La manifestación de la rebelión

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LA MANIFESTACION DE LA REBELION
Watchman Nee
2 P. 2:10-12; Ef. 5:6; Jud. 8-10; Mt. 12:34; Ro. 9:11-24; 2 Co. 10: 4-6
¿Dónde se manifiesta la rebelión del hombre en la práctica? Primero, se expresa en las
palabras; en segundo lugar, se percibe en los razonamientos; y en tercer lugar, se deja
ver en los pensamientos. A fin de ser librados de la rebelión, debemos confrontar estas
tres cosas. De lo contrario, no podremos eliminarla por completo.
1. LAS PALABRAS
Las palabras salen del corazón
Si uno es rebelde, sus palabras con seguridad dejarán en evidencia la rebelión que hay
en uno. Tarde o temprano las palabras de rebeldía saldrán, porque de la abundancia
del corazón habla la boca. A fin de conocer la autoridad, se debe tener primero un
encuentro con la autoridad. Si uno no ha tenido un encuentro con la autoridad, no
podrá someterse. Uno debe, en alguna ocasión, tener un encuentro con Dios para que
la base de Su autoridad pueda establecerse en uno. Cuando uno hable, sabrá si
profiere una palabra de desobediencia. Inclusive, antes de decir la palabra, el
pensamiento que manifiesta la voluntad, le hará sentir incómodo. Uno percibirá que se
pasó de la raya y sentirá una restricción interna. Si uno profiere palabras rebeldes
descuidadamente y sin ninguna restricción interna, tendrá la evidencia de que no ha
tenido un encuentro con la autoridad. Es más fácil hablar en rebelión que actuar en
rebelión.
La lengua es lo más difícil de domar. Por lo tanto, cuando un individuo se rebela contra
la autoridad, su lengua lo pondrá de manifiesto de inmediato. Tal vez alguien esté de
acuerdo con uno, pero cuando uno le da la espalda, la murmuración se manifiesta.
Puede que no digan nada delante de uno, pero esa persona estará llena de palabras
cuando uno no esté presente. Esto se debe a que la boca es muy accesible. Todas las
personas del mundo hoy día son rebeldes. Muchas personas asienten verbalmente y se
someten externamente. Pero en la iglesia no debe haber una sumisión externa; toda
sumisión debe ser de corazón. Para determinar si alguien es sumiso de corazón o no,
basta con examinar si es sumiso en las palabras. Dios requiere que nos sometamos de
corazón. Debemos tener un encuentro con la autoridad de Dios, pues de lo contrario,
el problema se manifestará tarde o temprano.
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Eva sin prestar atención añadió algo a la Palabra de Dios
Cuando Eva fue tentada en Génesis 3, añadió una pequeña frase: “Ni le tocaréis” (v. 3).
Debemos darnos cuenta de la seriedad de este asunto. Si conocemos la autoridad de
Dios, no nos atreveremos a añadirle nada a la Palabra de Dios. Esta es suficientemente
clara. “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás” (2:16-17). Dios no dijo: “Ni le tocarás”. Estas palabras fueron
añadidas por Eva. Cualquier persona que le añada o le quite a la Palabra de Dios,
demuestra que no ha tenido un encuentro con la autoridad. Esa persona es rebelde e
ignorante. Si un gobierno envía a alguien como su embajador para que hable en cierto
lugar, esa persona debe recordar con precisión las palabras que debe decir; no debe
añadir nada. Aunque Eva veía a Dios todos los días, ella no había tenido un encuentro
con la autoridad. Ella habló descuidadamente, pensando que estaba bien decir unas
cuantas palabras de más. Si un siervo que sirve a un amo mortal no se atreve a añadir
nada a las palabras de su señor, ¿cuánto mayor cuidado deberá tener un siervo de
Dios? Si un hombre habla descuidadamente, se verá que es rebelde.
Cam expone el fracaso de su padre
Examinemos el comportamiento de Cam, el hijo de Noé. Cuando él vio la desnudez de
su padre, fue a decírselo a Sem y a Jafet (9:20-22). Una persona que no es sumisa de
corazón, se complace en ver el fracaso de la autoridad. Cam encontró la oportunidad
para sacar a flote los errores de su padre. Esto comprueba que él no se sometía de
corazón a la autoridad de su padre. Posteriormente, tuvo que someterse por la fuerza.
Cuando él vio el error de su padre, lo comunicó a sus hermanos. Muchos critican a
otros y se deleitan en hablar mal de otros, debido a la falta de amor (1 Co. 13:4-5).
Pero en el caso de Cam no había falta de amor, sino falta de sumisión. Aquello fue una
manifestación de su rebelión.
María y Aarón murmuran contra Moisés
En Números 12 María y Aarón hablaron contra Moisés. Ellos mezclaron los asuntos
familiares con la obra de Dios. Sólo Moisés había sido llamado por Dios; mientras que
María y Aarón eran solamente sus ayudantes. Eso fue decisión de Dios. La
desobediencia de ellos se manifestó por medio de sus palabras. Si llegamos a conocer
la autoridad, muchas bocas se cerrarán, y muchos problemas se evitarán. Una vez que
tenemos un encuentro con la autoridad, muchos problemas naturales llegan a su fin.
Las palabras de María no parecían sobrepasarse. Lo único que ella dijo fue:
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“¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?”
