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Pensar el campo
Norma Giarraca es una de las pocas sociólogas que estudia hace casi cuarenta
años el mundo rural argentino y latinoamericano. Formó parte del equipo de Horacio
Giberti en la Secretaría de Agricultura y Ganadería entre 1973 y 1974. Es profesora
titular e investigadora principal del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias
Sociales de la UBA. Coordina el Grupo de Estudios Rurales y el Grupo Estudios de
Movimientos Sociales de América Latina. Coordinó el Grupo de Trabajo de Desarrollo
Rural de CLACSO. Y ha escrito en todo este tiempo algunos de los artículos más
reveladores sobre la cuestión. Giarracca no es neutral. Quiere un mundo de resistencias
y no de resignaciones frente al discurso hegemónico polarizador e injusto. Y su mirada,
académica, pero de manos embarradas, de rutas recorridas, apunta a comprender los
procesos de transformación.
-Usted cree que el modelo sojero del agronegocio tiene una lógica muy distinta
del modelo agrario y agroindustrial que nos conformó como nación. ¿Cuáles son las
principales diferencias?
-En primer lugar cada uno de estos dos modelos corresponde a un régimen
social de acumulación (RSA). El agrario-agroindustrial, corresponde al régimen que
conocemos como industrialización sustitutiva de importaciones, orientado al mercado
interno, con cierto grado de articulación social y sectorial, configurando un sistema
social de fuertes desigualdades internas pero con inclusión. Mientras que el
“agronegocio” está inserto en el régimen denominado capitalismo neoliberal, de
economía abierta de mercado, con orientación al mercado externo, desarticulado social
y sectorialmente y configurando un sistema social de polarización social con exclusión.
En segundo lugar, y especificando a la producción agraria, se pasa de
significarla no ya como producción de alimentos u otros cultivos sino como
commodities, mercancías que se colocan en los mercados, básicamente, internacionales.
El sector financiero pasa a jugar un papel central en esta apuesta a la producción de
commodities. En realidad, es lo que le otorga ese nuevo sentido: se compra-vende, se
establecen precios a futuros como en las transacciones financieras, así como ciertas
tecnologías de punta que implican “paquetes tecnológicos” que dejan poco margen de
maniobra tanto en la gestión agronómica como de mercadeo a la empresa o unidad
agraria.
También se marca una diferencia en la relación entre los actores del modelo y
otros actores fuera del modelo. En el agronegocio importa tener una buena
comunicación que se hace a través de los medios de comunicación masivos, canales de
televisión, suplementos de diarios nacionales y fuertes vinculaciones con las
universidades y las agencias de investigación, hasta crearon una nueva exposición
anual.
Es paradigmática en tal sentido la relación de Monsanto con las universidades
públicas y el Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (CONICET). Uno puede
preguntarse por qué esa apuesta a estos agentes científicos si sólo el 3% de los
artefactos tecnológicos utilizados por la empresa tiene origen nacional y toda la
tecnología viene de sus propios centros de Investigación y Desarrollo. La respuesta
debe buscarse en el rol que juegan los científicos en las comisiones de autorización
tecnológica, en la CONABIA, por ejemplo. Mantener una excelente relación con los
científicos, darles subsidios, premios; podemos interpretar, entonces, que esta relación
los convierten en “amigos” acríticos en estas comisiones.
-¿Por qué cree que durante el conflicto campo-Gobierno se habló tan poco de
Cargill, de Syngenta, de Bayer, de Bunge, de Dreyfus y de Monsanto?
-Creo que hay gente que sí habló de ellos. Hay que recordar el dramático
discurso de Claudio Lozano en el Congreso cuando denuncia cómo se favorecían los
exportadores con las reglamentaciones del Gobierno. Y digo dramático porque fue una
situación en la que se denunció un enorme desfalco y se puso sobre el tapete quiénes
eran los verdaderos actores que aprovechaban el modelo con modos legales y otros no
tanto. Por eso era de esperar que pasara algo. Pero nada pasó.
