LA ALIENACIÓN ANTOLOGIZADA Igual que se distingue al delincuente común del preso político, aunque sea motivo de discusión en determinadas legislaciones penales, se distingue al loco del alienado, si bien en la antigüedad alienado era el término que designaba al hombre totalmente fuera de sí, enajenado, psicótico, lo que popularmente se entiende por loco. Desde Hegel y Marx, este concepto de la alienación ha tomado el matiz de la persona que se siente ajena a sí misma y aún no ha perdido sus atributos prácticos y normales1, pero ilustra al mismo tiempo un tipo de enfermedad social, una suerte de inadaptabilidad y vaciamiento de la personalidad individual que conduce al desarraigo íntimo, al descontento, sin perjuicio de que esa persona siga ocupando un puesto en el desenvolvimiento del trabajo diario, de la familia y la sociedad, pero en un trabajo, en una familia y en una sociedad justamente alienados. Conviene hacer una pequeña salvedad. El libro que nos ocupa, La soledad del hombre (i), creo que ha equivocado su título. Los editores han reunido una serie de conspicuos ensayos sobre el tema de la alienación y la han adscrito a la soledad. ISTo cabe duda de que la alienación termina por desembocar, como mal menor, en la soledad. O al contrario. Mas hablar sucintamente de la soledad, la soledad a secas, induce a pensar en un exclusivo conflicto de la naturaleza humana, congénito y determinista, mientras que la alienación ofrece mayor carácter contingente y parece más producto de las condicionantes del medio —el trabajo, el sistema político, la cultura de masas, la industrialización, el reparto de la renta— que de una conformación psicobiológica. Determinar qué proporción de soledad y de alienación corresponden a las involuntarias secreciones glandulares, a los jugos gástricos, a la estructura celular, y determinar qué proporción de soledad y de alienación corresponden a elementos típicamente fácticos y a problemas de educación y costumbres del ser humano (el dramatismo de la existencia, aparte del sabido dolor de la muerte y de otras imponderabilidades, ¿es siempre instrumentado o natural?) sería un trabajo apasionante y creo que casi por hacer. No es éste nuestro cometido ahora, que se limita a señalar una titulación poco convincente atendiendo el contenido del libro, pero que paradójicamente resulta más atractivo para el lector. (i) VARIOS AUTORES: La soledad del hombre. 1970, 396 p p . T r a d . de Santiago González. 187 Monte Avila Editores. C a r a c a ^ , El hecho de que sea más sugerente manejar el concepto de la soledad antes que el de la alienación también podría constituir otro tema de estudio, con base en que la soledad afecta a todo el mundo, tontos y listos, blancos y negros, jóvenes y viejos (todos tenemos derecho, sin otra responsabilidad, a nuestro salario de soledad), mas el concepto de la alienación ya llega teñido de una actitud política restrictiva, de una ideología largamente estipulada y de unas' coordenadas de raíz histórica y cultural impugnadoras de estamentos sociales en los que no todo el mundo se siente inmerso. De aquí que el término de la soledad pueda resultar más ambivalente, cotidiano e irresponsabilizado. Trece autores colaboran en La soledad del hombre, entre los1 que podemos citar con mayor familiaridad a Erich F r o m m , M a r x , Lewis Alumford, Simmel, W r i g h t Mills y Ernest Van D e n H a a g . Relevantes psicoanalistas y sociólogos a p u n t a n d o de lleno al t e m a de la alienación y al i n n ú m e r o conglomerado de sus consecuencias, las relaciones del trabajo y el capital, los conflictos de la cultura popular,' la automatización, la publicidad, la angustia (real, neurótica o la angustia real neurotizada), la burocratización, el cesarismo, etc. Sin aspirar a d a r cuenta de todos y de cada uno de ellos, podemos consignar en términos generales que la alienación es un estado en el que el h o m b r e se siente cosificado y dependiente de poderes sociales externos a su propia voluntad (Fromm), en busca de u n sentido de identidad menoscabado (Schachtel), degradado por el trabajo en la medida en que no lo posee (Aiarx), por