“En TODO lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio” (I Parte)

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“En TODO lo que podáis,
ofreced a Dios un sacrificio”
Este artículo es transcrito de una alocución dada por Michal Semin en nuestra
Conferencia de mayo de 2012, en Roma. El autor explica que un tema central del Mensaje
de Fátima – anunciado ya por el Ángel y transmitido por Nuestra Señora a los tres
Pastorcitos de Fátima – es la utilidad y la necesidad del Sacrificio. Explica él que este
mensaje del Sacrificio en el interior del Mensaje de Fátima está siendo minado por los
modernistas, liberales y progresistas en la Iglesia de hoy. Y, hoy más de que nunca,
necesitamos recordarnos de este aspecto del Mensaje de Fátima. Lea y aplique este
artículo a Usted mismo, y él podrá estimularlo a una mayor elevación espiritual.
por Michal Semin
Las apariciones de Fátima y su mensaje son, además de su finalidad primaria, un
gran instrumento apologético y catequético. El año pasado, en esta misma Conferencia,
hablé sobre el contenido doctrinal y espiritual del Santísimo Rosario, dando énfasis
especial a la Oración de Fátima recitada al final de cada decena, eyaculación en que se
pronuncia la realidad del Infierno.
Gracias a la Visión del Infierno, nos fue confirmado aquello que la Iglesia
enseñó siempre; es decir, que el Infierno no está vacío, está poblado, y que la idea actual
generalizada de una salvación universal es, pura y simplemente, falsa.
De alguna manera, las apariciones de Fátima afirman particularmente las
verdades de la Fe que se encuentran bajo ataque de las fuerzas del modernismo y del
progresismo, desatadas mucho antes del Concilio Vaticano II.
Mensaje de Fátima – Una llamada a vivir
una vida de sacrificio
Uno de los grandes temas del Mensaje de Fátima es la llamada a vivir una vida
de sacrificio. Como voy a intentar demostrar, es el concepto mismo de sacrificio – tan
central a la Fe y a la vida católicas – que está entre aquellas verdades que son el blanco
preferencial del modernismo y del progresismo.
El Ángel de la Paz apareció a los Pastorcitos en el verano de 1916, con las
siguientes palabras:
¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Santísimos Corazones de
Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced
constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios. En todo lo que podáis,
ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con
que Él es ofendido y como súplicas por la conversión de los pecadores.
Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda, el
Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el
sufrimiento que el Señor os envíe”.
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Fue Nuestra Señora de Fátima
Quien dijo a los Pastorcitos: “Rezad,
rezad mucho y haced sacrificios por los
pecadores, pues van muchas almas al
infierno, por no tener quien se
sacrifique y pida por ellas”.
Sor Lucía dijo al Padre Fuentes
en 1957: “Dígales también, Padre, que
mis primos Francisco y Jacinta se
sacrificaron porque vieron siempre a la
Santísima Virgen muy triste en todas
sus apariciones. Nunca se sonrió con
nosotros, y esa tristeza y angustia que
notábamos en la Santísima Virgen, a
causa de las ofensas a Dios y de los
castigos que amenazaban a los
pecadores, nos llegaban al alma; y no
sabíamos qué idear para encontrar en
nuestra imaginación infantil medios
para hacer oración y sacrificio”.
El Ángel de la Paz apareció tres veces a los
Pastorcitos antes de Nuestra Señora les había
aparecida en Fátima. Fue él que enseñó los
Pastorcitos a rezar y a sacrificarse devotamente,
y, sobre todo, les enseñó una profunda
reverencia ante el Santísimo Sacramento.
El ejemplo de los pastorcitos de Fátima
Vemos repetidamente los Pastorcitos de Fátima a ofrecer sacrificios como actos
de reparación por los pecados del mundo, para que los pecadores se conviertan y salven,
de este modo, sus almas.
¿No podrían ellos haber agradado a Dios de un modo diferente? Claro que
algunos de los sacrificios ofrecidos por los jovencitos, Francisco y Jacinta, a través de
mortificaciones y del dolor físico, eran bastante extraordinarios. Sin embargo, no hay
razón para creer que esas medidas intensivas sean obligatorias para todos nosotros, y
que nosotros no podremos ir al Cielo si no las hacemos exactamente como ellos.
Sin embargo, el ejemplo de los Pastorcitos de Fátima apunta a una realidad
difícil de la Fe católica: que, sin sacrificios voluntarios ofrecidos a Dios, nosotros no
podemos tener esperanza en la Bienaventuranza eterna.