Más que ver por qué estos actores no aparecieron, me parece que tendríamos
que interrogarnos sobre qué mecanismos operaron en el conflicto y su debate público,
que ponían en un segundo plano a los actores hegemónicos, y en un primer plano a los
actores subordinados, a los actores nacionales. Yo creo que hubo complicidad en esto
de las dos partes: Gobierno y Mesa de Enlace (esta última obtuvo una notoriedad
inesperada).
-¿Qué grandes transformaciones trajo este nuevo modelo? ¿Qué cambios
produjo en la vida de los pueblos del interior?
-Yo suelo hablar de la “gran transformación conservadora” pues hay un
pensamiento muy arraigado en los paradigmas de la modernización desarrollista, que
considera que toda transformación es buena per se.
Por el contrario, para la filosofía liberal del siglo XIX y parte del XX, toda
expansión agraria que tienda a la concentración del capital, de la tierra y de los actores
económicos comprometidos es conservadora, es decir atenta contra la democratización
de la sociedad.
Barrington Moore, el importante historiador del capitalismo europeo, alertaba
contra esos tipos de modelos y hasta llegó a asociar la presencia del junker (gran
terrateniente alemán) con el surgimiento del nazismo, en tanto que basaba las
esperanzas democratizadoras en la presencia del farmer (pequeño capitalista agrario).
Pasó lo mismo con Max Weber, el gigante del pensamiento liberal del siglo XX, quien
se ocupó de estudiar a los chacareros de Entre Ríos, Argentina, para contraponerlos con
los junkers alemanes.
En un sentido profundo y filosófico el nuevo modelo pone en peligro la
construcción de una sociedad democrática. No obstante para ver el actual caso
argentino debemos preguntarnos de dónde partimos. Lamentablemente antes de que el
agronegocio encontrara sus mejores condiciones para comenzar a funcionar, se
destruyó todo un andamiaje institucional que había permitido durante el siglo XX la
coexistencia de la gran propiedad con los chacareros y campesinos. Una estructura
agraria que Max Weber se ocupó de conocer; que Carl Taylor elogió; una estructura
que fue la excepción dentro de América Latina en el famoso trabajo del Comité
Interamericano de Desarrollo Agrario (CIDA) en los años sesenta por la presencia del
fuerte sector medio.
Muchos chacareros perdieron sus patrimonios vía endeudamiento y la situación
se tornó dramática. Después de esa etapa, llegó la producción sojera, que bajo los
costos de producción, con una necesidad mucho menor de trabajo del agricultor directo
y muy altas rentabilidades. Los que pudieron entrar, mediante distintas estrategias,
tuvieron un cambio muy importante en sus situaciones y la prosperidad fue de tal
magnitud que comenzó a “desparramar” en los pueblos y ciudades del interior. En
efecto, hubo una prosperidad que iba en aumento cada año: mientras los grandes
actores (corporaciones, exportadores, fondos de inversión, etcétera) se enriquecían de
modo exponencial, los pequeños y medianos capitalistas con inserción territorial-
regional que habían sobrevivido a la etapa de transición (91-97) comenzaron una etapa
de prosperidad que se acentúa después de la devaluación de 2002 y que se mantiene
hasta hoy.
No obstante ese “derrame” que llega a sectores medios –productores,
comerciantes, profesionales, etcétera–, no llegó de ningún modo a los trabajadores del
sector, ni en la soja, ni en los otros “agronegocios” que se fueron desarrollando. La
contrapartida fue el arrinconamiento de poblaciones campesinas e indígenas que
querían seguir con sus vidas y producciones, el uso de la violencia privada y la
devastación de montes, bosques y yungas. Un último interrogante: ¿lo que le
correspondió al ingreso fiscal via impuestos, se redistribuyó, “se desparramó” entre los
sectores pobres urbanos? No es fácil de responder pero, a mi juicio, si hubiera sucedido
esto, los sectores populares urbanos hubiesen apoyado al Gobierno en el conflicto y
hubo un silencio muy significativo (no de los sectores campesinos e indígenas).