(v. 2). Pero ante Dios esto fue una murmuración (v. 8). Tal vez ellos no dijeron muchas
palabras. Quizá sólo una décima parte de lo que pensaban salió a la luz, el noventa por
ciento seguía escondido. Tan pronto se manifiesta un espíritu rebelde en el hombre,
Dios lo detecta a pesar de lo delicadas que sean las palabras proferidas. La rebelión se
manifiesta en las palabras. Una palabra rebelde deja en evidencia la rebelión, no
importa cuán fuerte ni cuán débil sea lo dicho.
El séquito de Coré ataca a Moisés
En Números 16, cuando el séquito de Coré y los 250 líderes se rebelaron, vemos que su
rebelión se manifestó con palabras; ellos expresaron verbalmente todo lo que había en
sus corazones, pues irrumpieron con una reprensión pública. Aunque María había
murmurado, lo hizo de una manera reservada; por lo cual todavía era posible que
fuera restaurada. Pero el séquito de Coré no tuvo ninguna restricción. Ellos
manifestaron abiertamente su querella. Podemos ver que también la rebelión tiene
diferentes grados. Algunos tienen más escrúpulos y pueden ser restaurados. Pero los
que no tienen ninguna restricción y se desenfrenan por completo, abren las puertas
del Hades para ellos mismos, y éste se los traga. No solamente el séquito de Coré
habló mal de Moisés y Aarón, sino que también los atacó públicamente. Esto fue tan
serio que Moisés se postró sobre su rostro. ¡Cuán serias fueron las acusaciones de
ellos! “Basta ya de vosotros ¿por qué pues os levantáis vosotros sobre la congregación
de Jehová? Reconocemos solamente que Jehová está entre nosotros. Toda la
congregación es santa. No reconocemos la autoridad de ustedes. Ustedes hablan por
su propia cuenta. Vemos, entonces, que todo el que escucha exclusivamente la
autoridad directa de Dios y rechaza la autoridad delegada, se halla en el principio de
rebelión.
Si uno se somete a la autoridad, con seguridad restringirá sus palabras y no hablará
descuidadamente. En Hechos 23 Pablo fue puesto a prueba. Puesto que era apóstol y
profeta, habló desde la posición de profeta a Ananías, el sumo sacerdote, diciendo:
“Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (v. 3). Pero dado que también era judío,
cuando oyó que Ananías era el sumo sacerdote, inmediatamente cambió de actitud y
dijo: “No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (v. 5). Cuán cuidadosas fueron sus
palabras, y cuánto restringió su lengua.
La rebelión se relaciona con andar en pos de los deseos de la carne
La rebelión del hombre se relaciona con complacerse en la carne. En 2 de Pedro 2:10,
la carne y la lujuria se mencionan primero, y luego se habla de aquellos que
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menosprecian el señorío, lo cual se manifiesta en las palabras de murmuración y de
rebelión.
Las personas, por lo general, sólo se asocian con los de su misma clase y sólo se
comunican con ellos. Las personas rebeldes siempre acompañan a los que andan tras
los deseos de la carne y a los que son arrastrados por los deseos corruptos y
menosprecian el señorío. A los ojos de Dios, los que van en pos de la carne, los que se
dejan llevar de sus deseos corruptos y los que menosprecian el señorío, están en la
misma categoría. Tales personas son arrogantes, obstinadas y no temen injuriar a las
potestades superiores. Pero quienes conocen a Dios temen por ellos mismos y saben
que sólo el que tiene una boca corrupta puede proferir injurias. Si conocemos a Dios,
nos arrepentiremos, porque sabemos cuánto aborrece Dios la rebelión. Los ángeles
estuvieron bajo aquellos que tenían el señorío y, por eso, no se atreven a injuriarlos ni
a hacerles frente con un espíritu altivo ni por medios rebeldes. Por lo tanto, si vivimos
delante de Dios, no podemos murmurar contra otros. Debemos tener presente que es
posible usar palabras de rebeldía aun en nuestras oraciones. David podía decir sin
reservas que Saúl era el ungido de Dios, lo cual comprueba que él conservó su
posición. El poder de Satanás es establecido sobre la base de la iniquidad, pero los
ángeles no sobrepasaron el límite que les corresponde. Pedro usó esto como ejemplo,
para mostrarnos que si los ángeles se comportan de esta manera, cuánto más nosotros
deberíamos comportarnos igualmente (v. 11).
Existen solamente dos cosas que le ocasionan al creyente la pérdida de su poder. Una
es el pecado y la otra es hablar mal de los que están por encima de él. Además, Mateo
12:34-37 también dice que de la abundancia del corazón habla la boca. En el día del
juicio, seremos juzgados como justos o pecadores según lo que hayamos dicho. Esto
nos muestra que hay diferencia entre las palabras y los pensamientos. Si no
expresamos palabras, existe la posibilidad de que seamos preservados. Pero si las
palabras salen, todo saldrá a la luz. Por esta razón, la desobediencia de corazón no es
tan terrible como hablar públicamente. Hoy día los cristianos pierden más su poder por
lo que sale de su boca, que por su comportamiento. Verdaderamente lo que sale de la
boca trae la mayor pérdida de poder. Todos los rebeldes tiene problemas con su
manera de hablar. Por lo tanto, si un hombre no puede restringir sus palabras, no
podrá restringirse a sí mismo en ningún otro aspecto.
