este, en Rusia y otros
países de la región, cuando empiecen a presentarse los
casos relativos a estos países, ahí sí, los Jueces de la
Corte Europea van realmente enfrentarse con un
aumento aún más considerable de los casos presentados
ante su Tribunal.
Otro punto sería considerar, además de las medidas
de orden propiamente organizacional, qué otras
alternativas podrían ser contempladas para seguir
adelante con un mecanismo que asegure el acceso
directo del individuo a la justicia a escala internacional,
que yo sostengo firmemente. Hay, a mi entender, que
seguir avanzando en el sentido del acceso directo de los
individuos a los tribunales internacionales de derechos
humanos; en ese sentido se orienta toda la literatura
especializada, desde los años veinte, sobre la justicia
internacional3 .
3
Cf., al respecto, A.A. Cançado-Trindade, “The Procedural Capacity
of the Individual as Subject of International Human Rights Law: Recent
Developments”, en Karel Vasak Amicorum Liber - Les droits de
l’homme à l’aube du XXIe siècle, Bruxelles, Bruylant, 1999, pp. 521544.
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Una posibilidad sería, por ejemplo, cambiar las reglas
de admisibilidad, no en el sentido de tornarlas más
rígidas. Por ejemplo, en lugar de exigir que no se admite,
v.g., una petición que sea manifiestamente infundada,
proceder totalmente al revés: declarar la petición
admisible porque está manifiestamente bien fundada, y
ahí hacer que la carga de la prueba incida sobre el Estado
demandado. En seguida, notificar de inmediato a los
Estados demandados de las peticiones declaradas
manifiestamente bien fundadas.
Lo que aquí propongo revertiría el énfasis, en el
sentido de fomentar perfeccionamientos, en ámbito del
derecho interno, en prácticas administrativas, medidas
legislativas, adaptación de la legislación nacional a los
requisitos de la Convención internacional; esto
fomentaría, además, una mayor atención a la dimensión
preventiva de la protección internacional de los derechos
humanos. Lo otro sería establecer una nueva estructura
de la Corte Europea, con una primera instancia que
cuidara solamente de las cuestiones de admisibilidad y
con la posibilidad de recurso a las salas de la Corte
Europea.
Es este, en síntesis, el estado en que se encuentra el
actual debate en el ámbito del sistema europeo de
protección. La posición de las ONG ha sido muy clara
en favor de asegurar el mayor grado de protección a los
derechos de las presuntas víctimas, y de flexibilizar, en
lugar de endurecer, las condiciones de admisibilidad de
las peticiones, con énfasis en las vías de reparación en
el marco del derecho interno.
Paso ahora a nuestro sistema regional de protección.
Ustedes ya conocen los datos estadísticos relativos a la
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labor tanto de la Comisión como de la Corte Interamericanas de Derechos Humanos. La Corte Interamericana
ha conocido 37 casos contenciosos a la fecha, contando
con 69 sentencias dictadas hasta el presente (en cuanto
al fondo, reparaciones e interpretación de sentencias,
competencia y excepciones preliminares), y casi 30
medidas provisionales de protección.
He tenido ocasión, en eventos realizados por el IIDH
y otras entidades, y en el gran seminario realizado por
la Corte Interamericana aquí en San José en noviembre
de 1999, en conmemoración de los 20 años de la Corte
y 30 años de la Convención Americana, de presentar
mis reflexiones sobre los cambios que se podrían
introducir en el mecanismo de protección de la
Convención Americana, con miras a fortalecerlo, y
teniendo siempre presente la función y el propósito
último del sistema regional de derechos humanos, que
es la protección de estos.
Así, disiento del inmovilismo abogado por tantas
personas que actúan en el sistema: hay toda una
jurisprudencia internacional que señala que los tratados
de derechos humanos son instrumentos vivos, que tienen
que acompañar la evolución de los tiempos, inclusive
para atender a las crecientes necesidades de protección.
Si todos pensamos igual, y no admitimos siquiera la
libre discusión sobre los rumbos del sistema regional
de protección, lo que ocurre es que nadie está pensando.
Los cambios tienen que ser producto de consensos:
si no hay consenso, no hay cambio. Pero los que se
oponen a los cambios tienen el deber de justificar por
qué quieren mantener el statu quo. De mi parte, no tengo
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ningún recelo en considerar proyectos de reforma, para
ser ampliamente discutidos para ver si obtienen
consenso, siempre que tomen en cuenta el interés
superior del perfeccionamiento del mecanismo
convencional de protección, teniendo presentes los
derechos de las presuntas víctimas, cuya protección
conforma el rationale último de la Convención
Americana en particular, y de todos los tratados de
derechos humanos que contienen los sistemas de
petición individual.
