Alfonsina Storni, en la blanca espuma del mar

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Alfonsina Storni, en la blanca espuma del mar
Autor: Juanita Conejero | Fuente: CUBARTE | 28 de Octubre 2009
Un 25 de octubre del año 1938, en el espigón de la playa de La Perlas, en Mar del Plata,
se arroja a sus aguas, la poeta argentina Alfonsina Storni. ¿Qué otros poemas iría a
buscar? Así en la obra de Félix Luna, convertida en conocida canción latinoamericana e
interpretada magistralmente por cantantes como la recién fallecida Mercedes Sosa,
Violeta Parra y la cubana Maureen Iznaga, entre otras, se resume el final de una vida de
inquietudes y angustias infinitas. La canción allá en el fondo del mar, con la caracola y la
soledad, imprimiéndole a la melodía, el terrible desenlace del suicidio.
Días antes, la despedida, “Voy a dormir”, poema final escrito al borde del abismo y
enviado por la poetisa a La Nación de Buenos Aires, trasciende avatares y delirios,
ensombrecido de espeluznantes pretextos: /Déjame sola: oyes romper los brotes/te acuna
un pie celeste desde arriba/y un pájaro te traza sus compases/para que
olvides…Gracias... Ah, un encargo/si él llama nuevamente por teléfono/ le dices, que no
insista, que he salido/. ¿Qué íntimos dolores, qué insatisfacciones, qué desamor habrá
conducido a esta fatigada creadora a tan drástico final? Quizás la dolencia inevitable que
le rasgaba la vida, la muerte meses antes de Horacio Quiroga, amigo y amante, tal vez,
las demoníacas incomprensiones del medio poético agresor contra el feminismo, los
desdenes de un Lugones y un Borges que nunca comprendieron, o a lo mejor, el devenir
existencial, desde sus primeros años de tormento y desesperación, que jamás la
abandonaron.
No es hasta 1963, que son trasladados sus restos para el cementerio de la Chacarita y
guardados en el recinto reservado para tumbas de personalidades. Muchos años
descansó en la bóveda de una familia amiga, después que fue velado su cuerpo en el Club
Argentino de Mujeres, donde el escritor Manuel Ugarte, amigo y socialista, dejó
emocionadas palabras, aquel día fatídico de octubre.
Nació Alfonsina un 29 de mayo de 1892 en la Sala Capriasca, un pueblo de montaña en
Suiza. Los padres emigrantes en Argentina, habían regresado a su tierra. Pudo la niña
haber nacido en América. De hecho, casi lo fue, porque de regreso a Buenos Aires a
pocos años de vida y hablando el italiano, aquella niña parecía volver a nacer. De muy
cerca le venía el arte. La madre Paulina, maestra, pintora, soprano, amante del teatro.
De muy cerca también, la depresión; el padre, agobiado de crisis económicas no sabe
donde posar su vuelo, y hasta la niña trabaja, cuando la vida se estrecha y parece cerrar
el cerco. El padre muere cuando Alfonsina tenía catorce años. Ya a los doce, había
escrito sus primeros versos. A los 16 se lanza a la aventura de participar en una
compañía itinerante de teatro, como actriz. Abandona estos propósitos y se hace
maestra.
En 1911, las relaciones con un hombre casado. Después un embarazo que la hace asumir la
vida de madre soltera. Tiempos de duro bregar la esperaban. La amistad con Manuel
Ugarte y Carolina Muzzilli la ayudan a afianzar posteriormente sus avanzados criterios
sociales. Después, el amor libre y la muerte como parte de la vida conforman sus más
acendradas convicciones existenciales. /Pude esta noche con piedad infinita/ pude amar
al primero que acertara a llegar/ /nadie llega. Están solos los floridos senderos/La
caricia perdida, rodará, rodará.../ Y aquel libro primero, “De la inquietud del rosal”, que
en franca confesión escribió exclusivamente, para no morir y sólo tenía 24 años. /El
rosal en su inquieto modo de florecer va quemando la savia que alimenta su ser /Fijaos en
las rosas que caen del rosal/ Tantas son que la planta morirá de este mal!/
Nadie se daba por enterado de su poesía. En aquellos años rubendariana por excelencia,
cuando la vanguardia avanzaba con recelosos rivales, como el propio Leopoldo Lugones,
que ni siquiera contestaba sus cartas. A pesar de ello, transita por los senderos
poéticos, define su ideología de izquierda, participa en cenáculos literarios con toda su
fuerza y canta a los niños masacrados por la Primera Guerra Mundial. /Jesús, Jesús,
desciende del madero/y ven hasta la tierra, esclavo del martirio/que en los campos se
cuaja la sangre y el delirio/De matar, acicate al infeliz obrero/ ¿En dónde estás Jesús?
Levántate, ilumina/.