Dios reprende severamente a los rebeldes
Examinemos nuevamente 2 Pedro 2:12, donde dice: “Como animales irracionales
destinados por naturaleza para presa y destrucción...” Esta es la expresión más fuerte
de la Biblia; no hay una reprensión más severa que ésta. ¿Por qué reprende Dios a
tales personas diciéndoles que son como animales? Porque ellos carecen de
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sentimientos. La autoridad es el tema más importante de la Biblia. Por eso, rebelarse
contra Dios es el más serio de los pecados. La boca no puede hablar livianamente. Tan
pronto como una persona tiene un encuentro con Dios, restringe su lengua y siente
temor de murmurar contra las potestades superiores. Una vez que tengamos un
encuentro con la autoridad, surgirá en nosotros un sentir con respecto a la autoridad,
de la misma manera desde que conocimos al Señor brota en nosotros un sentir que
nos censura cuando pecamos.
Muchos problemas de la iglesia se deben a las murmuraciones
La unidad y el poder de la iglesia pueden ser afectados por las palabras enunciadas
descuidadamente. La mayoría de los problemas de la iglesia hoy, surgen cuando las
personas hablan mal de otros. Solamente una mínima proporción de los problemas
provienen de verdaderas adversidades. La mayoría de los pecados del mundo es fruto
de las mentiras. Si detenemos tales palabras en la iglesia, la mayoría de nuestros
problemas se desvanecerá. Debemos arrepentirnos delante del Señor y pedirle
perdón. Tales palabras deben ser completamente erradicadas de la iglesia. De una
misma fuente no pueden brotar dos clases de agua. De una misma boca no pueden
salir palabras de amor y palabras de murmuración. Que Dios ponga un centinela sobre
nuestra boca y no solamente sobre nuestra boca, sino también sobre nuestro corazón,
de tal manera que todas las palabras y los pensamientos de rebelión lleguen a su final.
Que de hoy en adelante toda palabra maligna entre nosotros se aleje.
2. LOS ARGUMENTOS
Las murmuraciones provienen de los argumentos
La rebelión del hombre se manifiesta en sus palabras, sus argumentos y sus
pensamientos. Si no conoce la autoridad, expresará murmuraciones, lo cual procede
de sus argumentos. El hombre habla porque piensa que tiene la razón. Cam pensó que
tenía una razón válida para rebelarse contra Noé, debido a que lo encontró desnudo.
Las palabras de María con respecto a la unión de Moisés con la mujer etíope describían
un hecho; así que ella tenía razón. Pero los que se someten a la autoridad, no viven
encerrados en sus argumentos. El séquito de Coré y los 250 líderes dijeron que Moisés
y Aarón no debían levantarse sobre ellos, porque toda la congregación era santa y
porque Jehová estaba en medio de ellos. Una vez más la rebelión de ellos tenía un
argumento lógico como base. Las palabras de rebelión a menudo provienen de
argumentos razonables. Datán y Abiram también aducían una razón. Ellos culparon a
Moisés de no haberlos introducido en la tierra que manaba leche y miel y que no les
había dado tierras ni viñas; por el contrario todavía vagaban por el desierto. Ellos
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culparon a Moisés de que él les estaba tapando los ojos u ocultando algo a ellos, por lo
cual dijeron: “¿Sacarás los ojos de estos hombres?” (Nm. 16:14). Con eso daban a
entender que sus ojos veían claramente. Cuanto más pensaban, más argumentos
tenían. Los que aducen argumentos nunca dejan de cavilar. Cuanto más piensan, más
reflexiones surgen. En el mundo todos viven razonando. ¿Cuál sería entonces la
diferencia entre nosotros y las personas mundanas, si nosotros también nos centramos
en nuestros argumentos?
Debemos ser librados de los argumentos para seguir al Señor
Ciertamente necesitamos sacarnos los ojos para seguir al Señor sin razonar. ¿Se basan
nuestras vidas en la validez de nuestras razones o en la autoridad? Muchas personas
quedan ciegas cuando se encuentran con la luz del Señor. Aunque ellos tienen ojos, es
como si no los tuvieran. Una vez que la luz viene, todos los argumentos se desvanecen.
Una vez Pablo fue iluminado en el camino a Damasco y quedó ciego. De ahí en
adelante no se volvió a preocupar por sus argumentos (Hch. 9:3, 8). A Moisés no le
habían sacado los ojos, pero era como si no los tuviera. No significaba que él no tuviera
argumentos, pues el conocía muchos razonamientos lógicos, pero todos ellos estaban
sujetos a él, porque él estaba sometido a Dios. Quienes se someten a la autoridad no
actúan por lo que ven. El siervo del Señor debe ser ciego y debe estar libre de
razonamientos y argumentos. La rebelión surge cuando uno comienza a cavilar
internamente. Por lo tanto, si no les hacemos frente con decisión a los argumentos,
nos será imposible detener las palabras. Si no somos librados de los argumentos, éstos
tarde o temprano producirán palabras de murmuración.