Tal como he señalado en mis escritos4 y mis informes
recientes a la OEA, pienso que se podría distinguir una
serie de puntos de orden procesal que podrían ser
considerados por todos los actores del sistema. Es decir,
la Corte, la Comisión, los Estados Partes, las ONG y
todos los demás que tengan interés en el funcionamiento
eficaz del sistema interamericano de protección, podrían
centrar su atención en los siguientes puntos: En primer
lugar, la plena participación de los peticionarios en todas
las etapas del procedimiento ante la Corte. En segundo
lugar, en el futuro, el acceso directo de los individuos a
la Corte, para que puedan también elevar un caso a la
consideración de la Corte, una vez que haya sido
decidido previamente por la Comisión. No estamos aquí
contemplando una solución similar a la del Protocolo
4
Cf., recientemente, A.A. Cançado-Trindade, “Las cláusulas pétreas
de la Protección Internacional del Ser Humano: El Acceso Directo de
los Individuos a la Justicia a Nivel Internacional y la Intangibilidad de
la Jurisdicción Obligatoria de los Tribunales Internacionales de
Derechos Humanos”, en El Sistema Interamericano de Protección de
los Derechos Humanos en el Umbral del Siglo XXI - Memoria del
Seminario (Nov. 1999), San José de Costa Rica, Corte Interamericana
de Derechos Humanos, 2001, pp. 3-68.
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XI a la Convención Europea, por cuanto en nuestro
continente no se han satisfecho todavía las precondiciones para esto.
¿Cuáles son las precondiciones para que se pueda
avanzar en la jurisdiccionalización de nuestro sistema
de protección? En primer lugar, que todos los Estados
de la región sean Partes en la Convención Americana,
inclusive los países hermanos del Norte. En segundo
lugar, que todos los Estados Partes acepten la
competencia contenciosa de la Corte Interamericana,
para que las obligaciones sean idénticas para todos
(jurídicamente iguales) y sin restricciones. En tercer
lugar, que los Estados de la región incorporen la
normativa de protección de la Convención Americana
en su derecho interno, lo que todavía no han hecho. Solo
cuando estas condiciones estén satisfechas, podríamos
pensar en un órgano jurisdiccional único del sistema
interamericano de protección, pero eso quizás en la
próxima encarnación...
En el momento presente, el primer gran tema es el
acceso a la justicia, a escalas tanto nacional como
internacional. Por medio de reformas reglamentarias se
puede y se debe asegurar la plena participación de las
presuntas víctimas en todas las etapas del procedimiento,
no solo ante la Comisión, sino también ante la Corte.
Desde el año 1995, en todas las reuniones conjuntas de
la Corte y de la Comisión Interamericanas, yo he
enfatizado este punto; es decir, las razones en favor de
asegurar el pleno locus standi de los individuos, y nunca
escuché ninguna objeción a mis puntos de vista en este
particular, y quisiera dejar constancia de esto aquí.
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Las razones en favor del locus standi de los
individuos en el procedimiento, tanto ante la Comisión
como ante la Corte, son de orden tanto conceptual como
práctico. Por una cuestión de principio, al reconocimiento de derechos debe corresponder el reconocimiento de la capacidad procesal de vindicarlos. Esto
contribuye a instruir mejor el proceso, como manifestación del derecho de libre expresión. Si exigimos
de los Estados el respeto a este derecho, tenemos
también que dar muestra de sostenerlo en el proceso
internacional. Es de la propia naturaleza del contencioso
internacional de los derechos humanos, la contraposición de los individuos demandantes a los Estados
demandados.
La plena participación de las presuntas víctimas en
todas las etapas del proceso contribuye a la equidad y a
la transparencia de este. Además, al derecho de acceso
a la justicia a escala internacional debe corresponder la
garantía de la igualdad procesal de las partes. Las
presuntas víctimas o sus familiares se encuentran al
inicio del proceso, al sostener que han sufrido una lesión
a sus derechos; están, de igual modo, al final del proceso,
como beneficiarios de las eventuales reparaciones, y no
hay razón alguna para que no estén también presentes
durante el proceso. Por último, el modelo más
perfeccionado de protección de los derechos humanos
es, a mi entender, el modelo jurisdiccional, el cual
corresponde a la clara tendencia del mundo actual, en
el que gana cuerpo el viejo ideal de la justicia
internacional.
