ENTREVISTA Fernando “El toreo es el fenómeno más extraordinario que queda en el mundo” 12 Sánchez Dragó Es de los que ha tenido “mucho éxito en la vida”. Lo sabe y lo dice. La modestia no va con él; “sí la humildad”, matiza. Es Sánchez Dragó, pluriempleado de pensamiento, sagaz, culto, de vetusta tez y ágil verbo. Un personaje. Distinto, muy distinto al resto. A continuación, si siguen leyendo, sabrán por qué. Texto: Laura Tenorio Fotos: Javier Redondo Jordán Pregunta | Póngale un titular a su vida, a ser posible taurino. Respuesta | El titular te lo daba mi madre. Ella solía decir: ‘Hijo, corre siempre delante del toro de la vida’. Recién cumplidos los 72, ¿en cuántos tercios dividiría su trayectoria? Vamos a ver, hay un tercio claro que es cuando paso del colegio a la universidad, salgo de un mundo protegido y de repente me encuentro ante el toro del que hablaba mi madre. Ése sería el primer tercio. El segundo. Pues cuando me fui al exilio. Siempre digo que le estoy agradecido a don Francisco Franco, por una experiencia que viví por él, la de ir a la cárcel. En circunstancias así, o te ahogas o aprendes a nadar y yo aprendí a salir a flote. Después, toda mi obra gira en torno a aquellos años. Otra experiencia que marcará el tercer tercio de mi existencia y en el que todavía me encuentro fue cuando estuve en la India -marzo del 67- y a orillas del Ganges, junto a una nube de peregrinos y viendo bailar el sol, descubro otro mundo, el mundo interior, la verdadera realidad. Eso es algo difícil de contar pero que no se olvida, y lo digo porque el Fernando que regresó al hotelito donde se hospedaba aquella tarde nada tenía que ver con el que salió de su habitación al amanecer. Y después, ¿cuántas puertas grandes? Soy una persona que he tenido mucho éxito, y no creo que sea petulante decirlo. Ten en cuenta que el primer libro que publico, “Una historia mágica de España”, se convierte en el mayor best seller del pos franquismo; además, con él gano el Premio Nacional de Ensayo (1979), por lo que puedo decir que entré en el mundo de la Literatura por la puerta grande. Después seguí cosechando infinidad de éxitos, por lo que aparentemente he sumado muchas puertas grandes. Aunque para mí sólo hay una Puerta Grande, que es la muerte, de la que he estado cerca. ¿Y le ha perdido el respeto? Por completo. Ése es el mayor triunfo de mi vida. ¿Significa que vive en paz? Efectivamente. Nuestras fobias son eso, miedo a la muerte; si lo vences, estás curado. ¿Cree que los toreros han perdido ese miedo? Ellos son seres extraordinarios, al nacer con esa vocación, nacen llevando la muerte por compañera; o sea, como amiga. Entiendo que no quieren morir, pero también que no les importa hacerlo. Desnúdese de todo pudor y modestia y díganos en qué se cree imprescindible. Pudor no tengo, modestia tampoco. Como dijo Terenci, tengo humildad y sólo me siento imprescindible para mí mismo. Su éxito se debe a, como diríamos en el toro, valor, recursos, oficio, arte, mano izquierda… Bueno, soy un triunfador quejumbroso, arrepentido de serlo. Si apretando un botón pudiera volver al anonimato, volvería, aunque esto no se lo creerá nadie. Me gusta pasar inadvertido, llegar a los sitios y marcharme sin más. Pero respondiendo ahora, se lo debo a un don: nací así, siempre brillé, aunque no debía decir estas cosas. Era un niño raro y ahora soy un viejo rarísimo. Siempre he tenido la sensación de que pienso sobre casi todo lo contrario de lo que casi todo el mundo piensa. ¿Sería capaz de dar nombres, fechas, hitos o hablar de las distintas épocas del toreo y sus mandones? No, mi cultura taurina es una cultura literaria, filosófica. Saber de toreros es bastante sen- cillo, pero saber de toros eso sólo lo consiguen quienes han mamado el toro