Triunfos electorales en Ecuador y Nicaragua | Contexto

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Tipo de documento: Fragmento de libro
Autor: Alberto Prieto
Título del libro: Procesos revolucionarios en América Latina
Editorial: Ocean Sur
Año de publicación: 2009
Páginas: 313-319
Temas: Ecuador, Fuerzas políticas, Nicaragua
Triunfos electorales en Ecuador y Nicaragua
En Ecuador, el prestigioso y viejo político José María Velasco Ibarra —tres veces presidente de la República— ganó, en 1960, la primera magistratura por amplio margen como
candidato independiente, con una plataforma muy crítica de las prácticas económicas precedentes. Luego, desde el Gobierno, censuró la agresión mercenaria a Cuba por Playa Girón,
organizada por Estados Unidos. Al parecer por esas razones, el 7 de octubre
de 1961, encumbrados jefes militares lo forzaron a dejar el cargo, que ocupó el vicepresidente, quien de inmediato rompió relaciones con la Revolución cubana. Escasos meses
transcurrieron en medio de huelgas y manifestaciones, hasta que a finales de marzo del año siguiente militantes de la Unión Revolucionaria de Juventudes del Ecuador —casi todos
estudiantes universitarios— se alzaron al sur y al oeste de Quito, en Santo Domingo de las Coloradas y en Los Ríos, respectivamente, pues deseaban aprovechar la existencia de un
incipiente movimiento campesino en el área. Pero ambos grupos fueron desarticulados en breve tiempo por el cuerpo de paracaidistas, en una coyuntura que preocupó a los
elementos más avezados de las Fuerzas Armadas. Estos finalmente ocuparon el poder en julio de 1963 mediante una Junta Militar, la cual decretó una serie de transformaciones entre
las que sobresalía una reforma agraria financiada por la Alianza para el Progreso, que no contemplaba acápites específicos para los indígenas.
Las grandes manifestaciones públicas, sin embargo, no se detuvieron e incluso se tornaron cada vez más violentas hasta que, en marzo de 1966, el Gobierno de facto fue derrocado y
convocada una Constituyente que al año emitió una carta magna distinta de la anterior. Bajo los nuevos preceptos, se llamó a elecciones generales cuyos resultados otra vez
condujeron a la presidencia al ahora anciano Velasco Ibarra, quien volvió a ser derribado en febrero de 1972 por disposición del jefe del Ejército, general Guillermo Rodríguez Lara.
Este, quizás influido por el nacionalismo revolucionario de los militares en las repúblicas de Panamá y Perú, pronto anunció un plan quinquenal de la economía que abarcaba los
sectores de agricultura, vivienda e industria. En poco tiempo, comenzaron mayores exportaciones petroleras de los yacimientos propiedad de las transnacionales, debido a lo cual
Ecuador se convirtió en el segundo exportador de ese rubro en Sudamérica. Aunque los ingresos fiscales por las ventas de hidrocarburos al exterior engrosaron las arcas del Estado e
impulsaron el crecimiento económico hasta un 6% anual, los beneficios fueron mal distribuidos, lo cual ensanchó la brecha entre ricos y pobres. Esto puede que haya incidido en la
sustitución del general-presidente por una Junta Militar, que logró disminuir ligeramente la enorme inflación y celebró en 1979 un referéndum para otra Constitución. Después, las
elecciones generales fueron ganadas por el progresista Jaime Roldós Aguilera, quien al año murió en un accidente de aviación nunca investigado.
El ascenso de la combatividad indígena en Ecuador había comenzado una década antes, cuando las masas rurales de la provincia de Chimborazo impulsaron las luchas contra los
terratenientes huasipungueros que explotaban la fuerza de trabajo semiservil campesina. Entonces se había organizado la Confederación de Pueblos Kichwa (quechua) del Ecuador,
cuyo ejemplo con rapidez se generalizó por toda la República hasta que los demás aborígenes también se agruparon y, en 1980, todos se estructuraron en el Consejo Nacional de
Coordinación de las Nacionalidades del Ecuador (CONAIE), el cual a los seis años se convirtió en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), sin filiación
partidista alguna. La CONAIE abarcaba aproximadamente un tercio de los habitantes del país y estaba compuesta por instancias parroquiales y provinciales, que luego se unían según
su procedencia de cualquiera de las tres grandes regiones: la Amazonia, donde había muchos pobladores de las etnias sluar y hachuar; La Sierra, donde predominaban los quechuas;
y La Costa, en la que surgió la Coordinadora de Organizaciones Indígenas y Negros, pues contaba con muchos adeptos de lejano origen africano, quienes eran muy numerosos por
esa zona y sobre todo en Esmeraldas, de viejas tradiciones plantacionistas. La apolítica confederación de pobladores originarios se declaró independiente de cualquier gobierno de
turno, sobre los cuales deseaba ejercer el máximo de presión para que aceptaran: la educación bilingüe y laica, una reforma agraria con tenencia comunitaria de las tierras, adecuada
atención médica, respeto a los ancestrales derechos de los indígenas sobre su territorio, derogación de la odiada Ley de Colonización Amazónica.
