Domingo 29 de novembro de 2015

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Táboa
Redonda
Domingo 29 de noviembre de 2015
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Número 11
2
Carlos
Oroza
5
‘On the
road’
6
Teatro do
Atlántico
8
Capote
O mar alto
«En el norte hay un mar que es más alto que el cielo», escribiu Carlos Oroza, finado a semana pasada.
Ramón Rozas glosa a súa figura nunha reportaxe que vai seguida dunha entrevista que Belén López lle fixo
ao poeta en 2013 e dun artigo no que Jaureguizar se refire ao poeta como un dos fugados da cultura galega.
Os atentados de París cadráronlle a Javier Nogueira coa lectura de ‘La Ilustración’ de Padgen. Portorosa
confesa a nostalxia de cousas que nunca gozou nin gozará a respecto de ‘On the road’, de Jack Keourac. A
representación de ‘O principio de Arquímedes’ por Teatro do Atlántico convenceu a Camilo Franco, como lle
aconteceu a Quinito Mourelle co talento interpretativo para a música da nena Alma Deutscher.
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elpRogreso
2
por
Ramón Rozas
Oroza
sin puntos ni comas
La muerte de Carlos Oroza pone la
atención en un
personaje singular. Un ser diferente con la poesía en
su cabeza más que
en el papel. Poeta
de la oralidad, su
vida y obra lo cifraron como una
especie de chamán
que recitaba de
una manera impactante, y ahí es
donde reside su
magia. Primero en
Madrid, su figura
todavía se recuerda entre las mesas
del Café Gijón, y
posteriormente
en Galicia, Carlos
Oroza se convirtió
en una suerte de
mito que ha llegado a su fin. O quizás no.
M
I CASA ESTABA sola sola
de lonxe». Una frase que
es verso, verso amplio y
hondo como el pronunciado por Oroza, el poeta
que recitaba y no escribía, el
poeta que redactaba en su cabeza y no sobre el
folio. Esta frase pertenece a un poema inédito
de Carlos Oroza que venía mucho a su mente ante la publicación de una serie de poemas
nunca conocidos y realizados a lo largo de varias
décadas, pero también de otros poemas recientes en los que se incluyen palabras en gallego.
Un canto de cisne del hombre que retornó a
su tierra —mientras en Madrid lo daban por
muerto— a seguir proyectando su vida, una
vida que, como vemos, no se ha detenido, ya
que seguirá viviendo en un nuevo poemario y
en el permanente recuerdo que muchos tendrán de él.
Su último editor, Javier Romero, realizó en
los últimos años en la editorial Elvira un magnífico trabajo de revisión y edición de su obra
que se materializó en tres ediciones diferentes
del poemario ‘Évame’, un compendio poético
del que la última de esas ediciones fue revisada
por él mismo, palabra por palabra. «Trabajó
directamente en él, lo supervisó, decía lo que
había que poner exactamente y corregía fallos»,
comenta Javier Romero.
Pero hasta llegar aquí la vida de Oroza fue
parte de su propia poesía. Verso y experiencias
confluían en un devenir solitario por diferentes
geografías y con pocas necesidades orgánicas.
Oroza se fue fraguando lentamente en el Madrid de los años cincuenta, sesenta y setenta,
parapetado en el Café Gijón, cruce de caminos
de escritores, poetas, pintores, actores, directores..., allí emergía su fina figura, de piel morena y actitudes bohemias que lo convirtieron
en el poeta de la modernidad madrileña. «Un
candelabro desparejado», lo define Francisco
Umbral en su crónica sobre el café Gijón, ‘La
noche que llegué al Café Gijón’. «Contaba historias familiares confusas, enseñaba fotos, poemas, cosas, y vestía ropas inesperadas, entre
la casualidad y un ingenuo dandismo pobre y
caritativo...», afirma el escritor sobre el poeta;
allí, y en otros escenarios de Madrid, como la
facultad de Derecho —en la que ofreció un recital en 1966— o caminando por la propia Gran
Vía, Oroza expulsaba su poemas al aire, palabra
tras palabra, acrecentando su mirada hacia una
realidad que pretendía reinterpretar con unas
versificaciones largas, sin puntos ni comas.
«Mis libros habría que imprimirlos de través»,
le dijo a Umbral cuando este le animaba a publicar o a participar en revistas. En ese Madrid
conoció a poetas gallegos como Manuel Lueiro
Rey o Uxío Novoneyra a los que uniría una gran
amistad. El primero lo dio a descubrir en la Galicia de esas décadas, promocionándolo en recitales, mientras el poeta de O Courel se lo llevó a
su vivienda, en la que vivió durante un tiempo
y en la que no dejaba de componer inscrito en
En oroza la
letra escrita
es un estorbo,
sus versos se
escenifican,
se sueltan al
aire desde una
sonoridad
solo lograda
por él en la
recuperación
de lo primitivo
la naturaleza. Allí se materializó, animado por
el amigo, su primer libro de poemas, ‘Elencar’
(1974), publicado por la vanguardista editorial
madrileña Tres Catorce Diecisiete, salvando un
puñado de poemas mientras otros quedaban
tirados en el suelo. En Oroza la letra escrita es
un estorbo, sus versos se escenifican, se sueltan
al aire desde una sonoridad solo lograda por él
en la recuperación de lo primitivo, lo oral, la
narración a la comunidad.
Madrid pierde su rastro a finales de los setenta cuando llega a Galicia. Vigo, Pontevedra y la
ría de Vigo serán su paisaje habitual durante el
resto de su vida. El Café Gijón perdía a uno de
sus más singulares protagonistas —hay quien
dice que se apareció alguna vez más—, pero
su huella nunca se perdió. Ahora su rastro se
desplazaba a esta geografía que le apasionaba,
ciudades que gastaba a base de caminar y caminar mientras el verso no dejaba de prolongarse.
