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tÍtulos recientes EN la colección
Bosquejos de infancia y adolescencia
Thomas de Quincey
Gótico carpintero
William Gaddis
Disecado
Mario Bellatin
Mientras los mortales duermen
Kurt Vonnegut
La Biblia Vaquera
Carlos Velázquez
Joseph Conrad y su mundo
Jessie Conrad
Butes
Pascal Quignard
Los ingrávidos
Valeria Luiselli
El personaje Mario Bellatin le cuenta su vida a una amiga
distante como si fuera una espiral que mientras gira sobre
ciertos temas recurrentes, sale disparada en todas las direcciones alcanzables por su prodigiosa capacidad de observación: acompaña a su amigo Sergio Pitol a La Habana
a investigar la aparición de unos misteriosos muñecos en el
malecón; escribe un Tratado sobre Frida Kahlo donde descubre que existe una Frida que atiende un puesto de comida
en un poblado lejano; un masajista ciego lo trata contra sus
padecimientos al tiempo que lidera a los invidentes pedigüeños en el metro de la Ciudad de México.
El libro uruguayo de los muertos quizá sea la obra más
importante escrita hasta el momento por Mario Bellatin.
Su imaginación desbordada somete a la realidad de su
entorno, que frente a su escritura pierde rigidez y consistencia, y parece emanado de una de las historias que le han
valido el reconocimiento de lectores de muy diversas partes del mundo.
«Todo el mundo habla sobre inventar el propio lenguaje,
pero Mario Bellatin en realidad lo logra. Cada libro suyo es
como un juguete, oscuro, radiante y punzante, como una
construcción de Marcel Duchamp hecha con palabras.»
Francisco G oldman
Edipo en Stalingrado
Gregor von Rezzori
La versión de Barney
Mordecai Richler
Nueva York
Henry James
ISBN 978-84-15601-00-5
MARIO BELLATIN nació en México. Estudió Teología y
Cine. Es practicante del sufismo. Tiene más de cuarenta
libros publicados. Está traducido a quince idiomas. Ganador del Premio Xavier Villaurrutia, Mazatlán, el Barbara
Gittings Literature Award y el Premio Antonin Artaud con
su obra Disecado (Sexto Piso). Actualmente es curador honorario de Documenta 12. Entre sus proyectos más importantes, aparte de la escritura, está la Escuela Dinámica de
Escritores y Los Cien Mil Libros de Bellatin.
El libro uruguayo de los muertos
El libro uruguayo de los muertos
Pequeña muestra del vicio
en el que caigo todos los días
Mario Bellatin
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Copyright ©: Mario Bellatin
Primera edición: 2012
Fotografía de portada
M ario Bellatin
Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2012
París 35-A, Col. Del Carmen, Coyoacán
C.P. 04100, México, D.F.
t. 5689 6381; f. 5336 4972
Sexto Piso España, S. L.
Camp d’en Vidal 16, local izda
Barcelona, 08021, España
t. 93 414 7047
www.sextopiso.com
Diseño
Estudio Joaquín Gallego
Formación
Quinta del Agua Ediciones
ISBN: 978-84-15601-00-5
Depósito legal:
Impreso en España
Para C. V. G.
Desde hace cerca de treinta y dos horas te tengo presente. Tanto, que cuando veo que me escribes me impresiono. Es que
estoy llevando a cabo una suerte de experimento con las palabras que se intercambian sin sentido. No sé si llegue a resultar
como lo tengo pensado. Te contaré su mecanismo cuando ya
esté puesto en funcionamiento. Tu imagen ahora, después de
leerte, se me hace nítida en el gabinete de baile que me describes. No sólo tu silueta, sino el aura que seguro se desata en
aquel espacio y sólo algunos perciben.
Estoy agobiado de trabajo. Hago cuatro libros al mismo tiempo. Hoy a mediodía caí rendido, en un estado cercano al paroxismo. La noche anterior me había dormido a las seis de la
mañana y a las nueve recibí a mi asistente de foto.
Me aceptaron el Tratado sobre Frida Kahlo tal como está planteado. Con cuarenta fotografías que registran el viaje que realicé para ver a esa Frida Kahlo con vida, la que habita en un
poblado lejano. Para recordar que debía terminar semejante
obra en el menor tiempo posible compré unos tenis Converse
All Star en una edición limitada que realizaron con motivos
de la artista. El libro cuenta con decenas de retratos, muchos de
los cuales no serán publicados, los que puedo ver cada vez
que fijo la mirada sobre la mesa de trabajo, pues mi asistente
me trajo las copias ampliadas.
