Calixto Bieito cocina una paella de artificio con Tirant

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E L M U N D O, V I E R N E S 2 8 D E S E P T I E M B R E D E 2 0 0 7
C U LT U R A
Calixto Bieito cocina
una paella de
artificio con Tirant
dos una disparatada corte de los
milagros en la que los combates
de espada acaban convertidos en
rings de boxeo, una matanza de
moros se libra con los cuerpos de
dos conejos muertos y despellejados o los pechos de las cortesanas
se confunden con naranjas rebosantes de zumo. Y, mientras se
cocina la acción, mientras el caballero conquista el cuerpo de su
amada, mientras cristianiza moros, mientras se pierde en el mundo de las ideas, los sueños y las
fantasías, se prepara sobre el escenario una paella que después
se ofrece a los espectadores junto
a una copa de vino tinto.
El director estrenó, anoche en Berlín,
su versión del clásico de Martorell
ante un público en su mayoría catalán
NURIA CUADRADO
Enviada especial
BERLÍN.– Una mascletá. Con fallera mayor, con caganer y pubilla, con
barretina, naranjas y paella. Un castillo de fuego de artificios. Con sangre y sexo, con conejos descuartizados y un campo de batalla que se
confunde con el de la alcoba y el
del lecho. En el Tirant lo Blanc que
anoche se estrenó en el Hebbel
Theater de Berlín pesa tanto Carles
Santos como Calixto Bieito. Tanto
la ópera como el teatro. Es este Tirant un espectáculo que se degusta
con la vista y se saborea con el oído, un montaje en el que pesa tanto
el texto como la armadura que luce
el caballero andante, el único colega de armas al que Don Quijote
guardaba respeto.
Es justo así, con un «Cervantes
dixit», con el fragmento en el que
el de los molinos de viento salva
de la quema de libros al que dio
forma literaria Joanot Martorell,
como el director teatral Calixto
Bieito abre un espectáculo que
quería cabalgar entre la palabra y
la música con la ayuda del compositor valenciano Carles Santos. Y
esa batalla la han ganado, aunque
de Santos haya en este Tirant,
respetuoso con el texto –aunque
le hayan despojado de buena parte de las cuitas guerreras–, desquiciado a ratos en la puesta en
escena, mucho más que sus partituras: está también buena parte
de su mundo y de su iconografía.
Un universo que se superpone, se
entremezcla y se confunde con el
de Bieito para conseguir un montaje de digestión lenta, aunque no
le falten bombones que vayan entreteniendo el estómago. Algunos
trufados de emoción, como un
precioso monólogo de Roser Camí, y otros de carcajadas: un disparatado desfile de modelos, entre regionales y tópicos, de ese
universo que une a catalanes con
valencianos.
Dos partes. La primera casi dos
horas; la segunda, una escasa. Y
una historia que pasea por campos de batalla, pero se regodea en
las alcobas de la corte para explicar a Tirant y al respetable los
tres tipos de amor que un mortal
puede paladear: el virtuoso, el
provechoso y el vicioso. Y por
esas tres horas de espectáculo pasea Tirant (Joan Negrié), siempre
con la armadura a cuestas. Siempre rodeado, espoloneado, por
sus mujeres: su amada Carmesina
(Beth, la de Operación Triunfo), la
Delegación oficial
Una escena del ‘Tirant lo Blanc’ de Calixto Bieito. / MARCUS LIEBERENZ / BILDBUEHNE.DE
Emperatriz (Begoña Alberdi) o
Plaerdemavida (Roser Camí).
También el Emperador (Carles
Canut), Diafebus (Lluís Villanueva), el Duque de Macedonia (Min-
go Ràfols) o Hipòlit (Nao Albert).
Y no faltan los caballos: uno
enorme, de madera, y otro, un pequeño balancín de juguete con
cara de peluche. Forman entre to-
Los alemanes, pocos –porque el
Hebbel es de platea pequeña y la
delegación catalana fue importante, con Josep Bargalló, director del
Institut Ramon Llull, a la cabeza–,
que anoche acudieron al preestreno (la auténtica puesta de gala llegará en la próxima Feria de Fráncfort) saludaron el espectáculo con
fuertes aplausos y más de una carcajada, aunque en la media parte
hubiera también algunas deserciones. Falta saber qué regusto de
Cataluña –o de Valencia– se llevaron al salir de la función.
Pero anoche debieron entrever
algo más de la rauxa catalana que
del seny en un espectáculo que,
aunque desborda energía, también en algunos momentos de pequeños silencios, en los que la palabra se hace reina, es capaz de
esconder sentimiento. Como decía
Mario Vargas Llosa y como Calixto Bieito ha querido hacer suyo,
anoche sobre el escenario Tirant
volvió a conocer el gozo de matar,
de adornarse y fornicar. O sea, todo al más puro estilo de este incorregible director, imparable en su
proyección internacional.
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