«Ando por Vigo caminando mi fracaso, de vez
en cuando me paro y veo llegar un barco», recuerda un verso suyo el pintor Antón Pulido,
quien —pronunciando unas palabras ante su
cuerpo presente— propuso que «había que coller uns zapatos vellos de Oroza e facerlles un
marco, como un dos recordos dun camiñante,
dun vixiante que ía recorrendo as rúas unha a
unha sen perder detalle do
acontecer de Vigo». Pero antes
de caminar por Vigo, Oroza pasó
un tiempo viviendo en una buhardilla en Aldán, cerca de Menduíña, colgado de la ría de Vigo, visitando la Taberna
del Jefe —conocida así por ser propiedad del jefe
de la Policía Local de Cangas—, a donde solía
desplazarse mucha gente progresista de Vigo,
recuerda Marieta, la hija de Manuel Lueiro Rey,
familia con la que el poeta mantuvo una estrecha relación hasta el fin de sus días. «Meu pai,
cando foi concelleiro de Cultura no Grove, levouno varias veces para facer recitais; era un xeito
de axudalo tamén economicamente. Cando
viña a Pontevedra comía ás veces na nosa casa
e daba gusto escoitalo». Con todos esos versos
surge un nuevo poemario publicado, ‘Cabalum’
(1980). Otro en 1985, ‘Alicia’. Poco a poco Carlos
Oroza empieza a relacionarse con el ámbito cultural de Vigo y su entorno. Mantiene amistad
con muchos pintores, era un gran conocedor
del arte, y muchos creadores acompañan sus
imágenes con textos de Carlos Oroza. El propio
Antón Pulido lo llevó al Museo de Pontevedra a
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Évame
Carlos Oroza
Editorial Elvira Páginas 260
Precio 19,50 €
ver unha
exposición suya y
ante el color negro empleado por el pintor dijo:
«Me encanta la luz y me encanta la sombra».
Para luego repetir tres veces: «Quién besará la
sombra, quién besará la sombra, quien besará
la sombra». «Él entendía moito de pintura»,
afirma Antón Pulido, definiendo su poesía
como «moi colorista».
En 1996 se publica un nuevo poemario, ‘Una
porción de tierra gris del norte’ y, al año siguiente,‘En el norte hay un mar que es más alto que el
cielo’, que la Diputación de Pontevedra editará
revisado y ampliado en la colección Tambo que
d i rigió
otro escritor
y poeta, Luís Rei.
Es a partir de este momento
cuando Carlos Oroza parece resucitar,
cuando su visibilidad se hace mayor, participa regularmente en recitales, organizados por
instituciones o por centros educativos, sabedor
siempre del poder de la palabra desde el pueblo
y de la necesidad de narrar entre la gente y para
la gente. Sus poemas, como hicieron en los sesenta en aquellas aulas universitarias del tardofranquismo, seguían teniendo el mismo poder
de ignición con los jóvenes que entonces. Su pureza, su falta de cursilería se adapta bien al lenguaje directo y desinhibido de la juventud. En
1997 la pontevedresa Escuela de Hostelería toma
su nombre
como sinónimo de vanguardia e individualidad, gracias al
interés de un miembro
del claustro, su amigo y
compañero de paseos, Luis
García Bobadilla. De nuevo
el paseo en su vida, un caminar
que lo llevaría continuamente por
las calles de Vigo y Pontevedra, en el
descubrimiento diario de la ciudad, pero
también en el recuerdo, como el de aquel día
de 1975 en el que tuvo que ser ayudado por unos
amigos vestidos de policía para salir del teatro Principal tras recitar un poema contra el
régimen. Él era así, un ser libre, alguien que
no dudaba en hacer de su lengua una navaja
afilada contra aquellos que no le gustaban, pero
el resto del tiempo era un ser que disfrutaba
relacionándose con la gente, compartiendo
nuevas miradas y lleno de educación.
El pasado año el Círculo de Bellas Artes de
Madrid le concede la Medalla de Oro en una recuperación de sí mismo, algo que se vio alentado por esas ediciones de 2012 y 2013 de ‘Évame’:
«Para él fue más que una satisfacción. Los últimos años siguió trabajando. Quince días antes
de morir escribía de puño y letra. Quedaron
poemas atrás de los años 60 y 70 que formarán
parte de una nueva edición», comenta Romero.
Eso sí, sin comas ni puntos.
Los editores dicen que
la lectura de ‘Évame’
nos permite adentrarnos de forma íntegra
en el universo de Carlos
Oroza, un idioma
propio marcado por
el ritmo hipnótico, la
imagen visionaria, la
música del neologismo y la conversión del
sonido en valor per
se, el neosurrealismo,
la combinación de lo
plástico con la belleza
fónica y conceptual de
términos y sentencias
de índole abstracta o
filosófica. Casi toda su
poesía pertenece a esta
etapa culmen, un corpus lírico en un vuelo
perpetuo. Poesía underground, poesía visión,
poesía filosófica, poesía
movimiento, poesía
canto: en la conjunción
de esas cinco esferas
está la clave.
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4
«Soy un ciudadano
que escribe poesía»
por
Belén lópez
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recupera la entrevista que la periodista de Diario de
Pontevedra Belén
López realizó a
Carlos Oroza el 25
de junio del 2013,
dos días antes de
que el poeta vivairense presentase
su libro ‘Évame’,
que definió como
«un canto a la
mujer». La visión
de la poesía que
transmitió el autor a la redactora
no había variado:
«Si la poesía no
resiste la voz alta
es que está mal
escrita».
E
l idilio que Carlos Oroza
mantiene con Pontevedra se reaviva. «Es hermosísima esta ciudad.
Para mí, la más bella de
Galicia», dice. «Siempre me
he sentido muy a gusto aquí». «¿Una leyenda?
¡Me horroriza eso!», tuerce el gesto Carlos Oroza
(Viveiro, 1923). «Por encima de todo hay que
ser humilde. La humildad te da libertad». Y,
sin embargo, el reconocimiento hacia el poeta
y su obra es incontestable desde hace tiempo.