Me han invitado a Puerto Rico para febrero y el próximo jueves parto a Cuba como acompañante de Sergio Pitol. Mi nueva
perra, como sabes, se llama Chispas y Señorita Coralí al mismo
tiempo. El nombre de Señorita Coralí proviene del personaje
de la escritora Giovanna Polarollo que estoy leyendo, y el de
Chispas no sé de dónde realmente.
Los libros que estoy escribiendo tal vez se titulen: Pequeña muestra del vicio en el que caigo todos los días; Las dos Fridas; La historia de Mishima —una biografía ilustrada—; y Todos saben que
el arroz que cocinamos está muerto.
No es cierto que haya ido al Congreso de Puebla. Me encontré con el equipo de Venezuela que iba a ese evento aquí en la
ciudad, en el centro. Una historia triste: la ponente principal
del grupo, cuyo tema era precisamente mi libro El Gran Vidrio,
no pudo viajar porque su hijo murió al caer por la ventana el
día anterior. Quien me lo contó leyó en público la ponencia y
me dijo que había notado una suerte de vaticinio en el texto
redactado por la académica.
Creo que ya entiendo por qué utilizo ahora las fotos en mis
libros. Me parece que para apreciar de una manera directa lo
irreal en lo que estamos atrapados. Para mirar con tranquilidad los fantasmas, los tiempos paralelos, los vivos y los muertos comiendo de un mismo plato de arroz y que suelen aparecer
en mi cuarto justo antes de que me vaya a dormir.
Soy maestro de un poeta excepcional, indígena y travesti, que
construye sus textos con una lógica perfectamente imposible.
Para llevar a cabo nuestras sesiones de trabajo nos encontramos en un punto intermedio, que para mí significa dos horas
de viaje y para él cuatro. Se trata de alguien que nunca ha visitado la ciudad. Se lo tienen prohibido en su comunidad, donde
su trabajo de todos los días es de enfermero. Es bastante particular su proceso de escritura. Lo hace en náhuatl, lo traduce
él mismo al español y después toma una foto. Se trata del poeta
con el trámite de escritura más largo que conozco.
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Cuéntame de tu viaje a ese pueblo olvidado de los Estados Unidos y si debes ir de nuevo a comprar pantalones para tu marido. Imagino que no sólo volvieron de aquel poblado sino que
ya regresaron también de las playas del norte.
Yo ya casi soy otro. Lo que iba a ser una pequeña intervención
médica se convirtió en una operación completa. Personal capacitado, salas especiales, anestesia general. Pese a lo esperado, la convalecencia es perfecta. No experimento ni un solo
dolor y ya realizo una vida normal en todo sentido. Sin embargo, creo que el período de congelamiento producido por la
operación y sus consecuencias sirvió para tomar decisiones.
Las principales: escribir y hacer fotos todo el tiempo. Recibir
también las visitas seguidas de Tadeo Bellatin.
Cambia la configuración de seres que habitan en la casa. Aparte de las llegadas de Tadeo Bellatin, aparecen cada vez más perros a mi alrededor. Se desechan las invitaciones, las llamadas
inoportunas. Estoy trabajando ahora con el libro largo, que tiene como título opcional Un vicio, que no me gusta. Ni el título
ni el libro.
La Escuela Dinámica de Escritores entrará en receso. Lo tengo
preparado para diciembre. Será más bien una suerte de sabático indefinido.
En cualquier momento me entregan un nuevo auto, con el cual
podré transportarme sin dificultades mayores durante los próximos diez años. Pensar que José María Arguedas decía que su
Volkswagen era su hijo de metal, el mismo en cuya cajuela encontraron algunos años después una serie de armas y bombas
destinadas a sembrar el caos social.
Actualmente estoy construyendo una serie de textos-imagen,
como los llamo. Algunos ya salieron incluso publicados. En
la revista Letras Libres de agosto se encuentra el primero. No
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puede aparecer uno sin el otro, es decir la imagen sin el texto
y viceversa. Bajo ciertas características además.
De vez en cuando me veo a mí mismo y se presenta ante mis
ojos nuevamente la persona de siempre —el que realmente soy— escribiendo rodeado de animales. Me percibo como
dentro de alguna imagen de san Jerónimo mientras realiza su
trabajo con la Biblia.
Espero esta noche ir a la tekkia para —entre otros asuntos—
agradecer haber sido aceptado físicamente como descendiente
de Abraham, con mi circuncisión a cuestas, que como te conté
fue realizada por personal altamente calificado.
