josé kozer josé kozer acta est fabula

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JOSÉ KOZER
ACTA EST FABULA
cm Diseño León Muñoz/GUARDAS PANTONE 175 U
acta est fabula
Acta est fabula
JOSÉ KOZER
POESÍA
F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A
Primera edición, 2013
Kozer, José
Acta est fabula / José Kozer. — México : FCE, 2013
364 p. ; 23 × 15 cm — (Colec. Poesía)
ISBN 978-607-16-1641-8
1. Poesía cubana 2. Literatura cubana — Siglo XX I. Ser. II. t.
LC PQ7384
Dewey Cu861 K262a
Distribución mundial
Diseño de portada e interiores: León Muñoz Santini
Fotografía: León Muñoz Santini
D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-1641-8
Impreso en México • Printed in Mexico
SUMARIO
Introito
11
I
40
Interludio 159
II 160
Interludio 235
III 237
IV 345
Exeunt 354
Índice de primeros versos 357
Índice general 361
Para Guadalupe
INTROITO
te acuerdas, sylvia
Te acuerdas, Sylvia, cómo trabajaban las mujeres
en casa.
Parecía que papá no hacía nada.
Llevaba las manos a la espalda inclinándose como
un rabino fumando una
cachimba corta de abedul,
las volutas de humo le
daban un aire misterioso,
comienzo a sospechar que papá tendría algo de
asiático.
Quizás fuera un señor de Besarabia que redimió
a sus siervos en épocas
del Zar,
o quizás acostumbrara a reposar en los campos de
avena y somnoliento a
la hora de la criba se
sentara encorvado
bondadosamente en
un sitio húmedo entre
los helechos con su
antigua casaca algo
deshilachada.
Es probable que quedara absorto al descubrir en la
estepa una manzana.
Nada sabía del mar.
Seguro se afanaba con la imagen de la espuma y
confundía las anémonas
y el cielo.
Creo que la llorosa muchedumbre de las hojas de
los eucaliptos lo asustaba.
Figúrate qué sintió cuando Rosa Luxemburgo se
11
presentó con un opúsculo
entre las manos ante los
jueces del Zar.
Tendría que emigrar pobre papá de Odesa a Viena,
Roma, Estambul, Quebec,
Ottawa, Nueva York.
Llegaría a La Habana como un documento y cinco
pasaportes, me lo imagino
algo maltrecho del viaje.
Recuerdas, Sylvia, cuando papá llegaba de los almacenes
de la calle Muralla y todas
las mujeres de la casa Uds.
se alborotaban.
Juro que entraba por la puerta de la sala, zapatos de dos
tonos, el traje azul a rayas,
la corbata de óvalos finita
y parecía que papá no hacía nunca nada.
12
baln eario la con cha, 195 4
Era domingo, cuatro decisiones.
Mi madre nos nutría de linfa, hidromieles: se
asomaba papá de veguero
y visera, mangas
cortas. Yo
proponía ir más allá de los cuatro tazones de
café con leche, hablaba
de otras ciudades con
muros sembrados
de logaritmos
y espirales al almuecín, yo me iba: y mi padre
proponía el color
esmeralda de las
playas, mamá
temblaba. A
sus anchas
temblaba
cuando nos íbamos los dos de casa, padre y
varón veteados en un
revuelo de naftas y
aceleraciones, dos
fotutazos
de albricia descarada por el amanecer y el
domingo, las mujeres en
casa: nos desnudábamos
de pelo
en pecho
al llegar a las casetas y mientras digeríamos
al sol el desayuno mi
padre recapacitaba
acerca del árbol
lila
y los caramelos que robó de niño, su guante
blanco de artillero
polaco y el caftán
13
orlado de arabescos
policromos
para
días festivos, el raído caftán de peregrinaciones:
nadábamos un poco
hablábamos otro
pedazo de aquellos
profetas interiores
que escogían a un
niño, lo enseñaban
a narrar
y el niño aprendía de golpe, nunca jamás
desfallecía. Nadaba
mi padre
como un perro lacio de aguas y lo vi sonrojarse
cuando habló de una
amiga villaclareña,
tembló
y hablamos
en seguida de su sombrero de nutria y el
carromato ígneo
de la guerra: nada
nos detenía ya
y compartimos una mano de mamoncillos bajo
la sombra de una yagua,
llamábamos
al tamalero
por su nombre y pensamos en casa, traeríamos
a dos manos el maní
en los cucuruchos:
llegaríamos, dos
ráfagas
de sal
a casa mi madre me dio un beso que yo di a mi
padre cuando besó a
mi hermana, besamos
14
el pan
de flauta a la mesa y hundimos las manos en
los bolsillos un momento
para hacer silencio y dos
genuflexiones, comprobar
un momento que éramos
cuatro: el Maestro
y la noria
con el Vidente y la noria que no abriría en el
suelo aún contra nosotros
cuatro un espacio, nos
quedan suelo y brisa
parsimonia y arena
en la boca cuajada
de canela, gofios y
espléndidas natillas
en los cuatro
cuencos.
