EL MÉTODO EN CUESTIÓN LA DIALÉCTICA MARXISTA EN EL JOVEN LUKÁCS JULIA EXPÓSITO (UNR) ABREVIATURAS *LIA La ideología alemana, Editorial Nuestra América, Buenos Aires, 2004. *Gr Grundrisse o Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Siglo XXI Argentina Editores, 1985. *ELC El Capital, Libro1, Cap.1, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1983. “La dialéctica materialista es una dialéctica revolucionaria” (Lukács, 1919) “Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y transpuesto a la cabeza del hombre” (Marx, 24 de enero de 1873). INTRODUCCION “¿Qué es el marxismo ortodoxo?”, adquiere hoy en día una importancia singular. Esto es así toda vez que consideramos que en el marco de la llamada actual “crisis del marxismo” se hace presente un axioma común con el contexto en el cual Lukács escribe este texto: “marginar el legado de Hegel” (Sazbón, 2002:65). Marginar a Hegel, como bien afirma Lukács, significa un claro gesto político, ya que supone el peligro de echar “el niño con el agua sucia”, esto es, descartar en el mismo movimiento el método dialéctico propuesto por Marx. El desafío que se nos presenta, entonces, implica volver a una pregunta fundamental ¿tiene el marxismo alguna especificidad que suponga su propia condición de ser? Es decir (fundamental en tanto), que sí esta especificidad no existiera, o se demostrara “superada”, el marxismo, como afirma Badiou, se encontraría “derrotado históricamente”, habiendo perdido su capacidad tanto práctica como teórica para dar cuenta de la “realidad” y al mismo tiempo para ser el “horizonte” de una sociedad nueva. Esto nos conduce (necesariamente) a una pregunta más compleja: ¿Cuál es esa especificidad del marxismo? La respuesta de Lukács en este aspecto es terminante: esa especificidad última es el método dialéctico ( ) puesto que es la dialéctica la que habilita al marxismo a encontrar aquel método de investigación crítico. Método que le ha permitido no sólo analizar la realidad social, sino especificar sus movimientos, su devenir, al mismo tiempo que le ha dado la herramienta para pensar la transformación de lo social. Es decir, la dialéctica, en tanto movimiento de la realidad, es para el marxismo la 2 posibilidad de pensar la revolución, la emancipación, en el marco más general y más específico de la lucha de clases (Lukács, 2002). Si tomáramos por cierta la afirmación lukácsiana, abandonar el método dialéctico, nos conduciría, o bien, al abandono final del marxismo (- dado que sin método dialéctico no habría posibilidad real de transformar lo social (revolución y sociedad de clases, no serían dos categorías centrales del análisis)-; o bien, el marxismo se convertiría en una especie de “monigote”, de pensamiento “vulgar”, que poco podría hacer en la lucha por la emancipación del proletariado. Esta última “salida” es la que preocupaba a Lukács, y la que lo condujo a reflexionar estas problemáticas es su obra, “Historia y Conciencia de clase” (1923). En este texto, el autor discute contra las ideas más generales impulsadas por la II Internacional, a través de una vuelta a Hegel, con el fin de recuperar los conceptos de “totalidad”, “contradicción”, “conciencia”, “relación sujeto/objeto”. Como él mismo afirma en el posfacio (1967) del mismo libro: “Historia y conciencia de clase tiene sin duda el mérito de haber devuelto la categoría de la totalidad, categoría que la apariencia ‘científica’ del oportunismo socialdemócrata había dejado caer en el olvido, aquel lugar metodológicamente central que siempre ha tenido en las obras de Marx” (Lukács, 2002:20). Para Lukács, autores como Bernstein y Kautsky, entre otros, “pretendían suprimir del marxismo todo lo que recordaba a la dialéctica hegeliana” (Lukács, 2002:20). De este modo, Lukács emprende ya en sus más tempranos escritos como en “¿Qué es el marxismo ortodoxo?” (1919), que luego formaran parte “Historia y conciencia de clase”, un retorno revolucionario al marxismo, como el mismo lo sugiere, volviendo a Hegel, para rastrear luego su influencia en la obra de Marx. El gesto lukácsiano es el de retomar la línea que une el pensamiento de Marx, con Hegel, pero también con el de Fichte y Feuerbach, entre otros. Ese gesto, por lo tanto, no es otro que el de sumergirse en la “dialéctica marxista” para encontrar también sus conexiones filosóficas pasadas. Pero esta necesidad no estaba dada por un mero capricho intelectual: por el contrario, Lukács la consideraba como la tarea indispensable de la época. Puesto que a su entender, la posibilidad de comprender una dimensión dinámica, revolucionaria y transformadora del marxismo, se vinculaba plenamente con la recuperación y el entendimiento de la dialéctica como método del marxismo (Menéndez Alonso:3). Es por lo antes dicho que el objetivo del presente trabajo está en intentar identificar, a través de un recorrido por el texto “¿Qué es el marxismo ortodoxo?”, en que consiste para Lukács el método dialéctico. 3 No obstante, para realizar este recorrido consideramos que es pertinente realizar dos tipos de movimientos. Por un lado, indagar acerca de la recuperación que lleva a cabo el autor de ciertos conceptos hegelianos -tales como “totalidad”, “enajenación/objetividad”, “conciencia”, relación objeto/sujeto-, al mismo tiempo que exponer cómo los caracteriza a cada uno en relación a un dialéctica que pretende ser marxista. Por otro lado, y como consecuencia del primer movimiento, se vuelve importante identificar que vinculaciones existirían entre los conceptos antes nombrados, tal y como los define Lukács, con tres obras emblemáticas de Marx: “La ideología alemana” (1845/1846), Grundrisse o “Elementos fundamentales para la crítica de la economía política” (1857/1858), y “El Capital”: Libro 1, Capitulo 1(1867). Es decir, el intento supone no solamente identificar cuáles son los textos de Marx que toma Lukács para desarrollar