Por LAUSE QUIROGA K arl Rahner, el gran teólogo alemán del siglo pasado dijo: “El cristiano del mañana será un místico o no será nada”. Hay en el mundo un cierto recelo cuando oímos hablar de mística. El concepto nos ha llegado de siglos anteriores: el místico es un cristiano de mucha piedad, que no nos dice nada, más bien nos mueve a crítica, no vemos en ellos el verdadero rostro de Dios, el que Cristo nos mostró. Lamentablemente ha llegado hasta nosotros una imagen distorsionada de la divinidad presentándola como un señor que está por encima de las nubes, inalcanzable, fuera de nuestro entorno, de nuestro contexto. “Imágenes que ocultan el verdadero rostro de Dios y de la religión” (GS 19 Vat. II). Imágenes en las que vemos personas, cabezas giradas hacia arriba, ojos virados al revés, mirada perdida en las alturas, al decir de mis abuelos: “ojos de carnero degollao”, posturas de seres etéreos (todavía encontramos muchos que viven en ese concepto). Hay una pregunta obligada, ¿serán así los hombres y mujeres de Dios? ¿Serán así los verdaderos seguidores de Jesús?. El místico es aquel que ha hecho una experiencia personal, única, de lo sagrado de la vida, producida por un encuentro íntimo, muy profundo con Jesús resucitado que lo marcará para siempre. Es una experiencia de búsqueda interior que le provocará un cambio en su vida, en la que todas las cosas les parecerán nuevas; o sea, entendiéndolas de forma diferente. Experiencia que se desarrollará en un proceso que durará toda la vida, y que será el fundamento de su fe. Decía San Clemente de Alejandría: “Hablamos de una experiencia, no de conocimientos teóricos”. Tenemos muchos ejemplos: Guillermo Rovirosa, Julio-septiembre 2010 Carlos de Foucauld, monseñor Arnulfo Romero, Edith Stein, Teresa de Calcuta… “¿Qué tienen de atractivos estos hombres y mujeres de nuestros tiempos para una sociedad descreída como la nuestra y un cristianismo nostálgico?” Ellos son auténticos testigos de la fe, se tomaron en serio a Dios después de su encuentro con Jesús. Ellos son para la vida diaria un suplemento de entusiasmo cristiano, que buena falta nos hace y son también un estímulo para realizar nuestra entrega de fe. Luego un místico es el que está íntimamente ligado con Cristo. Él dijo: “Yo soy la vid (el tronco) vosotros los sarmientos (las ramas) (Jn 15, 5); permanezcan en mí, que yo permaneceré en ustedes (Jn 15, 4); que todos sean como el Padre, estás en mí y yo en ti. Que sean uno como nosotros (Jn 17,21);…lo mismo nosotros, por ser muchos formamos un solo cuerpo en Cristo, y dependemos unos de otros (Rm 12, 5); ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular es un miembro de Él (1 Cor 12, 27). Por su parte el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 2014: “El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más intima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él… La mística cristiana “es la vivencia de la doctrina del Cuerpo Místico de Jesús”. Reflexionemos, la manera como estamos vinculados cada uno de nosotros en el Cuerpo Místico de Jesús. Analicemos la proyección de nuestra fe, después que dijimos “sí”. ¿Cómo son nuestros momentos de oración, cómo es nuestra proyección en la sociedad, en nuestro entorno, cómo es nuestro servicio al otro…?. Hermanos, empecemos por ser un espejo limpio, con nuestro esfuerzo, nuestro amor, y la gracia de Jesús en nosotros. Avancemos, crezcamos, que podremos llegar a ser la vela que refleje la luz, fuimos creados para eso: AMAR. (Fuentes: libro Enciende mi corazón, Vol II. Revista Noticias Obreras (HOAC), no. 1,497, febrero 2010. Fundamentos de la JOC) 4