He trabajado ya varias versiones del mismo discurso —el del
texto-imagen— y van a salir publicados en distintas partes. Deseo entregarla a la editorial Sexto Piso. El Tratado sobre Frida
Kahlo espero que lo tengan diagramado esta semana. Pronto
aparecerá también el libro que hice con las fotos de Graciela
Iturbide: Demerol sin fecha de caducidad. Mañana acompañaré
a Alejandro Gómez de Tuddo a las sierras de Pachuca en busca
del excepcional poeta náhuatl —el pupilo del programa de jóvenes escritores con el cual estoy trabajando—, pues Alejandro
Gómez de Tuddo requiere de un texto recitado en esa lengua
para una muestra fotográfica que montará en Italia.
Puede ser bueno hacer ese viaje durante la convalecencia de
la operación que me acaban de hacer. La Escuela Dinámica
de Escritores acaba en un buen momento. Se termina pese a
que mi socia, quien no puede dedicar el tiempo necesario, insiste en que continúe yo solo.
Viajo a Buenos Aires para un congreso en el Museo Malba, donde llevaré las fotos de unos muñecos colocados en un malecón
y una serie de copias fotostáticas que repartiré selladas, una
por una, de acuerdo a la cantidad de asistentes presentes en la
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sesión. Puede haber, al momento del sellado, un importante
tiempo muerto que se alargue durante varios minutos.
Debo, además, recrear en fotos la comunidad de Zürau durante la década de 1920, donde Franz Kafka pasó un año en casa
de su hermana tratando de restablecerse físicamente. Sólo
cuento, para hacer la puesta en escena de aquel lugar, con unas
imágenes de los alrededores del sitio donde me reúno con el
joven poeta náhuatl: la biblioteca de Pachuca, un lugar desolado donde mi perro Perezvón espantó en cierta ocasión a unas
ovejas contra la carretera, ocasionando, creo, un grave accidente de tránsito, y donde existe un cementerio que advierte
en un letrero que el guardián no tiene la obligación de regar
las flores.
Sigo con el libro largo que te dije estoy escribiendo. Aguardaré hasta apreciar la forma que irá tomando. Uno de mis perros
nuevos es extraño. A la raza se le conoce como blue heeler, es
de color azul y parece tratarse de una mezcla de perro con dingo. Da la impresión de tratarse de un mapache gigante.
Los médicos que me atienden en el hospital están contentos
con las nuevas medicinas. Casi no experimento efectos secundarios y mantengo los niveles apropiados para llevar una vida
sin complicaciones mayores. Sólo les preocupa a estos médicos
la sucesiva aparición de lunares, motivo principal de la operación a la que me acabo de someter.
Me produce una extraña sensación saber que estarás tan cerca
y tan lejos al mismo tiempo. Puerto Vallarta queda como a una
hora en avión.
Yo regresé hace poco de La Habana y pensé, al llegar a mi casa,
que me iba a morir. De manera literal. Sentí un tipo de miedo que
nunca antes había experimentado. Me dije a mí mismo: ya
llegó la hora, es momento de mandar a traer mi mortaja de
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papel —la que me confeccionó Gabriela León— y de informar
a los derviches sufíes de mi orden que planchen sus trajes para
que bailen durante varias horas seguidas delante de la caja de
madera rústica donde seré depositado.
El viaje a Cuba me dejó agotado. No podré aceptar ya ninguno, al menos durante algún tiempo. Esta travesía fue excepcional porque fue una petición de Sergio Pitol. Yo sabía que si
no era conmigo no lo iba a efectuar solo. Se me hizo extraño
lo que acontece por allá. También lo que sucede conmigo con
respecto a una ciudad en la que descubrí tantas cosas durante
los años en los que la habité. De alguna manera, en su época
fue un lugar de curación de las vejaciones que yo había vivido
en Lima desde que era niño. Fue la ciudad en la que decidí la
mayor parte de las convicciones que hasta ahora mantengo.
Pero ya queda poco de todo aquello. La mayoría de conocidos
de entonces vive en otro lugar. Los que todavía permanecen allí
sostienen, sin embargo, una especial forma de vida intelectual.
Con mucho tiempo a disposición, con la información circulando en forma oculta pero efectiva y con la posibilidad —aunque remota siempre presente— de construir nuevos sistemas
de pensamiento. Claro que todo esto ocurre en una estructura
acotada, que no es capaz de dar cabida pública a casi ninguna
de sus elucubraciones. Existe, pese a las circunstancias, un no
tiempo, un no estar, la aparición de caminos que muestran
un claroscuro particular, por los que es posible emprender
búsquedas personales que cualquiera podría calificar incluso
como propias de un demente. Algo de eso queda vivo todavía.