uno u otro concepto, sino también mostrar qué referencias “implícitas” a las distintas épocas de Marx se podrían leer en la definición de los conceptos de la dialéctica lukácsiana, y qué supuestos teóricos conllevarían tales referencias. Consideramos a estos conceptos como fundamentales para el análisis, puesto que, si partimos de la perspectiva lukácsiana, el marxismo estaría abierto a trasformar tal o cual tesis o premisa, más aquello que no podría abandonar –puesto que es su especificidad primera-es el método y junto con él los conceptos que lo caracterizan. La “ortodoxia” no supone, para Lukács, “una adhesión sin crítica a los resultados de la investigación de Marx, no significa un ‘acto de fe’ en tal o cual tesis, ni tampoco la exégesis de un libro ‘sagrado’. La ortodoxia en cuestiones de marxismo se refiere, por el contrario y exclusivamente, al ‘método’” (Lukács, 2002:25). I La primera dificultad que se nos presenta ahora es la de comenzar a indagar acerca de las particularidades del método dialéctico hegeliano que condujeron a Lukács a ponerlo en el lugar de condición de posibilidad del pensamiento marxista. El gesto de Hegel, afirma Lukács, no se otro que el de preguntarse cómo captar el “objeto”, cómo conocer “la cosa en si”, aquella que para el pensamiento kantiano era incognoscible. La superación que significó el pensamiento hegeliano sobre sus predecesores radicaba precisamente en el descubrimiento de un nuevo método para pensar al conocimiento: la dialéctica. Esta consistía, en una nueva forma de concebir a la “cosa 4 en si”, puesto que ahora el “objeto” no sólo dejaba de ser algo incognoscible, sino que era transformado en el propio proceso de conocimiento. Es decir, para Hegel era posible conocer la “cosa en sí”, no obstante este conocer implicaba una construcción tanto del conocimiento como del objeto, por medio del pensamiento como actividad. Para Lukács, entonces, este nuevo método, le permitió a Marx llegar a lo más profundo de su análisis. Puesto que la dialéctica le posibilitó por un lado, separar los fenómenos de su forma inmediata, y encontrar las mediaciones por las cuales aquellos pueden ser referidos a su núcleo, y por el otro, llegar a la comprensión de ese carácter fenoménico, de esa apariencia que se consideraba la forma de aparición necesaria de esos fenómenos (Lukács, 2002). El planteo de Hegel, que Marx había encarnado, se iniciaba con el descrédito de que “el conocimiento comenzaba con una certeza absoluta de la existencia del objeto y se desarrolla (…) descubriendo las propiedades y relaciones de este objeto” (Moreno, 2001:42). El objeto se presenta para el pensamiento sólo como resultado, como un proceso en movimiento que parte de abstracciones que se van sintetizando en una totalidad cada vez más rica, que presenta sus relaciones y propiedades (concretas). En otras palabras, “la construcción debe tener como resultado un todo o una totalidad de relaciones y no una unidad simple. Hegel no cree en la existencia de lo meramente individual, de los átomos como unidades simples; no admite la existencia de algo que no sea un todo formado por partes relacionadas entre sí” (Moreno, 2001:43). No obstante, el error de Hegel es, para Marx, el caer en la “ilusión de concebir lo real como resultado del Pensamiento” (Gr: 11). Es decir, fue Hegel el que comprendió que la relación entre “objetos” no se presenta sólo como la “oposición real” kantiana, sino que “la relación con el todo se trasforma en la determinación que condiciona la forma de objetividad de todo objeto; todo cambio esencial e importante para el conocimiento se manifiesta como cambio de la relación con el todo y por eso mismo como cambio de la forma de objetividad” (Lukács, 2002:50, cursivas en el original). Su error, no obstante, fue el de subyugar lo “real” como resultado del pensamiento, de un pensamiento que partiendo de sí mismo, se concreta en si mismo, se absorbe en sí, y se mueve en sí. Mientras que para Marx, “el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto es para el pensamiento sólo la manera de apropiarse de lo concreto” (Gr: 11). De este modo, para Lukács, lo que distingue al método dialéctico, aquello que lo diferencia del resto de la filosofía, es el intento de pensar 5 precisamente la “totalidad”, y este descubrimiento es un logro de Hegel. En este sentido, para el autor, “lo que distingue de modo decisivo al marxismo de la ciencia burguesa no es [solamente] el predominio de las motivaciones económicas en la explicación de la historia, sino el punto de vista de la totalidad” (Lukács, 2002:20). Ahora bien, la particularidad del método en el marxismo radica, precisamente, en pensar esa totalidad, ya no como lo hacia Hegel, sino ligada a la “la realidad”. Y esa “realidad”, esa “base material”, que le otorga el marxismo a la dialéctica, parte necesariamente de los hechos sociales. Al mismo tiempo, partir de los hechos sociales como conocimiento de la realidad sólo se vuelve posible en la medida en que esos hechos sean concebidos como una totalidad que presenta distintos momentos del desarrollo de lo social. Como él mismo sostiene, “solamente en este contexto, en el que los hechos de la vida social se integran (en cuanto elementos del devenir histórico) en una totalidad, es donde se hace posible el conocimiento de los hechos en tanto que conocimiento de la realidad (Lukács, 2002:46, cursivas en el original). La totalidad marxista se articula por tanto, “en el movimiento desde aquellas determinaciones inmediatas (dadas en el mundo capitalista) hasta avanzar hacia el conocimiento de una totalidad concreta como reproducción de la realidad, sin trastocar ese movimiento de reproducción de la realidad con el proceso de ‘realidad misma’. Esta es la diferencia esencial que separa al idealismo del marxismo” (Menéndez Alonso:5). Para llegar a estas conclusiones, creemos que Lukács se