15
in d icios, del in scrito
Está la yema del dedo corazón de su mano derecha en la
extensión del versículo que
dice Isaías (5:24) todavía está
húmeda la yema del dedo
índice (húmeda y grana) se
derramó (ése) (ése era Elías,
en lo alto) en el recto
apresuramiento de la yema
de aquel dedo que recorre
en toda su extensión un
versículo (se detuvo)
derramaron, la copa: David,
con el arpa ante la silla (Dios,
mucho mayor) el orín (traba)
las cuerdas del arpa (al menor
toque) se desmoronará: ése,
fue un rey insaciable; y éstas
ya son sus generaciones
venideras como aquel que
se sentara a la cabecera de
la mesa (rapado) (miope) se
mece se inclina ah se
emociona (y se ladea) es
servicial es recto está
embriagado de que haya
cundido tanta desolación
contra Jerusalén reyes
inacabables cabalgaron
hasta la frontera del limo,
se desmoronaron: (él) señaló
con aquel dedo índice las
atalayas que parecen lienzo
blanco calcinado (señaló)
las fronteras en que Adonai
varó los ganados hizo
16
incendiar la túnica de los
jinetes (embriagados, de sí)
cabalgaron hacia la frontera
(él) los señaló en el versículo
donde dice fuego dice
calcinación (óseo)
espectáculo el ganado
varado en aquella frontera
de sí (no hay más rumbo)
el esqueleto de la vaca está
oxidado (orín) las cuerdas:
rey David (yom) la noche.
El dedo de mi abuelo Isaac o Ismael o rey ahora sin
nombre o de nombre Katz o
de nombre Lev o corazón de
Judá (señala) la palabra donde
se detuvo la recta maraña de
las palabras, rey extranjero:
el dedo, sobre la boca del
hormiguero.
5:24, el fuego: óseo.
La huella digital es lo que queda la uña tiene voz aún
para algún aleluya en la
cuerda del arpa.
Traigan, su arpa: los batientes de la ventana del rey
David el alféizar de su
ventana hasta todo lo
alto de las atalayas
son lienzo derramado,
en descomposición:
en descomposición,
el arpa.
Alabémoslo: Él entiende sus cosas; Él entiende lo vivo
en el objeto varado: el agua
o el vino de las crecidas,
pasada la frontera: Elías,
17
a la cabeza de la biga de
los jinetes que cabalgan.
El dulce yugo, del sueño: se cumplió.
Cumplido: pasada (yom) la quinta hora de la tarde del
mes cinco del día veinte
(es concreto: mi abuelo)
el dedo índice (suave)
posado sobre la rienda
de su cabalgadura
(suave) el versículo
que lo guiara lo guía
a la pequeña frontera
(concreta) de su
hormiguero.
Entre jinetes: señalado.
Todos, igual: el brazo izquierdo marcado por el fuego
de las filacterias (marcados)
los hombros por la voz
del lino en el manto
incendiado que recubre
los hombros por igual
de uno o éste (otro) o
aquél, por igual todos
reyes.
Sus monturas, apestan: el contrito que expió, apesta.
Mas es alheña el hedor (bodega olorosa a pasas) la
muerte sobre el abuelo
(su fornicación) una
planta aromática.
Está, en la sala: a la cabeza de la grandísima mesa
con la gran arpa de su
visión a la mano derecha
de su postura, delante
del libro.
Y al pie del arpa, un tibor: para que escupa.
Su muerte sus cabalgaduras su galope ritual de palabras
(extranjeras): compuestas;
18
de semillas de cardamomo
(semillas) de cártamo para
la unción nupcial de su
manto su baldaquino su
bonete ritual (ungido) por
la gota (nupcial) de vino
que guarda bajo la lengua:
muerto.
Todo (ungido) a su alrededor.
Y mucho más allá, entre circunferencias: en la frontera
ulterior, la sala.
En la sala, una planta cubana de interior: la areca se
reprodujo.
El alféizar de la ventana es de piedra inmortal.
Los batientes de la ventana son de boj inmortal que
ni galernas ni ciclón
de hormigas ni
descomposición
ninguna, alteran.
Mi abuelo es de la fila genealógica de David, ante el
arpa: jovenzuelo. Entre
colgaduras. Entre jaeces.
En sus pabellones. Todo
el brazo derecho extiende
al máximo el arma ritual
del arquero (extiende)
la ballesta al máximo
de ballesteros en sus
atalayas la flecha que
disparará es bodegón
de palabras un bodegón
de líquidos que su unción,
derrama: desde allá,
toca la casa toca la
mesa grandísima de
pascuas a que nos
sentamos: ésta (la silla)
19
éste (el respaldo) éstos
los jueces envarados
que nos juzguen: éste
es el libro de Isaías
(abierto) en el versículo
correspondiente del día
en que corresponda
reunirnos como
hojarasca calcinada
del Señor, a bajar la
cabeza bajo el peso
contemplativo de las
palabras extranjeras
que al son de arpas al
son de cítaras muy
interiores elevaran
a Elías muy en lo
alto guiado por una
biga ungida de
caballos (nada) lo
ataja: soy libre; de
imaginación soy
libre. Columbro las
arpas del rey David,
sus atalayas:
(embadurno) su
cuerpo con aceites
aromáticos de
cardamomo la yema
de mis dedos tocada
de eneldo lava la
viva cavidad bucal
de David: gran rey
gran estirpe, los
muertos.
