Diversidad cultural y biopoliticas

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Publicado en: TEALDI, J.C. (editor) (2008) Diccionario Latinoamericano de Bioética,
UNESCO/Universidad Nacional de Colombia, Bogotá
Augusto Pérez Lindo. Profesor Titular de Filosofía, Universidad de Buenos Aires. Director de la
Maestría en Gestión y Políticas Universitarias del MERCOSUR, Universidad Nacional de Lomas de
Zamora
Diversidad cultural y biopolíticas
En el art. 1, de la “Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural”
(aprobada el 2 de noviembre de 2001) se afirma que “la diversidad cultural es, para el género
humano, tan necesaria como la diversidad biológica para los organismos vivos”. Resulta entonces
pertinente vincular las políticas culturales con las biopolíticas.
La comunidad internacional ha llegado a un consenso en cuanto a que los derechos
humanos son los garantes de la diversidad cultural (art. 4, de la citada Declaración). Ahora bien, en
la medida en que los derechos humanos constituyen principios para asegurar una vida digna a
todos los seres humanos, parece adecuado recurrir al concepto de “biopolíticas” para enmarcar
ambos aspectos. Esto nos permitiría pensar un cambio de perspectivas en las políticas sociales.
En efecto, de acuerdo con los convenios internacionales resultaría coherente asumir
que las políticas públicas (desarrollo económico, respeto de los derechos humanos,
desarrollo social, políticas culturales, protección del medio ambiente, etc.) tienen como
finalidad intrínseca el mejoramiento de la calidad de vida de los individuos. Por lo tanto, no
basta con la ausencia de violaciones de los derechos sino que es preciso que los gobiernos
y las sociedades aseguren una vida digna a los individuos. Esto implicaría redefinir las
políticas públicas como “biopolíticas”.
Desde una perspectiva crítica de los regímenes de disciplinamiento social Michel Foucault
entendía que las reglas sociales podían considerarse como “biopolíticas” que estaban destinadas a
integrar o disciplinar los individuos. Esta tesis resulta problemática cuando el propósito de un
sistema, como en el caso de la globalización neoliberal, ya no es la integración social sino el buen
funcionamiento del mercado mundial.
El concepto de “biopolítica” también subyace en los movimientos ecologistas y
ambientalistas dando lugar a nuevas significaciones. Los ecologistas desde mediados del siglo XX
vienen planteando la necesidad de definir políticas que protejan a la humanidad contra la
destrucción del medio ambiente. El “núcleo duro” de la tesis ecologista defiende la idea de una
“biopolítica” orientada a la defensa de la Naturaleza agredida por las innovaciones tecnológicas e
industriales. En este caso el “sujeto” deja de ser el ser humano y pasa a ser el planeta (que algunos
conciben como un ser viviente, como una totalidad en sí que denominan “Gea”). Esta concepción
vuelve a afirmar la antinomia entre el “humanismo” y el “naturalismo” que los románticos habían
sostenido en el siglo XIX.
Con el nacimiento de las “biotecnologías” también aparece el nuevo campo de la “bioética”
que se preocupa por comprender y delimitar los alcances de las intervenciones técnicas sobre el
cuerpo de los individuos. El espectacular avance de las biotecnologías no solo en las
intervenciones médicas y agropecuarias sino en la capacidad para descifrar y reproducir la vida
obliga a reconocer que estamos en los umbrales de una civilización que puede convertir la
producción de la vida en un hecho cultural y económico. Frente al nuevo contexto de la
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“biotecnópolis” aparece la necesidad de pensar en “biopolíticas”, como lo reconoce el gobierno
británico al crear un gabinete interministerial destinado a tomar resoluciones sobre el particular.
Esta iniciativa, sin embargo, tuvo como propósito asegurar a Gran Bretaña el liderazgo en la
regulación y en el desarrollo de las biotecnologías.
La comunidad internacional ha venido registrando estos cambios a través de congresos,
estudios científicos y manifestaciones públicas de todo tipo. Estas preocupaciones convergentes
dieron lugar a una serie de declaraciones, convenciones y protocolos internacionales que podemos
considerar como el marco actual de las “biopolíticas mundiales”. Entre estos documentos podemos
destacar la Convención sobre Cambio Climático (1992), la Convención sobre Diversidad
Biológica (1992), el Protocolo de Kyoto (1997) y la Declaración sobre el Genoma y los
Derechos Humanos (1997).
