Diligencias, aduaneros y la guía Baedeker. Con

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Diligencias, aduaneros y la guía Baedeker.
Con solo sesenta libras esterlinas por toda fortuna, Mary Godwin (posteriormente Mary Shelley),
su hermanastra Claire Clairmont y Percy Bysshe Shelley partieron a pie de París en 1814 con la
intención de llegar a Suiza. Se permitieron el lujo de pagar un burro para Mary, que entonces
debía de estar embarazada. A pesar de las advertencias de que por los campos vagaban ex
soldados de Napoleón en busca de mujeres a las que atacar, las viajeras no sufrieron ningún
contratiempo, salvo que Shelley se torció un tobillo y tuvo que requisar el medio de transporte.
Tardaron doce días en llegar a Neuchâtel, donde pudieron lavarse por primera vez desde su
salida de París.1
Si Godwin y Shelley hubieran tenido más dinero, podrían haber comprado o alquilado un coche
de caballos, lo cual hubiera sido una buena decisión para viajar de manera independiente y
librarse de la chusma. La rica lady Elizabeth Craven, que viajó a finales del siglo XVIII, hacía la
siguiente recomendación a un amigo: 'Llévate el menor número posible de criados, conduce tu
propio faetón y dispón un tílburi aparte para niños y sirvientes'.
Hasta la llegada del servicio de trenes para pasajeros,* el viajero corriente y moliente viajaba por
Europa en diligencia. Estos carruajes, acompañados por postillones, o guías, iban de una posta a
otra, a las que se llamaba también relais o casas de postas. En ellas los caballos cansados se
cambiaban por otros de refresco y los fatigados pasajeros podían comer algo o dormir unas pocas
horas. Las diligencias no destacaban por su comodidad, pero permitían viajar con rapidez. Este
sistema ya estaba implantado en toda Europa a mediados del siglo XVIII. También existía en
ciertas rutas de Rusia, México, América del Norte, Sudáfrica, la India y Oriente Próximo.
Además de las diligencias (de seis a ocho plazas sobre cuatro ruedas), estaban las sillas de postas
(entre dos y cuatro plazas sobre cuatro ruedas), el char-à-bancs o charabán (de cuatro ruedas con
bancos corridos) y las calesas (vehículos de cuatro plazas con dos ruedas). Había también
distintos tipos de carros, así como algunos transportes urbanos.
Las carreteras no eran como las de hoy día. En el mejor de los casos, los pasajeros no podían
evitar caer regularmente sobre el regazo de su vecino; en el peor, sufrían accidentes, que se
producían con una frecuencia trágica. Es de suponer que lady Montagu era consciente de este
peligro cuando viajaba hacia Constantinopla (Estambul) en 1717:
Pasamos a la luz de la luna junto a los pavorosos precipicios que separan Bohemia de Sajonia, al
pie de los cuales fluye el río Elba; pero no puedo decir que tuviera motivo alguno para temer
ahogarme, ya que estaba convencida de que, en caso de caída, era del todo imposible llegar abajo
con vida. En muchos lugares la carretera es tan estrecha que no se podía distinguir una franja de
un par de centímetros entre las ruedas y el borde del precipicio ... A la brillante luz de la luna
veía cómo los postillones daban cabezadas a lomos de los caballos, que iban a galope tendido.
Desde luego, me pareció muy conveniente dar una voz para decirles que miraran bien por dónde
iban.
Se utilizaban transbordadores para cruzar los ríos allí donde todavía no se había construido un
puente y, en una época en que aún no se habían abierto túneles en las montañas, había que
ascender por estas para pasar al otro lado. Una mejora importante en la ruta Lyon-Turín fue la
apertura del túnel del monte Cenis en 1871; hasta entonces los viajeros tenían que cabalgar,
escalar o ser transportados por una cadena montañosa hasta un
paso alpino situado a 2.083 metros de altitud. Eliza Fay, que emprendió esta ruta en 1779, se
quedó asombrada al ver que los Alpes eran más de lo que ella esperaba. Después de superar con
éxito la travesía, escribió: Dado que, como usted sabe, por fortuna soy muy valiente, no me
afectaron mucho todas aquellas dificultades'. Hizo el ascenso montada en una mula, atenta todo
el tiempo a no salirse del sendero que discurría junto a un barranco, por lo que sintió un gran
alivio cuando pudo cambiar a una silla de manos para realizar el descenso. Asimismo hubo que
transportar el equipaje y los carruajes, amén de desarmar parcialmente la silla de postas de Eliza
Fay y llevar las piezas a lomos de varias mulas.