Éste, desciende de Israel: se llama Isaac (es concreto)
está muerto (mi abuelo)
20
a veinte de mayo, casi
entrada la noche.
Y ahora es que recorre los versículos inalcanzables
del libro cada palabra
que toca la yema de
uno de sus dedos de
la mano derecha, se
abre: en la frontera
(se abre). Pasada la
raya de guerras (raya)
de la embriaguez (toca)
la yema del dedo sobre
dulcemente sobre casi
imperceptiblemente en
el libro, palabras: una
es silla una es cuero
una pergamino (todas)
caballo.
21
acta matrimonial
Guadalupe, escúchalo a José: todo
amador
es triste cabro.
A mí me tiembla el tabaco
en la comisura histórica y sensual
de los judíos.
Tiembla, tu óvalo magistral.
Tomo por esposa, alianza, unidos en
matrimonio,
Guadalupe Barrenechea Vega,
hasta que la muerte venga desde afuera.
Y en rico ritmo sacrosanto.
22
a peg o de lo nosotros
Para Guadalupe
Di, di tú: para qué tantos amaneceres.
Qué año es, era.
Te previne: podría aparecer una pera de agua
en el albaricoquero
cargado de frutos,
hacerse
escarlata
la savia del rosal; sonreías. Y ahora reímos,
rompemos a reír a
carcajadas, blusón
de lino, faja
sepia con un emblema geométrico, también te
previne: y ves, un
arpa en el peral del
patio, ¿arpa? Tres
años
que no llueve
y debajo del albaricoquero hiede a humedad:
a gusaneras fortísimas
que devoran cuanto
cae, devorarían la
propia lluvia
si cayera. Si
cayera, recordaríamos aquel tren de vida
metódico que tanto nos
gustaba: mojar
las galletas
de anís en el café retinto (yo te enseñé a decir,
café retinto y carretero;
sonreías): mojar. Qué
seres
tranquilos. Y
toda tu admiración volcada en aquella frase
23
que nos resumía: “es que
sabemos administrarnos
bien”. No digas
que no
te previne, había tantas señales: el varaseto
que apareció roto
inexplicablemente
el peldaño que faltó
de pronto
a la escalera de coger los frutos ¿del peral, del
albaricoquero? Cómo:
yo lo supe, yo lo supe.
Mira,
dormías
aún y me quedé de pronto (tan temprano) en
la arista en altas celosías
en la revuelta de un arco
hacia
arriba, quizás
aún dormitas: dos lustros, o dos décadas,
¿pasaron? Qué hubo.
Qué
del segundo
movimiento andante sostenuto, ¿recuerdas que por
aquella época descubrimos
los poemas del amado
Sugawara No Michizane,
amantísima? Amantísima,
del arpa
desciendas, de
los instrumentos de cuerda desciendan tus dedos
numerosísimos que me
toquen al hombro, que
me prevengan: la mesa,
está servida. El plato
de cerámica
granadina
24
con las galletas de anís y frente por frente los dos
tazones de café tinto.
Servida
la mesa
e imitábamos como si hubiera un mayordomo yo
fui tu mayordomo y
mayordoma (“la mesa
está servida, Señora”)
¿te acuerdas? Qué
miedo
le cogimos al plato cómo pudo resbalársete de la
mano el plato el número
siete la luz crecer de la
luna al entrar por el
enrejado de la ventana,
irisar
bajo
la campana de cristal las flores del albaricoquero
las flores del peral, flor
de tul flor de cera toda
esta habitación esta
mesa
servida.