Beat, maldito, outsider, contracultural, poeta
total. Escribe Pere Gimferrer en el prólogo de
su último libro: «Pocos tienen tanto derecho
a ser llamados maestros». «Es un grande Pere
Gimferrer», devuelve el cumplido Oroza, 80
años, sentado frente a un café en la Alameda de
Pontevedra, un pitillo en las manos, la camisa
abrochada hasta el último botón, el sol en la
cara, hablar pausado y amable, tono bajo, pero
verbo encendido cuando el tema lo requiere
—la política, la poesía— y de nuevo la calma.
Todo salpicado con versos sueltos que recita de
memoria. «Pero yo soy un ciudadano, simplemente un ciudadano que escribe poesía». Se
detiene un momento en su discurso y vuelve
al tema en el que ha insistido desde que se ha
sentado: Pontevedra. «Está hermosísima la
ciudad». La historia de amor entre Oroza y la
capital de la provincia es conocida. Aún no hace
tanto, el autor, afincado en Vigo desde hace décadas, cogía el autobús para escapar dirección
Norte. Venía a pasear por el centro histórico. A
otra cosa, a presentar su último libro, ‘Évame’,
volverá el jueves. Con esa excusa ofrecerá un
recital en el Sexto Edificio del Museo Provincial.
«Es una ciudad muy culta Pontevedra. Aquí
siempre me he sentido muy querido», fuma.
«En cierto modo es un poco mía. Le dieron mi
nombre a un instituto».
..de hostelería.
Fíjate, de hostelería, siendo yo un tipo tan delgado, enjuto. Qué cosa tan curiosa.
¿Nunca se ha planteado trasladarse a Pontevedra?
En Vigo acabé por casualidad, por aquello de
recitar en el teatro Principal el poema ‘¡Prohibido el paso!’ delante de todas las autoridades
de la época [a mediados de los 70]. Tuve que
acabar saliendo por una puerta falsa. Me ayudó
a escapar a Vigo una mujer en su coche. Y allí
me quedé. Pero la ciudad es hoy un desastre
urbanísticamente, arquitectónicamente, en
todos los sentidos. Se ha perdido. Esta sin embargo no, es una ciudad ideal, más amable,
distendida, pensada para el ciudadano, para
pasear... Se trata de calidad de vida, no de ‘nivel
de vida’, esa expresión tan progre. Esto último
te lo dan los barcos y los camiones. No me interesa. A Pontevedra le queda muy bien el sol.
Mejor que a ninguna otra. Yo estoy enamorado
de esta ciudad. Me atrae profundamente desde
siempre.
Le hace ilusión presentar su nueva obra en
Pontevedra.
Estoy realmente contento de poder hacerlo
en Pontevedra, sí. Este libro, ‘Évame’, es una
transgresión del lenguaje. Nuestro lenguaje
está falsificado, mal entonado. Yo no puntúo
las cosas, las separo por espacios, porque la poesía es una respiración y cada verso un punto.
Tardé mucho en hacerlo porque no encontraba el sentido emocional de las palabras. Acabé
inventándolas.
‘Évame’, por ejemplo.
Es un canto a la mujer. El unisexo. No hay tal
diferencia entre la mujer y el hombre. Nos
separa un accidente. Somos exactamente lo
mismo. El libro es un canto a la madre en el
que yo suplico volverme mujer de vez en cuando para saber lo que siente ella. Por eso creé
ese verbo: ‘Oh eva évame eva’. Es una entrega,
una rendición total hacia la mujer. Ahí está
mi admiración hacia lo femenino, el origen de
todo. La Tierra es en femenino o no es. Las diferencias establecidas se reducen a un problema
gramatical.
«La poesía es una respiración». Sigue usted
reivindicando la oralidad por encima de todo.
Exactamente. La palabra. La escritura no es
más que un signo y, si no se pronuncia, no es
palabra. Todas las culturas son originariamente orales. La cultura gallega es fundamentalmente oral. Nadie lo negará.
Esa afirmación parece liberar la poesía de una
cierta carga...
¡Cursi! No me gusta. Nada. Por eso casi nunca
me gusta la poesía, porque los poetas han sido
muy cursis toda la vida. Sin embargo me gusta
Whitman: «Me contradigo porque contengo
multitudes». Eso es un verso ancho. Volvemos
a la oralidad. Yo escribo en voz alta. Porque así
es más fácil que surja el otro yo. Todos somos
varios. Debe reflejarse esa complejidad.
No cualquiera puede ser poeta.
No. Hacen versos. Endecasílabos. Hacen rima.
Redactan. Pero no es eso. Es el ritmo. El ritmo
interior. La prueba definitiva es que no resiste
la voz alta. Y si la poesía no resiste la voz alta es
que está mal escrita. La rima es una cosa ridícula, escolástica. Sonetos... A mí no me gusta
eso. Ya digo: el verso debe ser ancho.
El último recital que dio en Vigo fue multitudinario.
Había muchísima gente. Vigo me ha dado una
razón para existir. Me quedé muy sorprendido por la cantidad de asistentes y por el silencio sepulcral con el que escuchaban. Fue una
cosa muy bonita. El auténtico protagonista en
aquella presentación fue el público. Yo fui un
pretexto.
¿Le emociona encontrarse de frente con el cariño del público?
Muchísimo. Pero siempre lo he sentido. He
tratado de corresponderle con nobleza y con
dignidad, sabiendo que el éxito siempre es
pasajero. Siempre he notado la complicidad
con el público y le he hablado directamente,
la multitud como a una sola persona. Incluso
aquel día en el teatro Principal de Pontevedra,
la gente joven, el público, me aplaudió y me
apoyó. Se molestaron los otros. Era una época
represiva, terrible. Este país es un país trágico.
Y se repite la historia.
¿Lo cree así?