En 1820 algunos empresarios pioneros ya habían creado el ramo de los agentes de viajes,
conocidos en Francia como voiturins, en Italia como vetturini y en Alemania como
Lohnkutscher. Se encargaban de organizar el transporte, el alojamiento y las comidas de los
viajeros, además de acompañarlos, todo ello por una suma de dinero acordada de antemano. En
general varias personas compartían el contrato, aun cuando no fueran a viajar juntas. En 1840
Mary Shel-ley contrató a un vetturino para que la llevara de Milán a Génova atravesando el paso
del Simplon. Sus compañeras de viaje eran tres hermanas escocesas, lo que reafirmó su idea de
que las mujeres de dicha procedencia eran las más independientes. Según se decía, los voiturins
suizos empezaron a estafar a los viajeros en cuanto las mejoras de las carreteras de postas
hicieron que el tráfico aumentara.
Los trámites en las fronteras amargaban la vida a los viajeros, aunque, según Shelley, los
aduaneros eran dados a aceptar sobornos en todos los países, salvo en Alemania. La mayoría de
los objetos personales, como libros, ropa blanca y cubertería, estaba sometida al pago de tasas o
a ser confiscada. Lady Craven no tenía tiempo que perder en las fronteras: 'Es ridículo atender a
las preguntas que formulan los guardias en las ciudades fronterizas: ¿cómo se llama y cuál es su
posición social? ¿Es usted casada o soltera? ¿Viaja por placer o por negocios? Me acuerdo de...
un viajero que, cuando le preguntaron su nombre, respondió: '¡Bu-hu-hu-hu!'. 'Por favor, señor',
dice el guardia, '¿cómo se escribe?' Es imposible responder a preguntas tan absurdas con
seriedad'.
Los aduaneros eran una clase de bandidos; más inocente era el contrebandier o salteador de
caminos. En 1659 lady Ann Fanshawe viajó, protegida por una escolta de diez soldados, de
Calais a París para reunirse con su esposo. Les salió al paso una banda de unos cincuenta
soldados armados con la intención de robarles, pero la escolta consiguió rechazarlos. Lady Ann
preguntó al que estaba al mando por qué sus colegas soldados habían intentado asaltarlos y él
respondió: 'Nuestra paga es escasa y nos vemos obligados a arreglárnoslas así, pero tenemos una
norma: si formamos un destacamento que presta servicios de protección a cualquier grupo de
personas, los demás no molestarán a estas personas y las dejarán pasear'. Ochenta años más
tarde, lady Montagu afirmaba que el bandidaje estaba en decadencia y 'se podía atravesar el país
con la cartera en la mano'.
No solo había aduanas en las fronteras que conocemos actualmente, ya que Europa estaba
entonces formada por reinos, territorios y países con límites cambiantes. Antes de 1848 la Confederación Germánica constaba de Austria-Hungría, los
reinos de Baviera, Württemberg, Sajonia, Hannover y Prusia, además de numerosos ducados,
principados y ciudades libres. Italia, después del Congreso de Viena de 1815, era en realidad el
conjunto de los reinos de Cerdeña y las Dos Sicilias, los Estados Pontificios y los ducados de
Lucca y Toscana. El control del norte de Italia se lo repartían Austria y Francia.10
Para que el caos fuera aún mayor, Europa vivió un período de agitación continua desde la
Revolución francesa (1789-1799) hasta una segunda tanda de revoluciones que tuvieron lugar en
1848 y 1849. Entre 1799 y 1815 Napoleón arrastró a Francia, España, Italia, Inglaterra, Rusia y
Egipto a la guerra. Posteriormente la guerra franco-prusiana de 1870-1871 sumió a Francia y
Alemania en el desorden; el conflicto se prolongó en Francia con la rebelión de la Comuna de
París en 1871. En otros frentes, la guerra de Crimea (1853-1856) y la guerra civil
estadounidense, o guerra de Secesión (1861-1865), también causaron estragos, no solo por las
batallas, sino además debido a las enfermedades, el hambre y el desorden social resultantes, así
como por la pérdida de medios de transporte y alojamiento que sufrieron los civiles ante las
demandas militares.
La guerra no desanimó a lady Emmeline Stuart Wortley a la hora de arrastrar a su joven y
delicada hija Victoria por todo el continente en 1848, lo cual indujo a su biógrafo a dudar que
«tan fatigosas empresas» fueran un medio adecuado para restablecer la salud de una criatura.