25
en cu en tro en cho-fu -sa
Escucha, Guadalupe; escribo para ti de soslayo esta
imitación tomada de Pound
de Li Po tomada, venerando
al imitar, dado que mis
fuerzas (gracias a lo cual,
ahora, todo se sostiene)
flaquean: ya estamos
viejos; unos más que
otros, los tres,
concomitantes: tres
pirámides viejas, tres
barcas en la noche a
orinar; un río; Rapallo;
un reparto habanero roído
por onzas de carcoma
llamadas tiempo, las
onzas relojeras del
tiempo, aquí, allá en la
China, y entre la China
y aquí, Pound Pound,
péndulo y martillazos la
contera del tiempo: hace
falta el punto de la tinta
o de la mina del lápiz,
Guadalupe, para clamar
a tu figura vaciada desde
hace años de matriz pero
llena de frondas, de
receptáculo, oído vivo
de José: oye a Li Po a
Pound óyelos traquetear
palabras coordinadas,
perfección por encima
del tiempo: ellos lo
igualan. Qué te digo
26
(ven a esperarme) ellos
lo deponen y continúan,
ya coronan: coronaron,
y aquí se cuenta cómo
la joven esposa de un
mercader lamenta la
ausencia del amado
(¿concibes, Guadalupe,
tú que concibes, tales
aguamieles?): era una
niña, se hizo casadera,
conoció líbanos, cántaros
de leche (ella tuvo que
imaginar tras el
conocimiento de amor
cosas de libros ajenos,
cosas muy verdaderas
a la imaginación,
digamos, de sensibles
doncellas de pronto
seducidas, a todos
los efectos, por la
palma de una mano
que tranquiliza)
recuerda: jugueteaban,
y acostumbrados
desde niños (según
nos cuentan los poetas)
a ofrecerse corolas
ramilletes y esplendores
amarillos que el
Emperador en su
aislamiento desconoce,
a partir de los dieciséis
años de la amada (tú, a
los dieciocho) fueron
ambos esplendor
27
amarillo, viva
naturaleza reducida a
un momento de cuatro
piernas entrecruzadas
(recuerda) en tijereta de
amor, y fueron solaz sin
interpretación posible:
innecesaria; otra cosa
mediaba. Él marchó,
ella quedó a la espera
(tú, esperarás) y en la
somnolencia de la
espera dijo al oído de
Li Po unas palabras
recogidas por Pound
(aquí transcritas): en
ellas, Guadalupe, se te
menciona a la espera
de un reencuentro; y
de su particular geografía
(porvenir) te escribe José
estas palabras: toma entre
tus manos, por ejemplo,
La Belle Dame sans
Merci, toma asimismo
She Walks in Beauty y
(fair is fair) coge entre
tus manos a Marlowe (The
Passionate Shepherd to
His Love): échate a andar,
nada temas, estás guiada:
una isla, verdor (hazte
idea) azules y carmelitas
inenarrables (esto lo digo
por ti, ya que amaste más
que nadie a la palabra
carmelita) (santificada;
28
santificada) adéntrate;
atraviesa umbrales; la
oscuridad es luz, y deja
a un lado esa ciencia de
aire que dijera Elifaz
guiando a Job, Virgilio
a Job, Teresa o Juan o
Keats el jovencísimo a
Job; llamemos por un
instante a Lezama al
servicio de otro poeta
llamado Julián: todos
te servirán, guían todos,
todos llaman, dejaré yo
entonces de clamar:
allégate. A Sadday no
le han sido ocultados
los tiempos; del
esplendor irreversible
del tiempo (mira) flor
de ciruelo (está en el
poema: Pound, Li Po):
sigue al paso el trazado
de su sombra, llegarás
a una cima (las pobres
tierras llanas apenas
simbolizan): contempla;
una ciudad; un joven de
veintiséis años, posible
mercader casadero subirá
por deltas y contracorrientes
rumbo a poblaciones
extrañas a negociar
el asunto interminable
de todos los días (morir):
ahora está varado el joven
(tiene dieciséis años,
29
somos tú); su piel cuajada
de manchas arteriolas
las ramificaciones y
endurecimientos es
carne a la diestra de
una Perfección: mírala.
Sólo, mírala. Adéntrate,
hálito. En ti, Guadalupe,
reconfortar es natural.
Imprímele a quien esperas
entre dos orillas dos soplos,
un poco de figura y hálito,
imprímele otro poco de
tu diestra figura (naturaleza)
nárrale para oírlo, háblale
para escucharlo, y de él
(José) vendrá otra vez
(Pound) la lluvia (Li Po):
no estamos tú y yo
dispersos. Es aquí; aquí:
el sitio tiene nombre como
nombre innombrable tiene
tu naturaleza: le pondremos
endecha (qué más da); bien
sabemos que es para salir
del paso, sal a mi paso,
que llueve fino (llueve
bien) y las florestas de
la palabra se han hinchado.
30
c ono de lu z
Who hath my heart in jurisdiction.
Ezra Pound, “Ballatetta”
Canta, Guadalupe, hasta hacer torcer el rumbo de
los ánades que nos
devuelvan al sur.
A izquierda y derecha canta a la brisa en la hierba
a los juncos y jarcias
en las trombas del
mar.
Canta, canta Guadalupe, la luz torciendo en tu
ovillo pelirrojo, y canta
escala tras escala para
que el pentagrama
ascienda a su nimbo,
corola sosteniéndose
encima de la figura
repantigada de un
arcángel.
¿Ya terminaste de cantar en la cocina, la sal en
su sitio, las colmenas
del salitre en las dunas
oriundas del viejo
desierto del oriundo
lugar; de las núbiles
playas del raudal
sin contorno?
Siéntate a mi lado y canta, tuércete un poco que
me gusta mirarte cada
vez que relumbras en
la penumbra unos
instantes cercada por
la lumbre de una vela
encendida en un cuadro
31
que bien conocemos de
Georges de La Tour.