Cuán difícil es librarse de argumentar continuamente. Puesto que somos seres
racionales, ¿cómo podremos dejar de argumentar con Dios? Este es un paso muy
difícil. Desde jóvenes razonamos constantemente. Desde antes de ser salvos hasta
ahora, el principio básico de nuestra vida ha sido la utilización del raciocinio. ¿Qué
podrá hacer que dejemos de cavilar? ¡Si nos piden que no razonemos, es como si
llevaran nuestra vida carnal a su final! Existen dos clases de creyentes: los que viven en
el nivel de los razonamientos, y los que viven en el nivel de la autoridad. Debemos
someternos tan pronto como se nos dé una orden. ¿En cuál nivel vivimos? Cuando
Dios nos da una orden ¿la examinamos y nos sometemos si la orden tiene lógica, y no
nos sometemos si nos parece descabellada? Esta es la expresión del árbol del
conocimiento del bien y del mal. El fruto de este árbol no sólo nos hace razonar sobre
nuestros propios asuntos, sino también sobre los asuntos establecidos por Dios. Todo
debe pasar a través de nuestro razonamiento y nuestro juicio. En vez de dejar que Dios
razone y juzgue, lo hacemos nosotros, pero éste es el principio de Satanás, el cual
desea que nosotros queramos ser iguales a Dios. Sólo quienes conocen a Dios pueden
someterse sin argumentar, pues nunca mezclarán estas dos cosas. Si uno quiere
aprender a someterse, debe arrojar lejos sus argumentos. Uno puede vivir por la
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autoridad de Dios o por sus propios razonamientos, pero no por ambos. El Señor Jesús
vivió en la tierra muy por encima de todo razonamiento. ¿Qué razonamiento formuló
El frente a los insultos, las torturas y la crucifixión misma? El se sometió en todo a la
autoridad de Dios; no se preocupó por hallarle sentido lógico a Sus circunstancias. Su
única responsabilidad era someterse, y no pidió nada más. ¡Cuán sencillo es el hombre
que vive bajo la autoridad! ¡Pero qué complicado es el hombre cuya vida gira en torno
a sus razonamientos! Las aves del cielos y los lirios del campo llevan una vida de
simplicidad. Cuanto más viva uno bajo autoridad, más simple será su vida.
Dios nunca argumenta
En Romanos 9 Pablo intentó demostrarles a los judíos que Dios también llamó a los
gentiles. Él dijo que no todos los descendientes de Abraham eran escogidos; pues sólo
Isaac fue escogido. Y no todos los descendientes de éste fueron escogidos, ya que Dios
escogió solamente a Jacob. Debido a que todo se basa en la elección de Dios, ¿no
podrá El escoger a los gentiles también? Dios tendrá misericordia de quien tenga
misericordia y se compadecerá de quien se compadezca. Desde la perspectiva
humana, Dios amó a Jacob, quien era un engañador, y aborreció a Esaú, quien era un
hombre honesto. El también endureció el corazón de Faraón. ¿Será El injusto?
Debemos entender que Dios está sentado en Su trono de gloria, y el hombre está bajo
Su autoridad. Nosotros no somos más que simples mortales y nada más que polvo de
la tierra. ¿Cómo podremos argumentar con Dios? Él es Dios y tiene la autoridad para
obrar según le parezca. No podemos seguir a Dios y, al mismo tiempo, forzarlo a que
haga caso a nuestros argumentos. Si queremos servirle debemos renunciar a nuestros
argumentos. Toda persona que se ha encontrado con el Señor debe dejar a un lado
todos sus argumentos y permanecer en sumisión. No podemos actuar como
consejeros de Dios. Él dice que tendrá misericordia de quién tenga misericordia (9:15).
Cuán preciosa es la palabra “tendrá”. Debemos adorarlo por esto. Dios no razona igual
que nosotros. El decide hacer esto o aquello. Él es el Dios de la gloria. Pablo añade:
“Así que no depende ni del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia” (v. 16). Dios dijo de Faraón: “Para esto mismo te he levantado, para
mostrar en ti Mi poder” (v. 17). Además, dice que “al que quiere endurecer, endurece”
(v. 18). Endurecer no significa hacer pecar. Significa entregarlos a sí mismos como en
1:26. En este momento Pablo anticipa los razonamientos que algunos formularán,
como “¿por qué todavía inculpa? porque ¿quién resiste a Su voluntad?” (9:19). Estos
interrogantes son válidos, y muchos estarán de acuerdo con ellos. Pero aunque sabía
que eran bastante lógicos, responde: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que
alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho
así?” (v. 20). Pablo no tuvo en cuenta sus razonamientos, sino que concluye: “¿Quién
eres tú?” El no preguntó qué clase de palabras eran éstas; sino qué clase de persona se
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atrevería a hablar contra Dios. Cuando Dios ejerce Su autoridad, no tiene que
consultarnos pues no necesita nuestro consentimiento. Lo único que El pide es nuestra
sumisión. Tan pronto digamos: “Esto es lo que Dios hizo”, todo estará bien.
El hombre continuamente busca razones lógicas. Examinemos si nuestra salvación tuvo
una base lógica o no. No existe ninguna razón válida por la cual hayamos sido salvos.
No lo quisimos ni tampoco lo buscamos; sin embargo, fuimos salvos. Esto es lo más
ilógico que a uno se le pueda ocurrir. Pero Dios tendrá misericordia de quien El tenga
misericordia, y se compadecerá de quien El se compadezca. Independientemente de la
opinión del barro, el alfarero puede hacer vasos de honra y vasos de deshonra. Esto es
un asunto de autoridad y no de raciocinio. El problema básico del hombre hoy es que
él todavía se base en el principio del conocimiento del bien y del mal, el principio del
razonamiento. Si la Biblia le diera una razón lógica a todo, nosotros tendríamos
justificación para argumentar. Pero en Romanos 9 Dios abre una ventana especial
desde los cielos para brillar sobre nosotros. El no discute con nosotros; sólo pregunta:
“¿Quién eres tú?”