apoya indefectiblemente en Gr, ya que para explicar cómo es posible llegar a tal “construcción” de la realidad como totalidad operante, se basa en la relación dialéctica que presenta Marx entre lo abstracto y lo concreto. Para Marx sería pues un error tanto partir de abstracciones que pretendan ser universalizadas más allá del propio proceso de la historia, como afirmar que existe la posibilidad de conocer lo concreto sin mediación, es decir, sin partir de su vinculación con la “abstracto”. De este modo, la siempre existente relación entre lo abstracto y lo concreto, no es más que una relación dialéctica que se afirma como tal a partir de pensar (construir) una totalidad. En este sentido, es fundamental “declarar desde el comienzo que estamos ante una determinada época histórica, por ejemplo, de la moderna producción burguesa” (Gr: 2), y que ésta presentará sus particularidades concretas en tanto modo histórico de la producción. No obstante, afirma, como abstracción, la producción en general evidencia ciertas determinaciones, ciertos rasgos comunes a todas las épocas. Sin embargo falta aquí para Marx un movimiento más: lo general (lo abstracto) sólo tiene sentido, si es a la vez algo articulado con las distintas determinaciones de lo concreto de cada época. 6 El ejemplo que utiliza Marx puede servir para aclarar esta relación. Marx afirma que si partimos de un análisis de la “Población” (en tanto categoría abstracta), no tenemos más que una “representación caótica del conjunto” (Gr: 10). Esta “totalidad caótica” sólo podría especificarse si se especificaran determinaciones cada vez más concretas. Esto es, definir la población por otras categorías: las clases, las naciones, la época, etc. Esto nos conducirá a un camino de “regreso” hacia la “Población”, pero ahora se nos presentará, ya no como un todo caótico, sino como “una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones” (Gr: 11). En definitiva, para Marx, el análisis debe tener como punto de partida “lo real y lo concreto” (Gr), pero de ese concreto siempre se tiene (puesto que no es posible conocer sin mediaciones) una representación “caótica”, es decir confusa. Para Marx, “lo conocido (lo que está ‘en la cabeza [im Kopfe]’: no puede confundirse con lo real, que guarda siempre una exterioridad de todo posible conocer, contradiciendo la posición fundamental de Hegel, ya que ‘Hegel cayó en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensar’ (Dussel, 1985:49). Pero Marx, como vimos, realiza un movimiento más: es necesario volver a lo concreto, para que lo “abstracto” (deje de ser pensando como real precisamente en abstracto) y se piense en concreto, como una totalidad “sobredeterminada por muchas otras condiciones y variables de lo concreto mismo” (Dussel, 1985:33). Como sostiene Marx: “Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida, y, en consecuencia, el punto de partida también de la intuición y de la representación” (Gr: 11). De este modo, si bien Lukács, como vimos, recupera la categoría de “totalidad” del pensamiento hegeliano, la desarrolla desde la crítica de Marx a Hegel que se presenta en Gr. La totalidad lukácsiana, se convierte en la categoría central de su recuperación de la dialéctica de Hegel, con un gesto que, al mismo tiempo, pretende ir más allá de Hegel recuperando a Marx. Así, la “totalidad” no es para Lukács, un producto del despliegue de la conciencia en si y para si, sino que, recuperando a Marx, nunca es dada en lo inmediato al pensamiento, y es concreta, dado que es “la síntesis de varias determinaciones, y por tanto, unidad de lo múltiple” (Lukács, 2002:46). Para mostrar esta operación, Lukács recurre a las categorías que trabaja Marx en “Gr”. “Producción”, “distribución”, “intercambio” y “consumo”, aparecen siendo parte de una “totalidad”, y distinguen al modo capitalista de producción, vinculándose de modo dialéctico, como contradicción de opuestos, que al mismo tiempo que no son “idénticos”, no pueden 7 pensarse sin esa relación de negatividad, que constituye la posibilidad de la totalidad. En efecto, el modo principal de la “dialéctica marxista” es, para nuestro autor, el de concebir una totalidad rica, concreta, constituida por múltiples determinaciones, que permite comprender que “producción, distribución, intercambio y consumo no son idénticos, sino que constituyen los miembros de una totalidad, diferencias en el seno de una unidad” (Lukács, 2002:50). En otras palabras, el método, en la obra de Marx, se presenta como la construcción y el análisis de esa totalidad, que parte de una crítica a la totalidad hegeliana que ligaba a las partes de un todo orgánico “a través de un nexo meramente reflexivo” (Gr:3). Más allá de que la recién desarrollada es una de las principales críticas que aparecen en Marx al método hegeliano, el pensamiento del primero se sustenta sobre otro de los grandes ejes del sistema de Hegel: nos referimos a la relación inmanente entre el método y la Historia. Concebir el método ligado al proceso histórico es precisamente el mérito de Hegel en la filosofía de su época. Así, la historia se presenta como una organización de diferentes momentos o períodos, “cada uno de los cuales señala un nivel de desarrollo distinto y representa un estadio definido en la realización de la razón” (Marcuse, 1994:16). De este modo, al mismo tiempo que la historia es comprendida como un proceso en el cual el devenir de la razón es visto en sus diferentes momentos, cada uno de esos momentos debe ser aprehendido, para Hegel, como despliegue de la razón, como totalidad, que presenta siempre una particular forma de la vida y del pensar, generando instituciones político-sociales especificas, y un momento característico del desarrollo de la religión y la filosofía (Marcuse, 1994:16). La dialéctica en el mismo Marx opera con esta lógica de Hegel, puesto que la historia “no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales y fuerzas productivas transmitidas por cuantas la han precedido; es decir, que, por una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diversa” (LIA:33). La diferencia estriba aquí en que mientras para Marx cada momento, como totalidad, muestra una forma particular de la producción y las relaciones que esta genera, en Hegel el acento estaba puesto en las formas particulares que adquiere el desarrollo de de la conciencia, del espíritu, que se materializan en la religión y en la filosofía. De todo ello se desprende que para ambos autores, ese desarrollo de la historia es un proceso que va transformando la historia en “historia universal”, pero para Marx, esto no implica el desenvolvimiento de “un 8 simple hecho abstracto de la ‘autoconciencia’, del espíritu universal o de cualquier otro espectro metafísico, sino un hecho perfectamente material y empíricamente comprobable” (LIA: 34). Y es sólo a partir del desarrollo del capitalismo que la historia puede comenzar a pensarse como “universal”, dado que el grado de desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que aparecen en este sistema trastocan el “primitivo aislamiento de las diferentes nacionalidades” (LIA: 34) internacionalizando las relaciones de producción -capitalistas- y el desarrollo de las fuerzas productivas. Como afirma Lukács, estos hechos “no sólo están implicados (como productos de la evolución histórica) en un continuo cambio sino que, además, son -precisamente en la estructura de su objetividadproductos de una época histórica determinada: la del capitalismo” (Lukács, 2002: 44, cursivas en el original). Esto demuestra de algún modo, para Lukács, el punto de inflexión donde la dialéctica de Marx adquiere su cariz peculiar, aquel que le permite superar al pensamiento hegeliano. Así, para nuestro autor el punto de partida del materialismo histórico se materializa en el hallazgo de Marx en “La ideología alemana”: ‘“no es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”’ (Marx, en Lukács, 2002:56). Poner el acento en el “ser social”, como aquel que determina la conciencia, representa para Lukács el salto de un “plano puramente teórico [para] convertirse en problema práctico” (Lukács, 2002:56), salto que sólo se habilita históricamente con el desarrollo del capitalismo. II Estas conclusiones a las que arriba Lukács nos llevan aquí a trabajar con otras categorías que este autor considera indispensables para perfilar las líneas del método dialéctico materialista. Si, tal como vimos, la totalidad es la categoría central del pensamiento dialéctico lukácsiano, lo es en parte, porque se convierte en aquello que condiciona las “formas de la objetividad de todo objeto” (Lukács, 2002: 50). Así, para nuestro autor, la correspondencia que se presenta entre totalidad y objetividad se vuelve clave, puesto que supone una nueva forma del conocimiento de la “realidad”, siendo éste uno de los fines principales de su dialéctica. Lukács recuesta el método en una relación -dialéctica- entre conocimiento, totalidad y objetividad. Toda transformación esencial para el conocimiento está dada por las determinaciones que adquiere esa totalidad, y por lo tanto, por las formas que alcanza una particular objetividad. 9 Nuevamente, para desentrañar esta relación, Lukács retorna a Hegel, dado que la percepción del filósofo alemán hace foco en el problema de la “enajenación” como punto nodal de la posición del hombre en el mundo y de su vinculación con el objeto. La enajenación no es, para Hegel, más que la posición de cualquier objetividad (Lukács, 2002:23). En efecto, sostiene Lukács, “si se la concibe coherentemente, la enajenación se identifica así con la objetividad” (2002:23). Si la determinabilidad de un objeto está dada por su vinculación con múltiples determinaciones que forman una totalidad, entonces las formas de la objetividad que adquiere ese objeto son posibles a partir de una fijación particular que se universaliza abstractamente en un momento histórico dado. Este mismo movimiento es el que permite superponer objetividad con enajenación, ya que esta fijación particular, al universalizarse y volverse abstracta supone una “naturalidad” de ese vínculo, asimilando así a ese objeto con una determinada característica como intrínseca a si mismo, cuando en realidad es resultado de un proceso histórico con múltiples determinaciones. En este sentido, y a modo de ejemplo, Lukács recurre a una cita de “El capital”, en la cual Marx afirma que, “una máquina de hilar algodón es una máquina de hilar algodón. Sólo en determinadas circunstancias se convierte en capital. Arrancada de esas circunstancias es tan escasamente capital como el oro por sí mismo dinero” (Lukács, 2002:65). De este modo, enajenación y objetividad se complementan y se suponen mutuamente, dado que las formas de la objetividad bajo las cuales el mundo se presenta a los hombres en el capitalismo, ocultan las categorías económicas, o mejor, las relaciones económicas, que constituyen la verdadera forma que adquirió históricamente la objetividad: “El proceso de producción capitalista considerado en su continuidad o como proceso de reproducción, no produce solamente mercancías o solamente plusvalía; produce y reproduce la propia relación capitalista: por un lado al capitalista, por el otro al asalariado”( Lukács, 2002:52). La interacción dialéctica existe entonces a partir de un doble movimiento. Por un lado, permite ver las trasformaciones de las formas de la objetividad en todos los fenómenos sociales (la máquina de hilar como capital), y por el otro, supone la posibilidad de cognoscibilidad de un objeto “partiendo de su función en la totalidad determinada en la que funciona” (Lukács, 2002:65). El modo dialéctico es para nuestro autor el único que permite comprender las formas fetichistas de la objetividad del mundo capitalista, al