“QUE EUROPA HABLE CON UNA SOLA VOZ”

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“QUE EUROPA HABLE CON UNA SOLA VOZ”
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“QUE EUROPA HABLE CON UNA SOLA VOZ”
Jesús Fonseca
Delegado del diario La Razón en Castilla y León. Ex-Corresponsal de
Televisión Española en Bruselas.
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Pueblos y Estados, a lo largo de la historia, han intentado
asegurarse el dominio del continente europeo mediante la
guerra y las armas. La afirmación de Vladimir Llich Lenín,
“quien tenga Europa, tendrá el mundo”, ha marcado la historia de esta Europa. Y fue en esta Europa, desgarrada por
dos sangrientas guerras y por el declive de su posición en el
mundo, donde se abrió paso la idea de una Europa fuerte y
unida sólo posible en un clima de paz, de entendimiento y
concertación. Y en ello estamos. Sólo que para lograrlo, se
hace hoy, más precisa que nunca, la voluntad de los europeos. Es preciso hacer frente a nuevos retos, es necesario
que Europa reconsidere su papel en el mundo de la empresa y del trabajo; que entre todos encontremos nuevos cau_______________________________________________________
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Jornada de Valencia. 13 de diciembre de 2002.
LA INTEGRACIÓN EUROPEA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA
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ces de progreso y de democracia. Que Europa hable con
una sola voz.
Lo primero que hay que tener claro es que la Unión Europea es un éxito. Con las limitaciones que se quiera, pero
un éxito. Lo cierto es que Europa vive en paz desde hace
más de medio siglo. Que junto con los EEUU de América y
Japón, la Europa de la Unión es una de las tres regiones
más prósperas de nuestro planeta. Y todo esto no hubiera
sido posible si no hubieran ido unidos hombro con hombro,
si no hubieran trabajado juntos los países de la Unión Europea. Gracias a la solidaridad entre sus miembros y a un justo reparto de los frutos del desarrollo económico ha aumentado enormemente el nivel de vida en las regiones más débiles de la Unión, que han superado gran parte de su
atraso.
Por fin, Europa está en camino de convertirse, sin derramamiento de sangre, en una gran familia. Una auténtica
mutación que por supuesto exige un enfoque diferente del
de hace cincuenta años, cuando seis Estados iniciaron el
proceso. Sin pretender cuestionar los logros de cincuenta
años de integración europea, no deja de ser cierto que podría mejorarse la forma en que se ejercen las competencias. Harían falta para ello, por ejemplo, reformas institucionales que nos permitan seguir avanzando en el proceso de
integración política, económica y social. Los países miembros deberían ponerse de acuerdo, y deberían hacerlo ya,
en aspectos tan fundamentales como por ejemplo las verdaderas competencias de la Unión, la simplificación de los
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Tratados, el papel del Parlamento Europeo y, sobre todo, y
por encima de todo, hablar con una sola voz.
De esta manera el debate sobre el futuro de la Unión europea se hace estrictamente necesario, para poder unificar
las voces de todos aquellos que quieran sumar sus tonos a
esa voz única, que es la de la Unión. Es una iniciativa que,
desarrollada en el marco de la conferencia intergubernamental, se coloca en un debate a la vez más amplio y detallado que el Diálogo sobre Europa iniciado por la Comisión
en febrero de 2000. Todo esto no es más que la parte de un
proceso de reflexión, necesario en momentos cruciales de
la historia como en el que nos encontramos. Momentos históricos marcados, en el ámbito internacional, por el dolor, la
incomprensión, la desigualdad económica y de oportunidades, etc. Una época que merece la reflexión de cada uno de
los europeos para que podamos establecer las bases de un
intercambio que contribuya a la preparación de una nueva
conciencia europea. Así, cuando el 7 de marzo de 2001 la
Presidencia sueca, la futura presidencia belga y los Presidentes del Parlamento Europeo y de la Comisión hicieron
una declaración común que daba inicio al debate sobre la
futura evolución de la Unión Europea, comenzó uno de esos
tiempos crecientes hacia el interior del espíritu de la Unión.
Espíritu propio del cuerpo con vida, lleno de dinamismo que
orientará, desde este debate en el que nos encontramos
ahora, hacia un fortalecimiento de la cohesión de Europa
con los europeos.
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Es preciso acercar las instituciones europeas al ciudadano como primera medida de fortalecimiento mutuo entre
Europa y los europeos. Sin duda alguna, los ciudadanos han
respaldado, y lo siguen haciendo, los principales objetivos
de la Unión, pero no siempre perciben la relación entre dichos objetivos y una aplicación de la misma, de una manera
práctica y cotidiana en su entorno familiar. Es deseo de todos ellos, que las instituciones europeas sean menos lentas
y más flexibles y, sobre todo, más eficientes y transparentes. Más cercanas, accesibles. En definitiva, no podemos
perder esa relación personal y humana que todos necesitamos para construir, desde el hombre, una Europa para el
hombre, una Europa para los europeos. Muchos piensan
que la Unión debería prestar más atención a sus precauciones concretas. Quieren implicarse en la toma de decisiones
que les afectan, que les tocan más cerca, tales como la justicia, la seguridad, la lucha contra la delincuencia, el control
de los movimientos migratorios, el empleo, la lucha contra
la pobreza, la exclusión social, la cohesión económica y social, la contaminación, el cambio climático y la seguridad de
alimentos.