La visión de la gloria de Dios nos libra de los razonamientos
Al hombre no le es fácil librarse de sus propias palabras malignas, pero sí de sus
argumentos. Cuando yo era joven, me molestaba la manera irrazonable en la que Dios
actúa. Más tarde, cuando leí Romanos 9, tuve un encuentro con la autoridad de Dios
por primera vez, y comencé a ver quién era yo. Yo soy creación Suya. Mis palabras más
razonables son necedades delante de Él. El Dios que habita muy por encima de todos,
es inalcanzable en Su gloria. Si viéramos una millonésima parte de su gloria, nos
inclinaríamos y todos nuestros razonamientos se disiparían. Sólo los que viven lejos de
Él pueden ser orgullosos, y sólo aquellos que viven en tinieblas pueden ser prolíficos en
sus razonamientos. En todo el mundo nadie puede ver ninguna luz por su propio
esfuerzo. Solamente cuando Dios nos concede una pequeña luz y nos revela algo de Su
gloria, caemos en tierra, tal como el apóstol Juan (Ap. 1:16-17).
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos cuán indignos y pequeños
somos. ¿Cómo nos atreveremos a altercar con Él? Cuando la reina de Saba visitó a
Salomón y él le reveló un poco de su gloria, no quedó espíritu en ella. Pero en nosotros
hay uno que es mayor que Salomón. ¿Habrá algún razonamiento al cual no podamos
renunciar? Adán pecó porque comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del
mal. Pero si Dios nos revela tan sólo un poco de Su gloria, veremos que no somos más
que un perro muerto y polvo de la tierra. Todos nuestros razonamientos se
desvanecerán delante de Su gloria. Cuanto más vive una persona delante de Su gloria,
menos argumenta. Y cuando uno ve a una persona argumentadora, notará que ella no
ha visto la gloria de Dios.
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Durante estos años he descubierto que Dios nunca obra de acuerdo a nuestros
razonamientos. Aunque yo no entienda lo que El hace, tendré que adorarlo porque soy
Su siervo. Si yo entiendo y comprendo todo lo que El hace, debo ser yo el que esté
sentado en el trono. Cuando descubra que Él está muy por encima de mí, que Él es el
único y supremo y que debo postrarme en tierra, todos mis razonamientos
desaparecerán. De ahí en adelante, la autoridad tendrá la preeminencia y no mis
razonamientos, ni lo que esté correcto ni lo que esté equivocado. Los que conocen a
Dios, se conocerán a sí mismos y, una vez que se conozcan a sí mismos, todos sus
argumentos desaparecerán.
Uno llega a conocer a Dios por medio de la sumisión. Todo aquel que vive centrado en
sus argumentos desconoce a Dios. Los que voluntariamente se someten a la autoridad,
pueden verdaderamente conocer a Dios. Todo el conocimiento del bien y del mal que
heredamos de Adán debe ser erradicado de nosotros. Sólo así nos someteremos
fácilmente.
La razón es “Yo soy Jehová”
Después de cada precepto que el Señor da a los israelitas en Levítico 18 al 22, El añade:
“Yo soy Jehová”. No incluye la palabra porque. Yo hablo de esta manera, porque yo soy
Jehová. No se necesita otra explicación. La razón es “Yo soy Jehová”. Si comprendemos
esto, no viviremos de acuerdo con los razonamientos. Debemos decirle a Dios: “Yo
antes vivía según mis pensamientos y razonamientos, pero hoy me inclino ante Ti y te
adoro. Si está bien para Ti, eso me basta. Yo solamente te adoro”. Cuando Pablo fue
derribado por la luz en el camino a Damasco, todos los razonamientos se
desvanecieron. Una vez que la luz brilla, quedamos postrados. La primera expresión
que salió de la boca de Pablo fue: “¿Qué haré, Señor?” (Hch. 22:10). Inmediatamente
obedeció. Aquellos que conocen a Dios no argumentan. Cuando la luz juzga, los
razonamientos desaparecen.
Cuando el hombre argumenta con Dios, da a entender que la obra de Dios necesita
nuestro consentimiento. Este es el pensamiento de una persona sumamente necia.
Dios no tiene que explicarnos todo lo que hace. Los caminos de Dios son más elevados
que los nuestros. Si pudiéramos bajar a Dios al nivel de la razón, El dejaría de ser Dios,
porque no sería diferente a nosotros. Si argumentamos, cesaremos la alabanza.
Cuando la sumisión se va, se esfuma la alabanza. Cuando esto sucede, el yo viene a ser
el juez de Dios y hasta toma la posición de Él. ¿Cuál es entonces la diferencia entre el
barro y el alfarero? ¿Tendrá el alfarero que pedirle permiso al barro para moldearlo?
Que el Dios de gloria se nos revele, para que todos nuestros argumentos se acaben.
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3. LOS PENSAMIENTOS
La relación entre los razonamientos y los pensamientos
La rebelión del hombre no sólo se manifiesta en palabras y en razonamientos; sino
también en pensamientos. El hombre expresa palabras rebeldes porque sus
razonamientos son rebeldes. Pero los razonamientos se manifiestan en pensamientos;
por lo tanto, el pensamiento es el centro de la rebelión del hombre.