Parte de este grupo de pensadores se reúne en una torre alta,
en una suerte de minarete, desde donde se aprecia la bahía en
la que empieza la ciudad. Allí se discuten asuntos que muchas
veces no parecen tener ninguna razón de ser.
Yo debía acompañar a Sergio Pitol quien, por un desorden de
carácter neurológico, de vez en cuando desconoce la forma
de hallar las palabras que debe enunciar. Estar presente en las
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juntas donde se organizaría su Semana de Autor, prevista para
noviembre de ese año. Debía también caminar en su compañía
por el malecón, atestado de personas que lo único que parecen
buscar es estar lo más cerca posible del mar.
Protagonizamos en esos días cierta aventura nocturna. Sergio
Pitol insistía en ver lo que sucedía en el inframundo de aquella ciudad y logré, después de múltiples pesquisas, ponerme
de acuerdo con el peluquero de la hija de la poeta Reina María
Rodríguez, llamado el Chino, para que nos sirviera de guía en
ese ámbito. Abordamos gracias a sus gestiones un auto ruso
destartalado, que tenía la radio puesta a un volumen muy alto,
que nos llevó, en medio de la noche, a cerca de cien kilómetros
de distancia hasta llegar a una fiesta clandestina.
Después de abandonar la ruta principal se accedía a esta fiesta
por un camino de tierra. Pensé en los escenarios de William
Faulkner, en los del libro Santuario principalmente. De pronto unos tipos se acercaron al auto y, después de ver el interior,
nos permitieron el paso. Adentro todo daba la impresión de
ser una especie de Lugar sin límites, no el del libro de José Donoso sino más bien el de la película de Arturo Ripstein. Se trataba de una suerte de cabaret artesanal en medio de la nada.
Como te mencioné, hice el viaje porque Sergio Pitol me lo pidió. En un principio la solicitud me dejó algo sorprendido. Su
Semana de Autor estaba programada para noviembre y nos encontrábamos en julio. No llamó tanto mi atención que deseara
realizar semejante travesía, sino que me hablara de la presencia de unos curiosos muñecos instalados en el malecón. Me
aseguró que poseían características diferentes a los demás muñecos conocidos. Me habló de esos muñecos la primera ocasión en que mencionó la posibilidad del viaje. Me informó que
habían estado guardados en diversas bodegas y almacenes durante muchos años —la mayoría de las veces en pésimas condiciones—, pero que, sin embargo, todavía algunos de ellos eran
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capaces de proyectar vivos colores si estaban bajo la luz del sol
o si sus interiores eran encendidos con focos.
Sí, no te preocupes, mi operación fue hecha de manera profesional. Con anestesia y duró más de tres horas. Lo curioso
es que no me duele. Ahora ya me siento parte de la tradición
judía o musulmana.
La última en enterarse de este asunto fue Margo Glantz, porque
en su computadora es imposible abrir un documento con las
características del que te envié. La especie de folleto donde se
explican las ventajas y desventajas de las circuncisiones. Pero,
como te dije, me sometí al proceso por los lunares que me aparecen con frecuencia y tienen algo preocupados a los médicos.
Ya te conté que tengo un perro reciente, el ejemplar es un ganadero australiano azul cruzado con dingo. También un auto
acabado de comprar, igual al negro anterior pero de este año.
Cierro la escuela, mejor dicho la dejo congelada, y me dedicaré
a escribir y a tomar fotos de tiempo completo. A ver qué sucede
después de asumir una decisión de esta naturaleza. No pienso
atender casi ninguna cita, principalmente las que se establecen fuera de mi casa antes de las cuatro de la tarde. Mañana
estaré encerrado casi todo el día. El martes realizaré el viaje a
la Sierra Gorda en busca del poeta en náhuatl para que lea en
voz alta el texto que formará parte de la muestra que montará
Alejandro Gómez de Tuddo.
Parece que la mayoría de los muñecos de los que me habló Sergio Pitol se encuentran instalados cerca al mar. Precisamente
en el malecón que abarca casi todo el frente de la bahía. Los
colocados en aquel sitio dan la impresión de ser los más baratos o los que han sido almacenados en condiciones inadecuadas. Algunos de ellos incluso parecen peligrosos. El riesgo
consiste en que sus instalaciones eléctricas presentan un estado por lo regular defectuoso, y si alguna persona llega a tocar
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sus superficies puede verse afectada de pronto por una riesgosa descarga de energía. Precisamente los del malecón son los
muñecos en los que menos se puede confiar.