Vivimos una inquisición moral. Padres que
asesinan a sus hijos. Hijos que asesinan a los
padres. Es una descomposición moral. Todos
esos asesinatos de mujeres... Yo no entiendo
ya nada de esto. Me niego a entenderlo. Esa
cantidad de crímenes que aparecen cada día en
la prensa es horrible.
¿Siente nostalgia de algún tiempo pasado?
¡No! En absoluto. El tiempo pasado fue un espanto. Pero actualmente se percibe más miseria moral. En todos los sentidos. Esa batalla
que, sin librar siquiera, están pagando los más
pobres, los humildes. Es despreciable. Como lo
es ese lenguaje que manejan los poderosos. Y
los políticos. Han estropeado el lenguaje. Les
escucho y en la mayoría de las ocasiones no sé
ni lo que quieren decir. Redactan. No escriben.
No crean. Su discurso es absurdo, un sinfín de
lugares comunes y obviedades. Palabrería sin
sentido. La suya es la mediocridad más infinita. Y yo no soy dogmático. Soy neutral. Aunque
desprecio a los políticos y a los inquisidores...
En fin, yo también puedo ser un error.
Pere Gimferrer le llama a usted maestro en el
prólogo de ‘Évame’. ¿Cuáles han sido los suyos?
¿Maestros? Eso es muy relativo. Están bien para
dar clase a los niños y para la gente con diarrea
mental. Son como domesticadores. A mí lo que
me gusta es la gran poesía y punto. La poesía
que anuncia el futuro, la del visionario, la que
parece avanzar lo que está por venir, la que entiende la gente joven.
El público con el que siempre ha conectado
inmediatamente, el más joven.
Porque tienen el espíritu puro y la mente más
limpia. Son más libres.
¿Debe estar la poesía apegada a la realidad o
sobrepasarla?
Debe observarla.
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Javier
Nogueira
Ilustración
e barbarie
M
ALIA QUE XA non
exista literalmente
creo que non xeneralizo se digo que todo escritor pasou por fases de
medo á páxina en branco,
esas semanas nas que un cuspe as verbas no
canto de vertelas con certa harmonía. Pero tamén hai días nos que un escribe coma se tivese
o anxo de San Mateo agarrándoo da man, coma
no desaparecido cadro de Caravaggio.
O triste é cando iso sucede por culpa das
traxedias da actualidade. Estaba eu dedicado
en corpo e alma a ‘La Ilustración y por qué sigue
siendo importante para nosotros’, do historiador británico Anthony Pagden, recentemente
dada ao prelo pola editorial Alianza, e de súpeto
uns yihadistas fixeron que todo o meu esforzo
semanal tivese un sentido radicalmente diferente. Xa non estaba a ler un libro sobre a supervivencia das Luces senón un manifesto sobre a importancia do racionalismo francés —e
europeo en xeral— para entender a nosa cultura
e facer fronte á barbarie e á ignorancia.
Ao día seguinte dos terríbeis crimes de París
a intelectualidade española fixo acto de presencia por boca do señor presidente do Goberno, Mariano Rajoy. Matino que algún asesor
educado nos camiños ou as maiores glorias de
Deus determinou que os sucesos de Bataclan
e demais «no tienen nada que ver con la religión». Horas despois o Daesh enchía a súa reivindicación de motivos relixiosos, acusando a
Francia de ser o meirande niño de corrupción
moral de Europa.
A liberdade de pensamento, a liberdade de
expresión, os dereitos humanos e a posibilidade da creación dun goberno mundial, a crenza
no valor da razón e da
investigación científica, o escepticismo
en materia relixiosa, o
materialismo e o ateísmo,... todo son conceptos
creados polos enciclopedistas
e filósofos da Ilustración. Unhas ideas que afastaron o vello
continente do camiño da superstición e a violencia e que remataron
por triunfar mesmo naqueles lugares,
como España, nos que ata os anos 70 do
século XX dominaba o medievalismo máis
escuro. Unhas ideas opostas ao fundamentalismo das relixións do Crecente Fértil. Hai que
dicilo máis: vivimos nun paraíso ideolóxico e
deberían desaparecer os complexos etnocéntricos, dado que é mellor menosprezar unha
cultura que rematar pendurado dun guindastre
por ser homosexual ou ateo.
Pagden fai un repaso polos grandes temas
e as grandes figuras do XVIII e entra de inmediato no Parnaso das obras sobre o tema, substituíndo quizais a Peter Gay como referente da
relectura deste período no século XXI. Tras un
prólogo que enmarca a cuestión e un capítulo
de apertura dedicado a prosaicos asuntos definitorios, comeza un ‘tour de force’ centrado
nos asuntos máis actuais: relixión, o mundo
sen deus, ciencia, civilización e natureza. Todo
para rematar nunha conclusión dedicada aos
inimigos dos ideais ilustrados: os reaccionarios
decimonónicos —alimentados polos excesos do
Terror revolucionario— e algúns dos actuais.
Pagden consegue manter a asepsia e escapa do
ton panfletario ou reivindicativo que caracteriza en ocasións a bibliografía sobre os ilustrados,
{El vicio solitario}
Teníamos tanto tiempo
por
Portorosa
«‘En el camino’ me
impresionó y, sin
embargo, no soy
capaz de contar
nada de él más allá
de lo que dice cualquier sinopsis»
Y
O CASI NUNCA me
acuerdo de qué iban
los libros que he leído.
De casi ninguno. Sé
que ‘Cien años de soledad’ (Austral) cuenta
la historia de la familia
Buendía, que alguien talla
pececitos de plata y a una virgen la entierran
en su mecedora; que en ‘Austerlitz’ (Anagrama)
Sebald habla del reloj de la estación de Amberes
y de cómo unificó la medida del tiempo; que en
‘Tres tristes tigres’ (Seix Barral) se escucha jazz
en locales nocturnos y conducen por el Malecón;
que en ‘El ruido y la furia’ (Cátedra) un loco mira
un partido de béisbol tras una reja, o que en ‘Vidas minúsculas’ (Anagrama) Michon describe
La ilustración
Anthony Padgen
Editorial Alianza Páxinas 552
Prezo 32,00 €
una casa triste en el campo, y poco más. Bueno,
lo del pelotón de fusilamiento y la nieve también, claro, pero es que eso es vox populi.