disolverlas en la forma de una apariencia. Esto es así en tanto que, al encubrir las relaciones humanas detrás de una relación 10 entre cosas, se “manifiestan entonces como representaciones necesarias de los agentes del orden de reproducción capitalista” (Lukács, 2002: 65). En este sentido, se vuelve clara la vinculación que existe entre las conclusiones lukácsianas y la “teoría de valor” que Marx despliega en “El capital”. Para Marx, una mercancía está compuesta por dos formas del valor: valor de uso y valor de cambio. La primera hace referencia a las propiedades materiales de un objeto, que se definen en relación a su capacidad de ser objetos útiles, lo que equivale a decir, que en tanto valor de uso las mercancías “representan, ante todo, cualidades distintas” (ELC: 57). La segunda forma, el valor de cambio, nos permite ver que si prescindimos completamente de las cualidades particulares de cada mercancía, la única forma de equipararlas es comprendiéndolas en tanto productos del trabajo. Pero ya no serían productos de un trabajo concreto, puesto que si pensamos en el trabajo concreto, por ejemplo el del tejedor, sería imposible equipararlo al trabajo concreto de, por ejemplo, un carpintero, sino que constituirían productos del trabajo humano, en abstracto. Es decir, en tanto valor de cambio las mercancías son igualables en relación a un tercer término: el trabajo humano abstracto, que ya no representa ningún tipo de trabajo particular. Así, con la pérdida del “carácter útil de los productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto” (ELC: 57), que a su vez será medido –en función de equiparar objetos tan disímiles- como “tiempo de trabajo socialmente necesario” (ELC: 58). Comprender la distinción entre valor de uso y valor de cambio, le permite a Marx allanar el misterio que representa la forma del valor en la sociedad capitalista, que no es otra que la forma-dinero. Para descifrar el enigma, es necesario comprender la forma simple del valor, dado que “el misterio de todas las formas de valor se encuentra oculto en esta forma simple” (ELC:67). La forma simple del valor, nos dice que X mercancía A= Y mercancía B, o lo que es lo mismo, dice Marx, X mercancía A vale, Y mercancía B. La mercancía A, se presenta en esta relación como valor relativo, y la mercancía B como valor equivalencial. Estos dos semblantes, que constituyen la forma simple del valor, “son dos aspectos correlativos, inseparables, pero al mismo tiempo extremos opuestos, excluyentes uno del otro, es decir, polos de la misma expresión de valor. Y no pueden ocupar las dos posiciones al mismo tiempo” (ELC: 67). Por lo tanto, en la fórmula arriba planteada, se estaría expresando sólo el valor de la mercancía A al compararla con una mercancía B, que es de una especie distinta que la primera. No obstante, al afirmar la expresión, B se postula como el equivalente de A, 11 y por lo tanto se afirma que el trabajo contenido en B es idéntico al trabajo que contiene A. De este modo, dice Marx “la relación que hace del traje [mercancía B] el equivalente de la tela [mercancía A] metamorfosea, pues, la forma-traje [forma-B] en la forma-valor de la tela [de la mercancía A], o expresa el valor de ésta en el valor de uso del traje [de B]. Como valor de uso, la tela [A] es un objeto sensiblemente diferente del traje [de B]; como valor, es una cosa igual a éste [a B]” (ELC:69). Con esta ecuación, Marx quiere expresar que, en la forma equivalente, el valor de uso se convierte en la forma de manifestación de su contrario, es decir, el valor -de cambio-; que el trabajo concreto se convierte en la forma de manifestación de su contrario, esto es, el trabajo humano abstracto, y que, por último, “el trabajo concreto que produce el equivalente, (…) al servir de simple expresión del trabajo humano indistinto posee la forma de la igualdad con otro trabajo, (…) y así se vuelve (…) trabajo en forma social inmediata” (ELC: 75). Por lo tanto, al ser “la forma simple de la mercancía (…) el germen de la forma dinero” (ELC: 85), el dinero en tanto equivalente universal, reviste en su forma misma el ocultamiento de las relaciones sociales de producción, que son las verdaderas productoras de valor. Así, sostiene Marx, “la forma-valor del producto del trabajo es la forma más abstracta y general del modo de producción actual, que debido a ello adquiere un carácter histórico, el de un modo particular de producción social. Si se comete el error de confundirla con la forma natural, eterna, de toda producción, resulta inevitable que se pierda de vista el aspecto específico de la forma-valor, después de la forma-mercancía y, en un grado más desarrollado, de la forma-dinero” (ELC: 85). Si nos extendimos tanto en este desarrollo explicativo, es porque consideramos que de ésta explicitación que realiza Marx, es desde donde Lukács se nutre para mostrar las formas de la objetividad que suponen el modo capitalista de la producción. Si señalar el fetichismo de la mercancía es la forma de revelar el misterio, entonces “la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres” (ELC:88). Así, el fetichismo no es otra cosa que la particularidad de la forma de objetividad -enajenada- que genera el capitalismo, y es lo que le permite al método dialéctico, comprender esa objetividad en su doble manifestación: como producto de un desarrollo histórico, y a la vez como forma concreta de esa totalidad concreta que es el capitalismo. Así, para Lukács la abstracción más universal (la forma del valor), sólo se desarrolló en el despliegue más concreto, la forma-dinero del mundo capitalista. No obstante, este desarrollo (más concreto) se presenta bajo el carácter fetichista de la economía, cosificando las relaciones humanas, 12 con la “extensión creciente de una división del trabajo que atomiza abstracta y racionalmente el proceso de producción sin preocuparse de