6 V I DA E L NORT E - Domingo 29 de Abril del 2007 PERFILESEHISTORIAS Editora: Rosa Linda González perfi[email protected] d Rosy y Carlos disfrutan su caracterización. María Luisa Medellín E n cuanto el “doctor” Cosquillín, la “doctora” Ja Ja y el “doitor” Atacito, especialistas en levantar ánimos desconchinflados, entraron a la sala de Pediatría con su bata blanca y nariz bermellón, los ojos de los chiquillos hospitalizados se abrieron mucho más. Sobre todo cuando anunciaron que harían la auscultación del huesito de la risa y la emprendieron a cosquillas con uno de los pacientes. A unos metros, Axel, un niño de 8 años, de cara redonda y ojos rasgados, soltó tremendas carcajadas porque Atacito, trigueño, de bombín negro, barba de candado y bigotes delineados con una curva ascendente al final, se paró junto a su cama y le entregó una nariz redonda y colorada que le serviría, le dijo muy serio, “para almacenar mocos”. En cuestión de minutos, uno de los aparatos tubulares con ruedas donde penden las bolsas de suero se convirtió en tren, por la imaginación de estos “médicos” de la risa, y las cartas de la lotería cobraron vida, mientras la menuda doctora Ja Ja jugaba en un pequeño anexo con los habilidosos chicos que representaban con muecas y movimientos corporales a la luna, la rana o hasta un árbol. Devany se retorcía entre risas tímidas transformadas poco a poco en frescos y alegres borbotones, en tanto que los singulares doctores le rogaban por un autógrafo: la habían confundido con la muñeca Pocahontas que sostenía en sus manos. La chiquilla, de 4 años y mirada chispeante, se olvidó de sus dolencias, al igual que Axel, en recuperación por una crisis convulsiva, y Johnatan, un adolescente delgado, moreno y con gafas, que lucha por nivelar las menguadas defensas de su organismo, a días de una quimioterapia. El acompañamiento de las guitarras ficticias de Atacito y Cosquillín lo animó a cantar una canción, y por un momento su rostro demacrado se avivó entusiasta, haciendo derramar lágrimas de emoción a su papá. I Estos simpáticos “doctores” repartieron sus cucharadas de alegría entre los pacientes pediátricos del Hospital de Especialidades No. 25 del IMSS, como las han recetado a muchos otros niños y adultos desde inicios del año, con el arranque formal de Risaterapia, en Monterrey, luego de esfuerzos intermitentes a partir del 2005. Aunque es difícil creer que tras el austero maquillaje blanco y la nariz roja que usa Carlos Alberto Vergara, el hombre alto, aperlado y robusto que personifica al “doctor” Cosquillín, se encuentra el formal director general de una compañía de seguros. Ni que su esposa, Rosa Alicia Montoya, sea la “doctora” Ja Ja, quien no duda en sentarse en el piso para jugar, con su expresión traviesa y una gorra de lado, o que el “doitor” Atacito es en verdad el ingeniero en sistemas electrónicos Jaime Atahualpa Irigoyen, quien labora en una compa- de la risa ñía de etiquetas inteligentes. También ellos confiesan que aun deseándolo, les costó rescatar su “clown” interior, pero ahora son el alma de esta agrupación de voluntarios, a la que se ha sumado una treintena de “médicos” de la risa, que desempeñan muy diversas profesiones en la realidad, y sólo uno especializado en la medicina. Risaterapia evoca juego y alegría, sin embargo, el que Carlos activara una sede aquí está relacionado con un episodio triste de su vida familiar. “Durante mi estancia en el DF por una promoción de trabajo, escuché una entrevista con Andrés Aguilar, fundador de Risaterapia, hablaba del poder de la risa, y de cómo los niños hospitalizados olvidaban el dolor en las visitas que les hacían, y me vino a la mente cuando a mi hija Paulina la operaron de las anginas a los cuatro años: por más juguetes que le llevamos nunca conseguimos un cambio de ánimo; su rostro se veía apagado”, explica Carlos y sus ojos se humedecen. “Nos hubiera encantado que alguien le alegrara esos días, y hablamos de una operación no tan grave, pero como padres estábamos deprimidos, sin saber qué hacer”. Ésa fue la inspiración para ponerse en contacto con el grupo capitalino. II Andrés Aguilar Larrondo o el “doctor” Romanok, como se le conoce ahora, sintió que su verdadera vocación era ser payaso profesional y dejó sus estudios de Comunicación en la Universidad Anáhuac del Norte, en la Ciudad de México. Sin importarle las críticas, viajó a Sarasota, Florida, en 1996, para estudiar en el College Clown del circo Ringling Brothers and Barnum&Bailey. Vía electrónica narra que al hacer una labor altruista del circo, en un hospital de Carolina del Norte, vio a una niña triste, con quemaduras en gran parte del cuerpo. “Sus papás me vieron con cara de no te le acerques, pero ella me habló y preguntó quién era, jugando le dije que era el director del hospital y venía a presentarme porque teníamos nuevos uniformes. Ella se sentó, los papás empezaron a llorar y dijeron: ‘¡es un milagro!’. La niña volteó y les dijo: ‘¡no, es un payaso!”. Los padres le revelaron que la pequeña no hablaba con nadie desde su internamiento, y eso motivó a que Aguilar Larrondo pensara seriamente en estructurar un programa de visitas hospitalarias con voluntarios capacitados. Él regresó a México en 1999, continuó su licenciatura en Comunicación y al año siguiente conoció a Patch Adams, inventor de la risoterapia con fines terapéuticos. Le platicó el proyecto y éste le contestó: “Si no lo haces tú, quién lo va a hacer”, lo que resultó un poderoso aliciente para dar vida a Risaterapia, en el 2002. “Esto trae consigo un grupo amplio de beneficiarios: los voluntarios que encuentran un proyecto de desarrollo humano, y las personas que visitamos, quienes reciben un trato cálido, sensible y especializado, porque no hacemos es- pectáculos, sino acompañamiento y terapia”, escribe Aguilar Larrondo. Carlos y Jaime tomaron el curso que ofrecía Risaterapia en la Ciudad de México, cada uno lo hizo por su cuenta, porque se conocieron después en Monterrey, organizaron algunas visitas a hospitales con voluntarios, y no claudicaron sino hasta reunir un grupo interesado en prepararse e integrar un capítulo local. El primer curso aquí fue a principios del 2007; en estos días están por terminar el segundo. “Las sesiones se desarrollan durante dos fines de semana e incluyen técnica clown, improvisación, integración en equipo, sensibilidad y dinámicas con niños, padres y familiares, entre otros temas. “Esto te ayuda a sacar la espontaneidad que llevas dentro, a veces muy escondida, hasta hacer el ridículo sin miedo y despertar el ‘link’ entre el niño, el ‘médico’ de la risa y los papás”, detalla Carlos. III En una de las visitas al Hospital Infantil, una señora con una niña de un año internada por bronquitis soltó el llanto en cuanto los “médicos” se acercaron a darle un abrazo. “Empezó a llore y llore, necesitaba desahogar la tensión, y lo logramos con el simple hecho de abrazarla; eso me hizo el día”, relata Carlos, elevando los brazos. Jaime, un joven moreno y delgado de 27 años, cuenta que el contacto con niños y adultos que sufren por enfermedad y circunstancias adversas hace que no magnifiquen sus propios problemas. “El curso de Risaterapia está enfocado al autoconocimiento. En muchas otras escuelas te encuentras a ti mismo, pero te metes a buscar las raíces, y acá es: enfócalo a la risa, lo llevas a tu vida diaria y tienes una visión del mundo de que todo vale la pena, aunque sean situaciones difíciles”. Desde pequeño, su familia le inculcó que una vida plena incluye metas personales, profesionales y el servicio a los demás, y en esta asociación lo constata a diario. “Una vez un niño no quería comer por más que su mamá intentaba que lo hiciera, pero cuando me vio junto a su cama, en el hospital, me extendió la galleta y acercó su carita para que se la diera, eso me hizo comprender el poder que tiene esta nariz”, dice apuntando con el índice hacia el objeto rojo. A veces les solicitan visitas especiales, como la que realizaron a una abuela con cáncer en etapa terminal. Ahí narraron un cuento para los familiares, con ayuda de ella. “La señora nos llevó con su imaginación a una montaña en donde el cielo estaba despejado y entraba mucha luz, lo describió muy majestuoso. “Entre risas y reflexiones nos transmitió mucha paz a nosotros y a su