JORGE OTADUY § 54 Aranzadi Social Nº 14. NOVIEMBRE – 2000 § 54 Relación laboral y dependencia canónica de los profesores de religión por JORGE OTADUY (Derecho eclesiástico. Universidad de Navarra) Sentencias comentadas: STSJ Murcia 25 julio 2000 (AS 2000, 2811) La sentencia de 23 de julio de 2000 /AS 2000, 2811), de la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Murcia, resuelve un Recurso de suplicación con impugnación de un grupo de profesores de religión católica, en reclamación por despido, y de la Comunidad Autónoma de Murcia, en sentido contrario. La Sentencia ha sido ya objeto de comentario en estas mismas páginas, de manera que me encuentro relevado de la obligación de presentar el resumen de los hechos así como de entrar en el análisis pormenorizado de la argumentación jurídica. Mi propósito es ofrecer algunas reflexiones desde la perspectiva científica del Dere– 33 – § 54 JORGE OTADUY cho eclesiástico, que contribuyan a lograr una comprensión más profunda de determinadas realidades jurídicas —no siempre bien conocidas en sede laboralista— que subyacen al objeto litigioso del caso planteado. Los dos asuntos de fondo que, en mi opinión, se ventilan en este Recurso son los siguientes: 1º El carácter indefinido o temporal del contrato de trabajo, aspecto del que depende la calificación de su terminación como despido o no; 2º La relación que media entre el cumplimiento de los requisitos académicos necesarios para impartir la docencia de religión católica y la propuesta previa de la autoridad eclesiástica para su desempeño efectivo. La fundamentación jurídica de la Sentencia aporta buenos argumentos para dar solución a los problemas suscitados, pero la perspectiva de mi estudio obliga a ir un poco más allá de las opiniones del órgano juzgador. 1 LA LABORALIZACIÓN DE LA RELACIÓN JURÍDICA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN CATÓLICA Es significativo que se encuentre al margen del litigio el carácter laboral de la relación jurídica de los profesores de religión católica, cuestión que, como se sabe, ha generado durante los últimos años un elevado número de pronunciamientos judiciales en diferentes instancias. La laboralización de la relación jurídica de los profesores de religión católica de centros públicos puede considerarse hoy una tesis plenamente consolidada: no sólo cuenta con firmes apoyos jurisprudenciales sino que ha sido recibida recientemente por la legislación. En efecto, la Ley 50/98 (RCL 1988, 3063 RCL 1999, 1204) de medidas Fiscales, Administrativas y de Orden Social ha añadido un párrafo a la disposición adicional segunda de la Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre (RCL 1990, 2045), de Ordenación General del sistema Educativo, con el siguiente texto: "Los profesores que, no perteneciendo a los Cuerpos de funcionarios docentes, impartan enseñanzas de religión en los centros públicos en los que se desarrollan las enseñanzas reguladas en la presente ley, lo harán en régimen de contratación laboral, de duración determinada y coincidente con el curso escolar, a tiempo completo o parcial. Estos profesores percibirán las retribuciones que correspondan en el respectivo nivel educativo a los profesores interinos, debiendo alcanzarse la equiparación retributiva en cuatro ejercicios presupuestarios a partir de 1999". Esta disposición abrió camino al Convenio de 26 de febrero de 1999, celebrado entre el Ministerio de Justicia y de Educación y Cultura y la Conferencia Episcopal Española, sobre el régimen económico-laboral de las personas que, no perteneciendo a los Cuerpos de funcionarios docentes, están encargadas de la enseñanza de la religión católica en los centros públicos de Educación Infantil, Primaria y Secundaria (Orden de 9 de abril. BOE de 20 de abril de 1999 [RCL 1999, 984]). Paladinamente se dice en la Quinta de sus normas que "los profesores encargados de la enseñanza de la religión católica a los que se refiere el presente Convenio prestarán su actividad en régimen de contratación laboral, de duración determinada y coincidente con el curso o año escolar, a tiempo completo o parcial