las posibilidades y de las capacidades humanas de los productores inmediatos, trasformando los fenómenos de la sociedad y con ellos su apercepción” (Lukács, 2002:43). De este modo, para Lukács, las categorías económicas formando una totalidad concreta, se vuelven dialécticas en un doble sentido: por un lado, se presentan como una “interacción viviente, como categorías «puramente» económicas y ayudan al conocimiento de una sección temporal de la evolución social” (Lukács, 2002:52). Por otro lado, se evidencia su origen en relaciones entre hombres, y más concretamente muestran un momento particular del proceso de esas relaciones, aquél que en “la marcha de la evolución también se hace visible en la relación recíproca de ellas con el sustrato real de su acción” (Lukács, 2002:52). III Este punto nos conduce a los últimos ejes que pretendemos resaltar aquí. La categoría de totalidad representa, tal como afirma Lukács a través de una cita de Engels, no una totalidad rígida -puesto que si así fuera el mismo método que la propone entraría en una contradicción lógica- sino que, por el contrario, la totalidad dialéctica muestra un proceso de cambio dinámico, un “tránsito fluido de una determinación a otra” (Lukács, 2002:40). La posibilidad de este dinamismo está dada por las determinaciones que devienen, y avanzan por contradicción, fruto de una permanente “superación de sus contrarios” (Lukács, 2002:40). Esta forma del desenvolvimiento dialéctico de la totalidad es la que nos conduce a los últimos dos ejes a trabajar a partir de la contradicción. Primero, la totalidad del modo capitalista de producción nos muestra, en Lukács, la falsa conciencia (a partir de la forma de objetividad fetichista) pero junto con el desenvolvimiento de esta forma, se presenta a la vez la posibilidad de su contrario, es decir, de la toma de conciencia de esa situación “misteriosa”. En segundo lugar, el desarrollo capitalista, como momento del devenir histórico que permite pensar la totalidad, conduce al mismo tiempo a la posibilidad de desplegar su contrario, esto es, la superación de la díada sujeto/objeto. Es decir, la totalidad -dialéctica- presenta siempre la negación de su contrario, al mismo tiempo que estas dos formas de contradicción, no pueden ser pensadas una sin la otra, dado que la misma posibilidad de “toma” de conciencia esta habilitada por la superación entre sujeto/objeto. La síntesis de los procesos contradictorios se presentará entonces, para Lukács, en el “proletariado”. Como vimos, en relación a la formación de 13 la objetividad como enajenación, las representaciones que los hombres se hacen de sus “ideas”, se hallan condicionadas por un determinado desarrollo de las fuerzas productivas y por las relaciones sociales de producción, tal como se presentan en un determinado momento del desarrollo social. Para definir esto Lukács hace suyas las afirmaciones de Marx en “La ideología alemana”, donde este último afirma que “la conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico”(LIA:18). Esta forma de la objetividad como enajenación puede ser superada, según Marx, partiendo de dos premisas prácticas. La primera supone que en el mismo devenir de su desarrollo la forma capitalista de la objetividad, engendra su propia negación: el proletariado. Dado que, en el devenir del proletariado, se crea “una masa de la humanidad como absolutamente desposeída” (LIA:31) para la cual esta forma de enajenación se convierte en “un poder ‘insoportable’, es decir, en un poder contra el que hay que sublevarse” (LIA:31). La segunda premisa práctica, que también es consecuencia del propio despliegue del capitalismo, es su alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, “que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la vida puramente local de los hombres” (LIA:31). Esta condición de universalidad del grado de desarrollo de las fuerzas de producción que supone el capitalismo, constituye, al mismo tiempo, la condición de su negación, puesto que “lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa “desposeída” se produce simultáneamente en todos los pueblos haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros” (LIA:32). De este modo, son las propias condiciones que genera el capitalismo las que, al mismo tiempo que “esconden” las relaciones entre los hombres, engendran la posibilidad de que sean “concientes” con el propio despliegue del proletariado. En efecto, Lukács sostiene que con el capitalismo se presenta la situación histórica bajo la cual el conocimiento de la sociedad deviene para una clase (el proletariado) “la condición inmediata de su autoafirmación en la lucha” (Lukács, 2002:39). Pero este mismo movimiento de “autoafirmación” del proletariado, supone al propio tiempo “el conocimiento correcto de toda la sociedad” (Lukács, 2002: 40), ya que en ese despliegue del conocimiento esta clase se consuma como sujeto y objeto de aquel. La teoría comprende, de este modo, el proceso de “revolución social” que la 14 autoafirmación del proletariado supone, subvirtiendo, a la vez, la brecha entre teoría y práctica. Así, el proletariado, que era condición de posibilidad de la forma de objetividad enajenada, se consuma como su negación en el proceso de su “autoafirmación” que supone, en ese mismo movimiento comprenderlo como sujeto y objeto de su propio conocimiento, al tiempo que conlleva la superación formal entre teoría y práctica. Lukács, retorna a Hegel nuevamente con la afirmación de la síntesis sujeto/objeto que supone el proletariado: “Ciertamente, en Hegel surgió por motivos lógico-filosóficos, ya que 'el logro del máximo grado del espirita absoluto en la filosofía, con la desaparición de la enajenación, con el retorno de la autoconciencia a si misma realiza el sujeto-objeto idéntico” (Lukács, 2002:22). No obstante, su apuesta es la de concebir este proceso hegeliano desde una perspectiva