EL NACIONALISMO MUSICAL EN ESPAÑA|ALBÉNIZ, GRANADOS, NTERÉS POR EL FOLKLORE. FALLA Y TURINA. El Nacionalismo, con su interés por los folklores nacionales, puede considerarse como una secuela del Romanticismo, que defendía el gusto por lo único, por lo peculiar. El espíritu nacionalista romántico era consecuencia de transportar el individualismo a escala nacional. La aportación ahora del Nacionalismo propiamente dicho consiste esencialmente en sustituir el subjetivismo idealista romántico, por el sentir del pueblo, por la inspiración directa en el folklore, en sus ritmos y melodías. Por ello, los movimientos nacionalistas que surgen a mediados del XIX suponen la incorporación a la música culta de países de la periferia de Europa, que hasta entonces no habían tenido un gran protagonismo en la música reciente occidental. Así vemos aparecer a compositores y países olvidados del panorama musical: Noruega (Grieg), Finlandia (Sibelius), Rusia (Rimsky-Korsakov), Checoslo-vaquia (Dvorak), Hungría (Bartok), etc. El Nacionalismo español será un movimiento tardío, iniciado casi a finales del s. XIX; nacido en relación con el movimiento regeneracionista de J. Costa, y, en Cataluña, como eco de la Renaixença, dará figuras de una gran talla internacional. Sin olvidar las primeras obras nacionalistas del violinista y compositor Pablo Sarasate, ni los trabajos del musicólogo Francisco Asenjo Barbieri, el gran impulsor del movimiento fue Felipe Pedrell, más conocido por sus trabajos teóricos y musicológicos que por sus composiciones, como las óperas La Celestina y Los Pirineos; él fue el maestro de las tres grandes figuras: Isaac Albéniz, Enrique Granados y Manuel de Falla. Isaac Albéniz (1860-1909), pianista de gran fama, después de estudiar con Felipe Pedrell y con Franz Liszt en Weimar, entró en contacto en París con la nueva música impresionista de Debussy; es autor de una importante obra para piano en la que muestra un lenguaje muy nuevo, técnicamente revolucionario y estilísticamente emparentado con el impresionismo. Cabe destacar la suite Iberia, colección de piezas evocadoras de distintos lugares de la geografía española. Trabajó además la música sinfónica (Catalonia) e intentó, sin demasiado éxito, la ópera nacionalista con Pepita Jiménez. Enrique Granados (1867-1916), también excelente pianista, formado con Felipe Pedrell, nos ofrece un lenguaje más romántico, tanto en sus obras pianísticas (Danzas españolas, por ejemplo) como en las pequeñas piezas vocales, formalmente cercanas al lied, entre las que destacan las Tonadillas. Escribió también la ópera Goyescas, estrenada en Nueva Cork y elaborada sobre unas piezas pianísticas suyas inspiradas a su vez en escenas de la pintura de Goya. Manuel de Falla (1876-1946), discípulo asimismo de Pedrell, representa el punto culminante del Nacionalismo y quizá de todo el siglo XX, ya que su estilo rebasa lo puramente nacionalista. Obtuvo éxitos internacionales especialmente en París, donde entró en contacto con las vanguardias musicales que fue progresivamente incorporando a su obra, con excepción del dodecafonismo y del atonalismo. Tras sus primeras producciones, como la ópera La vida breve, pasa por una etapa andalucista, con páginas como los ballets El amor brujo y El sombrero de tres picos, escrito para los ballets rusos de Diaghilev y estrenado en Londres con decorados de Picasso. La partitura para piano y orquesta Noches en los jardines de España muestra un estilo muy cercano al impresionismo. Finalmente llegó hasta obras muy depuradas de elementos nacionalistas, como el Concierto para clave y cinco instrumentos o El Retablo de Maese Pedro, inspirada en un texto del Quijote y tratada con el estilo de los antiguos romances. Esta obra está estilísticamente relacionada con la sobriedad castellana de los poetas de la Generación del 98. Los últimos años de su vida (vividos en el exilio en Argentina) los dedicó a componer la gran cantata La Atlántida sobre un texto de Verdaguer y destinada al Orfeó Catalá. Desgraciadamente murió sin concluirla, tarea que correspondió a su discípulo Ernesto Halffter. Junto a estas grandes figuras, otros compositores trabajan un Nacionalismo más centrado en su tierra. El sevillano Joaquín Turina se inspiró casi siempre en Andalucía dejándonos una abundante obra pianística (Danzas gitanas), de cámara (La oración del torero) y orquestales (La procesión del Rocío). En Levante tenemos a Óscar Esplá con la Sinfonía Aitana. En el País Vasco a Jesús Guridi, autor de la ópera Amaya y de la zarzuela El caserio; el Padre Donostia, gran folclorista y autor de un renovado lenguaje religioso. Y un largo etcétera. Aunque, como tendencia estilística, el Nacionalismo concluyó con la Guerra Civil, algunos autores lo han prolongado hasta la actualidad. Por ejemplo, Joaquín Rodrigo, autor del Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta y, en el área catalana, Federico Mompou, a quien debernos pequeñas obras pianísticas de carácter intimista en las que utiliza elementos del folclore catalán con un estilo muy personal de influencia impresionista. Como ejemplos cabe citar sus obras Suburbios, Paisajes, Canciones y danzas, etc.; es autor también de Música callada, inspirada en San Juan de la Cruz. Todos estos nacionalismos suponen un intento de revivificar la música inyectándole la fuerza de lo popular.