Nota Ley de traducción

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La Plata, 3 de noviembre de 2014
Ante el ingreso en el Congreso de la Nación del Proyecto de Ley de Protección
de la Traducción y de los Traductores (N° de expediente 6534-D-2013), los abajo
firmantes, traductores diplomados, docentes y estudiantes de las carreras de
Traductorado terciarias y universitarias, expresamos nuestra preocupación por los
términos en que dicho proyecto define la figura del traductor.
El texto reza en su artículo 2:
“A los efectos de la presente ley, se entiende por:
(…) Traductores: a las personas físicas que realizan la traducción de obras literarias,
de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas sujetas a propiedad intelectual
compuesta por derechos de autor, cualquiera sea su formación profesional” (el
resaltado es nuestro).
Consideramos que esta definición implica una desvalorización de la formación
de los traductores y, por eso, se hace inevitable el cuestionamiento y debate de este
aspecto del Proyecto de Ley.
Los autores de la ley justifican esta definición argumentando que “el espíritu de
esta ley pretende ser inclusivo y realista: Por una parte, sabemos que existen en el país
excelentes traductores que ejercen su oficio con profesionalismo desde hace décadas,
se dedican casi exclusivamente a traducir textos sujetos a propiedad intelectual, pero
no poseen título de traductor por diferentes motivos (en su mayoría, son profesionales a
los que el sistema educativo del país no les ofrecía, cuando se formaron, una carrera
específica que les diera ese título). Por otra, no podemos ignorar la cantidad de
traductores que trabajan con lenguas para las que todavía no existen carreras ni cursos
de traducción (árabe, japonés, chino, ruso y muchas más)”. (véase
http://leydetraduccionautoral.blogspot.com.ar/2014/08/por-que-el-presente-proyectoconsidera.html).
La argumentación anterior sobre la excelencia de los “traductores” no
diplomados involucra, en verdad, a un número reducido de casos, que
generacionalmente no tuvieron la oportunidad de formarse y, por ese motivo, podrían
estar contemplados por el proyecto en un apartado específico que aluda a las
excepciones.
En cuanto a la diversidad de idiomas que intervienen en las traducciones en
nuestro medio, coincidimos con los autores en que para muchos de ellos casi no existe
formación acreditada dentro del sistema educativo argentino (árabe, japonés, griego,
etc.). Sin embargo, esta realidad no debería hacernos retroceder para conformarnos con
el traductor autodidacta, sino, por el contrario, sería deseable plantear la urgente
necesidad de ampliar las ofertas de formación estatal, con la consiguiente inclusión al
circuito laboral de quienes culminan los respectivos estudios. Mientras tanto, el
universo conformado por las personas que traducen esas lenguas huérfanas de
formación, debería estar considerado dentro de las excepciones, al igual que quienes,
como decíamos anteriormente, por una razón generacional no han llegado a obtener la
formación superior específica en traducción.
Dicho de otro modo, la incorporación de las excepciones en el proyecto de ley,
como tales, sería el verdadero espíritu inclusivo al que debería tenderse, y esto por los
dos motivos señalados anteriormente: en primer lugar porque el mercado de la
traducción de idiomas como el árabe, el japonés o el griego al español no es demasiado
amplio en nuestro país y en segundo lugar, porque las personas que traducen sin haber
podido formarse como traductores de lenguas como el inglés, francés, italiano, alemán o
portugués constituyen una minoría dentro de la franja etaria de mayores de sesenta y
cinco años, teniendo en cuenta que las formaciones en traducción en el país existen
desde hace por lo menos cuarenta años, tal como afirmamos y ejemplificamos en el
siguiente párrafo. Que en la práctica existan personas que, sin ningún título habilitante,
trabajan para editoriales de manera informal, no puede considerarse un argumento para
pretender incluir a “toda persona física (...) cualquiera sea su formación profesional”
dentro de una ley de alcance nacional.
Desde nuestra perspectiva, un espíritu realista y respetuoso de nuestras
instituciones no debería ignorar la tarea de los institutos de formación, las universidades
y las asociaciones que sostienen la profesionalización del traductor. En este sentido,
cabe destacar que el sistema educativo argentino ofrece carreras de traducción de nivel
superior desde hace más de cuarenta años, como es el caso de la Universidad Nacional
de La Plata (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación), de la Universidad
Nacional de Córdoba (Facultad de Lenguas) o de la Universidad de Buenos Aires,
instituciones que especifican dentro de las incumbencias de los títulos que expiden el
desempeño del traductor en el ámbito de las editoriales. La decisión de diseñar estas
carreras coincidió con la de varios países que desde mediados del siglo pasado
manifestaron la necesidad de institucionalizar la enseñanza de la traducción (Francia,
Alemania, España, Canadá, entre otros). Desde aquella época, el mundo ha visto surgir
capacitaciones, carreras de grado y posgrado, puesto que se ha reconocido la
complejidad de la disciplina. Nuestro país no ha quedado ajeno a esa tendencia y sigue
impulsando la creación de carreras ya no solo de grado sino también de posgrado en
Traductología (especialización, maestría y doctorado), dada la necesidad imperiosa de
una formación cada vez más exigente en este campo.