Así, la tendencia que resumí hace algunos minutos
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en cuanto a los esfuerzos de nuestros colegas africanos
para crear una Corte Africana de Derechos Humanos y
de los Pueblos, también se aplica a la creación de los
Tribunales Penales Internacionales ad hoc para la
antigua Yugoslavia (en 1993) y para Ruanda (en 1994),
así como a la adopción del Estatuto de Roma sobre el
Tribunal Penal Internacional permanente (en 1998).
Existe hoy día una tendencia inequívoca hacia la
jurisdiccionalización, para combatir la impunidad y
asegurar la vigencia de los derechos de la persona.
Me permito repetir: todas las instituciones, y todos
los instrumentos jurídicos, son producto de su tiempo,
y la evolución del Derecho tiene por fuente material
última la conciencia humana. Las normas jurídicas
encierran valores, sin los cuales no tendrían eficacia.
La cuestión trascendental de la validez de las normas
jurídicas quizás sea metajurídica, y ciertamente
trasciende las soluciones del derecho positivo. No temo
la evolución del Derecho ni los cambios, en cuanto sean
para fortalecer los mecanismos de protección. Una vez
más –me permito insistir–, los que se oponen a la
evolución de nuestro sistema regional de protección
tienen que justificar por qué razón sostienen el statu
quo.
Por último, creo que los cambios por introducirse no
pueden limitarse solo a cambios reglamentarios, porque
los reglamentos son interna corporis, que mañana
pueden ser alterados, de forma retrógrada. Tienen que
ser cambios positivos que verdaderamente comprometan
los Estados Partes, por medio preferiblemente de un
Protocolo de enmiendas a la Convención Americana,
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para fortalecer su mecanismo de protección 5 . En
realidad, ya tenemos dos Protocolos a la Convención
Americana. Los europeos ya han adoptado doce
Protocolos a la Convención Europea. Los africanos ya
han adoptado uno a la Carta Africana. ¿Cuál es el
problema de discutir esto de forma libre, en busca de
un consenso? ¿Cuál es la dificultad de discutirlo? Para
mí, la autoridad del argumento prima sobre el argumento
de la autoridad.
Todos tenemos que ser oídos, no solo los que actúan
en Washington, sino también quienes vivimos en otras
latitudes y al sur del ecuador, en contacto directo y diario
con la preocupante realidad de la cotidianidad de los
derechos humanos en nuestros países. El sistema
interamericano de protección de los derechos humanos
es de todos los actores, no admite monopolios ni
oligopolios; todos deben dar su cuota de participación
al proceso de su evolución y perfeccionamiento.
Hay disposiciones procesales de la Convención
Americana (como los artículos 50 y 51, por ejemplo)
que necesitan enmendarse. Si ustedes han leído los
trabajos preparatorios de la Convención Americana, han
de convenir que no priman por una riqueza conceptual.
Ha llegado el tiempo de poner fin a la cláusula
facultativa del artículo 62 de la Convención Americana,
para tornar la jurisdicción de la Corte obligatoria ipso
jure para todos los Estados Partes. Se impone el
5
Cf. A.A. Cançado-Trindade (Relator), Informe: Bases para un Proyecto
de Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
para fortalecer su mecanismo de protección, San José de Costa Rica,
Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2001, pp. 1-669.
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automatismo de la jurisdicción obligatoria de la Corte,
para que las obligaciones convencionales sean las
mismas para todos.
Ya no hay más lugar para invocaciones anacrónicas
de reciprocidad, para restricciones no expresamente
autorizadas, y tampoco para pretensiones fantasiosas de
“retiros” unilaterales con efectos supuestamente
“inmediatos”. Eso simplemente no existe en el Derecho,
es pura ficción o fantasía. La cláusula facultativa del
artículo 62 tiene que ser reformada, para tornar la
jurisdicción de la Corte automáticamente obligatoria, y
esto solamente se logrará mediante un Protocolo de
enmiendas. Los que no lo acepten, que asuman su
postura de literalmente reaccionarios.
Se impone, además, un mecanismo de supervisión
de ejecución de sentencias de la Corte. Esta sigue siendo
una laguna en nuestro sistema regional de protección.
En el estado actual del desarrollo del sistema interamericano de protección, habría la posibilidad de que el
Consejo Permanente de la OEA –o un Grupo de Trabajo
de este– ejerciera esta función. Nosotros no podemos
seguir consumiendo dos o tres días de cada período de
sesiones de la Corte Interamericana examinando si un
Estado cumplió o no con una sentencia nuestra. En rigor,
no es esta una función del órgano judicial del sistema.
