LA PULSIÓN DE MUERTE EN LA TEORÍA FREUDIANA DEL APARATO PSÍQUICO Daniel Omar Stchigel La teoría de Freud acerca del aparato psíquico ha sido muy malinterpretada. No hay intento similar de convertir a la psicología en una ciencia natural que haya sido tan adecuado a los conceptos de la física y de la biología de su época. Freud, siguiendo las huellas de Helmoltz, planteó que la energía psíquica es una de las formas que puede adoptar la energía física, cualitativamente diferente a las otras. No se trata ni de energía química, ni de energía eléctrica, ni de energía térmica. Pero obedece a los mismos principios. La energía psíquica tiende a mantenerse constante. Si bien eso recuerda al primer principio de la termodinámica, lo cierto es que en este caso se trata de la conservación de la cantidad circulante total dentro del aparato. Si bien la energía eléctrica que inviste las neuronas es su fuente de origen, ella es cualitativamente distinta, pues posee la característica de la sexualidad, que tiene que ver con la idea de satisfacción, y que le permite ligarse a determinadas representaciones con el fin de acceder a la consciencia y liberarse hacia el mundo exterior generando trabajo. Así como las fuerzas son las formas dinámicas que adquiere la energía, que con su fuente, sentido y dirección le permiten ejercer efectos de desplazamiento sobre cuerpos con masa, Freud llama pulsiones a las fuerzas psíquicas, de fuente somática, que actúan sobre las zonas erógenas de modo constante, y que buscan una descarga motora inmediata logrando su satisfacción con cualquier objeto. A diferencia de los instintos, que buscan la satisfacción con el objeto adecuado a la satisfacción de la necesidad del organismo viviente, las pulsiones están más cerca de las fuerzas ciegas de carácter inorgánico. Eso las hace siempre parciales, y obliga a su regulación social para evitar que el individuo muera en la búsqueda del placer de órgano. Lo paradójico de la condición humana, para Freud, es que no posee regulación instintiva. De ahí que la entrada en la homeostasis biológica, mediante la inscripción en el aparato psíquico del principio de realidad, requiere del otro materno que convierte el grito en llamado y que pone desde la realidad un pecho que coincide con el contorno del pecho alucinado del lactante. Es decir, sin medio social no hay para el hombre supervivencia biológica. El aparato psíquico, entonces, como su nombre lo indica, es un sistema energético que produce trabajo. Ese trabajo es canalizado por la cultura en pos de la producción y de la reproducción, la cual tampoco se produce espontáneamente, y requiere del pasaje por el dispositivo social del complejo de Edipo, del cual emerge el sujeto con su identificación y su objeto de amor ya definidos. En todos los individuos funciona un Edipo completo, y es sólo el peso relativo de la identificación, la rivalidad y el amor lo que determinará una elección de objeto homosexual o heterosexual. Como las instancias del aparato no tienen localización física, podemos decir que el aparato posee un carácter virtual. Eso no le quita, sin embargo, realidad, pues funciona en un espacio distinto del físico, y está constituido por la circulación misma de la energía libidinal. En la medida en que se desenvuelve en una criatura biológica, el aparato psíquico obedece al principio del desarrollo ontogenético. De ahí la existencia de etapas en el desarrollo libidinal, que siguen la activación de determinadas zonas sensibles. También el desarrollo filogenético influye sobre el aparato, pues la constitución originaria de lo inconsciente debe pensarse como un pasaje de la vida animal a la humana, cuyo carácter universal implica que el desarrollo de la cultura, basada en la prohibición del incesto y del parricidio, habiendo surgido de un acto consciente, haya quedado inscripta en la genética de la humanidad, en la forma de vivencias filogenéticas. De ahí que Freud haya remontado el origen del complejo de Edipo al mito de la horda primitiva. Finalmente, la separación hecha por Weismann entre las células somáticas, destinadas a morir, y las germinales, de carácter inmortal, como un anticipo de la actual teoría del gen egoísta, llevó a Freud a especular con un instinto de muerte que conduce a las células somáticas hacia lo inorgánico, que es, después de todo, su verdadero origen, mientras que el instinto de vida se aseguraría de la supervivencia de la especie por una generación más a través de la reproducción. Freud habla del Nirvana, que es la extinción budista del deseo, para referirse a un estado de tensión cero en el aparato que va más allá del principio del placer, principio del placer que sólo descarga la tensión que surge cuando la energía se concentra en puntos fijos, produciendo un consecuente placer sin la relajación total que implicaría la muerte. También remite al amor y el odio en la cosmología presocrática de Empédocles. Sin embargo, su principio es en última instancia termodinámico. No se trata de que la energía libidinal desaparezca, cosa imposible si se mantiene constante en el aparato psíquico, sino que se empobrezca al punto de ya no poder realizar ningún trabajo. Es lo que vemos en las distintas adicciones, que llevan a una desenfrenada búsqueda del placer de órgano, en detrimento de las funciones propias de la totalidad del organismo. Es lo que vemos también en la mutación celular que se propaga con el cáncer ante la indiferencia del sistema inmune. Como cualquier sistema cerrado, el aparato psíquico, después de haber desplegado las fuerzas que la vida opone contra la muerte, termina retornando al origen inorgánico al cerrar el circuito, debido a que toda la energía creativa se convierte en el equivalente libidinal de la vibración molecular en la que termina la transformación de la energía en aquellos mecanismos que no poseen una entrada constante de energía del exterior. Esto que la termodinámica llama gráficamente “muerte térmica”, de acuerdo a la ley de incremento de la entropía, es lo que a nivel del aparato llama Freud “repetición”. Si la pulsión es la fuerza que convierte la energía en trabajo, toda pulsión es en última instancia pulsión de muerte, pues terminado su trabajo llega al equilibrio térmico, lo cual deja el cuerpo en el que se inscribe a la deriva, sin posibilidad de satisfacer sus necesidades, conduciéndolo a la muerte biológica. BIBLIOGRAFÍA Assoun, Paul-Laurent (2008). Introducción a la epistemología freudiana. México: Siglo veintiuno editores.