en el campo. Cuando voy a una plaza, lo normal es que me encuentre con gente que sabe infinitamente más que yo. Ahora bien, lo que yo sí he hecho es colocar el fenómeno de la tauromaquia dentro de la Historia de la Filosofía y de la Mitología. He averiguado sobre ella aspectos que las gentes del toro ignoran y que les hace sorprenderse cuando se los cuento. Diga alguno. No, te voy a decir dos; el primero sobre la plaza de toros, que representa el mundo en la hora del crepúsculo, cuando el sol desfallece y se va retirando la energía que alimenta al cosmos. En ese momento, un sacerdote, que es el torero, tiene que dar muerte al animal, que al verter su sangre sobre el ruedo regará la tierra y mantendrá la energía del Universo en tanto el sol esté escondido. Y otra dimensión, análoga en cierto modo, es la connotación sexual erótica que tienen las corridas. Es evidente que el diestro cuando pisa el ruedo es hembra: hace el paseíllo, lleva medias rosas, se viste de lentejuelas, se contonea… y el toro es el macho por antonomasia. A lo largo del festejo, los papeles se truecan y el toro vencido ofrece el hoyo de las agujas, que tiene forma de sexo femenino, y es en él donde el torero tiene que hundir un estoque, con forma de falo. Esto lo cuentas y siempre sorprendes. Sobre todo si lo cuenta a la gente del toro, donde de filosofía y de mitología sabemos poco. Cierto. Ahora ya menos, pero hace veinte años se ponían de uñas. Mira, yo siempre digo que el toreo es el fenómeno más extraordinario, en el sentido literario de la palabra, que queda en el mundo. La riqueza del toreo es tan grande que en él caben los hemingway, los historiadores, los mitólogos y por supuesto los analfabetos. Sin embargo, hoy, en los albores del siglo XXI, se está cuestionando, según qué sitios, la permanencia de los espectáculos taurinos. ¿Qué opina? Es un disparate. Así va el mundo. Sólo importa el tener y no el ser, lo que ha generado una hipocresía puritana por la cual se cree que los toros son un espectáculo cruel. 13 ENTREVISTA Cruento, no cruel. Sí, es verdad, cruento. Y lo que hay que decir es que nadie ama al toro más que el torero. ¿Tal vez sea la ignorancia? Sí. Por eso con los anti yo no discuto. Al hablar con alguien sobre algo que ignora, aparentemente lleva siempre las de ganar y la discusión es del todo inútil. Vayamos ahora a su faceta de entrevistador. Uy, voy a ser un petulante y voy a decir que soy un buen entrevistador, todo el mundo me lo dice; hay algunos incluso que me dicen que soy el mejor del mundo. Vamos, que también usted se gusta, como los toreros. Sí. Yo cuando sale un entrevistado, lo comparo a cuando un toro pisa la plaza: veo cómo embiste, por dónde se vence, si se frena y echa las manos por delante… Porque hay personajes que son muy malos toros, no se dejan torear, y en esos casos estás incómodo. Lo normal es que como entrevistador esté en segundo plano, pero me sucede con cierta frecuencia que estoy por encima del personaje. Me ocurre, primero, porque sé torear, estoy acostumbrado a pisar esos terrenos, en tanto que él no, y, segundo, porque como soy muy profesional me estudio tan minuciosamente al personaje y a su obra, en el caso de los escritores, que a menudo me la sé mejor que ellos. De sus entrevistados que tengan que ver con el toro, ¿con cuál se queda? Bueno, los toreros son muy malos entrevistados. Son gente seca, lacónica, introvertida, poco conversadores; ahí están Paula, casi imposible; Romero, muy difícil, o José Tomás, que ni habla. El torero más locuaz que he conocido ha sido Antonio Ordóñez. ¿Y con cuál se equivocó? Cometí un gran error con Dámaso González. Entonces yo escribía durante San Isidro, en Diario 16, un recuadro que se llamaba Volapié. Un día lo hice en términos despectivos