El ejemplo de Jesucristo
¿Por qué es verdad esto? Para ser salvado, debemos seguir a Nuestro Señor,
porque Él es el Camino, que nosotros necesitamos seguir; y el Camino tomado por
Nuestro Señor fue el Camino de la Cruz, el Sacrificio voluntario de Su vida humana por
nuestra salvación, exactamente de acuerdo con Sus palabras: “Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por Sus amigos”. En Gólgota, Él ofreció Su vida a Su Padre, como
propiciación por nuestros pecados. Tomó sobre Sí nuestros pecados y sufrió en nuestro
lugar. Necesitamos comprender que toda la vida de Nuestro Señor, y no sólo la Pasión
que sufrió en la última semana de Su vida terrena, tiene una naturaleza sacrificial. Toda
Su vida fue orientada a la oferta final de Sí Mismo en Calvario.
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No podemos considerar Su vida terrena como estando separada, de alguna
manera, en dos partes no conectadas: una conteniendo los acontecimientos desde su
nacimiento hasta la edad adulta, y la otra desde la Agonía en el Jardín de Getsemani
hasta ser humillado, flagelado y crucificado. La vida de Nuestro Señor representa una
unidad moral en que todo lo que El hace está, de algún modo, relacionado con el
Sacrificio de la Cruz, porque fue para este acto de expiación que El nació. “Porque aun
el Hijo del Hombre no vino a que le sirviesen, sino a servir y a dar Su vida por la
redención de muchos”. (Mc. 10:45)
Necesitamos la mentalidad del Evangelio
Este pasaje del Evangelio es otra prueba de que Nuestro Señor comprendió Su
misión en términos de Sacrificio, amor abnegado y auto-donación. Así, no debemos
llamarnos discípulos de Cristo si nosotros no Lo imitamos a este respecto.
Existe algo que se llama la mentalidad sacrificial – estar dispuesto a renunciar a
algo por amor de Dios. Cada dimensión de la existencia humana puede requerir
sacrificios, lo que sucede muchas veces. Nosotros, como católicos, debemos
acostumbrarnos a hacer pequeños sacrificios por Dios. Los sacrificios existen en miles
de formas diferentes: ayuno, penitencias de varios tipos, el control de la curiosidad vana
de querer ver y oír todo, abstenerse de fumar o beber durante la Cuaresma, privación
ocasional de dulces y postres, y así en adelante. Si Usted conoce la vida de cualquier
santo – hombre o mujer, joven o viejo – sabe de qué estoy a hablar. Porque nunca hubo
un santo que no practicase algún tipo de abnegación sacrificial.
Nuestro Señor dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí cargue con su cruz, y
sígame. Quien intenta seguir una vida cristiana no puede esperar evitar lo que Jesús
Mismo no evitó – la Cruz.
Según el Arzobispo Lefebvre: “La noción de sacrificio es una noción
profundamente cristiana y católica. Nuestra vida no puede ser pasada sin sacrificio,
una vez que Nuestro Señor Jesucristo, Dios Mismo, quiso tomar un cuerpo como el
nuestro y decirnos: ‘SígueMe, toma tu cruz y sígueMe si quieres ser salvo.’”
Y el Arzobispo Lefebvre continuaba: “Y Él nos dio el ejemplo de Su muerte en
la Cruz; El derramó Su Sangre. …He aquí todo el misterio y la raíz de la civilización
cristiana: la comprensión del sacrificio en la vida cotidiana de cada uno, el
entendimiento del sufrimiento cristiano, ya no considerando el sufrimiento como un
mal, o un dolor insoportable, sino que los sufrimientos y enfermedad de cada uno se
comparten con los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo al asistir la Santa Misa, que
es la continuación de la Pasión de Nuestro Señor en el Calvario”.
El Santo Sacrificio de la Misa
El Santo Sacrificio de la Misa es el Sacrificio del Cristo Mismo en el Monte del
Calvario, tornado presente por donde quiera que el sacerdote pronuncie las palabras de
la Consagración. Es de la Misa que aprendemos el ejemplo de Nuestro Señor
entregándose, Él Mismo, del modo más profundo para la salvación de los pecadores.
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Fue por la Santa Misa que los pastorcitos de Fátima tenían una noción de la
expiación de Nuestro Señor por los pecados de los hombres. Si la vida de sacrificio es el
camino más seguro a la salvación eterna, ¿no será la mejor estrategia para el demonio
disminuir nuestra disponibilidad para sacrificarnos, o hasta apagar por completo el
sentido del sacrificio? ¿Y no será la Santa Misa el blanco más precioso para él? ¡El sabe
cuánto puede alcanzar, si consigue debilitar nuestra noción de la Santa Misa como la representación del Sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz!
Cité más encima un sermón del Arzobispo Lefebvre, porque él se ha hecho el
símbolo del combate por la conservación del rito tradicional en que la Santa Misa es
ofrecida. Él y muchos otros se opusieron la reforma litúrgica, no tanto debido al cambio
de la lengua utilizada (pasó de latín a las lenguas vernáculas), ni debido a la
introducción de tres ciclos de lecturas, ni por cualquier otra simple alteración, pero
porque los cambios in toto representan una clara desviación de la noción de la Santa
Misa como un sacrificio, hacía la noción de una cena sociable.
