BAROJA, Pío (1913). El aprendiz de conspirador.

Anuncio
BAROJA, Pío (1913). El aprendiz de conspirador.
En esta novela, primera de la serie de las Memorias de un hombre de acción, Baroja introduce en forma novelada la figura de un personaje, don
Eugenio de Aviraneta, que tuvo existencia real, era tío segundo de su madre y murió en 1872, el mismo año en que nació Baroja. Aviraneta, prototipo
del conspirador liberal de la época, se convierte en el protagonista de todas las novelas de la serie. En esta primera, Baroja nos lo presenta en 1837 en
Laguardia, ciudad que era entonces “un punto avanzado del ejército liberal en la línea del Ebro”. Laguardia era también una ciudad cerrada donde
convivían, en una atmósfera cargada de odios políticos y enemistades personales, todas las tendencias políticas del momento: los liberales moderados,
los exaltados y los aristócratas carlistas y reaccionarios. El cacique local, el señor Salazar, liberal moderado, monárquico y católico, repartía mercedes
con el dinero del Estado “como todos los políticos y caciques españoles, antiguos y modernos”
El Raposo realmente parecía un zorro: tenía una viveza de rata, la cara afilada y unos pelos amarillentos en el bigote; el Caracolero era flaco, pálido,
de aspecto enfermizo, con los ojos legañosos y rojizos; la barba gris, sin afeitar en quince días, y una voz de flauta completamente ridícula. Pello se
acercó a la mesa.
— Siéntate — le dijo Estúñiga.
— Le estábamos esperando a usted — agregó el Raposo.
—¿A mí?
— Este señor — añadió Estúñiga, señalando al hombre de la zamarra — nos ha contado las maldades de ese hombre que vino anteayer por la noche a
Laguardia.
—¿Tan malo es? — preguntó Leguía.
— Es un canalla, un traidor, un masón – contestó el hombre de la zamarra con gran solemnidad.
—¿Y qué es lo que ha hecho? — volvió a preguntar Leguía, a quien, sin duda, estas acusaciones vagas no le parecían gran cosa.
— Ha hecho horrores. Así, que la Policía le busca siempre por conspirador. Él dirigió en Madrid la matanza de frailes del año treinta y cuatro; él
ordenó la muerte de ciento treinta y tres prisioneros carlistas que estaban en la ciudadela de Barcelona. Él sublevó el año pasado Málaga y Cádiz. Por
donde va lleva el incendio, la matanza, la ruina, el sacrilegio...
— i Pues es todo un tipo! — dijo Leguía, no sin cierta admiración.
—¡Sí, lo es! — murmuró el Raposo.
—¿Y cómo se llama ese hombre? — preguntó Leguía.
— Eugenio de Aviraneta.
— Tiene apellido vascongado.
—¡Vete a saber si se llamará así! — exclamó Estúñiga.
— Sí, así se llama — replicó el de la zamarra —. Su nombre es bastante conocido.
—¿Y serán verdad todos sus crímenes? — preguntó Leguía.
— Lo son.
Y el hombre de la zamarra sacó del bolsillo cuatro o cinco recortes de periódicos en donde se hablaba del infame, del malvado Aviraneta.
El Raposo se puso unos anteojos de hierro grandes, y estuvo leyendo con atención los recortes.
—¿Y qué intenciones tendrá este hombre al venir aquí? — preguntó el Caracolero.
— Yo creo — dijo el de la zamarra, y acercó su cabeza a las de los demás, como para dar más misterio a la confidencia — que lleva una misión de los
masones de Madrid para desunir y sembrar la cizaña entre los partidarios de Don Carlos.
Fuente: http://www.historiacontemporanea.com/pages/bloque5/la-construccion-del-estado-liberal-18331868/fuentes_literarias/el-aprendiz-de-conspirador
Última versión: 2016-11-19 18:55
- 1 dee 1 -
Descargar