-¿Por qué cree que se disparó el conflicto?
-Los dirigentes de las entidades fueron negociando su relación con el Gobierno.
Por un lado, el Gobierno les da la devaluación y una serie de subsidios, por ejemplo el
de los combustibles. Y por el otro, ellos van permitiendo este tipo de impuesto, las
retenciones, que va directamente a las arcas del Gobierno nacional. Es una negociación.
Hasta que ellos consideran que esa retención no está consensuada. Hacen el paro como
presión a la negociación entre socios; esto lo contó también el ex jefe de Gabinete,
Alberto Fernández, en una entrevista de televisión: cuando se acercaba Semana Santa le
dijeron que iban a salir a la ruta y luego iban a seguir conversando. Era así. Sacaron
gente a la ruta para negociar como habían hecho tantas otras veces. Estos paros han
sido muy frecuentes, siempre, con todo tipo de gobierno. Yo creo que todo se complica
el 25 de marzo, cuando sale la Presidenta a hablar de los “piquetes de la abundancia”.
Ahí hay un quiebre en el espacio de negociación.
Cuando escuché el discurso lo primero que pensé fue: “Esta mujer no conoce a
la gente del interior”. La manera de expresarse fue muy urbana, muy soberbia, fuera de
lugar. Mucha gente se sintió tremendamente mal. A mi juicio, desde ese momento los
dirigentes son desbordados y se rechaza cualquier negociación, se pide el retiro de la
resolución 125. La gente del campo es muy respetuosa cuando discute, es respetuosa
con sus autoridades, pero cuando se enoja, se enoja, y cuando se pelea, se pelea en
serio. Lo que fue significativo esta vez, en comparación con otras protestas, es cómo se
prolongó en el tiempo y el apoyo de la ciudad. Pero habría que consultar también con
psicólogos sociales para conocer qué pasó con la gente con un gobierno al que muchos
habían votado pocos días atrás. Creo que cuanto más hablaba la Presidenta, más
complicaba la situación.
-La gran paradoja de la soja es que su venta genera mucha riqueza. Y que a un
país pobre, como el nuestro, nunca le viene mal. ¿Hay formas de conseguir buen
dinero por las exportaciones, distribuirlo bien, no atentar contra el medioambiente y
proteger una agricultura por agricultores?
-Argentina tiene el privilegio que muy pocos países del mundo ostentan: ser
excedentario en materia agrícola-alimentaria; tener las mejores praderas (con un
puñado de otros países) para producir con muy alta rentabilidad. Argentina podría
integrar lo que los anglosajones denominaron el food power (poder alimentario). Esto
se pudo comprobar en la conformación de la Nación a fines del siglo XIX, por ejemplo.
No es solo por la producción sojera que el país puede generar riqueza, alimentar a su
población y vender excedentes para obtener divisas para usarla como un Estado
capitalista puede usarla hoy (garantizando empleo, trabajo, educación, salud, vivienda,
cultura, ciencia con autonomía). La crisis anterior a la entrada de la soja en el campo
argentino fue inducida por variables macro y microeconómicas que la dupla MenemCavallo usó para crear las condiciones para la entrada de todo ese paquete tecnológico;
y, sobre todo, para la entrada de esa nueva lógica de producción que llamamos
agronegocio. El país podía entrar en el ciclo de aumento de precios internacionales de
alimentos en general sin caer en la dependencia de la soja.