de Dámaso; dije que era un patán y un payaso. Luego lo lamenté profundamente, porque ningún hombre que se ponga delante de un toro es ni un patán ni un payaso, te guste o no. ¿Cuál ha sido la pregunta que más trabajo le ha costado hacer? Fue poco después del episodio que Paula protagonizó por los líos de su mujer y que le llevó a pasar una noche en la cárcel. Le entrevisté durante hora y media en el programa El mundo por montera. Para hacerle la pregunta obligada, me dirigí a él en los siguientes términos: ‘Mira, Rafael, decía Ortega que en España todo lo importante ha nacido en la cárcel, desde el Quijote hasta la República. Por la 14 cárcel han pasado Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, incluso yo. ¿Cómo no ibas a pasar tú, Rafael?’ Cuando dije esto, se puso nervioso y se desembarazó de la pregunta como pudo. Al terminar el programa, lo llevó al hotel un amigo mío a quien le confesó su contrariedad. ‘Hay qué ver, te fías de un amigo, vas a que te entreviste y te mete la cuchillada trapera’, me contó después mi amigo que le dijo Paula. Aquello me dejó mal sabor de boca. Pero cual fue su nobleza que, tiempo después, habiéndole llegado a él que yo me quedé mal, me llamó estando toreando en la feria del Corpus de Granada. Me dijo que nuestra amistad estaba por encima de todo, un gesto que siempre le agradeceré. ¿Cuál ha sido su entrevistado más difícil? Sin duda, ¡José Tomás! Nunca le he podido entrevistar. Fernando, ¿por qué llega usted a los toros? Por Hemingway. Leí su libro “Fiesta” y fue cuando empecé a ir a los toros. Cuando se suicida, la noticia me impresionó tremendamente. Pensé qué hacer para homenajearle y decidí que lo mejor era ir a Pamplona. Y allí me fui, con un amigo y sin un duro, en auto stop. La primera noche, ya de madrugada, conocimos a un grupo de taurinos entre los que iba el hermano de Antonio Ordóñez, Juan, de quien me hice íntimo. Al día siguiente nos presentó a Antonio y terminé corriendo el encierro con él. Y lo que son las cosas, me reconoció que le daba más miedo correr el encierro que torear. Usted ha dicho que sin los símiles taurinos, sería imposible hablar buen castellano. Justifíquelo, por favor. Sí, el buen español está permeado de lenguaje taurino; sólo por eso los toros merecerían te- ner un monumento nacional. Los toros han suministrado metáforas certeras, de una belleza extraordinaria, de una exactitud prodigiosa. Una licencia, ¿se imagina a los hermanos Marx sentados en un tendido? Claro que me los imagino. ¿Y a Cervantes? Cervantes era un tipo serio, muy puritano… No, a él no me lo imagino, sí a Sancho ocupando dos localidades de Sol. ¿Cuál es su definición del toreo? Hay una frase que yo he utilizado mucho que dice: “El arte empieza en aquel punto en que vivir no basta para expresar la vida”. Creo que es una definición perfecta del toreo; porque ese momento en el que el diestro cita es la forma que tiene de expresar que está vivo, y lo hace toreando, toreando a borbotones. ¿Para escribir de toros se precisa más pasión que razón? Se necesitan las dos, porque la pasión es la que te lleva a sentarte ante una mesa pero luego tienes que encauzar, razonar, ordenar… Para terminar, ¿cuál sería la razón taurómaca, existe? Es la misma que la frase latina que decía: Vivir no importa, navegar sí. Vivir es arriesgar, el toreo es la demolición de un mito; en él están incómodamente instalados la mayoría de las personas, es el mito de la seguridad. Es estúpido apostar por la seguridad porque desde el momento en que nacemos ya estamos muriendo. Nada hay más incierto que la vida. En el toreo no hay pasado ni hay futuro, el torero es la persona que más vive en el momento presente, en el Carpe diem, es el ejemplo más nítido de lo que significa ser hombre.