materialista. Así, este proceso debe ser histórico-social, y debe culminar en el hecho de que el proletariado, en la conciencia de clase del proletariado, se “alcanza este grado trasformándose en sujeto-objeto idéntico de la historia” (Lukács, 2002:22). De este modo, entramos en al constelación de la segunda contradicción que plateamos más arriba. La cual afirmaba que, el desarrollo capitalista, como momento del devenir histórico que permite pensar la totalidad, conduce al mismo tiempo a la posibilidad de desplegar su contrario, a partir de la superación de la díada sujeto/objeto. La totalidad, como sistema orgánico, sostiene Marx en “Gr”, tiene sus presupuestos y desarrollo propio en su devenir en totalidad. Esto nos muestra, y en este punto es donde Lukács afirma su noción de totalidad, que el devenir de la totalidad es histórico, o en otras palabras es posible concebir históricamente el devenir de la totalidad. Para Lukács, devenir esta totalidad constituye un momento de su proceso que se ha dado con el desarrollo mismo del capitalismo como modo producción. Pero como toda afirmación, como todo devenir presenta a su vez la contradicción en su negación. Así, la síntesis que supone el proletariado marca el límite de la forma de objetivad enajenada de la totalidad capitalista, y revela el punto de su transformación. Pero esta relación se presenta de un modo doble, de un modo dialéctico, puesto que es sólo con el despliegue del proletariado que se consuma el conocimiento de la “realidad social”, como “punto a partir del cual se hace visible el todo de la sociedad” (Lukács, 2002:72, cursivas nuestras). El proletariado, representa la síntesis entre teoría y práctica, sujeto y objeto, puesto que en él coinciden tanto su propio “autoconocimiento”, como el conocimiento de la “totalidad”. De este modo, el materialismo histórico es, para Lukács, aquella doctrina que supone una síntesis del análisis y la transformación de la condición del proletariado. Junto con el 15 materialismo histórico, y su método la dialéctica, ha aparecido la doctrina “de las condiciones de la liberación del proletariado y la doctrina de la realidad del proceso total del desarrollo social” (Lukács, 2002:73). El punto de vista de la totalidad es producto del devenir histórico en dos sentidos, en primer lugar “ha sido producido por el desarrollo económico que ha producido también al proletariado mismo(…), por la transformación, así consumada, del sujeto y el objeto del conocimiento de la realidad social, que es la posibilidad objetiva formal del materialismo histórico (…). Pero, en segundo lugar, esa posibilidad formal se ha convertido en una posibilidad real sólo en el curso del desarrollo del proletariado mismo” (Lukács, 2002:75). El desarrollo de la totalidad, y de su transformación por parte del proletariado, no se deben para Lukács a alguna causa apriorística o trascendente, sino que son inmanentes al mismo proceso de la Historia. De ahí, que se presenten como la consumación de una necesidad histórica, y como algo innegable para aquel que pretenda pensar la historia desde el materialismo dialéctico. De este modo Lukács, sostiene que “la autoridad para elevar la evolución de la humanidad a un estadio superior se basa, como ya rectamente observo Hegel (…), en que estos ‘estadios de la evolución están dados como principios inmediatos naturales’, ‘cuya realización se confía’ al pueblo (esto es, a la clase) ‘a la que corresponde un momento así como principio natural” (Lukács, 2002:73). Para reafirmar, esta postura de Hegel, Lukács vuelve a los escritos tempranos de Marx, en los cuales la veta humanista es notoria. Parafraseado a Marx, Lukács apuesta que la liberación del proletariado es un deber, puesto que en él se consuma “la abstracción” de la humanidad toda. Pero la humanidad que se consuma en el proletariado, esta dada por el desarrollo de un proceso histórico concreto, ya que “en las condiciones de vida del proletariado se concentran en su más inhumana forma todas las condiciones de vida de la sociedad actual” (Lukács, 2002:73). Con la concreción del proletariado, el “hombre” se ha perdido a si mismo, al tiempo que encuentra su propia posibilidad de realizarse realmente, puesto que cobra conciencia teórica de esta perdida, y a la vez práctica, porque las condiciones de su existencia lo empujan a la necesidad de modificarlas. Así, con la revolución se transformaría el modo anterior de producción, eliminado “el trabajo y la dominación de las clases al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc” (LIA:36). En definitiva, Lukács pretende remarcar que el método dialéctico, método del materialismo histórico, no puede sostenerse desligado de la 16 “actividad crítico-practica” del proletariado. Dado que, la dialéctica materialista sólo se puede afirmar como conocimiento de la realidad desde del punto de vista de clase, desde el punto de vista de la lucha de clases: “Si abandonamos ese punto de vista, nos alejamos del materialismo histórico, lo mismo que, por otro lado, sí nos elevamos a ese punto de vista, entramos directamente en la lucha del proletariado” (Lukács, 2002:58). CONCLUSIÓN Para ir cerrando este trabajo, entendemos que es necesario marcar algunos nudos problemáticos que encontramos en el texto de Lukács. El intento de debatir algunos ejes no pretende construir una simple crítica de las premisas lukácsianas, sino que aspira también a abrir algunas problemáticas puntuales que sigue suscitando su obra. Consideramos que recuperar a Lukács es importante en el marco del debate actual sobre la “crisis del marxismo”, pero más importante aún es recuperarlo desde el modo de la crítica. En este sentido, se evidencia claramente en la apuesta “dialéctica” lukacsiana una influencia determinante de Hegel, a veces mayor que la que parece sostener el Marx de los últimos escritos. En efecto, como el mismo Lukács