Las últimas presentaciones de Informes de la Corte que
hice en la OEA me dejaron la impresión de que ya existe
una toma de conciencia en relación con la necesidad de
un mecanismo permanente de supervisión de ejecución
de las sentencias de la Corte.
Los europeos han resuelto este problema con la
actuación, en este particular, delegada al Comité de
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Ministros, en el ámbito del Consejo de Europa; este
mecanismo permite llamar la atención para la garantía
colectiva, que es subyacente a todos los tratados de
derechos humanos. En nuestro continente empieza a
formarse una conciencia de la noción de garantía
colectiva. Recuerdo, por ejemplo, la más reciente
Asamblea General de la OEA, en junio pasado, realizada
en Windsor, Canadá: fue la primera Asamblea General
de la OEA que adoptó una resolución clarísima sobre la
obligación de los Estados Partes en la Convención
Americana de dar el debido cumplimiento de las
sentencias de la Corte: ¡la primera vez en la historia de
la OEA! Esto ya es, al menos, un inicio de la formación
de una conciencia sobre esta materia.
Quisiera concluir en un tono positivo. Un gran logro
de nuestro sistema regional de derechos humanos reside
en la aplicación, por la Corte Interamericana, de las
medidas provisionales de protección. Me siento muy
contento en cuanto a que hemos logrado ampliar
conceptualmente el propio contenido jurídico de las
medidas provisionales de protección, ya no más
limitadas al derecho a la vida o a la integridad de la
persona, sino que abarcan también otros derechos (como
la libertad de circulación, tan importante en nuestros
días, en el mundo supuestamente “globalizado” –el
nuevo eufemismo de moda– en que vivimos).
Dichas medidas han sido recientemente aplicadas en
relación con la libertad de circulación de las personas
“globalizadas” (y no de los capitales, como propugnan
los “globalizantes”), conformando un embrión de un
verdadero hábeas corpus internacional. Es desafor190
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tunado –y estoy seguro que Andrew Drzemczewski
estará de acuerdo conmigo– que los europeos perdieron
la oportunidad única, en los travaux préparatoires del
Protocolo XI a la Convención Europea, de erigir a escala
convencional las medidas provisionales de protección
–Suiza llegó a presentar un proyecto en ese sentido, que
no prosperó– y no hayan aprovechado un poco de
nuestra experiencia interamericana, que ha sido tan
positiva en este particular.
También positivo ha sido el ejercicio de la función
consultiva por la Corte Interamericana. Algunas de las
opiniones consultivas de la Corte (como la OC-1, la
OC-5, la OC-8, la OC-9 y, más recientemente, la OC15 y la OC-16) han sido particularmente importantes.
La OC-15 ha tocado las bases de la función consultiva
de la Corte. Pero, de todas ellas, es la OC-16 la que
tiene una dimensión universal. Lo ilustra el hecho de
que, con posterioridad, la materia llegó ahora a la Corte
Internacional de Justicia. Cualquiera que sea el
pronunciamiento de esta última al respecto, la Corte
Interamericana ya es el primer tribunal internacional
en afirmar la existencia de un derecho individual a la
información sobre la asistencia consular en el marco de
las garantías del debido proceso legal6 .
La histórica Opinión Consultiva Nº 16 de la Corte
Interamericana revela el impacto del Derecho Internacional de los Derechos Humanos en la evolución del
6
Cf. Corte Interamericana de Derechos Humanos, El Derecho a la
Información sobre la Asistencia Consular en el Marco de las Garantías
del Debido Proceso Legal, Opinión Consultiva Nº 16 (OC-16/99), del
1.10.1999, Serie A, N.º 16, pp. 3-123, paras. 1-141.
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Memoria II Curso Interamericano
propio Derecho Internacional Público, específicamente
al haber sido la Corte Interamericana el primer tribunal
internacional en advertir que el incumplimiento del
artículo 36(1)(b) de la Convención de Viena sobre
Relaciones Consulares de 1963 se daba en perjuicio no
solo de un Estado Parte, sino también de los seres
humanos en cuestión. Esta Opinión Consultiva de la
Corte Interamericana podrá servir de inspiración a otros
tribunales internacionales.
Para concluir, cada sistema regional de protección
vive su propio momento histórico, y tenemos que
aprender los unos de los otros. Tenemos que aprender
con los africanos y con los europeos, y los africanos y
europeos también tienen que aprender con nosotros.
Cada uno da su contribución, a partir de la realidad en
que vive, pero todos actuamos, en los tres sistemas
regionales de protección, en el marco de la universalidad
de los derechos humanos.
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