Lo que nunca olvido es qué me parecieron,
si me gustaron mucho, regular, poco, nada, o
si me parecieron grandes libros. Por eso puedo
afirmar que esas cinco novelas, por ejemplo, me
maravillaron hasta llegar a marcarme.
‘En el camino’ (Anagrama) me impresionó y,
sin embargo, no soy capaz de contar nada de él
más allá de lo que dice cualquier sinopsis: dos
amigos, alter egos del icono beat Neal Cassady
y del propio autor, Kerouac, cruzan Estados Unidos en coche varias veces durante varios años,
conocen mucha gente, tienen parejas e hijos,
se enfadan y se echan de menos. Únicamente
recuerdo un detalle, porque me pareció aberrante: hay un momento en que, entrando en no sé
qué estado, uno de ellos comenta que cree que
allí vive su hermano, al que no ve desde hace
años, pero que tal vez sea mejor no ir a visitarlo, porque le debe algo así como veinte dólares.
Aparte de eso, solo la sensación de vivir deprisa,
de intentar ahogar la angustia, de querer agotar
contaxiada
quizais do
sarcasmo do
gran pope Voltaire.
Os personaxes que
atopamos son recorrentes
na historia intelectual de Occidente. Diderot e D’Alembert, pais
da enciclopedia; John Locke e David Hume, a
imprescindíbel dupla que cambiou a filosofía
inglesa; Inmanuel Kant, o pai do criticismo e
construtor do meirande sistema filosófico da
historia; Rousseau, tan grande que mesmo sobreviviu ás súas ‘Confesións’; e, por suposto,
Voltaire, líder intelectual de legado literario
dubidoso..., pero creador desa obra mestra que
é ‘Cándido’.
O autor consegue o máis difícil nestes casos:
expoñer o que se contou mil veces con frescura
e a profundidade xusta, sen transformar a lectura nun padecemento académico nin caer na
banalidade ou a simplificación. E por iso, máis
que nunca nestes días, sería necesario que todo
aquel cidadán crítico se achegase ás librarías —
que por certo estiveron de festa nestas datas— e
atacase unha obra que contribúe a reforzar os
alicerces noso pensamento nos difíciles tempos
da loita contra a barbarie.
la vida.
Tengo dos viajes comprometidos con mi
hijo: a China, cuando cumpla doce años, y en
el Transiberiano, a los quince. Sin duda cualquiera de ellos sería una experiencia increíble;
veremos si tengo el tiempo, el dinero y el valor.
Pero cruzar EE.UU., un coche —un Cadillac o un
Ford, grande—, carreteras rectas interminables,
gasolineras en medio de la nada y pueblos que
son el fin del mundo, junto con ciudades que
se comportan como si fuesen su centro, es algo
que no haré. Tal vez sería materialmente posible
algún día, pero supongo que se me ha pasado la
edad. Hay cosas que hay que hacer a unos años
o ya no son lo que deberían.
Cuántas cosas ya no sucederán. Cuántas, de
las que uno creyó, o imaginó o como mínimo
soñó hacer al menos una vez, no van a pasar.
Parecía que habría oportunidades de sobra para
todo y, sin embargo, aquí estamos, un poco desconcertados.
Y es curioso, pero a veces me sorprendo pensando que en la próxima vida sí, que en la próxima seguro que aprovecho mejor el tiempo.
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6
{Fatiga ocular}
por Camilo
Franco
A sospeita como
argumento
líquido
A un aspirante a
presidente dixéronlle unha vez
os seus asesores:
cando non saibas
algo ten decisión:
acusa os demais.
Dixéronlle máis:
acusa os demais,
pero acusa decidido sen medo a que
te pillen. Os argumentos viaxan á
velocidade do son,
pero a sospeita
viaxa á velocidade
da luz.
O
PRINCIPIO de
Arquímedes’ é
unha obra seria.
Moi seria. Teatro do
Atlántico faina máis seria aínda. Con ese rigor escénico que por veces aparece nos teatros e que
funciona coa mesma dinámica dos dedos acusadores. Os acusados case sempre somos nós,
ou as nosas indecisións ou a nosa inesperada
inclinación a crer calquera cousa ou a pensar
antes de ter argumentos ou esa decisiva, aínda
que non admitida, actitude de recibir case todo
o que pasa no mundo como ficción, excepto o
que nos pasa a nós directamente. Entón é un
drama. A única distancia verdadeiramente insalvable da especie humana é a que vai do ego
ao resto. Pero ‘O principio de Arquímedes’ non
vai disto. Nin de adultos cariñosos cos cativos,
nin de posibles pederastas, nin sequera de facer
un distingo entre como nos comportamos en
público ou en privado. A obra vai da sospeita.
Ese elemento líquido que se propaga coa rapidez da electrónica, coa suavidade do aceite, co
peso do drama e sen ter necesidade ningunha
de argumentación. A sospeita é un caldo ao
que van parar todas as malicias e que alimenta
todos os medos posibles e os imposibles.
O principio de Arquímedes, o auténtico, o
da bañeira en Siracusa, non é bo para explicar
a sospeita e a súas consecuencias. Porque un
corpo mergullado nun líquido en repouso recibe un empuxe cara a arriba igual ao peso do
volume do fluído que desaloxa. Hai un certo
equilibrio, unha certa xustiza matemática, un
sinal de igual entre as dúas partes. Pero este
principio non serve para medir canto desaloxa a
sospeita porque unha vez que se pon en marcha
o corpo inmerso nela é sometido a unha presión
infinitamente maior á inicial. Porque como
somos así e estamos aquí, porque temos présa
e non sempre podemos pararnos ao vir da compra, porque quizais o coche consome demasiado ou o Real Madrid volveu naufragar afectando
á identificación
inmediata da palabra
‘España’, porque sempre é máis bonito o que
queremos que pase que o sucede en realidade,
aceptamos a sospeita como un argumento de
peso e pasamos á acción sen esperar polos datos. Porque os datos son lentos.
