TEMA 1

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TEMA 1. LA LITERATURA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII A TRAVÉS DE LA PROSA DIDÁCTICA
Y EL TEATRO.
El marco histórico
El siglo XVIII comienza en España con la definitiva derrota del
bando austríaco en la guerra de sucesión y con la entronización de la
dinastía Anjou, perteneciente a la casa francesa de los Borbones. La
entronización de Felipe V de Anjou como rey de España da comienzo
a una nueva etapa histórica caracterizada por el predominio del estilo
francés en las artes y en el pensamiento. En efecto, el siglo XVIII pasa
por ser, en toda Europa, el gran siglo del arte y del pensamiento
francés.
CONCEPTOS FUNDAMENTALES DEL SIGLO XVIII
El pensamiento del siglo XVIII europeo está marcado por una
revisión general de todas las ideas heredadas del pasado. En cierto
modo, se puede afirmar que este siglo es el origen del pensamiento
Carlos III
moderno en lo que tiene de pensamiento científico. Si tuviésemos que
reducir todo el pensamiento del siglo XVIII a tres o cuatro concetos que lo resuman, dichos conceptos
deberían ser: razón, ilustración y neoclasicismo.
La razón
La Razón es el criterio fundamental para medir todo el arte y el pensamiento del siglo XVIII. Frente
a épocas anteriores, en las que el pensamiento está enfocado desde un punto de vista religioso, los
intelectuales del siglo XVIII emprenden una labor de crítica generalizada a todo el pensamiento del
pasado. El criterio para juzgar todas las obras heredadas será precisamente la razón: sólo aquello
que se muestre al espíritu y a la razón del hombre como verdadero y justificable con argumentos
científicos será considerado de valor.
La ilustración y los ilustrados
Las diferencias estamentales típicas de las sociedades del Antiguo Régimen evolucionaron dando
lugar a una crisis de valores. Fruto de esta crisis de los valores estamentales es el desarrollo del
pensamiento ilustrado. Los ilustrados son, en principio, intelectuales ligados a la burguesía y a los
valores humanos laicos de la libertad, el progreso y la educación. La mayoría de los ilustrados
españoles fueron educados en Francia o tuvieron como modelos de estilo y pensamiento a los
grandes autores franceses del siglo XVIII. Esta influencia francesa hizo que buena parte de la
sociedad los viese como algo ajeno a la tradición española. Fue frecuente referirse a ellos como
afrancesados.
El Neoclasicismo
La influencia francesa que se vive en todo el mundo marcó también a los intelectuales españoles,
que pasan de la admiración por todo lo barroco, época de máximo esplendor artístico de Castilla, al
desprecio de sus formas artísticas. El estilo artístico propio de la Ilustración recibe el nombre de
Neoclasicismo, que se desarrolló en España sólo durante el último tercio del siglo XVIII. Este estilo,
en líneas generales, se caracteriza:
a. predominio de la razón y de lo racional, que se manifiesta en el desarrollo del ensayo
filosófico y humanístico.
b. búsqueda de una belleza ideal en toda obra de arte. Sin embargo, los autores neoclásicos
consideran que esta belleza está sujeta a unas reglas estrictas. Lo que se aparta de esas
reglas se considera despreciable (“desarreglado”).
c. imitación servil de los clásicos grecolatinos. No se trata de una imitación en la que se busque
originalidad sino sólo de copiar los modelos clásicos como ejemplos de estilo y arte, sin
aportar absolutamente nada nuevo.
d. deseo de adoctrinar al público, intención de didáctica de la obra artística. Se traduce en el
predominio del teatro con mensaje y de la poesía moral (desarrollo de la fábula)
CARACTERÍSTICAS DE LA LITERATURA NEOCLÁSICA ESPAÑOLA
La prosa didáctica del siglo XVIII
La prosa neoclásica presenta como principal rasgo de estilo la búsqueda de un lenguaje claro,
conciso y directo, adecuado a la exposición racional. Los escritores de esta época huyen, por tanto,
de la expresión rebuscada y del lenguaje retórico y artificioso del período barroco.
En cuanto a la temática de las obras de prosa es evidente el
rechazo de la literatura fantástica y de la ficción imaginativa.
Los escritores ilustrados prefieren tratar asuntos de interés
general en un intento de reformar las costumbres y criticar la
situación de pobreza intelectual en la que vivía el país. Así,
entre sus temas favoritos, encontraremos:
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la crítica del atraso intelectual y la necesidad de una
reforma de la enseñanza (en sus métodos, sobre todo
en la universidad).
el rechazo de las supesticiones irracionales (la creencia
en la brujería, por ejemplo).
la separación de la religión y de la ciencia.
el apoyo de la ciencia empírica y de las matemáticas
frente a otras formas de ciencia ya anticuadas.
la crítica contra aquellas costumbres españolas a las
que veían como causa del atraso del país respecto al
resto de Europa (los toros, el desprecio por el trabajo, la
vagancia, la ignorancia de las clases nobles, el orgullo,
la falta de curiosidad por las ciencias...).
Está claro que los ilustrados centraron su interés sobre todo
en la reflexión científica, en la pedagogía y en la crítica de la
sociedad y las costumbres. Esta actividad crítica encontró,
como es fácil suponer, su mejor expresión en el género prosístico del ensayo1.
Gaspar Melchor de Jovellanos, por Goya.