y quedarán encuadrados en el Régimen General de la Seguridad Social, al que serán incorporados los profesores de Educa– 34 – JORGE OTADUY § 54 ción Infantil y de Educación Primaria que aún no lo estén. A los efectos anteriores, la condición de empleador corresponderá a la respectiva Administración educativa". La norma base que rige el conjunto de la materia relativa a los profesores de religión católica es el artículo III del Acuerdo del Estado español con la Santa Sede de 1979 (RCL 1979, 2965; RCL 1980, 399 Y APNDL 7134) sobre enseñanza y asuntos culturales. Hay que advertir que la norma concordataria no determinó —porque no quiso, no pudo o no supo hacerlo en aquel momento— el tipo de relación jurídica que habría de establecerse en el futuro para los profesores de religión. La norma internacional establece simplemente —y no es poco— que "la enseñanza religiosa será impartida por las personas que, para cada años escolar, sean designadas por la autoridad académica entre aquéllas que el Ordinario diocesano proponga para ejercer esta enseñanza". No define el tipo de relación jurídica, pero establece un requisito de cumplimiento obligado, cual es el ajuste del nombramiento académico de los profesores a la propuesta que el Ordinario realice cada año escolar. Las formas jurídicas de vinculación del personal prestador del servicio docente religioso que en cada momento se estimen convenientes —tanto si se buscan en la esfera del Derecho administrativo como del Derecho del trabajo— tendrán que ser elaboradas de manera que respeten en todo caso la propuesta episcopal. El citado Convenio de febrero de 1999 es el punto de llegada, por ahora, del atormentado itinerario que ha recorrido a lo largo de veinte años —desde la firma del Acuerdo internacional del Estado español con la Santa Sede en 1979 — el estatuto jurídico-civil de los profesores de religión católica. No es este el momento de referirse ahora a ese largo y complicado proceso (vid. en este sentido, DE OTADUY, J., Régimen jurídico español del trabajo de eclesiásticos y religiosos. Tecnos, Madrid, 1993). Es suficiente para mi propósito el estudio de dos puntos, cuya clarificación permitirá, espero, profundizar en el sentido de las normas del ordenamiento jurídico del Estado aplicadas por el Tribunal en la Sentencia de la que traen causa estos comentarios. El primero punto es el de la naturaleza canónica de la enseñanza religiosa escolar; el segundo se refiere a las características de la relación jurídico-canónica establecida con las personas que dispensan esa enseñanza. 2. NATURALEZA CANÓNICA DE LA ENSEÑANZA RELIGIOSA ESCOLAR La enseñanza religiosa escolar forma parte de lo que en lenguaje técnico-canónico se denomina la "función de enseñar" de la Iglesia. Se trata de una concreta actuación, entre otras, que se integra en aquel sector de la tarea de la Iglesia que, en el ámbito de la difusión de la palabra de Dios, ella misma considera constitutiva de su misión propia. La enseñanza religiosa escolar no solo es congruente con el ser y la misión eclesial, como sucede en el caso de otras actividades públicas de la Iglesia, que se llevan a cabo conforme a criterios de mera conveniencia y en régimen de subsidiariedad. La enseñanza religiosa escolar se encuentra en otro plano; es entendida como una tarea de comunicación de la doctrina revelada de la que la Iglesia misma se estima depositaria. Este carácter radical al que acabo de referirme no es obstáculo para que la enseñanza escolar de la religión se formalice como disciplina académica, plenamente congruente con el resto de las materias curriculares. La docencia religiosa —al menos – 35 – § 54 JORGE OTADUY conforme a la tradición católica, que en este punto se remonta ciertamente muy atrás— tiene un indudable carácter científico. También en los niveles educativos inferiores. Se trata, en todo caso, de una enseñanza dotada de la racionalidad y sistematicidad propias de la ciencia y merece un lugar en el espacio reservado al cultivo de ese tipo de conocimientos, que es el sistema educativo oficial. Esta es la nota, precisamente, que justifica su