Es tan joven y en 1917, recibe ya su primer homenaje público. Colabora en revistas,
defiende criterios de género y en 1918 su segundo libro El dulce daño con aquellos versos
que recuerdan a Sor Juana y se convierten en clásicos de la poesía de nuestro
continente:”Tú me quieres alba”: /Tú que el esqueleto/conservas intacto/No sé
todavía/Por cuales milagros, Me pretendes blanca/(Dios te lo perdone),/ Me pretendes
casta/(Dios te lo perdone/./Me pretendes alba/. En octubre también, cuando apenas
contaba con 22 años, recita sus versos en el Cine-Teatro Radium, en la calle Rivadavia y
en 1917, su primer homenaje público, a sus 25 años.
Los poemarios se van sucediendo. No deja de escribir: Irremediablemente, Languidez,
Ocre, Poemas de Amor, Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol, entrelazados con El
amo de este mundo comedia en tres actos, sus Farsas pirotécnicas de 1932 y sus seis
piezas de teatro infantil. En 1938 la misma poetisa organiza su Antología y 30 años
después de su muerte, aparecen editadas sus Poesías completas. En 1998, se publica una
selección de sus ensayos y en 1999 otra antología poética.
A lo largo de andar creativo, Alfonsina fue descubriendo nuevos senderos que van desde
Ocre hasta El Mundo de siete pozo, donde va dejando atrás el tono modernista para dar
paso a audaces hallazgos, que iluminan su obra:” la cabeza redonda como dos planetas”,
“las catacumbas que inician las orejas”, mientras” la luna caza fantasmas con sus patines
húmedos”. En su último poemario, Mascarilla y Trébol descubre una descarnada
naturaleza, mucha más sobria que la que presentaba en sus primeros textos, una retórica
firme invade todos sus misterios. En 1919, la hacen ciudadana argentina. Habían pasado
años de aquel regreso de Suiza buscando el mar desde Génova, ese mar, que aún desde
muy niña, con un sentido trágico, la hizo estremecer: ¡Oh mar, enorme mar, corazón
fiero/ de ritmo desigual, corazón malo./ yo soy más blanda que ese pobre palo/ que se
pudre en tus ondas prisionero/. Fui su vida una búsqueda constante de un orden más
justo para la mujer, víctimas perpetuas de la deslealtad de los hombres. De su poema
“Hombre pequeñito”, son estos versos: /Estuve en tu jaula, hombre pequeñito/hombre
pequeñito que jaula me das/Digo pequeñito porque no me entiendes,/ni me entenderás/.
Como ha dicho Blas Matamoro: “La mujer con Alfonsina, deja de ser el fantasma de sí
misma y adquiere carne y hueso, buscando en la palpitación corporal su verdad y su
libertad”. A veces en mi madre, apuntaron antojos de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró y todo esto mordiente, vencido, mutilado todo
esto que se hallaba en su alma encerrado, pienso que sin quererlo, lo he libertado yo.
Desarrolla actividades magisteriales, periodísticas, obtiene premios, estrena su primera
obra teatral y es incluida en importantes Antologías poéticas. Trabaja incansablemente por
crear la Sociedad de Escritores Argentinos y cuando lo logra, es apartada de los cargos
de dirección, integrados únicamente por hombres escritores. Viaja a Europa, (España,
Francia Suiza) y una segunda vez a España, con su hijo Alejandro. Intercambió con la
generación del 27, en la España de aquellos tiempos. Conoce a Federico García Lorca y a
Gabriela Mistral, en Buenos Aires. Años de dura prueba fueron a partir de 1935.
Operada con un pronóstico desalentador y bajo una fuerte presión en años sucesivos, los
suicidios de Horacio Quiroga, de la hija del escritor, Eglé y el de su enemigo literario,
Leopoldo Lugones, conmovieron su espíritu. /Débil mujer, pobre mujer que
entiende/dolor de siglos conocí al beberlo/oh, el alma mía soportar no puede/ todo su
peso/.
Y entonces, en enero, una invitación del Ministerio de Instrucción Pública, un Encuentro
en Colonia, Uruguay. Las tres voces más destacadas de la poesía femenina de América:
Alfonsina, Juana de Ibarbourou y Gabriela, reunidas aquel año de 1938. Sólo faltaba
Delmira. De no haber muerto en 1914, allí estuviera. Alfonsina llegó al encuentro, con un
singular título para las palabras que iba a pronunciar: “Entre un par de maletas a medio
abrir y las manecillas del reloj”.
Mujeres destacadas de principios del siglo XX, en la literatura latinoamericana, mujeres
de amor, de misterios y de muerte, reunidas como diría Alfonsina, cuando: “ agrio está el
hombre /sobre el mundo/ balanceándose /sobre sus piernas/. Aquel encuentro fue el
último para la poetisa. Y el mar esperándola, con su mágico rumor en las tristes horas
que posteriormente se desgranaron y el poema premonitorio, en un “Adiós”, motivado
como ella misma diría, por “el aletazo de la soledad”: /¡Adiós para siempre mis dulzuras
todas!/ ¡Adiós mi alegría llena de bondad!/¡Oh las cosas muertas, las cosas
marchitas,/las cosas celestes que no vuelven más!/
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