Haz de mí Guadalupe un poeta modernista con un
quimono raído de seda en
alguna ciudad tropical,
chisporroteo de una
oscura tela de pintor
impresionista, o hazme
escribir los poemas de
José Asunción Silva (sus
sílabas trastabillando)
házmelos canturrear:
acerca más tu perfil a
mi cabeza, intermitente
cabeza de poemas y
apacigua (ya) con tu
voz, sus escalas: que
sea yo el repantigado
arcángel de tu asunción,
coronada la cabeza de
un halo de hormigas,
una a una la hoz
indivisible las divida
en dos y dividiéndolas
me lleve al desfiladero
interminable de las
hormigas camino de
sus hormigueros: no
hay mies más verdadera,
¿verdad, Guadalupe?
Canta, canta encima de mi cabeza, y las tres notas
que cantas sean tres golpes
de pecho a la hora de orar
entre los hormigueos de
mi pantalón ajado: una
vez más en esta sala
riamos tú y yo choteando
32
al pobre Amado Nervo
lleno de gracia, como
bien sabemos, para su
desgracia: un pretexto,
¿verdad? Un pretexto
como otro cualquiera
para que tú y yo de
frente o perfil, de
costado izquierdo o
derecho, y aun de
espaldas, fulguremos
otro momento más
entre las semifusas
diáfanas, el crescendo
jamás confuso o el
indiviso tiple de tu
voz.
Ligereza, Guadalupe, ligereza y una cierta concisión,
que la canción culmina,
la letra se difumina, y
al ensamblarse a la luz
del crepúsculo (¿nuestro?)
el Arcángel repantigado
que estaba adormecido
por el efecto de tu canción,
acaba de sentarse tieso
(está un poco furioso) y
ya me mira hosco desde
su Trono oxidado, me
obliga a derramar otro
signo ortográfico que
(atenta) Guadalupe,
tras un giro será borra
abrasada.
33
rebrote de fran z kafka
Es una casa pequeña a dos niveles no muy lejos
del río en un
callejón de Praga. En la madrugada
del once al doce noviembre tuvo un sobresalto,
bajó a la cocinilla con
la mesa redonda y la
silla de tilo, el anafe
y la llama azul de
metileno. Prendió
la hornilla
y el fuego verdeció a la vez (tres) llamas en los
tres cristales de la
ventana: olía a
azufre. Quiso
pasar
a la salita comedor a beber una tisana de boldo y
miel, corrió la silla y
se acomodó delante
de una taza de barro
siena que había
colocado no se
sabe hace cuánto
sobre el portavasos
de mimbre a seis
colores, obsequio
de Felicia: y una vez más
apareció Felicia con la raya al medio, las dos
trenzas y un resplandor
de velas en el óvalo
blanco de aquel
rostro ávido de
harinas y panes de
la consagración,
rostro
34
tres veces
una llamarada en el cristal de la ventana: apareció.
Y era una vez más la niña
tres veces de sus muertos,
acudían
al golpe
del triángulo unos músicos de cámara y al golpe
de la esquila (las tres)
en el alto campanario
no muy lejos del río:
se arrellanaron, diez
tazas, diez
sillas en la inmensa casona de las mansardas, la
casa en que los miradores
y las cristaleras (establos
y galpones) se abrían día
y noche, el agua
y las esponjas
relucían. Pues, sí: era otra época y un coro de
muchachas vigilaba las
teteras (bullir) los
eucaliptos (bullir) la
mejorana y un agua
digestiva (mentas)
aguas
de la respiración: todo
tranquilo (por fin) todo tranquilo, subió los
escalones y vio que se
tendía en el cristal de
la ventana (por fin)
sin una aglomeración
de pájaros
en la ventana.
35
reaparición
Regresé a mi casa del reparto de Santos Suárez
cuarenta años más
tarde, me dejaron
subir de visita,
encontré en la
vitrina del comedor
los mismos platos,
las copas de Purim,
la copa (Pésaj) de
Elías, copas de
recepción en la luz
crepuscular del
comedor, platos
y copas del
recibimiento.
Me dejaron abrir el mueble, olí su penumbra, el
niño al niño olfateó.
Sobre un plato azul
translúcido me
encontré un melocotón,
intuyo por el mordisco
en su cara no visible,
intuyo por su frescor,
por el gusano que de
su carne asoma que
es el melocotón que
ahí dejamos hace
cuarenta años, de
espaldas.
Son ferias. Es la eterna primavera. Es la sombra
del hijo que asoma a sus
propias carnes. Retoza
la sombra mas retozan
también las carnes. Es
la girándula y el tiovivo,
36
el doble columpio del
portal meciéndose en su
vaivén inacabado de luz
y sombra (rombos) la luz
se abalanza hacia los
choznos, la sombra me
recoge.
Fue un espacio de tiempo suficiente para
inclinarme a recoger el
pequeño bolso de mano
de mi madre, sus reflejos
de bisutería derramados
por el suelo, recoger de
mi padre una borra
contigua al hilo de su
dedal deshecho, colocar
la frente un momento
sobre el ejemplar de
un libro que quedó
tirado sobre la mesa
de noche de mi cuarto,
Otelo.
37
WO
El filósofo Mo Tse enseña: refutarme es como
tirar huevos a una roca.
Se pueden agotar todos los huevos pero la roca
permanece incólume.