familia, era su intención. Nosotros fuimos el canal para que supieran que estaba tranquila y satisfecha de su vida; días después murió”. A Rosa Alicia le sorprende lo poderoso que puede ser el humor, porque hasta niños vendados, con sondas o inmovilizados rompen en carcajadas o sonrisas con sus locuras. Pero si un pequeño no se siente cómodo o no quiere interactuar, no lo presionan. Tampoco preguntan la razón por la que permanece ahí, sólo van de cama en cama y aprovechan cualquier cosa para crear comicidad. Axel traía un pequeño carro del hombre araña, y los “médicos” empezaron a lanzar telarañas imaginarias desde sus muñecas, como el personaje, para atraer la cámara del fotógrafo o para colgarse del techo, y el chiquillo se unió gustoso al juego. “Todo esto nos retribuye, no perdemos la capacidad de asombro, la espontaneidad y el entusiasmo; es una enseñanza de vida”, refiere Rosa Alicia. Tienen muy grabado que en una ocasión, Samuel, un paciente de 6 años, les dijo: “Me he dado cuenta que los ‘médicos’ de la risa no tienen cerebro, por eso me caen bien”. IV El tratamiento de estos “médicos” está apoyado en bases científicas, porque la risa tiene efectos terapéuticos. Según la Asociación Americana del Humor Terapéutico, es una medicina por sus efectos tónicos y relajantes, ya que estimula las funciones respiratorias y circulatorias, aumentando la producción de endorfinas. Asegura que relaja los músculos, desinflama, baja la presión arterial y mejora el sistema de defensas del organismo. Además, existe una relación de la risa con la tranquilidad emocional, pues una hora de angustia equivale a cinco horas de trabajo físico, por la cantidad de energía consumida. Fue a principios de este año cuando los “médicos” de la risa celebraron el convenio de la alegría con el Hospital de Especialidades No. 25 del IMSS. Desde entonces acuden cada sábado a los dos pisos de pediatría, en los que se atiende a casi un centenar de pacientes, de recién nacidos a los 16 años; un 60 por ciento con diferentes tipos de cáncer y el resto con padecimientos neurológicos, dermatológicos o endócrinos, entre otros. “Los niños se ven contentos, se entretienen y olvidan por un rato su padecimiento”, comparte Pedro Siller, jefe de esa división en el centro hospitalario. Los “médicos” llegan a las nueve de la mañana ya maquillados, se reúnen ante la mirada curiosa de los que van o vienen por los pasillos, y durante media hora juegan hasta obtener un grado de simpleza que les permita estar a tono con la visita. Marcan un hoyo negro imaginario en el piso, a donde avientan sus preocupaciones, luego lo cierran y enseguida se lanzan chorros de energía positiva. Se caracterizan con poco maquillaje porque no desean asustar a los más pequeños y se dividen por parejas para abarcar las distintas salas pediátricas. A mediodía, al terminar, se desmaquillan y abren una regadera virtual donde fluyan la tristeza y la angustia, si la experimentaron en algún momento. Adriana Barona, coordinadora del grupo Esperanza, que lleva juegos y materiales a estos pacientes, cuenta que las dinámicas de los “médicos” de la risa son terapéuticas para los niños, que las disfrutan, y para los padres, que liberan su tensión. Entre risas, Devany, a quien administrarán suero más tarde, dice que son muy divertidos. Axel exclama de un lado a otro de la sala que se la pasó muy feliz, y Johnatan, desde su cama, que se olvidó de que estaba enfermo. Con el corazón puesto en la nariz, un maletín lleno de sonrisas y una cómica apariencia, estos “médicos” alivian con el poder de la risa. El contacto vía electrónica con la agrupación es: [email protected] d Listos para partir hacia el hospital. d Esto, aunque no lo crean, es un árbol. d Axel se transformó en “médico” de la risa. d ¡Dulces sueños!, pequeño. Daniel Ángel Reyes Son voluntarios que fungen como “doctores” para aliviar el ánimo de los niños hospitalizados. • Sus armas terapéuticas son una nariz roja, mucha sensibilidad, algo de técnica clown e improvisación. Con el poder d Johnatan convive con los jóvenes, antes de cantar una canción. d ¡Piip, piip!, dijo Jared, de 2 años, tocando la nariz colorada.