Como se afirma al principio de este apartado la Declaración de la UNESCO sobre
diversidad cultural afirma en su art. 1º que la misma se corresponde con la idea de la diversidad
biológica. Lo que nos lleva a pensar que los fenómenos de uniformización cultural que se
manifiestan en la desaparición de lenguas o de identidades culturales, tienen un significado
equivalente a la desaparición de millones de hectáreas de bosques, de especies animales y
vegetales cada año.
En la historia de la humanidad siempre han existido tensiones entre la singularización y la
universalización de los grupos humanos. Por ejemplo, el proceso de individuación que surge con la
sociedad burguesa moderna y que se extiende hasta nuestros días tuvo su contraparte en los
regímenes autoritarios, el fascismo, el comunismo o en las tendencias uniformizadoras del
capitalismo. Los estados-naciones modernos buscaron desterrar los particularismos y las culturales
locales, con sus lenguas y costumbres, en nombre de la igualdad de derechos ciudadanos.
Las “biopolíticas genocidas” practicadas por el nazismo en Europa, particularmente el
“holocausto” del pueblo judío, dieron lugar a la búsqueda de nuevos principios de convivencia que
se plasmaron en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Pero el
exterminio de pueblos y culturas en distintos continentes es un fenómeno que se prolonga desde
antes de las guerras europeas y en contextos políticos diferentes: dominaciones coloniales,
esclavitud y apartheid africano, exterminio de los aborígenes en América, genocidio armenio,
colectivización soviética, imperialismo norteamericano, etc.
Luego de la Segunda Guerra
movimientos de liberación dieron lugar
las identidades culturales ancestrales.
que la confusión entre “ciudadanía” e
etnocidios y genocidios.
Mundial (1939-1945) las luchas anticoloniales y los
a nuevas identidades nacionales y al resurgimiento de
La trágica experiencia de África a partir de 1960 muestra
“identidad cultural” puede conducir a guerras civiles,
Los cambios que se producen en las últimas décadas vienen a complicar el análisis pues los
procesos de revalorización de las identidades y la construcción de “biopolíticas” obligan a repensar
los esquemas con que se han venido interpretando las relaciones sociales.
Europa ha asistido entre 1970-2000 al renacimiento de las identidades regionales y étnicas
con manifestaciones de terrorismo (Irlanda del Norte, País Vasco, Chechenia, Córcega, etc.) y
desmembramientos nacionales (Yugoeslavia, Checoslovaquia, Unión Soviética, etc.). En varios de
estos procesos la reivindicación de la identidad ancestral se presenta como un “caso de vida o
muerte” legitimando de este modo el exterminio del “otro”. En los casos incruentos las
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discriminaciones administrativas a partir de las políticas linguísticas sirven a los efectos de producir
la depuración étnica buscada.
En todos los continentes sin excepción se pueden observar conflictos étnicos de distinta
intensidad. En América del Sur las comunidades aborígenes llevan más de 500 años reivindicando
sus derechos fundamentales. Los procesos de miscigenación con los conquistadores e inmigrantes
dieron lugar por otro lado a sociedades multiculturales. Se puede hablar de “culturas híbridas” o de
“entidades multiculturales”. Sin embargo, sobreviven muchas comunidades aborígenes que
reivindican el reconocimiento de sus derechos ancestrales y de su identidad cultural para acceder
a una vida digna. En países como Bolivia, Perú, Ecuador, México, Guatemala y otros las
discriminaciones étnicas tienen serias consecuencias sociales y políticas. La cuestión del
reconocimiento de las diversidades culturales converge con la lucha por los derechos sociales y
tiende a redefinir la naturaleza de los conflictos políticos tradicionales.
Desde el punto de vista ético-político las convenciones de las Naciones Unidas sobre
derechos culturales y de la UNESCO sobre las diversidades culturales resumen los nuevos
consensos internacionales. Las declaraciones sobre derechos humanos y sociales a partir de 1948
se habían inscripto dentro del principio de “igualdad ante la ley” que los Estados debían custodiar.