presencia en el seno de la enseñanza institucionalizada y distingue la docencia escolar de otras formas de transmisión de la fe, como la catequesis. El grado o nivel educativo obligará, evidentemente, a acomodar la docencia a la capacidad de los alumnos: como en las restantes áreas de conocimiento, en primaria y secundaria la enseñanza tendrá un carácter más bien elemental, pro siempre se presentará como iniciación al estudio científico de la materia. La cientificidad a la que me refiero no obliga a que la docencia religiosa se transforme en una enseñanza de tipo meramente cultural. Más bien al contrario: el carácter decididamente confesional de la disciplina es la mejor manera de lograr que la enseñanza religiosa cumpla lo que se espera de ella: que sea una verdadera instancia crítica de la cultura y logre establecer un diálogo constructivo y fecundo con ella. Con todo, y en consideración al hecho de que, como se ha señalado más arriba, la enseñanza religiosa encaja en la esfera de la transmisión de la fe, la autoridad eclesial ejerce una tutela muy particular sobre su desempeño. Expresamente indica el canon 804 § 1 del Código de Derecho Canónico que "depende de la autoridad de la Iglesia" la enseñanza y educación religiosa católica que se imparta en cualesquiera escuelas. El parágrafo segundo del mismo canon encomienda al Ordinario del lugar que "cuide de que los profesores que se destinen a la enseñanza religiosa en las escuelas, incluso en las no católicas, destaquen por su recta doctrina, por el testimonio de su vida cristiana y por su aptitud pedagógica". A continuación, el canon 805 establece taxativamente que "el Ordinario del lugar tiene el derecho de nombrar y aprobar los profesores de religión, así como remover o exigir que sean removidos". 3. LA RELACIÓN JURÍDICO-CANÓNICA ESTABLECIDA CON LAS POERSONAS QUE DISPENSAN LA ENSEÑANZA RELIGIOSA La secuencia lógica de la exposición aconseja ahora avanzar desde la consideración de la actividad al análisis de la función de quien la realiza. ¿Cómo se califica en la Iglesia católica el cargo del profesor de religión? ¿Qué es canónicamenrte ese servicio? ¿A qué categoría técnico-jurídica pertenece? A mi modo de ver, se trata de un encargo del tipo de los que el canon 228 § 1 del Código de Derecho Canónico denomina “munus” eclesial, que pueden también ejercitar los miembros laicos de la Iglesia. En efecto, "los laicos que se sean considerados idóneos —establece el mencionado canon— tienen capacidad de ser llamados por los Sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiásticos y encargos (“munus”) que pueden cumplir según las prescripciones del Derecho". La llamada de la que se habla en la norma codicial entraña la habilitación jurídica proporcionada a la actividad que la autoridad eclesiástica encomienda. Cuando supone la atribución al sujeto de una participación en el ejercicio de la potestad de la Iglesia en sentido estricto, ese acto jurídico se denomina misión canónica. En el ámbito de la docencia de las ciencias sagradas, en el que no entra en juego propiamente el ejercicio de la potestad en sentido jurídico, no se habla de misión canónica – 36 – JORGE OTADUY § 54 sino de mandato de la autoridad. El profesor de religión requiere el mandato del Ordinario para la enseñanza autorizada de la disciplina. El mandato entraña una relación de confianza entre el mandante y el mandatario, que permite a este último presentar su docencia con una garantía de catolicidad. De acuerdo con la condición esencial de la relación de confianza, tal y como se concibe en Derecho, el mandante es libre de otorgarla o de retirarla según su criterio. 