Lección N° 20 - Iglesia Presbiteriana de Cristo

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IGLESIA PRESBITERIANA DE CRISTO
www.iglesiapresbiterianadecristo.cl
“La Iglesia que no vive para servir, no sirve para vivir”
LECCIÓN N° 20
24 de mayo de 2009
10° MANDAMIENTO: “No codiciarás”
Lectura Bíblica: Éxodo 20:17 No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la
mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna
de tu prójimo.
1ª Timoteo 6:6-10
OBJETIVOS:
1.- Reconocer el 10° mandamiento en cuanto a considerar la conformidad con los bienes recibidos,
sean pocos o muchos.
2.- Identificar en la codicia la raíz de todos los males, porque es este deseo pervertido el origen de
los diversos males que afligen al mundo y a nuestra sociedad.
3.- Valorar el contentamiento que debe embargarnos de vivir, más que de ostentar un patrimonio
material determinado que se encuentra limitado en el espacio y en el tiempo.
La Confesión de Fe de Heidelberg sostiene lo siguiente, respecto del 10° mandamiento:
113 pregunta: ¿Qué ordena el décimo mandamiento?
Respuesta: Que ni por deseo o pensamiento nuestros corazones se rebelen jamás contra alguno de
los mandamientos de Dios, sino que en todo tiempo aborrezcamos el pecado de todo
corazón, y nos deleitemos en toda justicia.
a. Rom 7:7.
En el décimo mandamiento Dios enseña a Su pueblo, que no sólo la mala acción es pecado, sino
también el deseo malo. Aunque la Iglesia de Roma diga que el deseo no es pecado 1 , ni la autoridad lo
castigue, Dios advierte severamente a su pueblo para que se guarde de ello, y se lo prohíbe. De esta
forma quiere Dios guardarnos del pecado, porque el mal deseo es el principio del horroroso camino de
pecado. Santiago dice: "Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado,
siendo consumado, da a luz la muerte" (Sant. 1:14-15). Y Pablo dice: "Pero yo no conocí el pecado sino por
la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás" (Rom 7:7).
Por eso los cristianos han crucificado con Cristo sus pasiones y malos deseos (Gál 5:24); lo que no quiere
decir que el no casarse y ayunar sea más puro, como enseña la Iglesia de Roma, porque el comer y
beber, la salud y el matrimonio, son dones de Dios. Ahora bien, lo que sí prohíbe Dios, es codiciar los
bienes o la mujer del prójimo. Debemos respetar lo que Dios ha dado a nuestro prójimo, amándolo como a
nosotros mismos.
La codicia de la carne, de los ojos, una vida orgullosa tal como acostumbra a llevar el mundo, no es de Dios.
Justamente es por esto por lo que muchos sucumben al pecado. La codicia de riquezas lleva a muchos a la
desgracia; hace vivir según los propios deseos; y a los cristianos les incita muchas veces a buscar
predicadores que no los reprendan por sus pecados. Aman más al placer que a Dios... (2ª Timoteo 3:4;
4:3). Debemos estar prevenidos contra todo esto, armándonos contra el pecado, y disponiéndonos a
terminar y cortar sus raíces, viviendo, no según la voluntad del hombre, sino según la voluntad de
Dios (1ª Pe 4:1-5).
1
La iglesia católico-romana, considera pecado el deseo cuando el hombre se deleita en él; y no pecado, cuando es
solamente un pensamiento no consentido por la voluntad.
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P. Jurídica Nº 742 del 12 de julio de 2004
Chillán Viejo – Yungay – San Carlos
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“La Iglesia que no vive para servir, no sirve para vivir”
El Décimo Mandamiento
"No codiciarás..." (Ex. 20:17). Barnette dice que este mandamiento tiene que ver con el deber
hacia uno mismo. La palabra "codiciar" tiene el significado de babear, o de desear con ansia una
cosa. Tiene que ver con las actitudes y no tanto con las acciones del hombre. "La codicia, en sus
múltiples formas, es el último enemigo de las almas nobles tanto como de las innobles". Se
relaciona con los motivos dentro del hombre. La codicia es un motivo que puede dar lugar al acto de
matar, cometer adulterio, o robarle a otro. El amor es la cualidad opuesta a la codicia, y el amor es
lo que el cristiano necesita cultivar.
Los Diez Mandamientos reflejan los ideales más altos de Dios para la gente en la antigüedad.
Son preceptos eternos que se aplican a cualquier generación. Sin estos preceptos básicos y
universales, el hombre no puede alcanzar el nivel de vida que Dios quiere.
Queridos hermanos:
La codicia es un pecado que parece inocuo, sin embargo, es la raíz de todos los males.
Prácticamente no existe pecado que no haya tenido su origen en la codicia. Son nuestros sentidos los
primeros que nos ponen en contacto con aquello que más tarde codiciamos. El deseo impúdico de
ser poseedores de lo que corresponde a nuestro prójimo es lo que nos incita a persistir en alcanzarlo,
sea cual sea su costo. Luego el deseo se transforma en obsesión, alcanzando ribetes patológicos que,
finalmente nos llevan a lograrlo bajo cualquier método. Es en este último punto donde lo que
primitivamente podría haber sido un deseo legítimo, donde finalmente se constituye en el pecado de
la codicia.