El filósofo Wo agota los huevos del mundo
contra una roca
y la conquista.
Primero, al hacerla memorable.
Segundo, porque en lo adelante y dada su
amarillez excesiva
quienes acuden a la roca
confunden la luna y los caballos.
Y tercero, aún más importante: un veredicto actúa
sobre otro veredicto,
anula la obsesión de sus palabras.
38
epitafio ( imitación latina)
(adaptación cu bana)
Desde que Kozer ha muerto el cuartico
está igualito.
El mármol es piedra pómez y la polilla
sigue su curso.
Cuba da vueltas alrededor de sí misma y
en un bosque de la
China una china se
perdió, Kozer, en
el enredijo de tu
literatura.
39
I
acta
Un golpe hueco de claves y aparece en su
bóveda mi madre,
a medias: de la
cintura para abajo,
nada, y en su
costado izquierdo,
en alto, unas astillas
de tierra. Se escurren
(a su fragilidad) las
lombrices, negra
saeta de abalorios
a sus pies las
hormigas en fila
entrando a sus
hormigueros.
Tienta, con un rescoldo, la efigie de su
carnosidad.
Y yo no paro de animarla, revisto aquello a
la vista que queda de
un verde delantal que
le llegaba a las rodillas,
vaciadas. Me inclino
a recogerle la bastilla,
plisarle la tela de
manera que al menor
movimiento no arroje
sombras.
Una sombra, sólo una, dispondría de la
vivacidad del fuego
fatuo de sus restos
mortales, penúltimos.
40
No paro de traerle el vaso de agua, agua que
se calcina en las
cuencas de mis
manos.
Y me pide, o lo sobreentiendo, colirio para
sus reducidas pupilas:
ella, tan parejera.
Aspirar yo el aroma
de la mota de polvo
embadurnada de
talco perfumado, una
vez más. No puedo
alzarla, y mucho
menos llevarla a la
altura de su nariz
respingada, oquedad
multiplicada, poros
óseos disueltos,
respiración enquistada.
¿Quién me iba a decir
a mí que aquella mota
que tantas veces me
acerqué a oler pesaría
lo que pesan los
metales más negros
que allá quedaron bajo
tierra en los jardines
de unas casas con el
alféizar encalado todos
los años, postigos verde
oscuro despidiendo
serrín?
Pesa el agua en el vaso y pesa el vacío de su
cintura para abajo,
pesa la carnosidad
de la lombriz, y el
agujero negro
41
llenándose con
las hormigas del
hormiguero del
jardín al traspatio:
no paro de intentar
que arroje una
sombra por ejemplo
su esternón, arroje
esquirlas de sombra
su clavícula izquierda,
y recoger entonces
esa sombra para
plegarla, acercarla
a sus rodillas, al
dobladillo de su
delantal: a su
costado izquierdo a
una altura de vertientes,
desembocaduras, ver
abrirse las radas, brotar
un surtidor de peces en
mitad del aire: y la brisa,
por ejemplo la brisa
habanera, remover
(alejar) su vacío.
Recostarla, no a su
descanso de restos
mortales sino a su
actual asidero de
cansancio: hacerla
reír un poco como
aquella vez, y hacer
que el aliento de su
risa reponga su
respiración. Oírla
en efecto respirar,
bajar de sus sentidos
42
al vientre un aire
circulatorio que le
infunda (tal vez
empezando por las
rodillas) tul, tejido
muscular, piel
renovada, aire que
por un instante la
confunda: sus carnes
recubriendo tras el
golpe seco de unas
claves, cual mandato
(inapelable) y cual
acta de resurrección:
todo un mecanismo
a ella parecido, y
que por una cuestión
de conveniencia
mutua, sea de su
propia especie.
43
acta
Una brasa, ascua, un punto de fuego humillado
en la pupila, estatua de
ceniza el tartamudo de
la zarza, y Dios no está.
Leo Eclesiastés, y las palabras me parecen
insípidas: me siento
en una silla de piedra
con corrección, y el
cuerpo se me ladea,
apoyo la mano
izquierda en el brazo
de la silla, la vista
empañada, la mano
calcinada. Sospecho
de todo, el cuerpo se
está ladeando, a la
mesa somos ocho,
justo la mitad de los
comensales de hace
unos años, el camino
es uno, y cada cual
tiene su guía al
desmoronamiento.
Sir Ha-sirim, la amada al amado, nada
contemplativos, recomienda
(conmina) la huida: lo
imagina gacela, gamitar
oiríamos si prestáramos
atención a las montañas
donde Amada y Amado
se cruzan, imperceptibles.
Todo, dado que sospecho,
deviene desmoronamiento.
Y en el día de la fiesta,
a la hora primera, tras
44
prender la tercera bujía,
busco al azar en el Libro
el vestido renovado de
la novia, y en su lugar
encuentro, tras haberla
hurgado, polvo de telas,
motas blancuzcas de
muselina, y bajo el velo,
el tul desmoronado de
su Rostro. ¿A qué me
presté? ¿A qué canté con
los comensales? Llegué
a sospechar de los
instrumentos musicales,
el platillo golpeando el
vacío, la flauta atascada,
la cuerda zafada de la
vihuela.