la rutina mecanizada (Mumford), por la unificación del gusto publicitario y televisivo (Van D e n Haag) y la sustitución en algunos aspectos de la experiencia personal por la influencia del mensaje arbitrado (Mills), etc., todo lo cual desemboca en u n a constelación de insatisfacciones psicotímicas caracterizadoras de la llamada civilización occidental. Sólo nos es dado detenernos en este rápido esbozo sobre u n aspecto. parcial de la alienación. Y para ello elegimos las reflexiones de Ernest Van Den H a a g («No tenemos medida de la felicidad ni de la desesperación») en torno a cómo se constituye el mercado en el cual se vende la cultura de masas. Dicho mercado sufre primero presiones de desindividuación y unificación del gusto, a fin de que pueda convertirse en idóneo receptáculo de la producción masiva (la producción masiva de lo que sea, desde ' artilugios mecánicos a ideas). La homogeneización es el precio que hay que pagar por una productividad más alta y tiende a desvirtuar gran parte de la capacidad de experimentar el arte o la vida directa y píofundamente. 188 Las frustraciones de la cultura popular se ponen de relieve al estudiar las relaciones entre la diversión, el arte y el aburrimiento. V a n D e n H a a g identifica el sentido de la cultura popular con el concepto que tenía F r e u d del arte (consideraba el arte como una diversión, como «una ilusión de contraste con la realidad» y «una gratificación sustituía», igual que la de los sueños) (a). H a a g no está de acuerdo con la teoría freudiana del arte. Piensa que todas 1 las «gratificaciones sustitutas» son insatisfactorias y, más gravemente, represivas. La represión engendra sentimiento de inutilidad: «Una vez que se h a impedido a los impulsos profundos —sigue H a a g — alcanzar su objeto, u n a vez que se los h a suprimido tan profundamente que ya no queda conciencia de sus fines, u n a vez que se h a perdido el deseo de u n a vida significativa tanto corno la capacidad de crearla, lo único, que queda es el vacío.» El aburrimiento. H e aquí una sentencia profunda de H a a g : «La persona aburrida está sola de sí misma y no, como ella cree, de los otros.» Esta es, entre otras no menos 1 desdeñables, la ganga de la cultura popular. Pero H a a g concluye desoladamente que a pesar de todo «no tenemos medida de la felicidad ni de la desesperación». La soledad de} hombre, en suma, es un amplio muestrario de los síntomas neuróticos que aquejan a las multitudes' occidentales, enfrascadas en su ansiedad de consumo, despersonalizadas por el código unificador de la comunicación masiva, desajustadas en las metrópolis caóticas, dominadas 1 por la rutina mecánica, acuciadas por esa carrera de galgos enfermos que es la competitividad (3) y vaciadas de su propia capacidad para vivir experiencias constituyentes de la personalidad, para ser de alguna m a n e r a protagonistas de su circunstancia vital y no meras calcomanías de las grandes organizaciones succión adoras. La alienación contemporánea se presenta —se m e presenta a mí—• como un proceso vertiginoso de envejecimiento y ruina moral.—EDUARDO TIJERAS (Maqueda, 19. MADRID~24). (a) A q u í puede que flaquee un t a n t o la teoría de H a a g al aceptar demasiado someramente que los sueños desempeñan igual papel diversional o de irrealidad q u e el arte en la concepción de Freud., cuando sabemos positivamente q u e a veces en el estado onírico se «completan» tragedias y angustias sólo presentidas muy vagamente por el. sujeto en la vida real o de vigilia. (3) Competitividad: palabra sabidamente detestable e incorrecta. Recuerdo el repudio del académico Gerardo Diego. Sin embargo, ocurre —dentro de ignorados o sutiles caminos semánticos— que competencia1 no significa igual que competitividad. Esta tiene claro sentido peyorativo y entre u n a y otra h a y j u s t a m e n t e la diferencia que se puede hallar entré u n a competencia digamos lógica, lúdica y tradicional y u ñ a competencia alienada. El mal menor será reducir la palabreja a competividad. Pero no cabe duda de u n a cosa: el idioma tiene el mismo fondo dinámico que la propia sociedad que lo engendra. 189