Se prolongaba de este modo el paradigma del igualitarismo racionalista surgido en la Revolución
Francesa. A partir de las declaraciones sobre los derechos a la autodeterminación de los pueblos,
los derechos culturales y sobre las discriminaciones contra la mujer, se incorpora un nuevo
paradigma ligado al derecho a las diferencias.
Se habla entonces de varias “generaciones” de derechos humanos a partir de 1948.
Analizando desde más atrás el proceso histórico podemos distinguir tres grandes transformaciones.
En una primera etapa las revoluciones liberales (Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia) que
lucharon contra el orden feudal pusieron el acento en los derechos individuales, la propiedad y el
Estado de Derecho en el marco de un sistema internacional que tenía como referente al EstadoNación.
En una segunda etapa las revoluciones y reformas socialistas del siglo XX (Rusia, China,
Cuba, Suecia y otros) pasaron de la igualdad jurídica a la búsqueda de la igualdad social. El
ciudadano tiende a ser desplazado como sujeto por el trabajador. La ciudadanía no depende en
este paradigma de la propiedad o de los atributos singulares sino de la universalización de los
derechos sociales. Las discriminaciones contra la mujer parecían resolverse con la aplicación del
principio “a igual trabajo, igual salario”.
En una tercera etapa tanto la lucha de los pueblos colonizados como la de las mujeres por
su emancipación pusieron de manifiesto la necesidad de considerar las “diferencias”. Los negros
eran discriminados por su color, las mujeres por el género, los aborígenes por su identidad cultural.
Durante las últimas décadas esto obligó a explicitar las situaciones particulares, a establecer
convenciones para valorizar las identidades culturales y para condenar todo forma de
discriminación por el género, el color, la posición social o las creencias de los individuos.
La evolución del Código Internacional sobre Derechos Humanos a partir de 1948 recoge los
consensos éticos y las luchas de las distintas etapas de la historia. Podemos considerar que en el
contexto de los derechos a la igualdad a partir de las diferencias se patentiza algo que va más
allá de los derechos políticos y sociales, a saber, la afirmación de las identidades y la búsqueda
de igualdad de oportunidades en la calidad de la vida. Los derechos de la mujer en el uso de
su propio cuerpo, los derechos ambientales o los derechos de los niños, se inscriben en este
paradigma.
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Se puede afirmar que hemos llegado a un punto en que el consenso ético internacional
sobre el respeto a las diversidades culturales es muy amplio permitiendo así establecer
“biopolíticas” que no solo tomen en cuenta la creatividad de los pueblos sino también sus
condiciones de vida. Esto no resulta trivial si tenemos en cuenta que diversos países de América
del Sur (del Río Grande hasta Tierra del Fuego) tienden a relegar, confinar o excluir a comunidades
aborígenes, campesinos, habitantes de “villas miserias”, etc. La integración social en un plano de
igualdad sería parte de una verdadera “biopolítica” coherente con los tratados internacionales sobre
derechos humanos que todas las naciones se han comprometido a respetar. Desgraciadamente,
las políticas sociales no solo pueden pecar de equivocadas o insuficientes sino que además suelen
omitir las identidades culturales y las condiciones de vida de los sectores socialmente vulnerables.
Derechos humanos, diversidad cultural y vida digna son aspectos indisolubles como lo resaltan las
declaraciones internacionales.
La diversidad cultural, como la diversidad biológica, constituye un patrimonio de la
humanidad pero esto no quiere decir que su dinámica se presente sin conflictos y sin
contradicciones. Aún contando con el consenso de las partes no siempre resulta fácil armonizar los
contextos y los legítimos intereses en juego. Las políticas culturales y las biopolíticas ponen en
escena la complejidad del devenir humano. Por lo tanto, requieren un abordaje complejo y
mecanismos de arbitraje como los que proponen las Naciones Unidas y la UNESCO en sus
distintos protocolos.
Además del consenso y de los mecanismos jurídicos de implementación se requiere por
otra parte un proceso de educación permanente para que los actores aprendan a compartir un
destino común valorizando la diversidad y las diferencias. El éxito de una sociedad multicultural e
igualitaria depende en última instancia de cómo los individuos asumen al “otro”.
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