En la lección del domingo pasado tratábamos el caso del rey Acab que codició la viña de Nabot, y
finalmente –en concomitancia con su mujer Jezabel- la logra mediante el falso testimonio y el
homicidio de Nabot, dueño legal de esta propiedad. Todo lo que logra Acab es la determinación de
su propia muerte en forma miserableLa codicia de Eva y de Adán, en el sentido de querer ser iguales a Dios, logró la pérdida de
beneficios que tenían en el Edén, y que su propia muerte quedara determinada para ellos desde ese
momento en adelante.
El pecado de David con Betsabé tiene su origen también en la codicia. En momentos en que el
hombre tiene su mente ociosa es cuando más cerca está de incurrir en pecado. La narración bíblica
en el 2° libro de Samuel 1-4, nos cuenta que al caer la tarde David se levantó de su lecho (debemos
interpretar que esto ocurrió después de dormir siesta) y se paseaba por el balcón de la casa real,
cuando vio desde allí a una hermosa mujer que se bañaba… en ese momento de aburrimiento y
desocupación el rey mira codiciosamente aquella hermosa mujer y envía por ella –sabiendo que era
la esposa de uno de sus mejores militares- y ocurre lo obvio. Una vez más el pecado del adulterio
cobraba nuevas víctimas por la codicia del rey que no cuidó de hallarse ocupado en quehaceres
propios de su cargo, y por tanto dio paso a la codicia dentro de la circunstancia descrita.
Absalón codició el cargo del rey, y se obsesionó por él, de manera que no le importó que el rey fuera
su propio padre, una vez que la codicia se asentó en su corazón buscó todos los medios para
arrebatar por la fuerza el trono a su padre –y casi lo logra- sin importarle que en los enfrentamientos
pudiera morir. No obstante, sus planes se frustraron por su falta de sabiduría y terminaron por
acarrearle su propia muerte. Pero, todo comenzó con la codicia que alimentó al darse cuenta que su
padre no estaba atendiendo algunas responsabilidades propias de su cargo de hacer justicia a los
israelitas que acudían a las puertas de la ciudad pero no encontraban al rey.
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“La Iglesia que no vive para servir, no sirve para vivir”
Si seguimos revisando las Sagradas Escrituras nos daremos cuenta que, tal como lo señalamos
anteriormente, una gran parte de los pecados tienen su origen en la codicia.
Si examinamos nuestro comportamiento actual, descubriremos que la mente humana no ha
cambiado mucho en el transcurso del tiempo, y que los mismos problemas que enfrentaron Eva,
David, Absalón, Acab y tantos otros, son los que vivimos ahora: La codicia.
No cabe duda que la codicia es parte de nuestros genes, la recibimos como herencia pecaminosa y la
transmitimos del mismo modo, y así seguirá dañando a la humanidad hasta que el Señor determine
el término del actual estado de cosas.
Entretanto, debemos enfrentar esta trágica realidad, desenmascarándola, reconociéndola y
combatiéndola. Para eso debemos depurar nuestro corazón, haciéndolo tomar conciencia que en
cuanto a bienes materiales debemos contentarnos con lo que Dios nos ha dado, reconociendo que así
como llegamos desnudos a este mundo, también nos iremos así de él, por lo tanto, no debemos
obsesionarnos por los bienes materiales y carnales en esta tierra.
Debemos ocupar nuestra mente y nuestro corazón en obedecer a Dios y servir a nuestro prójimo
buscando la justicia y la equidad para todos los seres humanos. Debemos ser instrumentos de la
justicia y de la paz, glorificando a Dios con nuestros hechos y con nuestros dichos, reconociendo
que toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no
hay mudanza, ni sombra de variación (Santiago 1:17). Las mejores dádivas, los mejores bienes
provienen del Señor, no del patrimonio material de nuestro prójimo. El Señor nos bendiga con su
santa sabiduría para saber reconocer la codicia y rechazarla dondequiera que se presente.
TALLER:
1.- Leer el pasaje de 1ª Timoteo 6:6-10 y responder:
a) ¿Qué hemos traído a este mundo y qué nos llevaremos?
b) ¿Qué bienes debemos considerar suficientes para contentarnos?
c) ¿Qué debemos considerar como una verdadera ganancia en este mundo?
d) ¿Qué sucede con aquellos que quieren enriquecerse en forma material?
e) ¿Cuál es la raíz de todos los males: el dinero, o la codicia?
2.- En 2° de Reyes 5:20-27 se narra la historia de Naamán el general sirio que va donde Eliseo en
busca de sanidad para su lepra. Giezi, el siervo de Eliseo, movido por la codicia, a espaldas de su
señor, demanda un donativo económico de Naamán, que Eliseo ya había rechazado. ¿Cuál fue el
resultado de este acto para Giezi? ¿Valió la pena el donativo?
3.- ¿Cuáles son las formas más usuales en que la codicia nos ataca en el tiempo actual? ¿Frente a
qué cosas nos encontramos más débiles en lo que respecta a la codicia?
4.- ¿Cómo relacionamos el aumento de la delincuencia actual en robos y asaltos –especialmentecon la codicia?
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Chillán Viejo – Yungay – San Carlos
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