En el marco del Segundo Ateneo Interuniversitario de Traductología, que tuvo
lugar en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad
Nacional de Plata el 25 y 26 de agosto del corriente año, organizado por el Área de
Investigación Traductología (AIT), se discutió el presente proyecto de ley. Al respecto,
en su ponencia “El Proyecto de Ley Nacional de protección de la Traducción autoral y
los Traductores: sus implicancias para la formación de traductores”, la profesora y
traductora Julia Zaparart se preguntaba: “Al considerar que traductor es cualquier
persona física que traduce independientemente de su formación profesional como
afirma el texto del proyecto, podríamos preguntarnos qué valoración se está haciendo
de la formación de los traductores. Si uno de los objetivos de la ley es la
profesionalización de la práctica de la traducción, ¿no debería otorgarse un lugar de
privilegio a la formación de los traductores en lugar de excluirla?”
Además, en ese mismo trabajo se presenta un análisis de los documentos
internacionales que el texto del proyecto cita en sus fundamentos: la recomendación
UNESCO de Nairobi (1976), las recomendaciones PETRA de la Plataforma Europea
para la Traducción Literaria (2012), el informe “Formación para la traducción literaria”
del Consejo Europeo de Asociaciones de Traductores Literarios, entre otros. Estos
documentos que contemplan los derechos de los traductores insisten sobre la
importancia de la formación; hay entonces una contradicción en considerar a los
traductores meramente como personas físicas que practican la traducción "cualquiera
sea su formación profesional". La paradoja implica, que justamente un proyecto de ley
que intenta regular ciertos aspectos de la actividad profesional del traductor, se
desentiende del pilar fundamental de su valor como profesional: su formación distintiva.
En síntesis, entendemos que la definición de traductor que presenta el texto del
proyecto atenta contra el interés de las instituciones formadoras de traductores de nivel
superior (terciario y universitario) y por lo tanto el de sus estudiantes y profesores
involucrados en la profesionalización del traductor. La figura del traductor diplomado
no debería ser ignorada, porque funciona como garantía de excelencia, contribuyendo a
fortalecer tanto la profesión como el estatus del traductor en general y literario en
particular. Además, podría suscitar un cambio de actitud por parte de los editores y del
público lector que se verían confrontados a profesionales con competencias adquiridas
durante la formación que agregan valor a su trabajo de traducción: un talento crítico al
servicio del texto traducido.
Por todo lo expuesto, proponemos la siguiente enmienda en la definición objeto
del Art. 2, a saber:
Definir a los Traductores como “personas físicas que realizan la traducción de
obras literarias, de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas sujetas a
propiedad intelectual compuesta por derechos de autor con título habilitante de
Traductor/a (universitario o terciario) o formación acreditada equivalente”. Proponemos
que el Ministerio de Educación de la Nación, organismo que regula y habilita todos los
planes de estudios de nuestro país, arbitre los medios para evaluar los antecedentes de
las personas físicas que a la fecha de la sanción de la presente ley no posean título
habilitante. Sugerimos comisiones ad-hoc conformadas por traductores diplomados que
se desempeñen como formadores en las carreras terciarias y universitarias de
Traductorado.
Consideramos que definir a los Traductores como “personas físicas que realizan
la traducción de obras literarias, de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas
sujetas a propiedad intelectual compuesta por derechos de autor cualquiera sea su
formación profesional” no responde a una actitud inclusiva sino que va en detrimento de
los traductores diplomados al desvalorizar su formación profesional.
Nuestro objetivo no es cuestionar la innegable importancia que la eventual
sanción de esta ley tendría para cambiar las condiciones actuales de trabajo de los
traductores que trabajan con textos sujetos a propiedad intelectual en nuestro país. Sin
embargo, no se puede ignorar que las instituciones y asociaciones que nuclean a los
traductores en general y literarios en particular, insisten cada vez más sobre la
importancia de las formaciones específicas, ni tampoco que la Universidad desempeña
desde hace ya varios años un papel fundamental en las investigaciones sobre traducción,
con impacto sobre la calidad del trabajo y el reconocimiento del traductor como
profesional por parte del mundo editorial y el público lector. Sabemos que la oferta de
formaciones específicas en traducción en nuestro país no es la misma que la de las
instituciones europeas (sobre todo a nivel de posgrado), pero creemos que si el texto del
Proyecto de Ley tuviera en cuenta la innegable importancia de la formación en la
profesionalización del traductor en general y literario en particular, contribuiría a
impulsar un cambio de actitud en Argentina.
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