4. RELEVANCIA CIVIL DE LA RELACIÓN CANÓNICA Las consideraciones anteriores no son superfluas o irrelevantes desde la perspectiva del Derecho del Estado porque junto a la relación canónica convive otra relación jurídica entre los mismos sujetos —los profesores— y la Administración pública, o sea, en el ámbito de ese ordenamiento. Ambas relaciones se superponen, influyen y mediatizan. Este tipo de soluciones son propias de sistemas jurídicos que no pretenden ignorar la dimensión social del factor religioso ni se inspiran en principios de corte separacionista —en el sentido de independencia total— en materia de régimen jurídico de Iglesias y Confesiones. Es evidente que el modelo jurídico español en materia religiosa no es de índole separacionista. El artículo 16 de la Constitución, además de reconocer ampliamente el derecho de libertad religiosa e ideológica, ordena a los poderes públicos que tengan en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y que mantengan relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones. Hay sin duda un amplio campo para la confrontación de opiniones acerca de las formas posibles en que puede expresarse, sin comprometer obviamente la laicidad del Estado, el genérico mandato constitucional de tener en cuenta las creencia religiosas de la sociedad. Entre esas formas varias, habría que convenir, a mi juicio, en que una ocupa un lugar prioritario. Me refiero a la toma en consideración de las normas jurídicas que configuran las relaciones de justicia en el seno de la propia confesión, cuando éstas, más allá del ámbito estrictamente interno de la propia Confesión o Iglesia, se hacen presentes en parcelas de la vida social reguladas también por el Derecho del Estado. Los supuestos podrían multiplicarse pero baste mencionar, por vía de ejemplo, las diversas iniciativas llevadas a cabo por entidades eclesiales en un terreno como el educativo, sometido a un rígido control legal y administrativo por parte de los poderes públicos. No estoy sugiriendo la aceptación de fórmulas de recepción en bloque del régimen canónico, sino, justamente, tomar en consideración esas normas en la medida necesaria para llevar a cabo en cada caso una integración jurídica adecuada. El caso de los profesores de religión me parece que es paradigmático del fenómeno al que me refiero. Las mismas personas participan en una relación jurídica de doble vertiente, por así decir, en la que ninguna de ellas puede prevalecer sobre la otra. Si convenimos en que el ordenamiento jurídico cuenta entre sus principios informadores con el de libertad religiosa, no cabe más solución que ésta: el intento sincero por parte de los poderes públicos de acomodación de sus actuaciones a las demandas de origen religioso, dentro siempre del respeto de los derechos fundamentales, de las libertades y del orden público. A esta lógica responde en definitiva la técnica concordataria, que busca precisamente el entendimiento y el ajuste de las soluciones, dentro del marco – 37 – § 54 JORGE OTADUY constitucional, a las necesidades específicas del grupo religioso de que se trate. Un ejemplo de la eficacia de esta técnica se nos presenta en el reconocimiento civil de los requisitos eclesiásticos de capacidad para enseñar la religión. El modelo de tratamiento del factor religioso acogido por le Estado español, en resumen, propicia el surgimiento de relaciones jurídicas especiales, singulares, o concretas, como lo es, sin duda, la propia de los profesores de religión, que no tiene equivalente en el ordenamiento estatal y que es preciso regular con una cualificada sensibilidad jurídica. En esta relación hay indudablemente un fondo canónico, que aflora de manera muy destacada en la eficacia civil del "mandato" del Obispo, que en el lenguaje del Derecho del Estado se conoce con el nombre de la "propuesta" del Ordianrio. El mandato o propuesta de la autoridad eclesiástica es presupuesto del contrato laboral. Téngase en cuenta que, en Derecho, el presupuesto es constituyente del acto o de la relación jurídica, que desaparecen cuando se pierde el presupuesto. La propuesta del Ordinario, en definitiva, es condición de validez del contrato de trabajo. Sin ella no puede llegar a existir y la retirada provoca su automática extinción. El empleador, por otra parte, no es el Obispo sino la Administración educativa, a la que el profesor se encuentra plenamente sujeto en los términos de la legislación del Estado. El Tribuna Superior de Murcia ha acertado, a mi juicio, en el enfoque de los aspectos esenciales propios de esta singular relación. – 38 –