Teatro do Atlántico fai ‘O principio de Arquímedes’ sen sombra de sospeita, sen relear co
peso do asunto, sen especulacións escénicas
e sen permitir que o espectador poida debater
sobre quen é o culpable. A compañía ponlle
luz ao texto para explicar o fenómeno e avanza sobre el como a reconstrución de algo que
está pasando. Fai algo máis porque o texto é
tímido canto aos motivos que desencadean a
onda expansiva da sospeita, é tímido quizais
calculando que se o motivo fose máis grave a
sospeita estaría xustificada. No fondo, cae na
trampa que intenta evitar. A sospeita só está
xustificada coas probas. Ah, claro! Entón os
acelerados de corazón dirán: se hai probas xa
non son sospeitas.
Teatro do Atlántico non é sospeitoso de ter
especulado co resultado. A Teatro do Atlántico
vanlle moito mellor as obras duras, directas,
incontestables. As obras onde o retrato do humano sae tal como é: con eses desgarros que fan
dubidar de se realmente existe a civilización.
Con esa imaxe que asegura que somos animais
disfrazados de habilidades técnicas. Animais
asustadizos rebotando o medo contra os demais, defendendo irracionalmente ese metro
cadrado no que estamos exactamente detidos.
Nese metro cadrado iníciase un día o furacán
das sospeitas e
poñémonos todos
a ver que din os rumorosos. E vas un día, por
casualidade, a barbearte e o
gume das navallas apunta contra
ti. E saes medoñento, con gorxa pero sen
barba, e poste a pedir no Facebook que o Goberno faga algo, que a Policía faga algo, porque
hai un can rabioso que che morde os adentros e
xa non é posible pararse a ler, para canto máis
a razoar.
A compañía de Xulio Lago entra pola vía recta a este asunto e mantén o pulso que o argumento non pode manter. A obra de Josep María
Miró i Coromina coloca todo o peso no culpable, en se o monitor de natación deu un bico a
un cativo para que lle perdese o medo a auga.
Unha chispa para un incendio e arde a auga.
Mentres a sospeita se propaga a montaxe de
Atlántico contense porque, no fondo, o teatro
é así: quere ser como a realidade pero manexado con outras normas. Quere ser crible pero
está enfrontado a un paradoxo inevitable, tan
inevitable como a vida mesma. Ese paradoxo
que favorece o funcionamento da sospeita. Somos moi semellantes a como entendemos e
entendemos moito mellor a ficción que a realidade. Porque os códigos da ficción son recoñecibles, familiares. Porque todo relato contén
as normas dunha ficción. A realidade non. A
realidade compórtase pola súa conta. Pero ten
un problema de consideración que nos afecta
moito máis do que pensamos. A realidade pode
ser como queira pero só pode ser contada como
ficción. Por iso tardamos tanto en comprender
a dimensión das cousas ao lonxe. Por iso sucede
que se acepta a sospeita como se fose un feito,
porque case sempre se conta do mesmo xeito en
que se conta a realidade. Como unha ficción.
Táboa Redonda
Domingo 29 de noviembre de 2015
elpRogreso
7
por Quinito
Mourelle
Dos almas
y un genio
C
ONFIESO QUE no
pude reprimir una
catártica humedad
en mi aparato lagrimal
cuando descubrí a Alma
Deutscher. Mi primera
aproximación al personaje vino de la mano de
un oportuno aviso en internet de nuestra cincuentenaria Radio Clásica. Inmediatamente
confeccioné un variado menú de degustación.
De entrante escogí su propio concierto de violín, de plato principal uno de piano de Mozart
—cuya cadencia ella misma había escrito— y,
de postre, una entrevista en la que despachaba
con desparpajo envidiable las preguntas de una
entrevistadora. Para ponerle la guinda al asunto —en un programa de televisión que aquí no
tendría cabida—, ambas interpretaban a dúo
una pieza de Bach. Abundan a lo largo y ancho
de este mundo historias de talentos precoces,
pero no conozco a ningún otro que, con tan solo
diez primaveras, sea capaz de tocar a un nivel
profesional dos instrumentos de aprendizaje tan arduo como el violín y el piano. Si a esa
destreza le añadimos la maravilla de haber registrado un catálogo propio con sonatas de piano, dos conciertos, dos óperas etc… el cerco en
la búsqueda de la excepcionalidad se estrecha
considerablemente. La imprudencia de algunas
voces, guiadas por una naturaleza proclive a inventar primero y anhelar después el retorno de
mesías, quizá se haya precipitado al denominar
a la pequeña Alma «el nuevo Mozart». Por fortuna ella rechaza esa comparación. La declinación
de tamaña responsabilidad podría considerarse
un síntoma de humildad o la manifestación de
una lección doméstica bien aprendida. Tanta
perfección, por supuesto, invita a la desconfianza. Pero la mirada y la expresividad jubilosa que
ultimi miei suspiri
Laura Puerto. Los
afectos diversos
Discográfica Vanitas
Género Clásico.
En la introducción de la
compilación que Hernando hace de las obras
de su padre, Antonio de
Cabezón, destaca que su-
irradia Alma cuando empuña el violín
o se sienta al piano,
parecen hablarnos,
muy al contrario, de
un ser en paz consigo
mismo y entregado por
propia voluntad a la música.