Mi respuesta es que dentro de esta lógica no existen posibilidades de aprovechar
las ventajas agrarias que el país siempre tuvo para una política redistributiva. De allí mi
constante crítica al gobierno de los Kirchner durante el conflicto: ellos profundizaron el
modelo, siguieron con la lógica del agronegocio, incluyeron a los actores poderosos en
su gobierno (como al senador Urquía) y luego, por un desacuerdo en la sociedad del
reparto de ganancias (vía impuestos para el Gobierno), se define como un gobierno
“redistributivo” y comienza la crítica. En el modelo neoliberal del “agronegocio” no es
posible la democratización económica. Se debe cambiar esa lógica y este Gobierno se
muestra ambiguo, por un lado la Presidenta hace declaraciones encendidas contra los
ruralistas (no contra el modelo y su lógica) y por otro toda la estructura de la
administración y gestión agraria está en función de este modelo. Es una vergüenza
escuchar a funcionarios del área de este Gobierno, son apologéticos del modelo sojero.
Hay legisladores del partido gobernante que se muestran críticos pero ellos mismos se
impresionan con lo que se encuentran en el Poder Ejecutivo. En síntesis, con este
modelo, ni con soja ni con otra producción agraria hay redistribución.
-Varias veces señaló que la Sociedad Rural Argentina no es la misma que la
golpista de los años setenta. ¿Por qué?
-A la Sociedad Rural Argentina de 1973-76 la conocí bien porque yo era
funcionaria técnica de la Secretaría de Agricultura y asistía en representación del
director del área donde trabajaba (Grupo de Sociología Rural) a algunas comisiones del
sistema de Política Concertada para el sector agropecuario. La SRA no asistía pero le
mandaba mensajes al Gobierno a través de sus editoriales de su revista ANALES. Su
discurso eran palabras, voces, desde un poder intacto a través de las décadas; sus
miembros habían estado prevenidos y dispuestos a ver qué pasaba con ese tercer
peronismo antes de asumir Héctor Cámpora, pero luego –con la política de Juan Perón,
con José Gelbard y Horacio Giberti– la SRA se pintó la cara y se volvió durísima y,
asociada a la Marina, fue, sin dudas, parte del golpe de 1976.
Celedonio Pereda, presidente de la SRA en esos tiempos, no solo no recibió a
los presidentes en sus exposiciones sino que ni Giberti asistió. Ellos, en aquel
momento, eran el verdadero poder terrateniente, aún las subdivisiones por sucesión no
los había afectado y no estaban dispuestos a compartir sus rentas (ganancias
extraordinarias) más allá de lo que lo hacían por medio de los organismos reguladores
del Estado. Pensemos que estaban las “juntas” (de granos, carnes, etcétera) que
regulaban a través de las exportaciones y precios sostén la dinámica económica del
sector. Además su cultura de clase era la cultura del poder político.
Pero entre 1976 y 2008, pasaron 32 años, mucho más de una generación, y cada
generación no se repite en forma idéntica (aunque la reproducción social es muy
fuerte), cada generación está impregnada tanto de continuidades como de rupturas. Por
supuesto que están los cambios económicos, las grandes transformaciones, los nuevos
actores de la globalización, pero la cultura también juega. Lo que ocurrió con quienes
fueron cómplices del golpe de 1976 fue fuerte y muchas veces condujo a sus
descendientes a rever sus posiciones de clase, a hacer críticas. Le doy ejemplos caseros:
la nieta de Celedonio Pereda fue estudiante mía un buen tiempo –después de mi regreso
a la UBA en 1984–; sus padres eran unas muy buenas personas que se ocupaban con la
Iglesia progresista de apoyar organizaciones campesinas e indígenas. Si yo hubiera
pensado que estas dos generaciones posteriores al golpista Celedonio Pereda de 1976
eran iguales a él, sin cambios ni reflexiones, me hubiese puesto en una posición
autoritaria y sectaria. ¿Qué pasó con las grandes extensiones de tierra del viejo
Celedonio? Tal vez se fragmentaron entre muchos hermanos que ya no poseen aquel
poder, tal vez integran un pool de siembra o ceden sus tierras. Es complejo.