El pensamiento anti-sacrificial
de Bugnini y Lutero
Este hecho no es contestado por los arquitectos de la “reforma” litúrgica. Fue el
Arzobispo Bugnini mismo que, en marzo de 1965, escribió en L’Osservatore Romano:
“Debemos omitir de nuestras oraciones católicas y de la liturgia católica todo que
pueda sugerir un tropiezo para nuestros hermanos separados, es decir, para los
protestantes”.
Todos nosotros sabemos que el mayor tropiezo para los protestantes es la noción
de la Santa Misa como un sacrificio. En el siglo XVI, Martín Lutero y muchos otros
líderes protestantes negaban que la Misa sea un sacrificio; y acentuaban exclusivamente
el aspecto de una cena.
La verdad del Dogma católico
El Concilio de Trento respondió a la “Reforma” protestante, dando énfasis a
aquello que estaba bajo ataque; es decir, que la Misa es un sacrificio:
“CANON I. – Si alguien dice que en la Misa no es ofrecido a Dios un sacrificio
verdadero y propio; o que lo que es ofrecido no es más que Cristo dado a nosotros para
comer; que ese sea anatema.
CANON III. – Si alguien dice que el Sacrificio de la Misa es apenas un
sacrificio de alabanza y de acción de gracias; o que es una mera conmemoración del
sacrificio consumado en la Cruz, pero no un sacrificio propiciatorio; o que la
aprovecha apenas aquel que recibe la Comunión; y que no debe ser ofrecido por los
vivos y por los muertos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, que
ese sea anatema”.
La Misa antigua, milenaria, latina y romana, expresa muchísimo más claramente
la profundidad completa de esta doctrina, sin, de forma alguna, disminuir el misterio. La
Misa es, consecuentemente, un sacrificio. Ella es también una comunión, pero una
comunión resultante del sacrificio previamente celebrado. Es una cena en que la
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Victima inmolada en el sacrificio es consumida. La Misa es, pues, en primer lugar, un
sacrificio, y en segundo lugar una comunión o cena. Sin embargo, toda la estructura de
la Nueva Misa es centrada en el aspecto de la cena o de una celebración, en detrimento
del aspecto de sacrificio.
Encíclica Mediator Dei
Para contrariar las tentativas continuas del clero liberal y progresista en este
sentido, aun antes del Concilio Vaticano II, el Papa Pio XII publicó lo que podría
llamarse la “Magna Carta” de la enseñanza católica sobre la liturgia: la encíclica
Mediator Dei. Sobre este asunto en particular, el Papa escribió en el Parágrafo 102:
Se desvían, pues, del camino de la verdad los que rechazan celebrar, si el
pueblo cristiano no se aproxima de la mesa divina; y todavía más se desvían los que,
para sustentar la absoluta necesidad de que los fieles se nutran del banquete
eucarístico juntamente con el sacerdote, afirman capciosamente que no se trata
solamente de un sacrificio, sino de sacrificio y banquete de unión fraterna, y hacen de
la santa comunión en común casi el ápice de toda la celebración.
Tal entendimiento, avisa el Papa Pio XII, es una falsa doctrina que el Concilio
de Trento, “fundándose en la doctrina guardada en la ininterrumpida tradición de la
Iglesia”, condena de este modo: “Quien dice que las misas en las cuales sólo el
sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas, y por eso deban ser abolidas, sea
anatema”. (Párrafo 101 de Mediator Dei; con referencia al Concilio de Trento, Sesión
XXII, Canon 8).
Si seguimos el principio litúrgico fundamental reiterado en la Encíclica Mediator
Dei, “Legem credendi lex statuat supplicandi” – “Que la ley de creencia determine la
regla de la oración”, esperaríamos de una liturgia católica que su contenido, las
oraciones y los gestos no sólo correspondan a las verdades de la Fe, sino que también,
efectivamente, las fortalezcan, y nos tornen más receptivos a ellas.
Pero si comparamos el rito tradicional romano con el nuevo rito de Pablo VI,
¿podremos decir nosotros, en buena conciencia, que ambos transmitan la misma actitud
en relación al significado del sacrificio? ¿Expresarán ambos de modo idéntico la
enseñanza católica definida en el Concilio de Trento y reiterada por Papa Pio XII en la
encíclica Mediator Dei? El Cardenal Ottaviani pensaba que no, cuando afirmó, en 1969
(esto es, mucho antes que los varios desvíos experimentales, criticados por los Papas,
tanto del pasado como el actual, tuviesen ocurrido en la vida cotidiana de la Iglesia): “la
Novus Ordo representa tanto en general como en detalle, una desviación flagrante de
la teología católica de la Misa, tal como ella fue… fijada en definitivo” por el Concilio
de Trento.
(Continuado en la próxima edición)
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