En 2 Corintios 10:4-6 tenemos uno de los pasajes más importantes de la Biblia porque
indica cuál parte del hombre debe someterse a Cristo. El versículo 5 habla de “llevar
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. La rebelión del hombre se produce
en el pensamiento. Pablo dijo que debemos destruir las fortalezas, los razonamientos y
todo lo que se levante contra el conocimiento de Dios. El hombre usa sus
razonamientos para edificar fortalezas alrededor de sus pensamientos. Debemos
derribar tales razonamientos y llevarlos cautivos. Descartamos los razonamientos pero
retenemos los pensamientos. Es imposible que los pensamientos del hombre se
sometan a Dios sin derribar antes los razonamientos. Todos los razonamientos impiden
que el hombre conozca a Dios. Ante Dios las “fortalezas”, los razonamientos del
hombre, son como edificios altos, como un gran obstáculo en el camino que conduce
al conocimiento de Dios. Una vez que un hombre se encierra en sus razonamientos,
sus pensamientos son rodeados y no puede someterse a Dios. La sumisión se relaciona
con los pensamientos. Si los razonamientos se manifiestan, lo hacen en palabras. Si se
quedan escondidos, rodean los pensamientos y hacen que sea imposible someterse.
Pablo no hacía frente a los razonamientos con otros razonamientos. Las razones del
hombre son tan graves que sólo pueden ser juzgadas por medio de una batalla. La
mente con sus razonamientos puede ser confrontada con la armadura espiritual y con
el poder de Dios. Esta es una batalla entre Dios y nosotros. Nos convertimos en
opositores de Dios. La mente humana que se centra en las razones es un legado del
árbol del conocimiento del bien y del mal. Es difícil concebir cuánto problema le ha
causado esta mente a Dios. Satanás nos ata por medio de diferentes tipos de
razonamientos, y nos encierra en ellos, lo cual impide que Dios obtenga nuestro ser, de
tal modo que llegamos a ser enemigos de Dios.
Génesis 3 es un cuadro de 2 de Corintios 10. Satanás utilizó la razón al dialogar con
Eva. Cuando Ella vio que el fruto del árbol era bueno para comer, ella también razonó,
y al hacerlo desobedeció a Dios. Una vez que surgen los razonamientos, los
pensamientos del hombre quedan aprisionados en ellos. Los razonamientos y los
pensamientos van juntos. Los razonamientos aprisionan los pensamientos. Una vez
que éstos son cautivados, el hombre no puede someterse a Cristo. Si queremos
someternos a Dios, debemos tocar Su autoridad y derribar todas las fortalezas de los
razonamientos.
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Llevamos cautivo todo pensamiento
En el Nuevo Testamento en griego, la palabra pensamiento es noema y se usa seis
veces en el Nuevo Testamento, en Filipenses 4:7; 2 Corintios 2:11; 3:14; 4:4; 10:5 y
11:13. Acertadamente se traduce “pensamiento” y denota las intenciones del corazón.
El corazón es el órgano, y las intenciones son sus actividades, las cuales son el
producto de la mente del hombre. El hombre expresa lo que es por medio de la
libertad de opinar y proponer. Para proteger su libertad y justificar sus ideas, debe
demostrar que son buenas y que están en lo correcto. Por lo tanto, necesita
envolverlas en razonamientos. El hombre usualmente se rehusa a creer en el Señor
porque uno o dos de sus razonamientos lo ha rodeado como una muralla. Por ejemplo,
algunos dicen que creerán en el Señor cuando sean viejos y que no han visto buen
ejemplo en los creyentes. También hay muchas razones por las cuales los creyentes se
excusan para no amar al Señor. Los estudiantes dicen que están muy ocupados con sus
tareas; los hombres de negocios dicen que están muy ocupados en sus negocios o que
no se sienten bien físicamente. Si Dios no rompe esas fortalezas, el hombre nunca
podrá ser liberado. Satanás usa los razonamientos como fortalezas para mantener
preso al hombre y lo rodea de ellas. Debido a esto, no puede librarse por sí mismo. La
sumisión a Cristo es imposible a menos que la autoridad de Dios capture los
pensamientos y los lleve cautivos.
Para que el hombre conozca la autoridad, debe primero destruir los razonamientos.
Cuando el hombre ve a Dios como es revelado en Romanos 9, todos los razonamientos
se rompen en pedazos. Cuando las fortalezas de Satanás son derribadas, no quedan
razonamientos y los pensamientos son llevados cautivos a la obediencia a Cristo. No es
suficiente encontrarse con la autoridad de Dios sólo en lo que respecta a las palabras,
ya que eso no basta para erradicar todos los razonamientos. Pues los pensamientos
deben ser llevados cautivos a la obediencia a Cristo. Sólo cuando los pensamientos de
uno son llevados cautivos puede uno llegar a someterse verdaderamente a Cristo.
Para discernir si un hombre ha tenido un encuentro con la autoridad, debemos
observar si ha sido disciplinado en su modo de hablar, en sus razonamientos y en sus
opiniones. Cuando uno es confrontado por la autoridad, la lengua no vuelve a hablar
descuidadamente, los razonamientos no serán tan atrevidos y las opiniones no serán
defendidas. El hombre común tiene muchas opiniones. Pero el día llegará cuando la
autoridad de Dios vendrá a destruir las fortalezas que Satanás había levantado por
medio de los razonamientos, de tal manera que Dios capture los pensamientos del
hombre y lo haga un siervo Suyo que se somete a Cristo sin opinar. Solamente así,
podrá haber una salvación completa.