Otra viajera intrépida fue la coleccionista de porcelanas lady Charlotte Schreiber, que desoyendo
todas las advertencias se desplazó a París en una humilde carreta de mercado, en plena guerra
franco-prusiana, en busca de saldos. Louisa May Alcott, que había sido enfermera durante la
guerra de Secesión, no permitió que los combates le impidieran acompañar a un amigo inválido a
Francia en 1870, aunque evitó los hospitales.11
Las guías de viaje, que han ido tomando diversas formas durante siglos, eran una ayuda
inestimable para aclarar los detalles sobre los trámites en las fronteras, los medios de transporte,
los costes y los riesgos. Una de las primeras que se imprimieron en Inglaterra fue Infomacõn for
pylgrymes unto the holy londe (1498). El siglo XVIII fue testigo de una proliferación de guías,
entre ellas Instructions for Travellers (1757), de Tucker, y Guide des voyageurs (1793), de
Reichard. Travels on the Continent (1820), de Mariana Starke, titulada posteriormente Travels in
Europe, fue muy utilizada, apareció en distintas ediciones. Para explorar Nápoles en 1843 Mary
Shelley confió en Travels, guía que calificó de «tan precisa como bien escrita». También llevó
consigo el Murray's Handbook for Travellers to the Continent, cuya primera edición apareció en
1836, y se dedicó con entusiasmo a descubrir algunos de sus escasos errores y a añadir sus
propias indicaciones.12 La guía de Murray se amplió rápidamente hasta abarcar todos los lugares
a los que pudieran viajar los anglohablantes.
En 1839 Karl Baedeker publicó una guía del Rin en alemán. Pronto amplió el campo de acción y
sus libros se editaron también en francés y en inglés. En Francia, las guías de Adolphe Joanne,
publicadas por primera vez en 1841, junto con Les guides diamants, más fáciles de llevar, se
convirtieron finalmente en Les guides bleus.
Otro nombre conocido en el mundo de los viajes era el de la agencia Cook. Fundada en 1841
según una genial idea de Thomas Cook, esta agencia de viajes comenzó organizando unas
sencillas excursiones en ferrocarril por las islas Británicas y creció rápidamente hasta llegar a
satisfacer casi todas las necesidades de los turistas. Su expansión la llevó a la Europa continental,
primero con viajes a París y luego con recorridos por los Alpes suizos. Al poco tiempo la Cook
acompañaba a los viajeros a cualquier rincón del mundo. Por lo que sé, ninguna de las mujeres
que menciono en este libro recurrió a sus servicios, pero se puede afirmar con toda seguridad
que, sobre todo entre las mujeres de la clase media, la Cook hizo por fomentar los viajes más que
ninguna otra agencia turística de la época.
* Los primeros y breves trayectos en ferrocarril para pasajeros comenzaron en Gran Bretaña en
1825-1826; Austria-Hungría se incorporó un par de años más tarde, y a mediados de la década de
1850 la mayor parte de Europa tenía ya sus
servicios ferroviarios.
'Al viajar en diligencia, hay que evitar a las mujeres, especialmente a las ancianas; siempre
quieren los mejores asientos'.
E. S. Bates.
Anuncio de los artículos de viaje de la marca Louis Vuitton, en el que se muestra lo elegantes
que podían ser algunas viajeras.
Boceto de un artista que representa a una valerosa mujer 'desafiando al viento' durante la travesía
del canal de la Mancha.
'La entrada del túnel del monte Cenis en Susa'.
'Revisando los pasaportes, Dieppe, 1871'. Los trámites burocráticos entre Francia y Gran Bretaña
se volvieron más estrictos durante la guerra franco-prusiana.
'Los contrabandistas'. Varias escenas de bandidaje en la frontera francesa.
eLa autora de las siguientes páginas, plenamente convencida de la imposibilidad de dar cuenta
detallada de la geografía y las antigüedades de un país sin haberlas examinado
por sí misma; e igualmente movida, por respeto al público, por el sincero deseo de que
no la consideren una guía errónea, ha visitado últimamente casi todas las zonas de Italia, en
especial aquellas que los viajeros han descuidado en los tiempos modernos; y quizá
les guste saber que en sus excursiones más recientes siempre ha encontrado a los campesinos, los
mecánicos y los comerciantes bien dispuestos en relación con sus gobernantes, educados,
amantes del orden y honestos; hasta tal punto que los viajeros pueden frecuentar los caminos
principales con seguridad y, del mismo modo, penetrar en las zonas más aisladas de los Alpes y
los Apeninos, sin el más mínimo temor de que los molesten los tumultos populares o los asalten
unos bandidos.
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