Otra historia: en 1973/74 quise entrevistar a los dirigentes de la SRA, al abuelo
de mi estudiante de 1986, y ni pude atravesar la puerta por el hecho de haberme
anunciado como socióloga. Pero en 2005, cuando mis alumnos de Sociología Rural
decidieron realizar una clase pública frente a la sede de la SRA en la calle Florida,
Luciano Miguens pidió permiso para salir y dialogar con los alumnos de la UBA. Se
aguantó las interpelaciones y nos transmitió que su sector no era de los que se estaban
enriqueciendo con la expansión sojera. Su padre no hubiese salido. No digo con esto
que la SRA sea ahora un paradigma de la democracia, digo que ya no representa la
poderosa organización que representaba en 1976. La “vieja oligarquía” ya no es el
poder que fue en la Argentina, seguir sosteniendo esto es un error que, a mi juicio, tiene
una construcción política interesada por detrás y, peor aún, tiene consecuencias graves
como lo estamos viviendo desde marzo de 2008.
-¿Cree que es alto el nivel de representación que tienen las entidades respecto
del número de chacareros y productores?
-Según el Censo Nacional Agropecuario es baja, pero estamos en épocas en que
ningún gremio que no tenga adhesión obligatoria tiene muchos asociados. Te puedo
contestar como socióloga: la Mesa de Enlace tiene una fuerte representación del campo
capitalista; eso se vio durante 2008 y se sigue observando. A mí no me gusta que FAA
esté al lado de Biolcati, pero debo pensar por qué y no creer que la Mesa de Enlace no
es representativa.
-¿Argentina dejó de ser un país de chacareros?
-Todavía existen los chacareros; con necesidades de tierra y capital mucho más
altas que antaño, pero tienen “un parecido de familia” con el colono del siglo XX. Los
chacareros fueron impregnados por el neoliberalismo como todas las clases medias del
país, como los “intelectuales” que se creen afuera del asunto. Endilgarles culpas por
seguir las reglas del juego que impusieron las clases dirigenciales del país y no
comprender cómo llegaron a esto, muestra una ideologización que es poco fructífera
para comprender al país y pensar transformaciones democratizadoras. Para analizar sus
conductas no hay que hacer más que mirarnos con la misma mirada crítica a nosotros
mismos. Yo me veo a mí misma en la universidad, por ejemplo. ¿Qué tuve que hacer
para mantenerme dentro del espacio universitario? Aceptar el incentivo docente, la
injerencia del Banco Mundial y el recorte de la autonomía. Para quedarme dentro de la
nueva universidad del neoliberalismo yo tuve que ir aceptando eso. A los productores
no les pasó nada muy distinto: se adaptaron a las lógicas que se fueron creando en estos
últimos 35 años. Ni las organizaciones que representan a los profesores universitarios,
ni la que representa a los productores agrarios pudieron tener una reflexión profunda
sobre el asunto y modificar el rumbo de los acontecimientos.
-¿De qué forma incide en el agro la venta de industrias nacionales de alimentos
a empresas extranjeras?
-El traspaso de empresas de la cadena alimentaria a capitales extranjeros es un
buen ejemplo para comprender el comportamiento de los actores en esta etapa: o
traspasaban sus patrimonios o se subordinaban a la lógica de los nuevos “núcleos del
poder” y pasaban a ser sectores subordinados de la cadena. Los empresarios
agroalimentarios optaron por lo primero (vendieron y giraron sus dineros al exterior) y
los dueños de la tierra por lo segundo. A mi juicio, es más fácil deshacerse de una
empresa familiar que desprenderse de la tierra.
-¿De qué forma los fondos de inversión que proveen de capital para el modelo
sojero instalan el discurso del modelo? ¿Cómo condicionan?
-No estoy segura de que el discurso dominante haya sido generado por una sola
fuente. El acervo lingüístico del neoliberalismo, incluyendo el “agronegocio”, es muy
sugerente y tiene más de una usina. Por ejemplo, los organismos internacionales, como
el FMI, el Banco Mundial, la FAO, etcétera, hicieron mucho por esos discursos, con
especialistas en cada área. Los centros de las universidades neoliberales del Norte y sus
seguidoras de nuestros países también. Insisto, hay que anotar a muchos actores,
algunos con fuertes intereses económicos, otros por pura “colonialidad del poder y del
saber”, en términos de Aníbal Quijano.
