La decapitación de Petro - Corporación Viva la Ciudadanía

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La decapitación de Petro: una oportunidad
para despertar ante la pesadilla
Hernán Suárez
Asesor editorial – [email protected]
La personalización de los acontecimientos políticos ha sido una constante en la
vida política colombiana. No estamos sólo ante una arbitraría y déspota
decisión del procurador Ordóñez, más grave aún, estamos ante la evidencia
que nuestro sistema político, nuestras instituciones, le temen a la democracia,
conspiran contra ella. No se soportan ni admiten sus normas y reglas del juego
elementales. Cada derecho consagrado tiene su trampa o interpretación
amañada que lo hace nugatorio.
Un acontecimiento tan grave como la destitución del alcalde Petro, no puede
simplemente atribuirse a un fanático religioso, a un cruzado de los Caballeros
de la Virgen, a un perseguidor de marxistas y ateos o de la comunidad LGTBI,
que inspirado en su tesis de grado o en su credo autoritario ha cometido una
felonía, una decisión “desproporcionada”. Crasa equivocación. El desmán
cometido por el procurador Ordóñez, hace parte de nuestro régimen político,
está “amparado” en la Constitución del 91 y en las normas legales posteriores
sobre la función y poderes otorgados a la Procuraduría. Ordóñez, fue reelecto
este año, casi que por aclamación, por todos los partidos políticos que integran
la Unidad Nacional del presidente Santos. Es una malformación estructural de
nuestra aún lejana e imperfecta democracia.
Se necesitó que el “escándalo” Petro, le estallara en la cara al país, para
darnos cuenta, por fin que llevamos veintitrés años conviviendo con el
engendro que faculta al Procurador para destituir a funcionarios elegidos por
voto popular, es legal y constitucional, pero profundamente antidemocrático.
Una aberración democrática muy a la colombiana. Ilusamente los
constituyentes del 91, creyeron que había que ponerle dientes a la lucha contra
la corrupción en cabeza del Procurador y el resultado está ahí. La Procuraduría
se abroga el derecho de utilizar sus atribuciones para perseguir y liquidar
políticamente a un hombre de izquierda como Gustavo Petro.
Y como siempre echamos mano del inveterado santanderismo para resolver
tamaño entuerto. Ahora se quiere resolver el problema con un remiendo: una
ley que limite las facultades y atribuciones del Procurador, no de Ordóñez, del
próximo. Se requiere algo más que eso: ponernos de acuerdo en una
democracia en la que todos podamos confiar, en la que las ideas y los partidos
que ganen puedan gobernar, y no que tras los pliegues de lo legal y lo
constitucional, se ejecuten tretas y atentados contra la democracia, como
ocurre ahora. Los ejemplos saltan a la vista.
Aunque la Constitución consagra la prevalencia del interés de lo público sobre
lo privado, Estado Social de Derecho es nuestra máxima democrática, cuando
un gobierno, como el de Petro, decide poner énfasis en el fortalecimiento de lo
público, es destituido porque según el procurador Ordóñez “se vulneraron los
principios de libre empresa y competencia”, lo cual quiere decir que la nuestra,
es una democracia al servicio privilegiado del interés privado y que nuestro
régimen político tiene en los pliegues de la Constitución y en el poder de sus
funcionarios la manera de eliminar de un plumazo a un opositor político,
defensor de lo público.
El libre desarrollo de la personalidad es uno de los derechos más admirados de
nuestro Constitución, pero quienes optan por el matrimonio entre parejas del
mismo sexo debe enfrenar la cruzada inquisidora de un Procurador que se
declara defensor del matrimonio católico, elevado a la condición de único
admitido constitucionalmente. Una demostración que nuestra democracia no es
una democracia entre guales, sino entre unos más iguales que otros. Así no es
posible vivir en paz, aunque no haya violencia, mientras continúe la
discriminación social, política, cultura al amparo de la ley.
La Carta del 91 consagra la tutela como un derecho de todos para reclamar
derechos como la salud, la educación, el medio ambiente, entre otro muchos,
pero cuando esas tutelas favorecen a los ciudadanos, su cumplimento está
condicionado a otra norma constitucional, la llamada regla fiscal, que establece
que sólo se cumplirá con las obligaciones del Estado, si hay recursos para tal
fin. Todos sabemos cómo termina el asunto.
Los derechos de la oposición están consagrados constitucionalmente. Sin
embargo, la oposición ha sido excluida de acuerdos nacionales esenciales
como la participación en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, la cual
sigue siendo una comisión bipartidista, tampoco tiene presencia en los
instancias nacionales electorales, la política de seguridad nacional no cuenta
con la participación de la oposición ni siquiera a título informativo, en los
llamados acuerdos nacionales contra la corrupción la oposición tampoco
cuenta. Hoy seguimos sin un estatuto creíble de la oposición.
Capítulo aparte es la urgente necesidad de reestablecer el equilibrio de
poderes de nuestro descuadernado ordenamiento político e institucional tras la
implantación de la reelección presidencial, y que nos ha llevado a la
consolidación de un perverso régimen releccionista.
La indignación social que ha provocado la destitución de Petro, ofrece la
oportunidad de repensar nuestro precario sistema democrático y envía un
mensaje a los negociadores de La Habana, en especial a quienes representan
al gobierno y al establecimiento. El país reclama un ordenamiento político y
social que nos permita vivir en paz y sin violencia en medio de las diferencias,
de los intereses diversos y contradictorios. El derecho de todo partido a
gobernar con las ideas y programas que reciban el apoyo mayoritario, el
derecho a escoger otras maneras diversas de ejercer el gobierno. Qué tanto la
derecha, como la izquierda, lo puedan hacer en democracia, por extremas que
ellas sean. Que unos y otros tenga como límites de su acción unas reglas y
normas comúnmente adoptadas, aceptadas y respetadas. Es un asunto
obligado de las negociaciones entre Gobierno y FARC. Es lo que todos
esperamos. Es tomarnos en serio la democracia para el postconflicto.
Edición N° 00381 – Semana del 13 al 19 de Diciembre – 2013
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