A voz en cuello cantan la fruta que no fue
vedada, señalan los
áloes, los árboles de
incienso, pregonan
para todos, y para
siempre (yo sospecho
y sospecho) huertos
cuajados. El azafrán.
De nuestra primera
historia el nardo y la
espiga del pan. De
nuestra segunda
historia la mata
frutecida de aguacate.
Y entre todos volver
el rostro a la ventana,
Oh Jerusalén, a mirar
(ya me lo sospechaba)
apagarse la zarza,
45
ascuas, velarse
en el traspatio
el aguacatero,
desplomarse en
el jardín, cuerpo
verdadero, el nardo.
Noche cerrada. Nunca duermo. Un péndulo de
horas me zarandea ora
hacia atrás, ora hacia el
momento interminable
del desvelo. Así sea ya
que así es. Las casas,
vacías. A las mesas,
el último mercader de
la serie cuenta gotas
de la clepsidra, puntos
fijos de la piedra que
se desmorona. Yo lo
espanto. Alejo la
sospecha de su
existencia. No sé qué
edad tengo, quién soy
ni dónde estoy (adónde
me encamino): saco el
libro de estudios, lo
abro en la página
correspondiente, la
mano a la cabeza, la
mano al pecho, y
canturreo, entre doce
profetas, voz estólida,
palabra ígnea, y voy
correspondiendo, sin
vestigio, entre sombras,
precipitados del agua,
el precipitado del fuego,
última brasa, callad
(ahora) la profecía.
46
acta
El incendio en la mirada riela unos momentos
al despertar.
Me orienta al instante la voz de mi madre
disolviendo capas
desmesuradas de
oscuridad.
Quedan en la mirada, en los oídos, resquicios,
el tizón hecho
astillas, algún
quiste rojo que
estuvo enconado.
Recostado, escuchándola, intercesora y bien
plantada por tratarse
cómo no del hijo, hago
un poco de calistenia
con las piernas (par de
palitroques) en alto.
¿Circula la sangre? Despierto, ¿reincido? Va
más lento, no cabe
duda: todo a su
tiempo, en cada
instancia la
instancia gobierna
el movimiento.
Sentado al borde de la cama oigo las
proposiciones de la
madre: alquílate una
casa modesta de
campo cerca de un
río o lago, aprovecha
los días largos, no
escatimes en la comida,
lee menos, guárdate la
vista para paliar las
salvajadas de la noche.
47
Resistir, un craso error: mejor desviar el
desencajado fluir mental,
abrupto, incoada Muerte,
a prados de aciano: botes
de remos, y un libro
amarillento con poemas
del periodo Tang. La
casa rural alquilada
de junio a septiembre,
la muchacha de la
limpieza (ni cofia ni
delantal): estudiar
micología (¿yo, el
de las micciones,
micólogo?) las
constelaciones, cenar
lo mínimo: hará más
llevaderas las noches.
A la entrada la madre
hace dos años fallecida,
hedionda todavía,
bellísima (de flequillos)
la voz, amaga un vestido
de novia.
Esta mañana, aunque me quede incompleto,
sólo la madre: de sus
carrasperas no queda
nada; desaparecieron
las llagas de las corvas,
la quemada raíz que
afloraba en sus canillas:
de su condición sólo
queda ajustar yo la
atrocidad de la noche
a sus diurnas quimeras,
oír su voz (en el fondo,
no hubo impostura)
48
encaminarme a la
Punta donde volver a
tenderme a contemplar
las agujas a ras esmeralda
del mar, el macao bajo
la hoja seca de uva
caleta, mi madre (ajena
a las preocupaciones
ontológicas) buscándome
entre los establos, los
bosques de abedul de
su ciudad natal.
49
acta
En el rostro (oropel) un lunar: chucherías en
los ojos, fue mi madre
María Antonieta. Se
refresca la vista con
agua de manzanilla,
el colirio se los
agranda, ojos negros
que no tuvo, piel
canela menos: no
le correspondían.
Debajo de la peluca,
briznas, motas, un
grumo con forma
de aneurisma, el
nido imperecedero
de comejenes.
Y la sueño y la sueño para poder aclararle la
idea del Más Allá:
todavía confunde
los peldaños de
mármol con el
aire, un cimiento
de jaspe con el
aire, no distingue
el ónice del berilo,
un traspiés (la
debo guiar) y se
desbarata.
Se le cayó la peluca, el sueño del regreso la
asalta: una vez más
la asalta el comején:
esta vez a la intemperie,
y debajo. Justo donde
la horadaron van a
hurgar los insectos
50
de cornalina, una
vez más tendrá que
resistir, con qué:
le van a dañar la vista
(tez) corvas, al intentar
arrellanarse en una
silla de tijera que
imagina trono. Va a
empezar la fiesta al
creer en el sueño de
su regreso, creer en la
silla de asiento redondo
acolchado (floreado)
frente al tocador: y no
hay tal cosa, cómo
advertirlo. Piensa de
nuevo acicalarse,
alzar la mota que
yace en la polvera
(la van a extorsionar)
(para que vuelva a
casa): ofreciéndole
brazaletes de
bisutería, sortijas
de azófar, una gota
de aceite ricino en
las pupilas, ajorcas
imitación berilo, la
basquiña hecha
trizas.