-¿Existe una suerte de desprecio de la Argentina por lo rural? ¿Un desprecio
soberbio y porteño?
-Sí, claro que existe. Es menos fuerte ahora, pero permanece en sectores
universitarios urbanos: Carta Abierta es un buen ejemplo. El imaginario social y
cultural de la argentina “moderna” es netamente urbano. Yo suelo decir que nuestro
país es el caso opuesto a Gran Bretaña; allí, como nos demuestra magníficamente
Raymond Williams en Campo y ciudad, a pesar de ser el país de la revolución
industrial y la urbanización temprana, en cuanto buceás en la literatura y en el arte
descubrís cómo celebran al país agrario con cierta admiración y nostalgia. Yo viví en
Londres y en esa imponente ciudad europea, en cuanto te alejas del centro, encontrás
rincones con claras reminiscencias rurales.
En la Argentina, que se desarrolló con un modelo agroexportador, en el que si se
rastrean las biografías de los sujetos del siglo XX, se encuentran inmediatamente al
padre o al abuelo insertos en mundos agrarios, se niega ese pasado. Hay vergüenza de
esos pasados. Y los sujetos se presentaban como urbanos, “modernos”. Es decir, en los
mundos agrarios se pone el atraso y la tradición (con sentido peyorativo). Por supuesto,
es un imaginario que no se corresponde con los procesos históricos reales y es una
tradición que hizo aún más colonial y racista nuestro capitalismo vernáculo y nuestra
modernidad periférica. Sólo recordar el calificativo de “cabecita negra” del migrante
interno de los años 30 y 40; la invisibilización de las poblaciones indígenas, etcétera.
Esta es una tradición muy fuerte, que hizo que los intelectuales argentinos se
miraran en un espejo que les devolvía la falsa imagen distorsionada de un sujeto urbano
y moderno. En los años setenta eso se revirtió en algún grado con el acercamiento a las
luchas latinoamericanas y hoy día, pasa otro tanto, sobre todo en los jóvenes que
recorren los campos latinoamericanos. Sin embargo, existe una “intelectualidad”
porteña, alejada de los avatares de la “Argentina-interior”, que la desconoce, la ignora y
la denigra con conceptualizaciones ignorantes.
En el conflicto de 2008, estos sectores medios universitarios no comprendieron
nada de la reacción de otros sectores medios urbanos que, precisamente, por cambios
generacionales, migraciones de jóvenes, etcétera, salieron a defender al campo. No
necesariamente a los dirigentes rurales sino a esos territorios que ya los consideran
como esperanzas de un desarrollo –por supuesto desde una mirada acrítica– al compás
de la soja. Y que esas poblaciones sigan creyendo en el desarrollo del modelo sojero no
los hace “de derecha”, “destituyentes” y todos los epítetos que se les han proferido.
Nosotros, Miguel Teubal y yo, somos críticos de este modelo desde que se comenzó a
implantar y gastamos mucho tiempo tratando de difundir que no es bueno para el país
real, pero jamás hemos denostado las creencias de la gente, tratamos de comprenderlas,
intervenir en debates para mostrar otros ángulos de comprensión. Las poblaciones han
aceptado el discurso de un gobierno al que, la mayoría, ha votado en 2007, y no solo
eso, han asociado la salida de la crisis 2001-2002 a la imagen del campo trabajando y
exportando soja. Nuevamente, si comprendemos los procesos económicos, sociales y
políticos de los últimos años, podemos comprender mucho más lo que nos viene
sucediendo sin denostar territorios y sectores sociales, sobre todo a los sectores sociales
de pequeños patrimonios que necesariamente deben estar incluidos en cualquier
propuesta de cambio, sea partidaria-institucional, sea a través de los movimientos
sociales.
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