En la evolución del ensayo del siglo XVIII hay que destacar tres nombres
fundamentales. El primero fue el fraile benedictino nacido en Ourense Fray
Benito Jerónimo Feijóo, profesor universitario en Oviedo que centró su interés
en la revisión desde un punto de vista científico moderno de las costumbres y
las ideas heredadas del siglo anterior (creencias religiosas, formas de
enseñanza anticuadas, defensa de las ciencias modernas como la física
newtoniana, la erradicación de las supersticiones y falsas creencias...). A ello
dedicó sus dos (enormes) obras, el Teatro crítico universal y las Cartas eruditas
y curiosas.
El segundo autor fundamental fue Gaspar Melchor
de Jovellanos, quien centró su atención en el ensayo de tipo histórico, político
y económico, destacando en especial, su propuesta de reforma de la
agricultura (Informe sobre la ley agraria).
El tercer autor es José Cadalso, quien destacó en el ensayo de ficción. Su
obra más destacada son las Cartas marruecas, escritas a imitación de una
obra francesa del barón de Montesquieu.
Un joven noble marroquí llamado Gazel realiza un viaje por España para
ampliar su educación. Allí, guiado por su joven amigo, un noble castellano
llamado Don Nuño, observa de primera mano la realidad social española
1
Recuerda que un ensayo es un texto en prosa que reflexiona subjetiva y libremente sobre cualquier tema. Es, por lo tanto, un
género de no ficción (al contrario que la novela o el cuento). Un ensayo puede tener una extensión muy variable, desde un
estudio de unos pocos párrafos hasta un libro entero, y puede tratar diversísimos temas. Así, se puede hablar, según el tema
que trate, de ensayo filosófico, político, económico, religioso, científico, etc.
haciendo crítica de todos sus problemas. El libro nos muestra solamente las cartas que el joven Gazel
intercambia con el sabio Ben Beley y con Don Nuño, en las cuales comenta las distintas situaciones y
costumbres con las que se enfrenta durante su viaje por la Península. La obra, amparada en esta
ficción, da una visión de la España del siglo XVIII con todas sus virtudes y defectos.
Los ilustrados españoles se interesaron muy poco por la novela (lo que contrasta con la
importancia extraordinaria que tuvo este género en el siglo anterior). Las principales novelas escritas
en la época fueron el Eusebio de Pedro de Montengón (novela didáctica sobre la educación ideal de
un niño) y el Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla (sátira contra las personas que utilizan un
lenguaje carente de naturalidad).
El género dramático. El teatro neoclásico: La “comedia nueva”.
El teatro del siglo XVIII reflejaba los gustos del público (obras
superficiales que buscaban el entretenimiento a través del mero
espectáculo vacío de contenido). Los neoclásicos, disgustados
con este tipo de obras, intentaron llevar a cabo un reforma radical
del género dramático.
Optan por escribir un teatro contra corriente (sin pensar en los
gustos del público), de carácter moral y didáctico, sobre temas
burgueses como la educación de la mujer, el matrimonio, la
renovación ideológica del país, el progreso...
En cuanto a sus rasgos formales, el “nuevo teatro” neoclásico
defendía el cumplimiento de la llamada “regla de las tres
unidades”. Según esta regla, para que una obra teatral se
considerase bien escrita debía respetar la unidad de lugar (pasar
en un solo lugar), de tiempo (pasar en un período de tiempo
coherente: menos de un día) y de acción (contar una sola historia,
renunciando a acciones secundarias).
El lenguaje del teatro tiende a la naturalidad, por lo que es
frecuente la aparición de obras de teatro en prosa. Un rasgo
Leandro Fernández de Moratín, por Goya
específico del gusto neoclásico es su deseo de recuperar la
tragedia en verso, género que nunca se había aclimatado en la
península. El principal autor dramático neoclásico es Leandro Fernández de Moratín 2 con sus obras
El sí de las niñas o La comedia nueva o el café.
2
Dada su gran importancia dentro de la literatura del siglo XVIII, damos una breve semblanza del autor en esta nota: Leandro
Fernández de Moratín fue el mayor escritor del siglo XVIII, por su calidad literaria y por su talento. Su padre, Nicolás
Fernández de Moratín, había sido uno de los primeros ilustrados del XVIII (también autor teatral y poeta) que dio a su hijo una
cuidadosa educación. En su juventud, viajó por Francia, Italia y Gran Bretaña, estudiando la cultura de estos países. El ministro
Godoy le encargó dirigir la reforma del teatro español a principios del siglo XIX. Su colaboración con la causa napoleónica
durante la Guerra de Independencia (fue, por tanto, uno de los afrancesados) le obligó al exilio en Francia, a la ciudad de
Burdeos, donde vivió hasta su muerte.
Destacó en muy diferentes campos. En primer lugar, es significativa su labor crítica en el estudio del teatro español,
tema sobre el que escribió una extensa historia. Su poesía no es muy abundante, pero está entre los poetas de mayor calidad
de su tiempo. Fue el teatro, sin embargo, el género en el que más descolló. Sus obras son el mejor ejemplo del teatro
neoclásico español, respetuoso con las normas y las reglas del arte, y enfocado hacia la educación social. Escribió tan sólo
cinco obras propias: El viejo y la niña (1786) sobre el tema de los matrimonios entre parejas con edades desiguales; La
comedia nueva o el café (1792) en defensa del teatro sujeto a las reglas; El barón (1803) que satiriza las ambiciones de una
familia que trata de elevarse socialmente casando a su hija con un falso barón; La mojigata (1804) sobre la hipocresía religiosa
que oculta los intereses más miserables, y El sí de las niñas (1806), que trata sobre la educación represiva de las
adolescentes, obligadas a matrimonios de conveniencia contrarios a sus deseos.
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