Una vez que arribamos a la bahía, Sergio Pitol me informó que
sabía también de la existencia de otra clase de muñecos. Parecidos a los del malecón pero más serios. En comparación con
ellos, los que están colocados junto al mar parecen figuras ínfimas. Puestas en aquel lugar solamente para servir de parafernalia, como suerte de muñecos de pastel, cuya única misión
es demostrar que en la bahía las reglas de conducta parecen
ahora diferentes.
Sergio Pitol me dijo que los otros estaban instalados en las
partes altas, pero que la mayoría no contaba con el permiso
de las autoridades. Ningún habitante nos aclaró las razones
por las que estos últimos ejemplares se consideraran fuera de
la ley. Tampoco fueron capaces de explicarnos los motivos
de su proliferación.
Yo, cada vez tengo más sed —así le dicen, tener sed, algunos
miembros de la orden sufí a la necesidad de acercarse a la presencia de Dios— de retomar el camino espiritual. Ojalá empiece este lunes por la noche. Intento hacerlo desde hace varias
semanas, pero horas antes de asistir a la tekkia algo siempre se
cruza que me lo impide.
La verdad es que ya no quiero comer, beber, respirar, amar a
una mujer o a un hombre o a un niño o a un animal. Ya no quiero
morir. Ya no quiero matar. Hazme el favor, por eso, de rasgar
la fotografía de autor que aparece en los últimos libros.
Por tu culpa soy un fanático de las plumas Inoxcrom, que son
muy malas. Cada vez que acudo a un Office Depot me robo una.
En la siguiente visita me llevo, también sin que lo adviertan,
los cartuchos de repuesto.
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tÍtulos recientes EN la colección
Bosquejos de infancia y adolescencia
Thomas de Quincey
Gótico carpintero
William Gaddis
Disecado
Mario Bellatin
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Kurt Vonnegut
La Biblia Vaquera
Carlos Velázquez
Joseph Conrad y su mundo
Jessie Conrad
Butes
Pascal Quignard
Los ingrávidos
Valeria Luiselli
Edipo en Stalingrado
Gregor von Rezzori
Mario Bellatin escribe para un enigmático remitente al que ha
visto sólo una vez, con quien desde entonces dialoga sobre los
misterios de la resurrección de la carne. Le narra con detalle
los fantásticos sucesos que pueblan su particular y único mundo.
Ahí, el tiempo no transcurre ni hacia delante ni hacia atrás, así
como tampoco el espacio está en algún lugar en específico. El
libro uruguayo de los muertos es una especie de espiral que al
mismo tiempo que da vueltas sobre ciertos ejes recurrentes sale
disparada en todas las direcciones alcanzables por la prodigiosa
capacidad de observación de su autor: acompaña a su amigo
Sergio Pitol a La Habana a investigar la aparición de unos misteriosos muñecos clandestinos, portando unas toallas como moneda
de cambio; escribe un Tratado sobre Frida Kahlo donde descubre
que existe una Frida que atiende un puesto de comida en un
poblado lejano; un masajista ciego —a la vez líder del ejército
de invidentes pedigüeños del metro de la Ciudad de México—
lo trata de sus diversos padecimientos; un niño sueña en una
casa de muñecas que pertenece a una familia de toreros enanos.
El libro uruguayo de los muertos quizá sea la obra más importante escrita hasta el momento por Mario Bellatin. Su imaginación desbordada trastoca la frontera entre la realidad y la ficción,
dando como resultado una originalidad sin límites, que revolotea
en torno a ciertas preguntas sin respuesta, como la que en algún
momento inesperado dirige al remitente del relato: «¿Tu imagen
en el espejo te refleja?».
«Todo el mundo habla sobre inventar el propio lenguaje, pero
Mario Bellatin en realidad lo logra. Cada libro suyo es como un
juguete, oscuro, radiante y punzante, como una construcción
de Marcel Duchamp hecha con palabras.»
Francisco G oldman
La versión de Barney
Mordecai Richler
Nueva York
Henry James
ISBN 978-84-15601-00-5
MARIO BELLATIN nació en México. Estudió Teología y Cine. Es
practicante del sufismo. Tiene más de cuarenta libros publicados. Está traducido a quince idiomas. Ganador del Premio
Xavier Villaurrutia, Mazatlán, el Barbara Gittings Literature
Award y el Premio Antonin Artaud con su obra Disecado (Sexto
Piso). Actualmente es curador honorario de Documenta 12.
Entre sus proyectos más importantes, aparte de la escritura, está
la Escuela Dinámica de Escritores y Los Cien Mil Libros de Bellatin.
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