PÁGINA SIETE.BO Raúl Prada Alcoreza EL ÚLTIMO JACOBINO 21

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PÁGINA SIETE.BO
Raúl Prada Alcoreza
EL ÚLTIMO JACOBINO
21/02/2011
El último jacobino es una figura literaria para mostrar una comedia política. Hay quien se inviste del
ropaje de los jacobinos, que era el ala de izquierda de la Asamblea Legislativa francesa de 1791,
para emular sus acciones, vinculadas a la democracia que patrocinaban, que era de alguna
manera parecida al paradigma de democracia concebido por Jean Jacques Rousseau.
Es difícil traer este concepto al presente de la revolución boliviana, al llamado proceso
descolonizador, a no ser que se confunda al proceso que conduce a la fundación del Estado
plurinacional comunitario y autonómico con la Revolución Francesa.
Esta extemporaneidad, esta descontextualización de la Revolución Francesa y traslado metafórico
a Bolivia de principios del siglo XXI denota una desubicación total y una pretensión de adquirir los
mismos significados, ribetes y simbolismo, cuando de lo que se trata es entender los significados
del proceso boliviano, íntimamente vinculados a la descolonización, a la democracia participativa,
al ejercicio directo, representativo y comunitario de la democracia, cuando de lo que se trata es de
la muerte del Estado-nación.
Este anacronismo figurativo que sólo puede adquirir existencia en la cabeza del último jacobino
boliviano, no es otra cosa que una pose colonial. Pero, esto no sería tan grave si no tuviera
consecuencias prácticas. El último jacobino boliviano está enamorado de la etapa más dramática
de la Revolución Francesa, el periodo del Terror. En 1793, el llamado Comité de Salvación Pública
cayó bajo el mando de Maximiliano Robespierre. Es el momento cuando se desata lo que se
denominó el Reinado del Terror (1793–1794), en el que murieron por lo menos 10.000 personas
guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias.
El último jacobino boliviano se inviste de Robespierre, pero del Robespierre de la época del terror.
Acusa de derechistas a quienes se oponen a sus proyectos delirantes de industrialización, a sus
formas cupulares de tomar decisiones, al procedimiento grupal de redactar leyes y decretos, sin
consulta popular, mandando a obedecer a asambleístas que tienen la obligación de levantar las
manos y aprobar. La lista de derechistas tiene ya una gama grande de componentes, dejando de
lado a la derecha recalcitrante de las oligarquías regionales, derrotada en Porvenir-Pando,
ingresan a esta categoría dirigentes indígenas del Cidob, dirigentes campesinos de Caranavi,
dirigentes cívicos de Potosí, dirigentes indígenas del Conamaq, dirigentes sindicales que se
atreven a disentir y criticar, intelectuales e investigadores críticos.
La lista sigue, pero no se trata de describirla exhaustivamente, sino de interpretar el mapa
paranoico del último jacobino boliviano, el mapa de los supuestos enemigos del proceso de
cambio. Estas acusaciones delirantes sólo se pueden explicar por una paranoia del poder, pero
también por la distancia enorme que separa al contenido, a las tendencias inherentes del proceso,
vinculadas al horizonte descolonizador y del Estado plurinacional comunitario y autonómico, del
proyecto político del último jacobino boliviano. Se trata de un proyecto político que apunta
veladamente al capitalismo de Estado, a la restauración nacionalista del Estado-nación, a una
anacrónica revolución industrial, a un Estado fuerte reducido a la dictadura de un pequeño grupo
de clarividentes, abogados y especialistas. Nada del sistema de Gobierno establecido por la
Constitución, que es el de la democracia participativa.
El último jacobino boliviano se enoja cuando se critica el estancamiento del proceso de
nacionalización, cuando se dice que lo que ha destapado el gasolinazo, lo que se ha revelado es
que no hay nacionalización. El reciente argumento que saca de la manga es la furibunda
calificación de mentira. No hay discusión de ninguna clase, no se toma en serio el debate, ni se
abre la posibilidad de una evaluación del proceso de nacionalización. Se dice que hay que acudir a
fuentes de información pero precisamente es el último jacobino el que da cifras e indicadores fuera
de toda fuente.
¿Por qué se insiste que hay control técnico de YPFB del proceso productivo y de la cadena
económica de los hidrocarburos, cuando esto no ocurre para nada, cuando esta entidad estatal no
opera, sólo administra? ¿Por qué se oculta que no se han cumplido los 44 contratos de
operaciones por parte de las empresas transnacionales firmantes, no han invertido en exploración
y en explotación, menos en industrialización, tal como establecen los contratos? Como dice María
Lohman, estas empresas sólo invierten en la producción (saqueo) del gas, para cubrir los cupos
comprometidos con Brasil y Argentina, a precios que les otorgan amplios márgenes de ganancia,
más atractivos que el reducido mercado interno de producción de gasolina y diesel.
¿Por qué se ocultan las súper-ganancias que se llevan las empresas mineras, como la de San
Cristóbal, que oscilan en un monto de alrededor de los 1.000 millones de dólares, dejando pírricos
aportes al Estado boliviano? ¿Por qué se esconde los fracasos del modelo extractivistas?, los
fracasos de la empresa Jindal que va a explotar el hierro del Mutún, subsidiaria de una
transnacional inglesa; la Jindal es conocida por escamotear y especular en el sistema mundial de
las finanzas. Nada es transparente. Pero, esto es lo que menos le importa al último jacobino
boliviano, pues está investido por el fantasma de Robespierre. El último jacobino está enamorado
de sí mismo y del poder, lo que no le deja ver el bosque, quizás esto sea lo más peligroso para el
proceso, pues nos conduce a la construcción del fracaso.
Raúl Prada Alcoreza fue asambleísta del MAS y ex viceministro de Planificación del Gobierno de Evo Morales.
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