Haydn, en su bicentenario

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Miguel Ángel
Amador
Fernández
Médico
Septiembre de 2009
Haydn, en su bicentenario
En el bicentenario de la muerte de Franz Joseph Haydn, el autor destaca las aportaciones del
compositor austríaco a las transformaciones que experimentó la música en el siglo XVIII
i bien la figura que más
eclipsó el mundo de la
música clásica fue el genial
compositor Wolfgang Amadeus
Mozart, Austria vio nacer a otros
grandes talentos que supieron
combinar con maestría las notas
musicales para crear soberbias
melodías que perduran hasta
nuestros días. Uno de ellos fue
Franz Joseph Haydn (1732-1809),
una de las personalidades más
célebres del país que conquistó
el corazón del público con sus
impecables composiciones. Talento, perseverancia y profesionalismo fueron los ingredientes
que llevaron a este artista un
paso más allá y, aún cuando
quizá no tuvo una vida tan relevante como la de Mozart, igualmente dejó huella en todo aquel
que escuchó alguna de sus obras.
El pasado 31 de mayo se cumplieron 200 años de la muerte de
este compositor, considerado
uno de los más grandes representantes de la escuela clásica de
Viena y el padre de la sinfonía y
del cuarteto de cuerda. Nacido
en la pequeña localidad de
Rohrau, un pueblo de la Baja
Austria cercano a la frontera con
la República Checa y Hungría,
fue el segundo hijo de una
modesta familia –su padre era
carretero y su madre cocinera en
el castillo de los condes de
Harrach–, donde otros dos de sus
hermanos fueron músicos:
Johann Michael compositor en
Salzburgo y gran amigo de
Mozart, y Johann Evangelist, un
tenor de no grandes cualidades.
A los 6 años, el pequeño Franz,
dotado de un gran talento musical, entró a formar parte del coro
de la Catedral de San Esteban de
Viena como primer tenor. Sin
embargo, a los 16 años su voz
empezó a cambiar y Haydn
corrió el terrible peligro de convertirse en un castrati. El Kappelmeister de la catedral, Georg
Reutter, le aconsejó someterse a
la operación de castración presentándola como un acontecimiento muy ventajoso sin reconocer sus consecuencias negativas. Haydn, que amaba la música
por encima de todo, consintió. La
milagrosa llegada de su padre
impidió la barbarie, quien acusó
al maestro de capilla de haber
violado “las leyes del Estado, de
la naturaleza y de la religión”.
Inmediatamente después comenzó sus estudios con Christoph
Willibald Gluck y, sobre todo,
Nicola Porpora, a cuyo servicio
entró. Así reflejaba el propio
Haydn su relación con el anciano
Porpora: “Los calificativos de
asino, coglione, vibrante, así
S
La obra de Haydn cubre la segunda mitad del XVIII, época de
profundas transformaciones musicales, a las que contribuyó
fijando el concepto y la naturaleza de dos formas esenciales de la
música moderna: el cuarteto de cuerda y la sinfonía
como los golpes que yo soportaba con paciencia, eran frecuentes en la casa de Porpora, en la
que hice grandes progresos en
canto, composición e italiano”.
Después de un tiempo en que
fue violinista callejero, profesor
de piano, copista y ayuda de
cámara, en mayo de 1761 Joseph
Haydn entró al servicio del príncipe Nikolaus Esterházy, “el magnífico”, miembro de una de las
familias más poderosas de HunHaydn no sólo allanó el
camino a Mozart y Beethoven,
sino que fue tan revolucionario
que su influencia llega hasta
nuestros días.