La pequeña Deutscher,
asombrosamente adulta y certera
en sus palabras y convicciones artísticas, ha venido al mundo en una época
bien distinta a la de Wolfgang. No ha tenido
que esquivar un desaforado índice de mortalidad infantil, tampoco tendrá presumiblemente
que afrontar serias precariedades económicas y,
por fortuna, su sexo no determinará la viabilidad de su carrera como concertista. Serán otros
escollos, más propios de nuestros días, los que
tenga que salvar para ser debidamente reconocida. No es su música, deudora por el momento
del estilo del salzburgués, la que se escucha en
la radio o en la televisión, así que tendrá que
luchar a contracorriente. Solo el tiempo nos
desvelará qué lugar ocupará en el futuro. Por
lo pronto deberá atravesar la selva frondosa e
incierta de la adolescencia, una aventura que
podría llevarla por nuevos derroteros o tambalear los cimientos de su educación y perspectiva
de la vida.
La adolescencia de otra Alma, Alma Marie
Schindler, transcurrió en un bullicioso hogar
frecuentado por artistas. Sin embargo, su talento para la composición pronto se vio eclipsado
por la arrolladora personalidad de su primer marido, Gustav Mahler, quien desdeñó esa faceta
de su prometida hasta que la aparición de Walter
Gropius, joven y enamorado, desencadenó en
pera a otros músicos de
su generación debido a
la excepcional belleza de
su música. Hernando de
Cabezón publicó la monumental ‘Obras de música
para tecla, harpa y vihuela’ en Madrid en 1578, la
compilación de las obras
de su padre, Antonio, y los
traspasó a a la escritura
que se usa para el teclado
y el arpa en España en ese
período. Acompañó estas
piezas con algunos de los
suyos y otros de Juan de
Cabezón. Hernando logra
dos objetivos con esta edición. Por un lado, dando
una muestra de la exquisita música de su padre, que
era ciego desde la infancia
y no tuvo la paz y el tiempo suficiente debido a su
servicio de Felipe II no dejó
nada escrito. Entre 1548 y
1551 acompañó al rey en
sus viajes por Milán, Nápoles, Alemania y los Países
Bajos. Luego, en 1554,
acompañó al príncipe a
Londres para su boda con
María Tudor, ocasión a la
que se atribuye la influencia del compositor español
en el estilo de la música de
tecla inglesa de finales de
su siglo. Considerado uno
de los más grandes teclistas y compositores de su
tiempo, su obra está escrita preferentemente para
su instrumento, el órgano,
aunque se interpretaba ya
en su época con otros instrumentos e incluso con
conjuntos instrumentales. por R. L.
Probablemente
una sociedad viciada como la nuestra, una sociedad
desinformada por
un exceso de información, no sería
capaz de reconocer
a un genio de la
música aunque lo
tuviese delante de
sus narices. Alma
Deutscher merece,
cuando menos,
una candidatura.
First impressions
Tom Harrell
Discográfica High Note
Género: Jazz Precio: 12,35 €
«Debussy y Ravel fueron
directamente influenciados por la música jazz
y, a su vez, influyeron a
muchos músicos de jazz.
su ya
d e licada
salud un
desesperado y romántico instinto de
recuperarla. Desgraciadamente aquella vienesa ha pasado a la
posteridad por su belleza y sus
matrimonios y no por canciones sublimes como ‘Leise weht ein erstes Blühn’, con
letra de Rainer Maria Rilke. No eran todavía
aquellos tiempos propicios para la consolidación de la igualdad de sexos, aunque excelsos
ejemplos como los de las hermanas Boulanger, y especialmente el de la malograda Lili,
aventuraban un horizonte más despejado y
esperanzador. Lamentablemente todavía se
reconoce siempre en primer término el valor
de las mujeres como intérpretes, en detrimento
de las compositoras. Aún arrastramos la injusta rigidez de una educación con los papeles
claramente delimitados en compartimentos
estancos. El esfuerzo de Mahler no impidió que
el preeminente arquitecto ocupase definitivamente su lugar en el corazón de su mujer, ni
tampoco consiguió que las composiciones de
esta brillasen en las salas de conciertos. Por eso
resulta entrañable que la otra Alma, la de diez
años, reivindique hoy en sus declaraciones la
igualdad de oportunidades y afirme con rotundidad que no quiere ser Wolfgang Amadeus
sino simplemente Alma Deutscher.
Ambos transformaron el
mundo de la música mediante la creación de una
nueva conciencia de la
belleza del sonido», dice
el trompetista y compositor, Tom Harrell, quien
es conocido por su poesía
lírica y por su modo ambicioso de tocar. «Me siento
atraído por sus canciones
de su uso de los ritmos y
melodías afrohispanas
llegadas de Cuba. También estoy influenciado
por los poemas sinfónicos
y escribir arreglos para un
proyecto que conmemora
a dos de mis compositores
favoritos, que son Debussy
y Ravel, tiene perfecto sentido para mí». En su nuevo
álbum, ‘Firt impressions’,
Harrell reproduce las obras
de estos dos compositores
franceses con su conjunto de cámara de nueve
miembros. La banda, que
lo acompaña desde hace
diez años, está formada
por Wayne Escoffery (tenor
y saxo soprano), Danny
Grissett (piano), Ugonna
Okegwo (bajo), y Johnathan Blake (batería), Charles Pillow (flautas), y tres
músicos de cuerda igualmente expertos en jazz y
repertorios clásicos: Meg
Okura (violín), Rubin Kodheli (violonchelo) y Ralé
Micic Nuesto (guitarra).
Para Harrell, este proyecto
es una progresión natural
en su odisea musical. Su
afinidad con la tradición
clásica europea es evidente. por R. L.
Táboa Redonda
Domingo 29 de noviembre de 2015
elpRogreso
8
por
Santiago
Jaureguizar
Un Mercedes bate na
porta do Café Gijón
A
NÍBAL MALVAR veu
visitarme a Lugo.
Sentamos na terraza
do Madrid. El sigue bebendo un whisky eternamente caro e eu, auga con
burbullas sen chispa da vida. A conversa volveu
ao remuíño de Moustaki, Brassens e eses cantantes cuxo atractivo residía na guitarra e no
impostado do acento francés. Nunca precisaron
vulgaridades como xogar ao fútbol nin ter un
chalet branco deseñado por Joaquín Torres.