declara, en un posfacio de Historia y conciencia de clase de 1967, “yo incurría en un exceso (hegeliano) pues contraponía la importancia metodológica de la totalidad a la prioridad de la esfera económica” (Lukács, 2002:20). Podríamos intuir también que, este “exceso de hegelianismo”, es el que lo conduce a situar a la “enajenación” en el mismo plano de la “objetividad”, esto es, ponderar a la enajenación como la condición de posibilidad de toda objetividad. Este par de conceptos, que aparecen casi como intercambiables, podría pensarse en contradicción con la premisa de totalidad que el mismo Lukács plantea. Esto es así toda vez que, si la condición de posibilidad de la totalidad está dada en el marco del desarrollo histórico del capitalismo, y encuentra su propio límite con el devenir del proletariado, la objetividad sería superada también, puesto que se la asimila simplemente como enajenación. Si con el capitalismo, y su transformación, se supera la forma de objetividad como enajenación, en Lukács esto parecería decir también que se supera la propia posibilidad de toda objetividad. La forma de objetividad como enajenación, ¿no podría ser concebida acaso como producto de un momento particular del devenir de lo social, es decir, como producto de las condiciones de objetividad que engendra el capitalismo, y no como condición de posibilidad de toda objetividad? 17 Como Lukács mismo afirma en el ya referido posfacio, la objetividad parecería ser “un modo natural —positivo o negativo— de dominio humano sobre el mundo” (Lukács, 2002:34), y la enajenación sería, entonces, un momento particular de fijación del despliegue de la objetividad. En este planteo posterior, Lukács estaría sosteniendo que la enajenación se evidencia como forma específica de la objetividad en el modo capitalista de producción. En este sentido, creemos que el problema que se le plantea al joven Lukács, aquello que lo conduce a superponer objetividad con enajenación, aparece a partir del lugar de superación entre objeto y sujeto que le asigna al devenir del proletariado. Si la enajenación se presentara como un momento particular de la objetividad, y no como su condición de posibilidad, Lukács no podría sostener que en el proletariado se presenta la síntesis, la superación de la díada sujeto/objeto. En este sentido, creemos las conclusiones que sostiene Lukács en ¿Qué es el marxismo ortodoxo? muestran su, posteriormente declarado, exceso de hegelianismo. En efecto, objetividad como enajenación, y la posterior posibilidad de la superación entre sujeto y objeto, parecerían ser mas una recuperación del pensamiento hegeliano, que del método propuesto por Marx, al menos en los últimos escritos de éste. Para Hegel, el propio método es el que permitiría superar la contradicción y la desigualdad entre objeto y sujeto, y junto con ello la forma de objetividad como enajenación, tal y como declara Lukács. Para Marx, la superación que se despliega es la superación de la forma misma de la objetividad que supone el modo capitalista de producción y la dicotomía objeto/sujeto tal como se plantea en este forma particular del desarrollo de lo social. Es decir, para Marx, con la superación del capitalismo se abrirían nuevas formas de objetividad, y nuevos vínculos posibles entre el sujeto y el objeto. Vínculos que, por otra parte, son imposibles de ser pensados sin algún tipo de mediación, puesto que la relación del hombre con la naturaleza es para, Marx, siempre mediada, construida. No obstante lo antes dicho, creemos que el mérito de Lukács es, precisamente, el de poner el acento en la importancia de la especificidad del marxismo en relación a su método, la dialéctica. Consideramos que la afirmación lukácsiana de que el abandono del método dialéctico significa, al propio tiempo el abandono de las categorías de “sociedad de clases” y “revolución”, es actual en múltiples sentidos. Las teorizaciones contemporáneas sobre la “crisis del marxismo” (Laclau, 2004; Badiou, 2003; Palti, 2005; etc.) que pretenden echar por borda al marxismo como pensamiento crítico, muestran que el problema de éste para 18 adaptarse a los desafíos actuales reside, precisamente, en la dialéctica, y junto con la crítica a ella, abandonan el análisis de la lucha de clases, del capitalismo como “modo de producción” y la posibilidad de teorizar acerca de la transformación revolucionaria de la sociedad. Con esto, no queremos decir que el marxismo deba pensar sin crítica sino, por el contrario, creemos que el marxismo debe ser pensado siempre como “abierto”. Pensar al marxismo como abierto no implica concebirlo como “una escuela científica o filosófica en los términos académicos tradicionales [sino como una] crítica al proceso de reificación que se encuentra en el centro de la elaboración teórica del marxismo ortodoxo y de los marxismos de corte cientificista. (…) [Esta corriente se asienta en la] idea de que el pensamiento de Marx es científico en un sentido nuevo, es decir, crítico de la ciencia positiva: en el centro no está la sociedad entendida como un objeto que la ciencia interpreta de manera neutra e imparcial (objetivamente), sino la lucha de clases” (Bonnet - Holloway -Tischler , 2005). Pero al mismo tiempo que consideramos al marxismo como “abierto”, creemos que no debe por esto ser abandonada su especificidad, y ese es precisamente el gesto de Lukács que buscamos recuperar. En definitiva si el método dialéctico, es el que le ha habilitado al marxismo la forma de pensar la transformación de lo social en los vaivenes de la lucha de clases, abandonarlo implicaría, directamente un abandono del marxismo como teoría y practica política. Esto nos colocaría frente a una ruptura tal que, conceptualizada de esa forma, implicaría la imposible (además de ociosa) empresa de re-fundar al marxismo con un nuevo método. 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