Una persona que nunca ha tenido un encuentro con la autoridad, por lo general desea
ser un consejero de Dios. Dios no ha cautivado sus pensamientos. Cuando va a un
lugar, lo primero que piensa es en “mejorarlo”. Cuando los pensamientos no han sido
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disciplinados, tendrá muchas razones que ofrecer, y no se verá ningún
quebrantamiento. Por lo tanto, nuestros pensamientos deben ser cortados tan
profundamente que sean cautivados por Dios. Sólo así, podremos ver Su autoridad. Y
sólo entonces, no nos atreveremos a escondernos detrás de nuestros razonamientos
expresando descuidadamente nuestras opiniones.
Pareciera que en el mundo sólo dos personas lo saben todo: Dios y yo. Yo soy el
consejero y lo sé todo. Cuando éste es el caso, se muestra claramente que los
pensamientos de uno no han sido cautivados y que desconoce por completo la
autoridad. Una persona cuyas fortalezas y razonamientos han sido quebrantados por la
autoridad de Dios, tendrá sus pensamientos cautivados por Dios, podrá someterse a
Cristo y será librado de sus opiniones. De hecho, ya no le interesará expresar sus
opiniones, pues sus pensamientos habrán llegado a ser esclavos de Dios; así que ya no
será un hombre libre. La libertad natural es un manjar para Satanás. Por eso, debemos
renunciar a tal libertad y ser sencillamente obedientes. Existen sólo dos medios por los
cuales los pensamientos del hombre pueden ser usados: bajo el control de nuestros
razonamientos o bajo el control de la autoridad de Cristo. En realidad, no existe en el
mundo libertad para escoger. Somos cautivos de nuestros razonamientos o del Señor.
Somos esclavos de Satanás o de Dios.
Para discernir si una persona ha tenido un encuentro con la autoridad, primero
debemos observar si se expresa con palabras rebeldes; segundo, debemos determinar
si argumenta con Dios o no; y tercero, si él expresa sus opiniones o no. Debemos
destruir nuestras opiniones delante del Señor, pero éste es solamente el aspecto
negativo. Debemos destruir los razonamientos para que los pensamientos sean
llevados cautivos a la obediencia a Cristo y para que no se atrevan a expresar sus
opiniones. Anteriormente, yo ofrecía muchas razones, basado en mis opiniones. Hoy
todos mis razonamientos se han ido. Ahora me someto a aquel que me cautivó. Un
cautivo no tiene libertad; y aun si expresa su opinión, aquello será inútil. Tampoco
puede recibir opiniones. Ocurre lo mismo en nuestro caso cuando somos cautivados
por el Señor. No expresaremos ya nuestras opiniones ni sugerencias. Más bien,
tomaremos solamente la opinión de Dios.
Una advertencia a los obstinados
Pablo
Pablo era una persona inteligente, competente, sabia y sensible. Él era muy
competente y confiaba en su obra; además servía a Dios con mucho celo. Cuando él
iba camino a Damasco con algunos hombres para prender a los creyentes, se encontró
súbitamente con una gran luz que lo derribó. En aquel momento, todas sus opiniones y
sus métodos se desvanecieron. Toda su capacidad fue destruida. El no regresó a Tarso
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ni a Jerusalén. No sólo renunció a su viaje a Damasco, sino también a todos sus
razonamientos. Cuando muchas personas se enfrentan a las dificultades, toman otra
dirección. Si un camino se les cierra, intentan otro. Pero continúan avanzando según
sus propios métodos y opiniones. Muchos son tan necios, que no caen en tierra ni
siquiera cuando son golpeados por Dios. Son azotados por Dios en las circunstancias
pero no en sus razonamientos, pues sus pensamientos persisten. A muchos se les ha
impedido que vayan a Damasco, pero ellos encuentran un camino hacia Tarso o hacia
Jerusalén. Una vez que Pablo fue golpeado, todo terminó. No necesitó decir nada más
ni cavilar más, pues ya no sabía nada. Por eso le preguntó al Señor: “¿Qué haré,
Señor?” He ahí un hombre sumiso de corazón. Sus pensamientos fueron cautivados
por el Señor. Saulo era considerado una persona sobresaliente y distinguida en donde
quiera que iba, pero cuando él conoció la autoridad de Dios, todas sus opiniones se
desvanecieron. La señal más grande de que una persona se ha encontrado con Dios, es
la ausencia de prejuicios y de astucia. Debemos pedirle a Dios que tenga misericordia
de nosotros para que seamos sencillos cuando recibamos Su luz. Quienes han tenido
un encuentro con la autoridad de Dios, caerán delante de Él y espontáneamente harán
a un lado sus opiniones. Pablo dijo que él había sido capturado por Dios y era Su
prisionero. Ahora no es el momento de expresar nuestras opiniones; sólo debemos
escuchar y someternos.
El rey Saúl
Dios rechazó a Saúl, no por hurtar, sino por ofrecer sacrificios a Dios del ganado y de
las ovejas que él creía que eran las mejores, lo cual fue su opinión. Él estaba tratando
de agradar a Dios por medio de sus propios pensamientos. Estos no habían sido
cautivados, debido a lo cual fueron rechazados por Dios. Nadie puede decir que Saúl
no tenía celo en el servicio a Dios. El no mintió cuando dijo que traía las mejores vacas
y las mejores ovejas. Sin embargo, el problema fue que él tomó una decisión basado
en su propia opinión (1 S. 15). Un siervo de Dios no puede expresar sus propias
opiniones; sólo debe cumplir la voluntad de Dios. Debemos tener un solo deseo: “¿Qué
haré, Señor?” Si ésta no es nuestra actitud, estaremos completamente equivocados. La
obediencia es mejor que los sacrificios. No hay lugar para que el hombre exprese sus
opiniones delante de Dios. Cuando el rey Saúl vio tantas ovejas gordas, quiso guardar
algunas para sacrificarlas a Dios. Su corazón estaba inclinado a Dios, pero no obedecía.