Ahora, lo hago constar, soy el hijo enseguida
de aquella mujer
haciéndome
insoportable el
mediodía: a
todos muestra el
gorrión enredado
51
entre mis ropas de
diario, era por ahí
que yo iba a desistir,
impelido, de ser
el hijo de María
Antonieta: nada de
volver a la calle.
Atento a la higiene
cual recomendaba,
y ya. Viniendo yo
una y otra vez del
otro lado, a sucumbir.
Para que nunca
ocurra nada, salvo
lo habitual.
Era yo quien la revolvía delante del tocador del
cuarto interior al fondo,
retocándola: peluca,
lunar artificial,
lentejuelas la faya
negra del vestido:
dos vueltas (¿ella?) y
gavota. Agua de mar
en un frasco para
frotarme los golondrinos,
acusarme, llamarme a
hacer gárgaras para
evitar un mal mayor,
yo le respondía de
malas maneras, se
oía el portazo a diez
leguas a la redonda,
se echaban a reír en
la calle, cesación.
Orbicular la cesación
tras el portazo al
mediodía.
52
En cuanto se acostumbre le voy a pedir su otro
nombre, la enunciación
correcta, y entonces la
volveré a hacer reír: eso
no ha cambiado, soy
quien la supo hacer
reír, me daba fricciones
con agua de hamamelis,
y yo con mis murumacas
le mostraba con un pie
plantado en un peldaño
de tierra apisonada que
una peluca, un tobillo,
de un ojo a otro la
pupila brillando
intermitente alcanzan,
y más que alcanzan,
tras el descenso, para
cerrar de espaldas la
puerta de entrada, la
llave, ósea si se quiere,
al bolsillo del traje
sastre (está mi madre
hecha un pollo con su
pelado nuevo a la
marimacho).
53
acta
Me lleno los bolsillos de un sentido último parecido
al comino a la semilla
de mostaza.
No hay férulas el padre está muerto no hay ínfulas
la madre está muerta.
Me siento en el suelo con el saco bíblico de yute o
estameña ceñido a los
costados nada de cenizas
en esta historia sino reír
desternillarnos ayudo a
mi hermana a hacerse
moños en cada moño
un perifollo (tricolor)
yaquis damas chinas
coleccionar postalitas
no protejo a mi hermana
lo suficiente en verdad
no la protejo para nada
me recrimino y descarto
la recriminación no vale
la pena soy en verdad
(río) incorregible.
Mi sustancia es un vertido de aguas fijas de curso
irremediable.
Me voy de Cuba tengo el peso bruto de las antesalas,
los cuadrúpedos a la espera,
carezco de peso neto (entrar,
aligerado) me constituye un
insecto incrustado al cristal
de roca inadvertido por
incoloro ya muy deteriorado
por el paso del tiempo por
mi temperamento mi falta
de carácter bien pude ser
un canalla un pordiosero o
54
malabarista por los pueblos
en su lugar fui este estado
de cosas el hueco el agujero
imposible llenar los bolsillos
con el agujero por lo que
veo este sentido último no
tiene mollera no llena (nada).
Del comino un olor de la mostaza un color llenar
la panza sobras vaciar
a la mañana añádase
su poco de zen su
pizca de yoga en el
escaparate en la
alacena si no hay de
todo hay bastante lo
suficiente para enredarse
(entretenerse) meter
las narices donde no
nos llaman aprender
el nombre de las
constelaciones un poco
de aritmética para salir
de apuros por supuesto
me refiero a los
cotidianos así la
hermana (emperejilada)
moños y perifollos qué
mal gusto tiene la gente
en casa seamos aedas
vámonos de Cuba.
Veamos, llega la realidad: un plato de verduras, subir
y bajar este vulto que se
va a comer la tierra, de
golpe detener la vista
ante lo último (abstraído)
obturado en su sentido
(nada) oír cavar y cavar,
55
F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A
E N E ST E T EA T R O C OT ID I A NO, J OSÉ K OZER , PR EM IO IB ER OAM ER ICA NO
PA BL O N E RU DA 2 0 1 3, NO S M ANTI ENE AL BO RDE D E LA BU TAC A CON I MÁ G ENES
A CO P LA DA S, A UN EN T R E INT ER LUD IOS. LA PA LA B RA , P ROTA G ONI STA I RRE VOC AB LE ,
SE O N DUL A EN T R E H ORI ZO NT ES C A RIB E ÑOS TRA Í DOS DE OD ESA Y ORIE NTES
P O E T I ZA DO S P A RA REG RES AR A L HOG A R “ DE LA M ANO DE GU AD A LUP E”.
A SU VU E LT A , E L TEL ÓN B AJ A , Y EX CLA MA M OS: PLAUDITE.
ISBN: 978-607-16-1641-8
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