O whisky de doce anos ceiba a lingua do meu
amigo escritor. Empezou lamentado a desesperación dos miserables que se coan polas fendas
fronteirizas de Europa. Pasou por Víctor Hugo
e acabou no seu avó materno. Era un garda civil
destinado no Palamós dos anos 60, cando un
podía ir a un concerto de Leo Ferré no Olympia
de París sen medo a islamistas que o culpasen
dos bombardeos galos en Siria.
Na primavera de 1960 Palamós era unha aldea mariñeira a contramán. O único que se
movía eran as barcas que atracaban os pescadores locais. O responsable do posto, o avó de
Aníbal, recibiu o aviso de que unha lancha tripulada por xitanos errantes e felices asomaba
pola bocana do porto. O axente estaba tinxindo
o bigote cun betún de Xudea que se facía enviar
por correo certificado dende Colmenar Viejo.
Dicía que bigote e tricornio debían brillar co
mesmo ton. Tivo que deixar o cepillo, coller o
mosquetón Mauser e correr ata a praia.
O sol mancáballe nos ollos, coma ao protagonista de ‘O estranxeiro’, de Camus, pero albiscou a sombra da barca achegándose. Correu
ata o borde do Mediterráneo, abriu as pernas,
apuntou e berrou: «Volvan por onde viñeron!».
Malvar está certo de que «nunca tivo intención
de disparar, pero había que defender o posto».
O meu amigo herdou o Mauser do avó. Eu
téñoo visto sacalo cando paraba na súa casa
en Santiago. Ao petar na súa porta, asomaba
amosando uns dentes felinos, como Jack Nicholson en ‘O resplandor’, e o canón negro do
mosquetón. Non me temía a min, temíalle ao
seu caseiro. O propietario daquel piso do Ensanche teimaba en reclamarlle os meses atrasados,
sen confiar no talento literario do inquilino.
Abondaba con que se convocase un premio literario para que Malvar escribise unha novela
fascinante, gañase e pagase as débedas. Pero o
caseiro non daba interiorizada esa pauta.
Aníbal tenme contado que, ás veces, cando o
propietario do piso o collía despistado, había de
saír correndo cara a terraza e saltar o muro que
o separaba do apartamento contiguo. A súa veciña era unha veterá estudante de Enfermería,
unha Holly Golightly atrapada nunha sucesión
de desesperación pola súa precariedade e de
alegría polas oportunidades de diversión que
lle regalaba a vida en Compostela.
Os artistas galegos sempre andaron á
fuga. Curros Enríquez marchou da
casa, en Celanova, despois de que
o pai o atase para darlle unha
malleira. Fuxiu a Madrid. Na
capital española empezou a
escribir en prensa. Tal era
a bravura das súas columnas que houbo de liscar a
Londres por unha delas.
«Ignorante de la lengua
de los Byron, entre el
maremágnum de gentes que vienen y van,
y se confunde cruzándose en larguísimas
calles», describiu.
Comentada foi tamén a fuga do cantante Suso Vaamonde, co
mesmo destino londiniense, despois de perpetrar na praza pontevedresa
da Ferrería aquela rima infantil entre ‘desputa’ e ‘puta’
nun cántico pouco patriótico dedicado a España. Aínda era 1979.
Menos lonxe marchou Carlos Oroza. Unha falsa policía secreta levouno detido no 1975 do estertor franquista tras recitar
A cultura galega
ten unha nómina cumprida de
fugados: Curros
Enríquez, Suso
Vaamonde, Aníbal
Malvar e Carlos
Oroza. Cada quen
por un motivo particular e estraño
‘Desfile de la Victoria’ no teatro Malvar, de Pontevedra. Fondeou en Vigo.
Días máis tarde do incidente diplomático
que viviu o avó de Malvar en Palamós, desenvolveuse outro exótico. Apareceu pola vila de
L’Empordà un señor acompañado de 25 maletas,
4.000 folios de apuntamentos, dous cans, un
gato e outro home, que era o seu amor. Fuxía de
centos de festas divertidísimas que lle impedían
concentrarse en Nova York. Anos despois, xa retirado nun apartamento con calefacción central
en Toledo, o exgarda civil soubo que o estranxeiro que lideraba o cortexo era Truman Capote.
Soubo que a bagaxe esaxerada que cargaba e a
calma mediterránea servíranlle para redactar ‘A
sangue frío’ naquela primavera de 1960. O avó
de Aníbal converteuse en fanático de Capote a
medida que lía a obra. Gustoulle tanto que se
sentiu agraviado pola decepción que lle causou
‘Almorzo en Tiffany’s’, «esa noveliña dunha
buscona e un escritor mariquita».
Carlos Oroza acabou convertido en sereno
paseante vigués nos últimos anos, pero tivo
unha mocidade de desmesura nihilista. Juan
José Calaza lembraba a semana pasada, cando morreu, a noite na que o poeta lle propuxo
«atracar el Banco de España». «Nunca llegamos
a atracarlo, pero acabamos estrellando un Mercedes blindado de un amigo contra la puerta
del Café Gijón», afirmaba o columnista vigués
para rematar: «Carlos se bajó del coche y,
sin inmutarse, pidió al de las cerillas un
paquete de Chester, añadiendo: ‘Te
lo pago mañana’».
Oroza fantasiara con que
unha gran caixa forte do
Banco de España gardaba
unhas botellas dun viño
antigo e rico. Calaza,
economista, puido
comprobalo anos despois, cando Mariano
Rubio e Luis Ángel
Rojo o convidaron
a xantar. «Esa cámara acorazada é
coñecida como ‘El
Paraíso Perdido’, e
ten viño e arañeiras», revelánronlle.
A referencia ao
poemario de John
Milton encantaríalle ao
autor viveirense, coñecedor, presumo, de ‘O paraíso perdido’. Nese libro lese:
«Aquel combate non careceu
de gloria, por máis que o resultado fose desastroso». Oroza tamén loitou con gloria por máis que o resultado
da vida é inevitablemente desastroso.
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