En mayo de 1984, nuevas elecciones colocaron en la presidencia ecuatoriana al conservador León Febres Cordero, rico empresario y caudillo de la vieja oligarquía, así como de los
emergentes sectores financiero y agroindustrial mediante su Partido Social Cristiano, en algún tipo de entendimiento con la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia. Pero ciertos
grupos de oficiales no veían con agrado al Gobierno, por lo que promovieron diversas rebeliones fracasadas, incluso una en la que el propio mandatario estuvo por unas horas
apresado.
En el siguiente cuatrienio, la llamada Izquierda Democrática y su presidente Rodrigo Borja debieron enfrentar el agravamiento de la crisis, provocada por las secuelas de una década
de crecimiento económico casi nulo. Esto se mantuvo durante el período del pro estadounidense Sixto Durán Ballén quien, a los dos años de haber ocupado la primera magistratura
tuvo que lidiar con una importante huelga general en protesta por sus nefastas prácticas económicas. En esa atmósfera, fue elegido presidente en 1996 Abdalá Bucaram Ortiz, más
conocido como El Loco, quien para apaciguar las protestas, prometió aumentar los gastos sociales, pero tras ocupar el cargo hizo exactamente lo contrario; dispuso presupuestos muy
austeros para dichos fines a la vez que recortaba las subvenciones estatales a la electricidad, el gas, la gasolina y los teléfonos, cuyos precios al público se incrementaron
alarmantemente. Fue entonces cuando en una asamblea nacional de sus afiliados, la CONAIE impulsó la creación del Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País, con el
propósito de que participara en los asuntos políticos ecuatorianos y ayudara desde el parlamento a luchar contra la oligarquía capitalista neoliberal. Se dio así un considerable respaldo
al esfuerzo popular por derribar a Bucaram, acusado en el poder legislativo de incapacidad mental y suspendido de sus funciones en febrero de 1997. En ese momento las marchas de
la CONAIE-Pachakutik arreciaron la exigencia de convocar a otra Constituyente, en un país convulsionado y casi sin gobierno, hasta que en mayo un referéndum aprobó la destitución
definitiva del semidepuesto y errático mandatario. Pero lo que vino después no fue mejor, pues las privatizaciones de empresas públicas, mayores alzas de precios y la sustitución
oficial de la moneda nacional por el dólar, exasperaron a las enardecidas masas. Por ello, estas multiplicaron sus movilizaciones y levantamientos, hasta poner sitio al Congreso
Nacional y la Corte Suprema de Justicia, tras lo cual se depuso al incapaz presidente Jamil Mahuad, sustituido por un triunvirato que integraban: por la CONAIE, Antonio Vargas; por
las Fuerzas Armadas, el coronel Lucio Gutiérrez; y por la sociedad civil, el abogado Carlos Solórzano.
En el 2002, Lucio Gutiérrez con su llamada Sociedad Patriótica ganó abrumadoramente las elecciones generales, después de haber ilusionado al pueblo con la imagen de ser un
émulo del popularísimo ex coronel y
ya presidente venezolano, Hugo Chávez. Sin embargo, el oportunista e improvisado político ecuatoriano, con el paso del tiempo, demostró su oculta tendencia pro estadounidense,
pues apoyó al imperialista Plan Colombia que autorizaba al Ejército de Estados Unidos a establecer una base militar en Manta, para desde ella hostigar a las guerrillas de las FARC en
el vecino país norandino. Al constatarse la burla, se alteró el sentimiento de los ecuatorianos hacia el voluble mandatario por lo que, desde principios del 2005, comenzaron
multitudinarias movilizaciones en Guayaquil y Quito, en demanda de su destitución. En la capital, mientras los manifestantes voceaban frente al Congreso Nacional el grito de «que se
vayan todos» (los políticos), dentro del Palacio Legislativo la opositora Izquierda Democrática y los diputados de Pachakutik, así como los socialcristianos, maniobraban para enjuiciar
al presidente. Hasta que, el 20 de abril, se depuso a Gutiérrez, sustituido en el cargo por Alfredo Palacio. Aunque el ascendido vicepresidente no tenía filiación política, reconocía que
resultaba imprescindible refundar el país, cuya población en un 80% vivía en la pobreza, desconfiaba de las instituciones tradicionales, rechazaba las negociaciones del derrocado
mandatario para firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y exigía el cierre de la base de ese país en Manta, así como la convocatoria a una Constituyente.
