El reto de Chipre - Universidad del Rosario

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El reto de Chipre
Por Enver Joel Torregroza (*)
Desde que en el año 1974 el ejército de Turquía se apropió del norte de la isla de
Chipre, con el argumento de proteger a la minoría turcochipriota de un golpe de
Estado fraguado por el ejército griego, muchos grecochipriotas — que son mayoría
y ocupan el sur — han señalado a Turquía como la responsable directa de la
problemática división del país. Hasta el día de hoy las tropas de Turquía
permanecen en la isla, salvaguardando un Estado creado ad hoc en 1983 para la
minoría turca— la República Turca del Norte de Chipre RTNCH —, económicamente
dependiente de Turquía, pero que no es reconocido por el régimen internacional.
Sin embargo, la historia es mucho más vieja de lo que parece. Los turcochipriotas
son descendientes de los turcos que llegaron a la isla en el siglo XVII cuando los
Otomanos derrotaron militarmente a los venecianos. En el Congreso de Berlín en
1878, los Otomanos le cedieron la isla a los Británicos, quienes permitieron que la
isla lograra su independencia sólo hasta 1960, muy probablemente por su
incapacidad para enfrentar la difícil situación conflictiva que había estado
generando desde los años cincuenta la facción terrorista EOKA, defensora de la
Enosis (unión con Grecia). En ese entonces muchos grecochipriotas anhelaban la
unidad de la isla bajo una sola bandera: la griega. Gracias al efectivo liderzazo del
Obispo ortodoxo Macarios, los grecochipriotas aprovecharon la inmadurez de la
constitución independiente para reducir el peso político de la minoría turca. Por eso
no es extraño que en la memoria colectiva esté grabada la idea de que la “unión”
de la isla significa predominio griego, mientras que la “división” en dos Estados,
siempre apoyada por los turcos, significa una repartición simbólica de este enclave
mediterráneo entre las secularmente enfrentadas Grecia y Turquía.
Hoy en día la situación de Chipre debe ser interpretada con otros términos. Desde
la perspectiva de los que desean actualmente la “reunificación” — principalmente la
opinión internacional que ve en la separación de facto un “problema” —, el conflicto
parece haberse agravado con la admisión de Chipre a la Unión Europea. Si bien se
esperaba que Chipre encontrara la forma de reunificarse, forzada por el proceso de
adhesión a la UE, habiendo formulado Naciones Unidas un propuesta, conocida
como el “Plan Annan”, para aprovechar esta oportunidad histórica, el hecho de que
Chipre hubiese sido admitida a la UE unos días antes de que se celebrara el
referendo grecochipriota al plan de reunificación, abrió las puertas para que los
chipriotas del sur votaran en contra, generando una situación verdaderamente
paradójica. Pues el Chipre que funge como miembro activo de la UE desde el 2004
es el griego y no el turco, con lo que ahora los grecochipriotas utilizan
inteligentemente la fuerza de la Unión, presionando a Turquía para que saque sus
tropas de la isla, mediante la estrategia de bloquear sus planes de adhesión.
Actualmente se vive un desequilibro entre un Chipre griego fortalecido política y
mediáticamente a nivel internacional, que cuenta con efectivas herramientas de
presión, y un Chipre turco aislado y con dificultades económicas cuyo único apoyo
es una Turquía dividida frente al problema. Pues si bien muchos miembros del
ejército turco están interesados en mantener el control militar de la isla, también
las fuerzas políticas civiles dominantes de Turquía ven la división chipriota como
una carga, no solamente para sus planes de adhesión a la UE, lo que es una
posibilidad bastante remota — los europeos cada vez encuentran más reparos y
plantean más exigencias políticas a Turquía —, sino también por su voluntad de
construir una política exterior influyente a nivel regional.
Estas son razones suficientes para comprender por qué, en medio de su aislamiento
económico y político, en las elecciones presidenciales de la RTNCH, celebradas el
pasado 18 de abril, hubiese salido victorioso Dervis Eroglu, líder de la Unión
Nacional que había sido elegido Primer Ministro el año anterior. Eroglu ha defendido
la independencia de la RTNCH abogando por el fortalecimiento de un Estado
autónomo que obtenga reconocimiento internacional, discurso que caló lo suficiente
en un electorado cansado de la incertidumbre generada por las negociaciones entre
su anterior presidente, el izquierdista Mehmet Alí Talat, y su contrapartida
grecochipriota Demetris Christofias. A pesar de que las negociaciones promovidas
por los dos presidentes habían generado optimismo, pues aparentaban ser una
continuación por otros medios del plan Annan, lo cierto es que estaban débilmente
cimentadas en la amistad personal y las afinidades partidistas de ambos líderes,
pero no en un profundo proyecto conjunto de construcción de Estado que contase
con el apoyo de la sociedad a ambos lados de la frontera.
Los problemas de la isla no tienen que ver en absoluto con la ausencia de voluntad
de sus habitantes para resolver las dificultades generadas por la división política.
Después de todo los turcochipriotas de a pie han encontrado salidas pragmáticas a
la situación de aislamiento a la que los tiene sometido el régimen internacional,
aprovechando la posibilidad de conseguir pasaportes chipriotas en el sur para
superar su incómoda situación inmediata de ciudadanos de segunda de la UE. La
gente común parece estar más preocupada por su situación económica, que por la
forma como a nivel internacional se resuelva el “problema”, motivo suficiente para
que Talat perdiera popularidad en las últimas elecciones. La gente manifestó en las
urnas su cansancio por una política en exceso preocupada por los acuerdos de
reunificación y no por los problemas del día a día.
Por eso es que el reto de Chipre no sólo lo es para los chipriotas, sino que
sobretodo lo es y lo ha sido para Grecia, para Turquía y, en la historia reciente,
para la Unión Europea. Aparentemente los más preocupados por la unificación de la
isla son algunos grupos de opinión europeos que no ven con buenos ojos que un
Estado miembro tenga parte de su territorio controlada por el ejército de un Estado
ajeno a la UE, al mismo tiempo que no apoyan que ese Estado ingrese a la Unión,
por lo que de algún modo les conviene que esas tropas permanezcan allí. Situación
paradójica digna del Barón de Münchhausen.
Entre las múltiples aventuras del Barón de Münchhausen siempre se ha destacado
en nuestra memoria aquella ocasión en la que estando a punto de ahogarse el
Barón se salvó a sí mismo halándose de su propia coleta — o de los cordones de
sus zapatos, según se prefiera —. Semejante capacidad de salir airoso de las más
tremendas dificultades, mediante un gesto
físicamente absurdo pero
metafísicamente poético, parece ser lo que necesitan los chipriotas. Al menos para
salir del pantano cenagoso en el que los han hundido sus vecinos y amigos
(Turquía, Grecia y la UE), tomando la decisión de resolver su situación mediante
una autóctona y creativa fórmula de división del país que satisfaga sus propios
intereses. Mientras la “unidad” de Chipre sea utilizada para presionar a Turquía
semejante posibilidad está muy lejos de ser real. Tan lejos que ni el mismo
Münchhausen la creería posible.
(*) Profesor de la Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones
Internacionales de la Universidad del Rosario.
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