gría, a la que estaría unido
durante casi tres décadas. En su
residencia del palacio de
Eisenstadt existía una sala de
ópera con cabida para 400 personas y en la que se representaron
conciertos, óperas y representaciones teatrales. Sin embargo, los
fastos de los Esterházy no pudieron compensar nunca al músico
de la soledad y el aislamiento
que padeció con ellos y al cual el
músico nunca se resignó, pero su
carácter y su humildad le permitieron soportar. Sólo la muerte
de Nikolaus Esterházy significó
una liberación para Haydn. El
nuevo príncipe sentía escaso
interés por la música, lo cual permitió al ya anciano maestro huir
a Viena. No obstante, esta relativa tranquilidad económica le
permitió crear una obra extraordinaria –más de 1.200 composiciones– y llegar a ser el primer
músico de Europa. “Razonable,
inteligente, más sentimental que
apasionado, resignado pero optimista, piadoso y puro, ordenado
y clarividente, realizó una obra
que en bloque es impresionante,
pero todavía lo es más cuando se
escucha la impecable perfección
de la mayoría de sus composiciones”. El conjunto de su obra es
portentoso: sinfonías, sonatas,
tríos, cuartetos, conciertos para
violín y violonchelo, divertimentos, misas, oratorios, etc., ponen
de manifiesto su gran refinamiento intelectual.
Definitivamente instalado en
Viena, Joseph Haydn inicia la
composición de su más grande
oratorio, La Creación, su obra
más amada. A tenor de las palabras del propio Haydn, puede
decirse que La Creación es la primera obra de la historia de la
música escrita pensando en la
posteridad: “Voy a dedicarle
tiempo, porque quiero que perdure”. Haydn, un devoto católico
que a menudo recurría a su rosario cuando tenía problemas
durante la composición, y que
normalmente comenzaba el
manuscrito de cada obra con la
frase in nomine Domini (en nombre de Dios) y lo finalizaba con
Laus Deo (gloria a Dios), concibió
la idea de escribir un oratorio en
su primer viaje a Londres en
1791, después de escuchar las
composiciones de Haendel, sobre
todo, una de ellas, El Mesías.
En el oratorio La Creación el
compositor expresó su visión de
la creación, tal como aparece
expuesta en el libro del Génesis
de la Biblia y en el poema de
John Milton, El paraíso perdido.
Joseph Haydn consideró La
Creación como su obra más perfecta y en la misma trabajó sin
descanso durante más de dos
años. Haydn, en la época en que
estaba trabajando en esta enorme composición, se acercaba a
los setenta años y cada vez notaba con mayor fuerza el cansancio
causado por una vida totalmente
dedicada al trabajo. Tal vez por
ello, Haydn dijo: “Nunca he sido
tan devoto como cuando compuse La Creación. Todos los días me
arrodillo y oro ante Dios para
que me de fuerzas en mi trabajo”. El 29 de abril de 1798, en la
casa del príncipe Schwartzenberg y en presencia del emperador, tuvo lugar la primera audición privada de la obra dirigida
por el propio Haydn, con un
éxito enorme. Un año después se
estrenó en París, Londres, Berlín
y Praga, siempre con igual éxito.
Desde entonces, Haydn, mientras la edad y su estado de salud
se lo permitieron, dirigió una
representación anual de la obra
en Viena, generalmente con
fines benéficos.
Joseph Haydn era de corta estatura, quizás como resultado del
estado de desnutrición de la
mayor parte de los jóvenes del
siglo XVIII y, milagrosamente,
sobrevivió a la viruela por lo que
su cara estaba picada con cicatrices de esta enfermedad infecciosa. Sin embargo, conservó una
excelente salud prácticamente
hasta el final de sus días. En
mayo de 1809, muy debilitado,
las tropas napoleónicas conquistaron Viena, la gran capital de la
música. Curiosamente, Napoleón, profundo admirador del
músico y conocedor de su enfermedad, ordenó montar una
guardia de honor ante la casa del
compositor durante todo el asedio. A partir de aquel momento,
abrumado por el dolor y las desdichas de la guerra, no vivió
mucho más. Una severa bronconeumonía y graves problemas
cardíacos sobreañadidos terminaron con su vida el 31 de mayo
de 1809.
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