Además quieren ver a Europa más comprometida en
asuntos exteriores, de seguridad y de defensa. Porque es
cierto, no hay que ocultarlo, que la política exterior sigue
siendo el elemento más débil del proyecto europeo. Para
que Europa se convierta en uno de los protagonistas principales del ámbito internacional, tendremos que modificar
muchas de nuestras políticas, actitudes e instituciones. El
debate, completa la búsqueda del papel que Europa ha de
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desempeñar en el mundo, con la debida organización que
debe asumirse para la promoción de una manera coherente
y eficaz, los valores fundamentales. Valores que deben defender los intereses comunes y contribuir a la paz, la seguridad y el desarrollo sostenible. Valores que deben amparar
la integridad de cada persona, de cada cultura y de cada
pueblo.
La confianza demostrada por los europeos, coloca a las
instituciones frente a lo que puede parecer un contrasentido: el deseo de una Europa sencilla y clara, respetuosa de
las competencias de cada cual, pero que intervengan en
una cadena de sectores cada vez mayor. Se pide a la Convención Europea que aporte nuevas respuestas y nuevos
razonamientos.
Hemos de preguntarnos cómo podemos aumentar la legitimidad democrática y la transparencia de las instituciones actuales, para promover una arquitectura institucional
de acuerdo con los parámetros que los europeos nos han
marcado y lo siguen haciendo, gracias al debate abierto sobre el futuro de la Unión. Se deberá demostrar que la Unión
europea es capaz de reestructurarse. Para una regeneración como esta debería consolidarse la función legislativa
del Parlamento Europeo, así como el papel que los partidos
políticos europeos han de desempeñar en el mismo. Se debería precisar más la función legislativa del Consejo, distinguiéndola con nitidez de sus funciones ejecutivas. Como
instrumento de acercamiento al ciudadano las reuniones en
las que el Consejo ejerce sus funciones legislativas deberí-
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an ser públicas, facilitando la presencia de los europeos y
grabando en sus conciencias el espíritu de la Unión. Por último, deberían concretarse los dispositivos alternativos que
permitieran a los Parlamentos nacionales participar en las
decisiones europeas de manera más directa.
Se hace necesaria una búsqueda de un camino que garantice que el reparto renovado de competencias no lleve a
una expansión de las competencias de la Unión o a una
agresión de las competencias exclusivas de los Estados
miembros y, en su caso, de las regiones. De esta manera,
mantenemos íntegra la identidad y la novedad que representan las diferencias de cada uno de los Estados, de los
territorios, de los pueblos, de las personas. Se precisa una
puesta en marcha, y en una misma dirección, el esfuerzo de
todos por sumar energías y encontrar la manera eficaz de
llegar a una solución que beneficie la cohesión entre la
Unión y los europeos.
Otra de las cuestiones de las que tenemos que hablar es
la de cómo mejorar la eficacia del proceso de toma de decisiones y el funcionamiento de las Instituciones en una
Unión de unos treinta Estados miembros. Solamente desde
el diálogo y el debate constructivo, desde el respeto a la integridad de cada persona podemos establecer unos lazos
de comunicación aptos para diseñar un engranaje orientado
a aproximar el gobierno de una comunidad a los individuos
que lo componen.
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Más allá de nuestras fronteras, la Unión Europea se enfrenta asimismo a un entorno globalizador y sometido a un
continuo cambio. Tras la caída del Telón de Acero, en 1989,
surgió la esperanza de que podríamos alcanzar ese clima
de paz y equilibrio tan deseado por todos, sin conflictos, una
situación basada en los derechos humanos. Pero poco duró
esa ilusión. Apenas años más tarde, el 11 de septiembre
nos ha hecho ver de un modo desgarrado y cruel, la cruda
realidad de nuestro tiempo. Las tensiones hostiles no han
desaparecido de nuestros horizontes. Un nacionalismo o
una religión mal entendidas, el racismo y el terrorismo, se
intensifican y siguen siendo sustentados por los conflictos
regionales, la pobreza y el subdesarrollo.
Así, la única frontera válida, el único límite aceptable y
que establece la Unión Europea, para adquirir una convivencia pacífica, es la de la democracia y el respeto de los
derechos humanos. La adhesión a esta Unión, que es un
proyecto de todos, ciudadanos e instituciones, sólo puede
estar abierta a los países que respeten valores tan esenciales como elecciones libres, el respeto de las minorías y el
Estado de Derecho. Un país que quiere una convivencia pacífica donde, tanto el Estado como cada uno de sus miembros, cohabitan en el mundo en un clima de entendimiento
y diálogo mutuos, de manera que no sólo beneficien a los
países ricos sino también a los más pobres, debe respetar
esos valores esenciales y básicos de la sociedad. De esta
manera se podrá conseguir ese objetivo, que anhelamos,
que reclamamos siempre hasta que sea una realidad: que
Europa hable con una sola voz en el mundo.
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