En ese convulso panorama Rafael Correa, joven ministro de Economía del novísimo Gobierno y fundador del Movimiento Alianza País (acrónimo de Patria Activa y Soberana), anunció
sus propósitos presidenciales para los comicios de octubre del 2006. A estos junto a él concurrieron otros doce candidatos, entre los cuales descollaba el riquísimo magnate bananero
(poseedor de más de mil millones de dólares) Álvaro Noboa con su Partido Renovador Institucional. En sus discursos y polémicas sobre las elecciones, este viejo político defendía la
privatización de todas las empresas públicas y el desmontaje de las leyes laborales, mientras el carismático aspirante de Alianza País proponía un socialismo del siglo xxi, que
recogiera las demandas populares y privilegiara la esfera social con énfasis en la educación y la salud. Pero en la primera ronda nadie obtuvo la mitad más uno de los votos, por lo
cual se anunció una segunda vuelta para el 26 de noviembre. Entonces, ante la perspectiva de un posible triunfo de Noboa, el movimiento Pachakutik, el Popular Democrático, el
Partido Socialista e Izquierda Democrática apoyaron a Correa, quien prometía convocar a una Constituyente, exigir la evacuación de la base estadounidense en Manta, liquidar la
añeja plutocracia partidista, promover una mayor intervención del Estado en la economía, renegociar los contratos petroleros con las transnacionales y cesar las relaciones con el FMI,
beneficiar a los más pobres o humildes, limitar el pago de la deuda externa, incentivar con créditos a las micro o pequeñas y hasta medianas empresas, entregar títulos de propiedad a
los campesinos sin ellos, eliminar las grandes extensiones de tierras abandonadas y sin cultivar o mal aprovechadas, combatir la corrupción por medio de grandes cambios en la
Policía con el empleo de gente nueva y joven, e impulsar la integración latinoamericana en una sola patria multinacional, inspirada en el ideal de Bolívar. Con ese programa Rafael
Correa triunfó en las elecciones con más del 13% de ventaja y ocupó, el 15 de enero de 2007, la primera magistratura de la República.
Al día siguiente, acordaba con Hugo Chávez un trascendental y estratégico entendimiento entre PDVSA y Petroecuador, en cuya ceremonia de rúbrica el nuevo presidente sentenció:
«América Latina no vive una época de cambios, sino un cambio de época». Era verdad.18
En Nicaragua, la lucha armada se agudizó a partir de la gran ayuda brindada por Estados Unidos a los contrarrevolucionarios, que se beneficiaron de los ilegales fondos obtenidos por
los gobernantes de ese imperio en sus proscritas —por el Congreso estadounidense— operaciones de vender armas a Irán. Hasta que el Gobierno sandinista y la contra acordaron
una tregua luego respaldada por cinco presidentes de América Central, la cual en definitiva implicaba el desmantelamiento de los referidos grupos irregulares. Después, en febrero de
1990, Violeta Barrios, viuda de Pedro Joaquín Chamorro, y otrora integrante de la Junta de Reconstrucción Nacional, ganó las elecciones a la primera magistratura apoyada por la
Unión Nacional Opositora. Entonces, la presidenta desmovilizó a los alzados mientras reducía el Ejército Nacional, y llevó a cabo una reforma monetaria que redujo la inflación aunque
aumentó el desempleo.
En los siguientes comicios al poder ejecutivo, triunfó El Gordo Arnoldo Alemán con el mismo respaldo que su predecesora, pero cuyo equipo ministerial desde el inicio se caracterizó
por el latrocinio y la malversación, lo que provocó el fraccionamiento de las fuerzas políticas gubernamentales. Desde ese momento, la República fue víctima de una dispersión
partidista, con alianzas que se forjaban solo para deshacerse, y luego recomponerse de una u otra manera. En ese complejo proceso, el corrupto presidente fue depuesto y preso
mientras se convocaba a nuevas elecciones, sin que sus resultados cambiaran la angustiosa situación del desgarrado país.
En el 2004, se evidenció una recuperación del sandinismo tras la notable victoria de su candidato en los comicios por el importante cargo de alcalde de Managua. Entonces, en
Nicaragua, se organizaron algo así como tres coaliciones, respectivamente conformadas por el Partido Liberal Constitucionalista, una ambigua Alianza por la República y el FSLN.
Este encabezaba la denominada Gran Unidad Nicaragua Triunfa que incluso acogía a ex contras, en un esfuerzo por borrar los recuerdos del Servicio Militar Obligatorio, de la cruel
guerra y del penoso desabastecimiento, a la vez que predicaba Paz y Reconciliación.
Fue de esa manera como, en el 2006, Daniel Ortega regresó a la presidencia, después de dieciséis años de un neoliberalismo privatizador de las propiedades públicas, que además
había incrementado al triple el analfabetismo, sumido en la pobreza a gran parte de la población y generalizado en ella la insalubridad, mientras una ínfima minoría se enriquecía sin
cesar. Por eso, al quitarse en un bello gesto la banda presidencial y proclamar que ella pertenecía a los trabajadores, campesinos y esperanzados jóvenes, el reelecto mandatario
pudo augurar un futuro combate decisivo contra el hambre, la pobreza, las enfermedades y la ignorancia, a la vez que anunciaba la incorporación del país al ALBA, así como la
creación con Venezuela de una empresa mixta, para solucionar la aguda crisis energética que se padecía. Renacía de esta manera la posibilidad de mejorar las perspectivas de esa
pauperizada nación.19
Notas
18.
Alberto Prieto: Mirándose a sí misma. Apuntes para una historia de América Latina, ed. cit., pp. 219-223.
19.
Ibíd., pp. 223-224.
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