Tener un corazón inclinado a Dios no puede reemplazar las palabras: “No me atrevo a
decir nada”. En verdad las ofrendas no pueden reemplazar una actitud de no tener voz
delante del Señor. Dios había ordenado que todos los amalecitas con su ganado y
ovejas fueran completamente destruidos, pero Saúl no quiso hacerlo. Más adelante,
los amalecitas lo mataron, y su reino se detuvo. Cualquiera que reciba una propuesta
de salvar a los amalecitas, será destruido por ellos a la postre.
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Nadab y Abiú
Nadab y Abiú también fueron rebeldes con respecto a los sacrificios. Ellos no supieron
someterse a la autoridad de su padre; por el contrario, actuaron por iniciativa propia.
Ellos pecaron porque ofendieron a Dios. Fue un pecado ofrecer fuego extraño, es decir,
se sobrepasaron en el ministerio de Dios. Aunque no dijeron nada, ni argumentaron ni
murmuraron, ellos quemaron fuego extraño de acuerdo con sus sentimientos. Ellos
pensaron que su servicio era útil para Dios. Pensaban que si se equivocaban, sería
simplemente un error en su servicio. Para ellos eso no era un gran pecado, pero fueron
inmediatamente rechazados por Dios, y murieron.
El testimonio del Reino se logra sólo por medio de la sumisión
Dios no mira nuestro celo por el evangelio ni nuestra disposición a sufrir; lo que El mira
es si somos obedientes o no. Pues el Reino sólo puede establecerse cuando
refrenamos nuestra opinión, detenemos nuestros razonamientos, cesamos de hablar
mal de otros y nos sometemos a Dios sin reservas. Ese será un día glorioso, un día que
Dios ha esperado desde la fundación del mundo. Dios tiene un Hijo primogénito que se
sometió como primicias. Pero Dios espera que todos Sus hijos sean conformados a la
imagen de Su Hijo primogénito. Si hay una iglesia en la tierra que verdaderamente se
someta a la autoridad de Dios, El tendrá el testimonio del reino, y Satanás será
derrotado. Satanás no se preocupa por nuestra obra, pues cuando estamos en el
principio de la rebelión y actuamos independientemente, él se ríe en secreto.
De acuerdo con la ley de Moisés, los levitas debían llevar el arca. Pero cuando los
filisteos enviaron el arca de regreso a los israelitas, la cargaron en un carro tirado por
bueyes. Cuando David quiso que el arca fuera llevada a Jerusalén (la ciudad de David),
él no buscó la voluntad de Dios, sino que actuó según su deseo y transportó el arca en
un carro tirado por bueyes. Cuando los bueyes tropezaron, Uza extendió su mano para
impedir que el arca se cayera. Inmediatamente, Dios lo hirió, y murió. Aunque el arca
no se hubiera caído, de todos modos estaba en un carro de bueyes, y no en los
hombros de los levitas. Cuando los levitas llevaban el arca para atravesar el río Jordán,
a pesar de las grandes olas, el arca permanecía imperturbable. Esto nos muestra que
Dios no está interesado en los planes del hombre. Este debe siempre someterse a Dios.
Sólo cuando Dios nos vacía completamente, Su voluntad puede ser hecha sin ningún
obstáculo. Si nos acercamos a Él con nuestras opiniones humanas, nunca podremos
servirle apropiadamente. Dios gobierna por encima de todo, excepto de las
maquinaciones del hombre. Las opiniones del hombre deben ser totalmente
deshechas, y sus pensamientos rechazados, de tal manera que no pueda hacer
sugerencias. Anteriormente teníamos libertad cuando vivíamos en el yo; pero en el
momento en que nuestros pensamientos son capturados, la libertad se acaba. Como
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resultado, podemos obedecer a Cristo y tener la verdadera libertad, la libertad de estar
en el Señor.
En 2 Corintios 10:6 dice: “Y estamos prontos para castigar toda desobediencia, cuando
vuestra obediencia sea perfecta”. Sólo cuando los pensamientos son llevados cautivos,
la obediencia llega a ser perfecta. La persona que todavía puede realizar actividades y
expresar sus opiniones delante del Señor, no tiene una obediencia perfecta. El Señor
se está preparando para traer castigo a los desobedientes tan pronto como cuando
nuestra obediencia sea perfecta. Si damos giro completo y tenemos temor de expresar
nuestras opiniones y propuestas, nuestra obediencia será perfecta, y Dios manifestará
Su autoridad en la tierra. Si la iglesia no es sumisa, es imposible que los demás se
sometan al evangelio. Todos nosotros debemos aprender a ser restringidos. Nuestra
boca necesita ser disciplinada para dejar de hablar, también nuestra mente para dejar
de argumentar, y nuestros corazones para dejar de tomar decisiones. Si hacemos esto,
se abrirá un camino glorioso delante de nosotros, y Dios manifestará Su autoridad en
la tierra.
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